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Arrepentidos los quiere Dios. (Capítulo 41)

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Capítulo 41

 Llegué a la hora de comer. Mi sirvienta Conchi se había encargado de las labores de la casa durante mi ausencia, por lo que todo estaba en perfecto orden.

--Buenas tardes señora, bienvenida a casa.

--Hola Conchi; ¿Alguna novedad?

--Llamó anoche la señorita Esther, no me quiso decir el motivo; pero me ha dejado este teléfono para que le llame usted.

Esther es la señorita que dejé como encargada de "la Casa" cuando mi marcha a la Isla. Sólo ella y Lopetegui tienen mi dirección y teléfono.

--Te dijo algo más, si era urgente, notaste algo que te llamara la atención.

--No señora, me pareció una señorita muy simpática, sólo me dijo que cuando llegara le llamara.

--¿Y por qué no me llamaste al hotel para notificarme la llamada?

--Esta mañana es lo primero que he hecho, pero me ha dicho un señor, que usted venía para casa.

--Bien Conchi, dame el teléfono que te dejó, que ya le llamaré.

La ducha me relajó bastante, comí frugalmente y me dispuse a terminar de una vez con el tema que me tenía en ascuas.

La fundación Doña Manolita, me importaba un pimiento, porque me di cuenta como me dijo Lopetegui, que era una tapadera para que mis millones fueran a parar a unos fines muy distintos de los que yo pensaba: solucionar muchos problemas de las gentes del pueblo con pocos recursos.

Bien es cierto, que el antiguo párroco don Celestino, hizo buen uso de los dineros que doné a la Iglesia; pero después de la jugada que me tenían preparada los representantes del clero de esta Diócesis, tenía muy claro, que ni una peseta pondría en sus manos.

Estaba a punto de cumplir los cincuenta y uno, y otra vez me hallaba en el fondo del pozo de mis penas.   Eso de que con pan son menos, podría servir para los pobres, pero para los millonarios no. Porque con dinero se podrá comprar todas las voluntades, pero los sentimientos nobles no tienen precio.

Después de darle vueltas y más vueltas para encontrar la forma de zanjar la situación que me había creado Sergio, su hermano gemelo, y el Obispo, otra vez fue Lopetequi el que me dio la solución: no hacer nada, absolutamente nada. Dejar las cosas tal como están al día de hoy. ¿Qué podrían hacer en mi contra? Oficialmente nada, ya que nada había firmado; todo eran proyectos verbales.

Pero si siguiera viviendo en Los Alcores, cuando se dieran cuenta que no donaba los millones prometidos, me buscarían las cosquillas de mil formas, y la verdad, no me iba a resultar muy cómoda la vida aquí. Además, ¡Qué podría hacer yo opuesta a las fuerzas vivas de la localidad!

Me acordé de la llamada de Esther, marqué el número que apuntó Conchi y llamé.

--Dígame.

--Hola, ¿eres Esther?

--Sí, soy yo. ¿Y tú quien eres?

--Quién va a ser, cariño. Manolita.

--¡Qué alegría doña Manolita! No sabe cuanto me alegra su llamada.

--Apéame el doña bonita, y llámame de tú, que ya no hacen falta esos formulismos. Dime, para que me has llamado anoche.

--Según me indicaste, dejé a los nuevos propietarios de "la Casa" mi teléfono particular por si se producción llamadas o correspondencia. Y por lo visto les ha llegado una carta del extranjero a la atención de doña Manolita. Quise ir a recogerla, pero como va a tu atención, no me la han querido dar.

--No te preocupes niña, me encargo de recogerla personalmente, ya que tengo previsto ir a Madrid en unos días.

--Espero Manolita que vengas a visitarme.

--No te lo prometo, nena, porque voy volada de tiempo. ¡Por cierto! ¿Qué es de tu vida?

--Me caso Manolita, ¡qué me caso!

--¡No me digas! Me alegro mucho. ¿Quién es el afortunado?

--No te lo vas a creer.

--¿Le conozco?

--Sí, y mucho.

--Venga niña, no me tengas en ascuas. ¿Quién es?

--Don Servando.

--¡El Marqués de Flores del Campo! Exclamé.

--El mismo Manolita, el mismo. ¡Cuántas veces me ha hablado de ti...!

--Mal ¿no?

--Sabes muy bien que no Manolita. Que todos lo que te conocen echan bendiciones de ti.

--Pero estará muy mayor, ¿no?

--Ochenta y un años, los próximos que cumpla.

--¿Se ha quedado viudo?

--¡Qué va! Se ha divorciado.

--Vaya...vaya...vaya... Con el Marqués.

--Pues sí, Manolita. Se encaprichó de mí en el "primer servicio" que le hice.

--A que te bajó las bragas con la boca.

--¡Ja ja ja ja ja! Sí, ¿cómo lo sabes?

--¡Pero hija! Si antes de que tú llegaras a la casa, el Marqués era un cliente VIP.  Me alegro mucho Esther, porque te ha asegurado la vida. No hace falta que te diga como tienes que portarte, porque ya lo sabrás, pero se para él una esposa complaciente.

--¿Y cuándo es la boda?

--Dentro de quince días. El 28 de este mes. ¿Vendrás? Va a ser una boda civil y muy íntima.

--Creo que no, niña. Posiblemente en esa fecha esté fuera de España.

--Una pregunta nena. ¿Cómo vas, suelta o estreñida?

--Ja ja ja ja ja...! Qué mala eres Manolita.

--Cariño... No sabes cuanto me alegro... Dale al Marqués un beso de mi parte. ¡Ah! y dime que recuerdo quieres tener. Me hace ilusión que tengas algo mío en casa.

--No te molestes, ¡por favor Manolita!

Iba a colgar, cuando me dijo.

--Espera, espera... no cuelgues. Hay algo que no te he contado porque como te fuiste a Río de Janeiro a toda prisa, no lo pude hacer.

--Pero si eso pasó hace mucho tiempo.

--Ya... ya... Pero me ha venido de repente a la memoria.

--Pues ya me dirás.

--Verás. Durante tu ausencia en Río, se presentó en la Casa, un caballero de porte muy distinguido; preguntaba por ti.

--¿De unos cuarenta años, alto y muy guapo?

--Sí, sí... Y muy generoso.

--¡Vaya! O sea, que se acostó contigo.

--Ay Manolita, que disgusto. Igual es algo tuyo y metí la pata. Lo siento.

--Tranquila, niña, tranquila. Que no pasa nada. Pero cuenta con todos los detalles, y no omitas nada.

Me contó con pelos y señales toda la entrevista que tuvo. (porque ya habrá adivinado el sagaz lector o lectora, que hablan de Raúl)

Ahora entiendo porqué en el encuentro en Río de Janeiro se tomó con tanta indiferencia mi boda con Adela convertida en Darío. Se sabía "la película".

--Esther.

--Dime Manolita.

--Que impresión personal sacaste de ese hombre.

--Me dio la impresión de que estaba muy triste y compungido, como si una pena le mordiera el alma.

  Seguro que Adela le habría contado la verdad de mi vida, y vino a Madrid para enfrentarse a ella; y el pobre se encontró con esa verdad tan amarga.

--Bueno niña, te dejo. Un beso muy fuerte y mis más sinceras felicitaciones para los dos. Un beso.

--Adiós Manolita. ¡Te quiero!

--Y yo a ti.

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