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Arrepentidos los quiere Dios. (Capítulo 43)

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Capítulo 43

Pasamos la noche en el apartamento alquilado de la Plaza de España. Sonia estaba tan interesada en conocer mi vida pasada, que apenas hicimos el amor. Estuvimos tan abrazadas hablando y hablando, que se nos fue la noche en un suspiro.

Su morbo era insaciable, no tenía fondo, quería saber más y más de mi etapa de prostituta.

--¡Cuenta, cuenta Manolita! ¡Cuéntame todo, todo, todo... no dejes ningún detalle! Eres como una película de suspense. Cuéntame lo de ese Marqués tan guarro.

--Mi querida niña: Los hombres, (me acordé de Raúl en ese momento) bueno, todos no; pero a la mayoría les prima el sexo de tal forma, que algunos son capaces de cometer las mayores aberraciones por satisfacer sus bajos instintos. Le di un beso fugaz en los labios y continué mi relato.

Ese Marqués era... y me figuro que seguirá siendo una gran persona, pero infeliz en su matrimonio, ¿Sabes porqué?

--No, no. ¿Por qué?

--Porque su señora no era capaz de satisfacer sus bajos instintos.

--Jopé Manolita... pero es que la escatología es muy fuerte; eso de que tu marido te pida que le hagas "popo" encima... es fuerte... muy fuerte.

--Sí, corazón, es demasiado fuerte, tremendamente asqueroso y repudiado por la sociedad, pero es un hecho como la vida misma. Hay hombres como el Marqués, conscientes de sus miserias sexuales, pero incapaces de superarlas.

--No es triste eso, Manolita.

--Sí, pero las prostitutas no tenemos culpa de las aberraciones de los hombres; al contrario, gracias a nosotras ellos son felices, descargan sus detritus, y ¡hala! a dar la imagen de hombres intachables ante la sociedad. Le di otro besito y seguí con el relato.

--Por ejemplo, tu tío. ¿Vive todavía?

--¡Jo, que si vive! Y con una salud de hierro.

--Tu tío, que predicamento tiene en su entorno.

--El de una persona irreprochable, católico y de ir misa todos los domingos y las fiestas de guardar.

--Y también ir de putas con mucha frecuencia.

--Ja, ja, ja con mi tío. ¿Folló muchas veces contigo?

--No, sólo una, y en mi etapa final.

--¿Y eso?

--Porque yo era materia reservada, sólo tuvieron acceso a mi cama contados clientes durante muchos años. A la muerte de la dueña de la casa, mi siempre recordada doña Patrocinio cambiaron las cosas, y aunque yo apenas ejercía, recuerdo que a tu tío le recomendó un gran amigo común...

--¿Quién?

--Déjalo estar, ese detalle esta fuera de contexto.

-Vale, vale. ¿Y cómo te acuerdas de mi tío? ¿Si eso pasó hace casi veinte años? Tenía yo seis.

--Le recuerdo por dos detalles.

--¿Qué detalles?

A Sonia le hacían los ojos chiribitas.

--Porque era un hombre muy alto para la media del varón de la época.

--Sí... sí... Mide más de uno noventa. Apostilló Sonia. ¿Y lo segundo?

--No te rías. Porque la tenía muy pequeñita.

--¡Sí! ¡No me digas! Con lo grande que es.

--Eso no importa, hay enanos que la tienen más grande que su cuerpo.

--¡Hala! exagerada.

--En proporción sí. Una de "mis niñas"me contaba que algunos hombres muy bajitos la tienen descomunal. A uno le llegaba en estado flácido hasta las rodillas.

--¡Hala...! Oye... ¿Qué tal se portó, que le hiciste?

--Para, para... vamos por partes. ¿Pero de veras quieres que te lo cuente?

--¡Sí, sí! Eso no me lo pierdo por nada del mundo.

--Más que hacerle, me lo hizo él a mí. ¡Mira Sonia! Mejor no te lo cuento, que es tu tío, ¡coñe! y a ver si por contarte sus caprichos, le vas a mirar ahora con otros ojos.

--No me dejes así. Mira que me visto y me voy.

--Pero antes déjame que te de un beso, cariño,

--Sí, mi vida ¡Qué me estás poniendo de cachonda...!

Según le tenía abrazada, con mis piernas estiradas, flexioné la derecha de modo, que, la cara anterior de mi muslo se pegó literalmente contra su pubis. Al sentirla se adhirió más a mí; y con su mano izquierda, alzó su pecho derecho y me metió su pezón en la boca para que se lo mamara.

Mientras yo chupaba de aquella "rica cereza", ella no cesaba de frotar su clítoris contra mi muslo. Suspiraba con tanta fuerza, que me sentía muy ufana de poder conceder a criatura tan divina, ese placer.

--¡Me corro, Manolita... Ahhh... me corro!

Fue tan fuerte su abrazo postrero, que me hizo daño; pero al ver la expresión de su bello rostro desnaturalizado por ese orgasmo tan bestial que tuvo, me sentí tan satisfecha como si hubiera sido mío.

Quedó desparramada por la cama, totalmente rota, pero con una expresión de felicidad, que me confirió el gran placer que concede el ver a otro gozar.  

--¡Ufffff Manolita!

Quedamos allí las dos calladas. Miré al reloj de la mesilla y eran la cuatro y cuarto de la mañana.

--¿Dormimos, cariño?

--No, no. Hasta que no acabes lo de mi tío, no ¡Porfaaaa! Me pidió con carita de lástima.

--¿Por dónde iba?

--Por lo que te hizo mi tío.

--¡Ah, sí! Ya te digo, la tenía muy pequeñita.

--¿Pero te la metió?

--Espera, espera... no me la llegó a meter porque se empeño que le pusiera el culo en la boca, mientras él se la meneaba.

--¡Pero será guarro! ¿Y te lamió el ojete?

--Pues claro tonta. A muchos señores mayores no se les pone tiesa del todo; les gusta meneársela "comiendo culo"Y así "se fue" él solito.

--¡Joder...joder... joder...! ¡Si se enterara mi tía! que le tiene por un dechado de virtudes.

--No sabes bien, como eran los hombres de aquella época.

--Una pregunta también fuera del contexto, y si quieres no la respondas. ¿Cuánto le costó hacer esa guarrada?

--Para que te hagas una idea, lo que ganaba un albañil en un mes.

--Ya veo ya.

El reloj de la mesilla, marcaba las cinco y diez.

Al momento, nos quedamos dormidas abrazas una a la otra.

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