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Mis cuentos inmorales. (Entrega 11)

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Aquella moza del metro

A finales de diciembre de 1960, después de tres meses de instrucción militar, fue destinado a un puesto de la Guardia Civil de la Provincia de Alava. Vuelvo a pedir disculpas a mis lectores por ser tan engreído; pero la verdad; el uniforme me sentaba tan bien y realzaba mi figura, que más de una nena me miraba con descaro.

Antes de relatar lo que pasó en el cuartel, voy a contar una anécdota que tiene su gracia, ya que no es no habitual que las mujeres se dejen tentar en los transportes públicos. Esto sucedió en el metro de Madrid, unos días antes de incorporarme a mi destino.

Tomé el metro en la estación de Manuel Becerra, la más próxima al domicilio de mis padres donde a la sazón vivía. Me situé en una de las paredes del vagón, al final, justo a la última puerta; con mi uniforme y tricornio bien plantado.     En la siguiente parada; Goya, entró una avalancha de personas que lo llenó a tope, hasta el punto, que otras empujaban desde fuera para poder entrar; y por casualidad o adrede, una chica de unos veinte años plantó su culo entre mis piernas.

No era lugar ni momento para darse un lote, y menos de uniforme, por lo que opté por retirarme de esa ubicación, entendiendo a priori, que había sido una casualidad que la moza aterrizara su ojete precisamente ahí.

Con bastante dificultad, ya que estábamos como sardinas en lata, aparté "mi paquete" del tafanario de la moza, ya que amenaza en ponerse bravo; pero a la mozuela al parecer le molestó que retirara mis atributos de macho del "valle de sus nalgas", (léaseraja del culo) y la muy descarada, otra vez que lo coloca donde estaba hacía unos segundos.

-¡Pero leches! La cosa estaba clara: su culete disfrutaba notando mi bulto.

-¡Pues toma paquete!Pensé para mí. Y en uno de los traqueos del tren, empujé de tal guisa sobre aquella masa carnosa, que su dueña me miró de reojo y trazó una sonrisa que claramente quería decir: "empuja más".

Y así fue. No despegué "mi nabo" del culo de la chicuela hasta la estación de Sol en la cual se bajó, no sin antes echarme una mirada tan seductora que me invitaba a que me fuera con ella.

Para sentir mejor sus protuberancias y ella las mías, la rodilla de mi pierna más propicia se la metía por su raja (la del culo) la otra, obviamente por la posición que nos hallábamos no podía.

Es muy excitante pegar el rabo en el culo de una desconocida en un transporte público, y si es joven y guapa como aquella más. Lo apasionante radica en lo sibilino de la acción y en la presa, ya que hacerlo a la novia o ligue de turno no mola. Pero ¡ojo! Que también tiene sus riesgos, ya que lo más probable es que la moza que sienta en su trasero algo duro se despegue, o que te arme una que te puede poner la cara como un tomate.

Fueron unos quince minutos apasionantes los que duro el metro-polvo, y si no me corrí fue porque la niña se apeó en Sol; si se hubiera bajado en la siguiente estación; Ópera, seguro que hubiera almidonado los calzoncillos.

 

El Brigada, su hija, y la madre que la parió

Después de la Epifanía de los Reyes Magos del año 1961, salí rumbo a mi nuevo destino; que como ya he apuntado era una pequeña localidad de la provincia de Alava, y allí ocurrió el evento que voy a relatar.

El brigada comandante del Puesto (Cuartel) al cual fui destinado, tenía una hija algo mayor que yo. ¡Y mira que mi padre me lo había avisado!

-¡Hijo! Dónde mores jamás te metas con las esposas o hijas de los guardias, pues te verás en muchos compromisos si lo haces.

¡Pero claro! Esos consejos a un don Juan como yo cayeron en saco roto, y si la niña se enamoró de mí nada más llegar al cuartel. ¡Qué quieren que le haga!

La moza era novia de un alto ejecutivo de una empresa de automoción en la zona, por lo que el novio era del agrado del papá brigada y mucho más de la mamá brigadesa. Pero tuvo que llegar un niño guapo de Madrid para "joder la marrana". ¡Y bien que la jodí!

Para un joven de 20 años y con ínfulas de conquistador, (me viene de familia, ya que se contaba que una se suicidó por el desamor de mi padre), unido a que en esa localidad pequeña no había lugares como en Madrid para ir a "la caza del conejo", no me resistí a las insinuaciones tan descaradas que me hacía la moza.

