CAPITULO XIII
A las diez de la noche como cada martes la llamaba por teléfono al regresar de su clase y solfeo; y aunque no me gustaba que mi novia fuera artista, no debía reprimirle ese deseo, pues potestad sobre ella no poseo.
- ¿Qué tal la clase de canto mi amor?
- ¡Calla, calla! que todavía estoy impresionada.
- ¿De qué mi vida?
-Del susto del domingo en el parque. Y tú, ¿Qué tal estás?
-Todavía me dura "dura".
- ¿El qué?
-Lo que, por culpa de aquel del matorral, me dejó el cuerpo muy mal... Pero ¡qué muy mal!
-De verdad que lo lamento, pero es que hacer esas cosas en la calle es violento, y se pueden dar esos malos momentos.
-Lo sé, cariño, lo sé. ¡Si tuviéramos un establecimiento!
-No lo pillo.
-Sí mujer. -Un lugar, un hogar, un local donde sin agobios ni sorpresas podernos tranquilamente palpar.
- ¡Calla, calla...! Que lo que me propones es un lupanar.
-No, cielo. Para ti eso no quiero. A tener un nidito de amor me refiero.
-Pero eso vale mucho dinero...
-Ese es el problema, ese es el, pero.
-Amador.
-Dime mi amor.
- ¿Tú piensas casarte conmigo?
-Esa pregunta no es de recibo, y me ofende y mi enfado no disimulo. ¿Es qué me has tomado por algún chulo?
-No te enfades. Te lo pregunto porque los novios que se piensan casar han de vivir en algún lugar. Por lo tanto, en ello debemos pensar.
-Lo sé, lo sé, y te juro que me preocupa y me inquieta el tema, pero de momento debemos esperar hasta que yo me coloque es preciso para comprar un piso.
-Hablando de tu futuro: lo veo un poco oscuro.
- ¡Joder Cristina! Dije algo malhumorado. -Llevamos menos de un mes de novios y ya me pones en apuros.
-No cariño. No es esa mi intención, pero ya has acabado el Servicio Militar, y en algo te has de ocupar.
-De momento me ocupo de amar.
-Y yo te lo agradezco amor mío, pero los veinte y uno pronto voy a cumplir y "para vestir santos no me quisiera quedar".
- ¿Por qué no cambiamos de tema? Que este asunto "no me mola".
- ¿Vale, pero prométeme que el sábado vamos a ver unos pisos muy majos que me han hablado del barrio de San Ignacio de Loyola?
-Prometido, iremos a ver esos pisos. Pero cambiemos de cuestión, que tratar esa ahora eso no es preciso.
- ¿De qué hablamos?
- ¿Cuándo quedamos?
-Cómo siempre, el sábado en el mismo lugar, en mi casa. En el chalé - ¿Y a dónde me vas a llevar?
- ¿Pues no vamos a ir a ver esos pisos de tanta fama?
-Para eso iremos el sábado por la mañana. ¿Y por la tarde?
- ¡Ah! ¿Te parece que volvamos a aquel chiringuito de la calle de Leganitos?
-Miedo me da.
- ¡Miedo! ¿De qué? ¿De mí?
-Miedo de que nos sepamos controlar, y ...
- ¿Y.…?
-Qué estaré mala...
- ¿Cómo mala...?
-Sí tonto... con lo que tenemos las mujeres todos lo meses.
- ¡Vaya!
- Otro día iremos. ¿Sabes a dónde me gustaría ir?
- ¿Adónde? Sabes que estoy deseando complacer tus deseos siempre que me lo permita el bolsillo.
-Ya lo sé, chiquillo. Me gustaría ir a pasear al Retiro, alquilar una barca para remar en el estanque, y tomar una coca-cola.
Me pareció buena la idea; me saldría barata la tarde y al anochecer podría haber magreo y besuqueo. ¡Me mola, me mola!
-Vale cariño. Pero hazme un favor, ven con falda, no con pantalón.
- ¿Y eso…por qué?
-Hazme caso, ven con esa faldita blanca de pliegues que tanto me gusta y que te queda tan mona.
