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Arrepentidos los quiere Dios. (Capítulo 42)

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Capítulo 42

 

Mi primera etapa iba ser otra vez Madrid, porque tenía que recoger esa carta a mi atención. Pero como no me apetecía estar sola, llamé a Sonia y a Oscar para ver si podría vivir con ellos durante mi estancia en la capital.

El problema era, que el piso donde viven es muy pequeño, por eso alquilé un apartamento muy amplio con dos camas de matrimonio en el Centro, en la Plaza de España concretamente. Si acaso no podían acompañarme, ya vería lo que hacía, ya que se puede alquilar por días. De momento lo alquilé por una semana.

Marqué el teléfono de Sonia.

--Hola....

--Sonia, querida, ¿Sabes quien soy?

--Tu voz es inconfundible, Manolita. ¡Qué bueno que me llames! Creí que me habías olvidado.

--Cariño... ¡Pero ¡cómo voy a olvidar a mi niña!

--Eres un amor, Manolita.

--¿Y Oscar?

--Ya no vivimos juntos.

--¡No me digas! ¿Y eso?

--Una pelea que tuvimos.

--Cosa de novios, me figuro.

--No sé Manolita, pero cada vez le soporto menos, ya sabes mis tendencias sexuales; últimamente los tíos cada vez me cargan más.

--Pensaba volver a Madrid, me requieren asuntos personales por un tiempo, y al no apetecerme la frialdad de un hotel, había pensado estar con vosotros unos días.

-- ¡Qué bueno! No sabes cuanto me acuerdo de ti. ¿Y cuándo vienes?

--Pues ya. Mañana mismo.

--¡Qué bueno!

--Oye Sonia.

--Dime, mi amor.

--Que he alquilado un apartamento en el Centro, muy amplio. No es que me sienta incómoda en el tuyo, no. Pero al pensar que íbamos a estar los tres... ¿Comprendes?

--Pues mira, mejor. Y si me llama "el cabrón" de Oscar, que se joda.

--Una cosa Sonia, y no me mientas. ¿Tienes novia? No sé porqué me da, que la pelea con Oscar, es por culpa de una mujer.

--Bueno, algo de eso hay, pero te juro que nada serio, y que no va a interferir para nada nuestra relación.

--Mejor cariño. Te llamo en cuanto llegue a Madrid.

El reencuentro con Sonia fue más emocionante que emotivo. No sé, Sonia me inspiraba deseo, lujuria, pasión, pero no ternura como me infunde Margarita. ¡Oh Dios! ¡Qué será de ella!

 --Que Sonia es una mujer diez, no hay ninguna duda. Sus veinticinco años son tan esplendorosos como debieron ser los Jardines de Babilonia. Pero quemaba, ardía sólo con su mirada. Creo que es una mujer de cuadro de pinacoteca, para admirarla, para adorarla, pero prohibido tocarla.

--Su boca se llenó de alegría al verme.

--Mi muy querida Manolita. No sabes lo que me alegra verte.

--¡Cielo! Le dije a la vez que me besaba en la esquina de los labios. No pareces muy afectada con la ruptura de Oscar.

--¡A ese...! Ya le pueden ir dando por el culo.                 --¡Ah! antes que se me olvide, toma la cinta que grabó de la conversación del fulano que le dijiste. No se me vaya a olvidar. ¿Resultó la farsa?

--¡Genial! Sencillamente genial. El fulano se la tragó hasta la médula.

--Me alegro.

--Vamos a comer niña, que tengo hambre ¿Te apetece comer en Horcher?

--¡Uy! no creo que haya mesa, hay que pedirla con bastantes días de antelación. Y además, ese restaurante es muy caro.

--No te preocupes por ese detalle, vamos.

Entramos en el restaurante; yo, con unas gafas de sol que me tapaban media cara, y una pamela de alas muy anchas. No quería ser reconocida por los asiduos del restaurante, otrora, seguros cliente de "mi Casa" de citas.

--Para mí sí, ya verás como Carlos o Aquilino tienen mesa para nosotras. Y no te importe por el precio, quiero para ti lo mejor.

Sonia quedó un tanto asombrada al observar como Carlos Horcher me trataba.

--Mi querida amiga Manolita. ¡Benditos son los que te ven!

--Ya ves, desde que dejé "la Casa" no he hecho nada más que dar tumbos por ahí.

--¡Anda qué no se comentaba en las sobremesas las delicias de "tu Casa"!

Sonia escuchaba, pero no se enteraba de nada.

 --¿Y quién es esta monada? Me preguntó Carlos mirando a Sonia.

--Una buena amiga, pero no saques conclusiones precipitadas, Carlos. Que no van por ahí los tiros. Te la presento.

--Sonia, aquí Carlos, un buen amigo.

--Encantado Sonia. Mientras hacía el clásico besamanos

--Lo mismo.

Sonia la pobre, seguía in albis.

--Pues nada Manolita, a mandar, ya sabes que esta es tu casa. Dijo Carlos, tan servicial como siempre.

--¿Nos puedes ubicar en un sitio discreto?

--Sí, porque como os sitúe en el centro del comedor, se les van enfriar los solomillos a los comensales. Dijo Carlos con su habitual ironía.

--Nos acomodó en una esquina reservada para los clientes VIP.

--Sonia miraba la carta y no sabia que pedir.

--Vamos a pedir las especialidades de la casa, verás que cosas más ricas.

Efectivamente, Sonia degustó las delicatessen que elabora Horcher con esa maestría tan artesanal.

--Ya quisiera Oscar guisar así. Comentó Sonia.

--¡Ah, sí es verdad! que Oscar es cocinero.

--¡Cocineroooo! Cocinilla más bien, diría yo.

--Manolita. Te puedo hacer una pregunta íntima. Me dijo muy seria.

--¡Claro cielo! Pregunta lo que quieras, para eso somos amigas íntimas, ¿o no?

--Claro, tonta. ¿Acaso lo dudas?

--Venga esa pregunta.

--¿Quién eres? de verdad que tienes una personalidad arrolladora, y se te abren las puertas allá donde vayas.

--¿De verdad quieres saberlo?

--Ardo en deseos.

--Soy la Manolita que hace casi veinte años se folló a tu tío. Si vamos a ser amigas de verdad, fuera secretos.

--Se quedo la pobre Sonia como un pasmarote, con la boca abierta. Pero a los cinco o seis segundos, le entró una risa de esas que llaman tonta, que no podía aguantarse.

--¡Ay... ay...! ¡qué me meo! ¡qué me meo!

--¡Por Dios Sonia, contente! Qué estás llamando la atención.

--Increíble, Manolita, increíble... Si se enterara mi tío... ¡Me meo de la risa... me meo...! Ya decía yo que tenías que ser alguien muy importante.

Salimos del restaurante del brazo y más amigas todavía si cabe; lo de su tío conmigo, parece ser que se lo había tomado como lazos de sangre; me dio un beso en la puerta de salida y me dijo.

--¡Te quiero, "tiíta"!

Y siguió riendo y diciendo

--¡Ay que risa, me meo, me meo! ¡qué me meo!

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