Nuevos relatos publicados: 16

Arrepentidos los quiere Dios. (Capítulo 40)

  • 5
  • 5.730
  • 8,69 (13 Val.)
  • 0

Capítulo 40

Sólo podía confiar en mi gran amigo Lopetegui. Sus consejos seguro que me servirían para solventar el problema, por lo que otra vez, volví a llamarle.       

Quedamos en una cafería céntrica, ya que en su despacho me sentía algo cohibida para hablarle de tema tan delicado.

A Ernesto (el falso Sergio) le dije que iba a ver unos pisos, y como suponía, no quiso acompañarme. Así nunca podría reprocharme que no le informaba a donde iba, y de donde venía.

--Bien Manolita, otra vez encantado de serte útil. Tú me dirás. Me dijo Lope, con signos de estar interesado por mi problema.

Le conté todo lo que pasó en grandes rasgos.

--Está claro Manolita, que "ese curita", su hermano gemelo y el obispo de esa diócesis, van a por tus millones, pero te voy a dar un consejo.

--Dime Lope...

--¡Por supuesto! no los dones, pero no les digas los motivos reales. ¡Ni se te ocurra decirles la verdad! Y mucho menos hacerlo público.

Iba a preguntarle a Lope el por qué no, pero pensé uno segundos y le comprendí, jamás sería creída.

--Veo que entiendes. Me dijo al adivinar mis pensamientos. Con la Iglesia has topado Manolita.

--¿Qué me aconsejas que haga? Le pregunté algo preocupada.

--Mi consejo es que cambies de residencia. Dime: después de esto: qué vas a hacer en el pueblo, qué excusa vas a dar para que tus millones no pasen a sus manos.

--¿Pero la fundación que lleva mi nombre...?

--No te das cuenta mujer, que es una tapadera. Un invento de las fuerzas vivas para sacarte la pasta.

--¡Qué gran amigo eres! No sabes el servicio tan bueno que me has prestado.

Saqué del bolso un paquete muy bien envuelto en papel de regalo, sabía de antemano que Lopetegui no me iba a fallar, por le eso le dije.

--Toma Lope, esto es para ti.

Abrió el paquete, y se quedó mudo al ver su contenido: un Rolex de oro.

--Para ti, mi buen amigo. Por todos tus desvelos, por tu hermosa amistad de tantos años, y por todos tus favores.

Lope... seguía embelesado viendo aquella joya; no sabía que decir.

--Manolita...

Le puse los dedos en los labios.

--No digas nada.

En la parte posterior se leía la siguiente inscripción:

 

De Manolita, para mi amigo Lopetegui

Guardaré este regalo, como la demostración de afecto jamás demostrada por amigo alguno. Dijo Lope muy emocionado.

--Me jubilo dentro de unos meses Manolita, y como me consta que esos mil millones te van a acarrear muchos problemas; te doy mi nueva dirección y teléfono para que acudas a mí sin demora en cuanto me necesites; me voy a residir a Gandía; ya sabes que tengo allí vivienda. Toma la dirección.

--Gracias, y yo guardaré tu tarjeta como oro en paño.

Llegué al hotel sobre las 14 horas. Allí estaba Ernesto, (el trasunto de Sergio) con la copa en la mano. No podía entender como el verdadero Sergio no había previsto estos detalles. Son físicamente como dos gotas de agua; pero mentalmente se parecen como un "huevo a una castaña".

--Hola cariño. ¿Has conseguido ya nuestro nidito de amor?

--¡Hay tanto donde elegir...! Que prefiero no precipitarme; sigamos en el hotel el tiempo que haga falta.

--Por mí encantado. Aquí se está de maravilla.

--Tengo que ir al pueblo con cierta urgencia, he de tratar con la notaría y el banco ciertas gestiones imprevistas. ¿Me acompañas?

--¡Nooooo! No se me ha perdido nada en tu pueblo. Te espero aquí tan ricamente.

Otra demostración palpable de la zafiedad de este clon. Pero... ¿Cómo es posible que Sergio hubiera delegado tan delicada misión a un patán como su hermano! ¿O es qué me tomaba por tonta?

Reservé billete para el primer tren Talgo; el de las 08:40 del día siguiente, pero no tuve más remedio que hacer de tripas corazón y someterme a los juegos del falso Sergio esa noche, de lo contrario podría levantar sospechas.

--Mi amor, te encuentro distinta, ¿te pasa algo?

Tuve que tragar saliva para no pegarle un par de bofetadas. Pero me propuse ser la puta de antaño, aquella que soportaba las mil y una aberraciones de los tíos que tenía que satisfacer sus bajos instintos.

--Cariño. Le dije poniendo carita de buena. Ten en cuenta que estoy sometida a una gran presión; esto de tener que esperar un año para casarnos, me lleva los demonios.

--Pero mi vidita... Dijo llevando mi mano con la suya al miembro que ya estaba más duro que el pan de antes de ayer. Si "esto" no te va a faltar durante este tiempo. Tu dona los millones, y verás como se aceleran las gestiones para mi Dispensa Papal.

Otra vez tuve que hacer un esfuerzo para no descubrir su jugada allí mismo. ¡Qué cara más dura!

--No te preocupes, que en cuánto te la concedan... esa... la dispensa... nos casamos, y a vivir nuestro amor en la pobreza.

--¡Ah! Pero... ¿No los vas a donar ya?

--No mi amor, eso requiere su tiempo. ¿Y si te la niegan?

Y para no darle tiempo a pensar, salió la puta que llevaba dentro; me bajé "a sus infames" y empecé a succionar su enorme pene de tal forma, que, se centró en la felación.

--¡Uffff! cariño. ¡Pero qué bien me lo haces!

--¿Te gusta, cielo mío?

--¡Me matas...!

Menos mal que eyaculó en unos segundos y se quedó dormido como un bebé, por lo que no tuve que seguir con la farsa que tanto me desagradaba.

(8,69)