- ¿Me puedes decir porqué ese capricho?
-Por nada mujer; es que me gusta verte así.
-Vale, vale, te daré el capricho. Cuelgo cariño, que me llaman para la cena.
-Hasta el sábado, mi amor.
-Hasta el sábado, Amador.
Salía con aquella falda blanca
¡Qué maravillosa y qué encantadora!
¡Ay! ¡Pero cuánto me gusta y me encanta!
¡Te juro niña, que mi alma te adora,
mi corazón bellas canciones canta
desde el anochecer hasta la aurora,
melodías que me inspiran mi santa!
-Hola cariño. Cómo siempre tan radiante y bella. (Este día estaba de guapa como nunca)
-Hola cielo. Yo también te veo guapo.
-Es que guapo soy. ¿O es que te has enamorado de un feo?
-Presumido. ¡Oye!
-Dime Cristina
-Qué No hallo la razón de los motivos que tienes que no me ponga hoy pantalón. Me tienes en un suspiro.
-Luego te lo digo, en el Retiro.
Alquilamos una hora de barca en el estanque. Cristina se quiso situar a mi lado.
-No cariño, ponte en el asiento de enfrente, a mi lado me impides remar.
-Cómo quieras.
Se sentó de frente a mí
conforme le había dicho,
con su falda de organdí.
Ahí estaba mi capricho.
- ¿Me puedes decir de una vez, los motivos de llevar hoy este atuendo?
- ¡Para ver tus divinas rodillas...!
-Ahora lo entiendo... ¡Claro, claro! Ya veo que mis rodillas te halagan.
-Son mis pesadillas. Pero ábrelas un poco más mi amor, que te quiero ver también la braga.
-Cómo sois los chicos, siempre pensando en lo mismo.
-Es que mi amor por ti, me lleva al abismo. ¡Anda mi amor! concédeme ese antojo ahora mismo.
Cristina miró a derecha y a izquierda y a la derecha y para atrás y para delante y al no haber testigos, aunque algo mosqueada, y cómo quien no quiere la cosa abrió sus rodillas y... ¡Albricias! llevaba la braga rosa... la braga rosa... la braga rosa...
-Para esto querías que no llevara pantalón. ¡Eh ladrón! Para verme "la otra rosa".
-Cariño, comprende. Tu cuerpo ¡tanto me prende! ¡tanto me maravilla! ¡tanto me emociona y me pone tan ufano! que hoy al no poder "meter mano", que sea la vista la que "lleve al molino el grano".
- Grano es el que te va salir en los ojos cómo sigas mirando tan lujurioso.
La escena era de quimera:
aquella braguita rosa
veía por vez primera
tan sutil y primorosa
como aire de primavera.
Me atraía tanto la diosa
y de terrible manera,
y de forma dolorosa,
que al verlo ella me advirtiera
y dijo con voz pasmosa:
verte así no quisiera:
te abulta mucho "la cosa".
¡Jo! es verdad. "Aquello" reventaba, y cómo era muy ajustado y fino era el pantalón que llevaba, mucho más que se marcaba.
Al ver mi azoramiento y al no tener nada con que ocultar "aquel monumento", se puso a mi lado para disimular un poco aquello tan abultado. Le entró esa risa tonta que a veces tienen las mujeres, y aquello en el mismo estado se mantenía, más se reía.
Llevé la barca hacia la orilla verde, aquella que hace forma de playa, donde las parejas se explayan; y allí, lejos de miradas indiscretas me desabroché la bragueta para que "aquello" bajara.
Era la primera vez que "la veía" a las claras. (la otra vez en el reservado aquel debido a la oscuridad, en "ella” quizás bien no reparara)
- ¡Caray! Dijo con cara de estupor.
Al creer que lo decía porque pequeña la veía, le dije sin ningún pudor.
- ¡Pues esto es lo que hay!
Y al ver que estábamos solos, me la tomó con sus dedos y un plis-plas se me acabó el desconsuelo cuando "aquello" se vino al suelo.