Nuevos relatos publicados: 16

Arrepentidos los quiere Dios. (Capítulo 39)

  • 6
  • 9.794
  • 8,81 (27 Val.)
  • 0

Capítulo 39

A las ocho de la mañana llegué al hotel. El que creía que era Sergio dormía como un cesto con claras evidencias de haber estado bebiendo, ya que la habitación apestaba a alcohol.

Aproveché para mirar en su maleta que se hallaba abierta en el armario de la entrada, sólo había ropa, ningún documento que pudiera identificarle con el tal Ernesto, según los datos que me proporcionó Lopetegui.

 No puede haber venido a Madrid sin documentación, por lo que me dediqué a buscar por los bolsillos de sus pantalones y chaquetas, pero allí no había nada que le pudiera identificar. Por lo que no tenía más remedio que estar camuflada por algún sitio.

De repente se me ocurrió una idea; la misma que tuvo Raúl para saber si la Manolita que constaba en la agenda de su fallecido padre era yo. Por lo que llamé a Sonia por teléfono.

--Diga... Escuché su voz medio adormilada.

--Hola cielo, soy Manolita. No te hubiera despertado si no fuera porque es muy importante el favor que os voy a pedir, de verdad, corazón, para mí es vital.

--Dime, dime.

--¿Puedo ir a tu casa ahora mismo?

--¡Pero si te acabas de ir hace un rato!

--Ya lo sé, pero es que ha surgido ahora el tema.

--¿Está Oscar?

--Sí, dormido

--Voy para allá inmediatamente.

Me estaban esperando los dos despiertos, me dijo Sonia nada más llegar.

--Muy importante debe ser lo que necesitas, pero si podemos, no dudes que te satisfaremos.

--Gracias reina. Sólo os pido una cosa muy simple, hacer una llamada por teléfono, preguntar por una persona, y haceros pasar por quien yo os diga, me bastan sólo unos segundos para hacer la comprobación que necesito.

--Bien, tu dirás.

--Tengo fundadas sospechas de que voy a ser víctima de un timo; por eso necesito saber si una persona es la que dice ser.

Que Oscar llame a este teléfono, es el del hotel Emperatriz, que pregunte por don Ernesto de la Flor, de parte de su hermano Sergio, y cuando se ponga al aparato le diga: Ernesto, soy yo ¿Qué tal va el asunto Manolita? Nada más.

--¿Sólo esto?

--Suficiente para saber la verdad.

--Muy grave debe ser el asunto, ¿verdad Manolita?

--Un asunto de mil millones de pesetas.

Oscar que escuchaba en silencio se le abrieron los ojos como platos. Dijo.

--¿Y es tuya toda esa pasta?

--Ya os contaré, y os prometo que no os arrepentiréis de haberme ayudado.

--No tienes que agradecernos nada Manolita, ¿o es que no somos amigas?

--Más que amigas, cariño.

Y dirigiéndome a Oscar.

--Estará medio dormido el que se ponga al aparato, y con resaca, por lo que no se percatará en el momento, que no es quien cree que le llama.

--¿Quieres que grabemos la conversación?

--¡Mira! eso no se me había ocurrido, pero sería una prueba irrefutable que podría esgrimir algún día.    ¿Tienes algún medio para ello? Oscar.

--Sí, mira, una pequeña cinta que se inserta en un supletorio telefónico, y puedes grabar hasta media hora de conversación,

--Con un minuto será suficiente.

Hicimos unos ensayos con el fin de prevenir algún imprevisto. Confiaba que cuando el supuesto Ernesto se diera cuenta del embeleco fuera demasiado tarde.

--Bien Oscar, vamos a trazar el plan. Son las diez menos cuarto, tardo en llegar al hotel unos veinte minutos. A las once en punto llama, yo estaré en el baño justo a esa hora, de modo que pueda hablar sin temor a que le escuche.

--Un beso guapo. Os llamaré para recoger las pruebas de audio.

--Chao.

--Chao.

A las diez y media llegaba al hotel. El falso Sergio seguía medio adormilado, y con claros efectos etílicos en su semblante, y sobre todo en su aliento. Me puse un camisón y me despeiné para dar el efecto que llevaba en la habitación toda la noche.

--¿Se puede saber donde coño has estado, Manolita? Me espetó de malas maneras.

--Pues mira cariño, te llamé sobre las once de anoche, me dijeron que no estabas en la habitación y pensé que estarías por ahí cenando o tomando unas copas.

--Sí, estaba en la cafetería del hotel.

--Resulta que me encontré con unos amigos que hacía años que no les veía, y no pude eludir el compromiso de cenar con ellos.

__ ¿Antiguos clientes?

--No tonto, un matrimonio del pueblo que hace muchos años se vinieron a vivir a Madrid.

Seguí con la farsa.

--No puedo precisar a que hora volví, ya que se me ha parado el reloj, seguro que la pila. Te vi tan dormido que no quise despertarte. Por favor, y ahora acaba de afeitarte, que necesito darme un baño.

Faltaban cinco minutos para las once. Cerré la puerta y abrí los grifos del baño a tope. Justamente a las once en punto sonaba el teléfono de la habitación.

--¿Sí? Dijo Ernesto medio adormilado.

--Señor, preguntan por usted. Dijo la telefonista.

--¿Ha dicho quien es?

--Sí, ha dicho de parte de su hermano Sergio.

--Bien, pase la llamada.

--Ernesto.

--Dime Sergio, ¿pero por qué hablas tan bajito?

--Por si está Manolita cerca y puede oírnos.

Tenía pegada la oreja a la puerta que la dejé entreabierta unos centímetros, a la vez que tatareaba una canción para darle más libertad para hablar.

--No te preocupes, está en el baño.

--Sólo un segundo hablamos, no es conveniente que te llame, y no te llamaré más, ni tú a mí, hasta que termine "el tema". Sólo dime: ¿Cómo va, y cuelgo?

--Viento en popa hermano... ¡Ah! y que bien folla la tía.

--Cuidado que es insaciable.

--Tranquilo hermano, que le voy a dar toda "la caña" que me pida.

--Cuelgo Ernesto, no sea que Manolita nos pille,

--Adiós.

--Adiós.

Salí del baño totalmente desnuda, quería distraer su atención a la llamada, por si acaso le había quedado alguna sombra de sospecha de la misma.

--Cariño, que me he dejado el neceser.

Me miró desde la cama, estaba tumbado boca arriba, y me dijo.

--Mira lo que tengo para ti.

Estaba el hijo de la gran puta empalmado a tope.

--Acaba pronto de bañarte que te voy a echar un polvo que vas a cagar.

Esto jamás lo hubiera dicho Sergio, tamaña zafiedad no hubiera salido de su boca. Pero quedé completamente convencida y muy satisfecha: mi plan había salido a la perfección; gracias al buen amigo Lopetegui, a Sonia y a Oscar.

Mi problema ahora, es cómo iba a evitar su demanda de sexo; y de que manera iba a tratar tan delicado tema con las autoridades eclesiásticas.

Sentía un profundo asco, no por su cuerpo, porque estaba como un queso de bueno. Repugnancia por la vil jugada a que se había prestado.

(8,81)