No llevaría en el cuartel más de una semana, cuando haciendo guardia de puertas. O sea: de portero del cuartel un día frío del mes de Enero...

-Hola Félix, ¿Te apetece un caldo de cocido bien calentito?

Lo que me apetecía de verdad, era echarle "un polvete", pero como tenía novio y era la hija del jefe, ni se me pasó por la cabeza tan descabellada idea.

-Ya lo creo Sara (vamos a llamarla Sara), un caldito a esta hora (sobre las 12:30) viene de maravilla.

-Ahora te lo bajo.

Salió Sara del cuarto de guardia donde me hallaba cubriendo el servicio; y a los pocos minutos bajaba con una taza (más bien tazón) de un caldo que humeaba.

-¡Qué rico está! ¿Lo has hecho tú? Le pregunté con el fin de halagarle.

-Parece que eres caldero, ¿verdad Félix?

-Pues sí, mira. Tanto me gustan, que me los hago hasta de Avecrem o caldo Maggi.

-Se nota, porque te lo has tomado con mucho gusto.

-¡Joer! Sara. Es que este caldito tenía sustancia el condenado.

Observé satisfacción en su semblante, y aquí es donde empecé a entender que Sara venía a por mí; que su novio le importaba un comino.

Juro por Dios que hoy me arrepiento de lo que hice, porque destrocé una relación y la ilusión de una mujer, aparte del problema que supuso para la familia, pero es que, con 20 años, un hombre es capaz de cometer las mayores locuras conscientes o inconscientemente. Pero sigamos con la narración de los hechos.

Digo que vi en Sara, (a pesar de no ser un experto en interpretar las intenciones del alma femenina) el deseo de estar conmigo, y aunque no tenía claro el enrollarme con ella pudo en mí más el deseo carnal que la sensatez, y me dejé hacer. Al día siguiente...

...Venía de hacer el servicio de carreteras con otro colega. (Los servicios exteriores se hacen pareja) De ahí el dicho de: "la pareja de la Guardia Civil".

Sara estaba asomada al balcón de su habitación. Al verme (seguro que estaba esperando mi llegada) bajó al patio, acceso por donde forzosamente tenía que pasar para llegar al pabellón donde dormían los solteros. (Yo era el único soltero).

Esperó a que mi compañero con el que venía de hacer el servicio desapareciera por el patio rumbo a su pabellón de casado, para decirme:

-Hola Félix. ¿Qué tal el servicio?

-Un poco cansado, hemos estado toda la mañana andando.

-¿Te apetece otro caldito?

-Con estos fríos, y a esta hora, vienen de maravilla.

Voy a hacer un inciso en la narración para contar unos hechos que sucedieron paralelamente,

 

Las dos hijas del tío Nicasio

A pocos metros del cuartel había una fonda en la cual hacía mis comidas: la fonda de Nicasio.

Tenía dos hijas a cuál más feas y gordas como la madre. La pequeña, más "percherona" que la mayor tenía unas piernas que ya las hubiera querido para si Kubala, y la cara siempre colorada. La verdad que no me gustaban absolutamente nada.

Pero eso de ser guapo, no se crean los feos que es una gran ventaja; y si además de guapo eres sentimental y buena persona, lo tienes muy complicado. Verán.

La nena menor, la de las piernas gordas y la cara siempre colorada, me atizaba unos platos de comida que se no los asaltaban un gitano, me decía.

-Vamos Felisín (no sé porque narices me llamaba así) lo cual no me gustaba pero que nada. -Que estás muy delgadito, y tienes que comer más.

Al principio, no le di más importancia que la de ser amable conmigo, hasta que un día, dos antes de abandonar el cuartel...

...Luego contaré que pasó. Ahora vamos a volver con Sara.

Sara subió a su casa, y yo me dirigí al pabellón de los solteros, donde ya he dicho que yo era el único núbil que había en el cuartel.

Como al cuarto de hora, llamó a la puerta; la verdad que no esperaba que llegara hasta mi dormitorio.

-¡Cómo te has atrevido a venir hasta aquí! Le dije preocupado. ¡Mira que si te ven!

-No te preocupes, me he asegurado que nadie me vea. Además es la hora de la siesta y mis padres duermen.

-¿Y tú, no te echas la siesta? Pregunté con cierta malicia en mi voz.

Se puso un poco colorada, ya que había captado en mi tono la carga de intención que llevaba. Me di cuenta al instante que me estaba pidiendo un beso; y sin medir las consecuencias, y sabiendo que podría buscarme un lío muy gordo, no pude evitarlo...

Mis veinte años...

En aquel pueblo...

Lejos de mi Madrid...

De mis amigos...

Me lié la manta a la cabeza, la tomé en mis brazos y la besé apasionadamente durante un tiempo interminable. No sin antes retirar de sus manos la taza de caldo humeante que con tanto amor me traía.

Debo confesar, que, nunca estuve enamorado de Sara, y que inconscientemente le hice mucho daño. ¡pero coño! es que era la única mujer soltera del cuartel, aunque como ya he apuntado tenía novio.

Para descargar mi conciencia diré que fue ella la que provocó mis ansias de mujer en aquella situación. Fue cual Eva que, en vez de manzana, con un caldo del cocido me tentó; y yo, cual débil Adán sucumbió a sus encantos.

Era una mujer muy atractiva, rubia, melena en cascada hasta los hombros. Boca muy bien dibujada, aunque algo finos los labios. Ojos muy azules, preciosos, que le daban a su mirada el tono del horizonte del mar en un día de luz. Tenían un brillo especial que alumbraban el ambiente de donde se hallaban.

A mis veinte años había besado pocos labios de mujer, sólo los de Diana María, los de Pepita, y los de Petri. Sara (seguramente porque tenía novio) me besó de una forma totalmente desconocida, ya que nunca había sentido esa fuerza tan arrolladora que imprimió su boca en la mía.

Fue enorme la erección que tuve al instante; jamás había sentido tanta turgencia en mi miembro viril.

-¡Qué me has hecho, Sara! Sólo pude balbucear.

-Lo que he deseado hacer con ansia ilimitada el día que llegaste. Me enamoré de ti, al instante.

No podía soportar más aquella presión en mi bragueta; ella se dio cuenta al instante y se arrodillo frente a mí. Sus manos desabrochaban los botones con una serenidad pasmosa; me temblaban las piernas.

Cuando se introdujo en "el interior de la jaula", en busca del ave que la habita para concederle la libertad tan ansiada; y cuando comenzó a besarle con sus labios y con su lengua...

Fue le delirio...

La apoteosis...

El arrebato...

... Aquellos labios circundando la superficie de mi glande me trasladaron a un mundo desconocido; era la primera vez que me "la mamaban".

-¡Joder! Que placer más inmenso.

Sara sorbía de mi polla a la vez que con ambas manos me masajeaban los testículos, que parecía que me iba a electrocutar, puesto que una especie de corriente eléctrica circulaba desde la planta de mis pies hasta la nuca.

-Para... para... por favor Sara... que no lo resisto.

-Cariño, túmbate en la cama y relájate. Me dijo con esa carita de ángel divino que tenía.

Y así lo hice, pero antes ya me había quitado las botas, el pantalón y los calzoncillos. Allí quedé tumbado, boca arriba, con el pene en su máximo esplendor.

Se tumbó a mi lado, los dos de costado ya que el catre era de un sólo cuerpo. Ella en braguitas y sujetador; yo, sólo con la camiseta.

-Cariño, me dijo mirándome a los ojos, los cuales los tenía a escasos 20 centímetros de los míos. Su aliento me quemaba. -Te prometo que soy una mujer muy decente; ya sabes que tengo novio, y si he hecho esto contigo, ha sido porque una fuerza irresistible me ha conducido a ello.

Ya repuesto algo de la impresión, le dije.

-Sara... balbucee, estoy confundido. Has llegado a mi vida como un ciclón, sólo tengo 20 años, sin experiencia... y además tú... la hija del brigada...

-Estoy dispuesta a jugármelo todo por ti.

Y aquí estuvo mi error, ya que en aquel momento sólo deseaba follar, y ante el temor de desilusionarla, le dije lo mismo: que yo también me había enamorado el mismo día que la vi.

Jamás había sentido las entrañas de una mujer, como lo sentí con ella. Fornicar en los años sesenta en plena Dictadura con una mujer decente, no es que fuera un difícil, era casi un milagro.

¡Cómo me folló Sara! Nunca se me olvidará, aunque viviera mil años Y además en una cama. Mi follada anterior salvo con Petri, habían sido malamente en parques y en tapias con poca luz, y casi siempre de pie. ¡Por cierto! que mal se jode en esa posición.

Se despojó de sus braguitas y sujetador, y me quitó la camiseta. Intentó montarse encima de mí, pero yo prefería hacerlo al revés, deseaba tenerla presa entre mis brazos para entrar hasta lo más profundo de su ser.

-Prefiero montarte yo. ¿Te importa?

-No, no, me encanta sentirme rodeada y dominada por el macho.

Cuando sus piernas formaron un ángulo de 180 grados, abiertas al máximo que permiten las caderas, y al ver aquella mata de pelo que cubría hasta más arriba de su Monte de Venus; y cuando alzó los brazos para rodear mi cuello y vi sus axilas también cubiertas de vello, me arrebaté. Me acorde de Petri, y lo que le gustó que se las lamiera.

La emoción que sentía es indescriptible, ver las tetas y el coño de Sara ahí mismo; sintiendo la bellezadel paisaje y el aroma de su floresta, para un joven de los años sesenta sin apenas recursos, tener en esa posición a una mujer que siente lo mismo que tú, que está contigo buscando el placer y el amor, sólo era posible en el matrimonio.

Cuando su mano tomó mi pene porque se dio cuenta que no atinaba a la primera, y lo dirigió a la bocana de su puerto casi no lo resisto. Sentía el calor y la suavidad de su vulva tan directamente que parecía que mi corazón iba a estallar. Pero cuando empezó a restregársela en movimientos perpendiculares a la vez que movía el culo en movimientos circulares, no lo podía resistir, por lo que me retiré con un movimiento brusco, de haber seguido tres segundos más hubiera eyaculado un torrente de semen.

-¡Qué has hecho Félix! Si estaba a punto del orgasmo.

-Lo siento Sara, también yo lo estaba, pero quiero prolongar esta situación tan maravillosa.

-Gracias mi amor.

Paramos y fumamos un cigarrillo a medias. Y habíamos perdido la moción del tiempo y del espacio. Juro que no sabía en aquellos momentos si estaba en la Tierra o en el Cielo.

-Sara.

-Dime mi amor.

-¿Te creerías que eres la primera mujer con la que me acuesto?

-No te creo. -¿Nunca has estado con una chica?

-Por amor, nunca te juro que es verdad, sólo he estado con una prostituta.

-Se nota. Me dijo un tanto sarcástica.

-¿Y eso? pregunté intrigado.

-Porque te temblaban las piernas y no atinabas a meterla.

-Es cierto Sara, apenas tengo experiencia sexual.

-No te preocupes, que yo te enseñaré.

-¿Y tu novio?

-No me hables de él ahora, ¡por favor!

-¿No le quieres, verdad?

-La verdad que no, es un compromiso que nunca debí aceptar, pero mi madre le adora; es un buen chico y con un gran porvenir. Pero no le quiero.

-¿Te molesta si te pregunto si follas con él?

-Después de casi seis años de relaciones, ya me dirás. Pero por favor, cambiemos de tema, que me enfrío.

Instintivamente sin mediar palabra nuestras manos se dirigieron a nuestros respectivos sexos. Tocar su vulva era una gozada, sobre todo manipular aquella especie de lengüita que le afloraba por su rajita, tan suave, tan delicada. (Luego supe que son las ninfas o labios menores) y que algunas chicas lo tienen tan desarrollados que les sobresale de la vagina. Creo les llaman "orejas de elefante".

Al instante otra vez estaba en plena erección, se me había bajado un poco en el transcurso de la breve conversación.

Salté sobre ella con un ímpetu inusitado, pero con delicadeza...

Se abrió de piernas y me ofreció su húmeda y delicada rosa roja...

Esta vez no hizo falta que su mano guiara el camino hacia el placer.

¡Qué placer más inmenso! la polla me reventaba, y los testículos parecía que iban a explotar de un momento a otro.

-¡Cómo la siento mi amor! ¡Cómo la siento! Me devora las entrañas... Me dijo casi llorando.

Fueron dos orgasmos terribles al unísono. Me tuvo que meter el canto de una de sus manos para que la mordiera y no gritara, ya que los espasmos y sacudidas que daban los disparos de mi semen dentro de su vagina me hacían perder la razón. Ella meneaba el culo como queriendo extraer todos los vertidos de mis testículos a través de mi falo.

Quedamos rendidos, extasiados, suspendidos en nuestra propia felicidad.

Sí, quedé prendado de Sara. Pero... Luego vino lo que tenía que llegar.

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