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Tres calientes experiencias con Vany

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Por Werther el Viejo

 

1.- Feliz cumpleaños, feliz

HABÍAMOS celebrado mi cumpleaños cenando en casa, los dos solos, a la luz de las velas de un par de candelabros. Habíamos disfrutado de tostas de salmón y casi cuatro docenas de ostras, ahogándolo todo en cava brut nature. Ahora, recostados en el sofá, intentábamos digerirlo mansamente, arrullados por la voz vaginal de Roberta Flack.

-¿Ponemos un vídeo? -propuso Floren-. ¿El del pintor y las modelos? 

-Bueno -sonreí-. Como te mola el pedazo de "brocha" de ese tío.

-Y a ti los culitos virtuosos de las dos putillas, ¿o no?

-De acuerdo.

Apenas habíamos visto cinco minutos de la historia, cuando llamaron a la puerta. Floren se levantó de un salto y, ante mi sorpresa, corrió a abrir mientras exclamaba: 

-¡Aquí llega tu regalo!

A poco, volvía, acompañada de una pelirroja que a primera vista parecía estar muy buena. 

-Cariño, esta es Vanesa. Una amiga. 

Tras el breve intercambio de frases corteses, Floren le pidió a su amiga que se sentase en el sofá a mi lado. Luego, le ofreció una copa de cava. Yo estaba realmente desconcertado, porque nunca me había hablado de Vanesa. Y, probablemente por culpa del alcohol, no acababa de entender muy bien lo del regalo. Quizá, por eso, dejé que ellas llevasen la iniciativa.

Vanesa insistió en seguir con el vídeo: 

-¿De qué va? ¿Es un trío o una orgía? -su voz resultaba inquietante.

-Trío -respondió Floren, sentándose a mi derecha. Quedé así en medio de las dos, tan vulnerable como el jamón de un bocadillo.

Tanto Floren como yo nos sabíamos el vídeo de memoria. El pintor estaba a punto de ensartar con su cipote de caballo el culo de la modelo rubia. La otra, la morena, con movimientos gimnásticos acabaría debajo de ambos, lamiendo el coño de su compañera.

Vanesa parecía muy interesada en la escena. La estuve observado. A pesar de la pobre luz de las velas, me pareció que se había pasado un poco en el maquillaje. Aunque extremadamente femenina, todo en ella era llamativo: la media melena esponjada y fulgurante, los ojos verdes, la boca muy perfilada por el carmín, las tetas de flan que palpitaban bajo la blusa negra y transparente, los muslos largos que escapaban de la minifalda.

-¿Te gusta mi regalo? -me susurró Floren, metiéndome la punta de la lengua en la oreja.

Sin esperar respuesta me bajó la cremallera de los pantalones y me sacó la verga que comenzaba a ponérseme dura. Intenté volver la cabeza hacia Vanesa, pero Floren me la agarró con fuerza y la atrajo hacia sí. Se había levantado el top hasta el cuello y me encontré con uno de sus pezones en la boca. 

Mientras se lo chupaba, sentí como me pajeaba. Lo hacía mucho más hábilmente que nunca. Me acariciaba suavemente el capullo con la yema de los dedos, me repasaba con delicadeza la zona del frenillo y, en el momento oportuno, me apretaba el tronco para soltarlo de inmediato y volver a empezar. 

De inmediato, oleadas de escalofríos eléctricos saltaron de mi polla y fueron chisporroteando por todo mi cuerpo. Se me había hinchado el glande y la tensión me lo ponía muy sensible.  Así que cogí la mano que me masturbaba para detenerla... Y resultó que era la mano de Vanesa. Se había quitado la blusa y la minifalda. Sólo llevaba ahora un tanga negro. 

Floren, riéndose de mi sorpresa, animó a Vanesa a practicarme una felación. Al instante, sentí como me sorbía el pene como una ventosa gigante. Me pasaba la lengua por debajo del reborde del capullo. Lo dejaba escapar, chupeteándolo, y volvía a tragárselo golosamente. 

-¡Para, tía, para! -le grité

Me lo soltó y, aunque no llegué al orgasmo, no pude impedir que por la punta del balano asomasen unas gotitas de semen que Vanesa lamió con fruición.

Enseguida, Floren y yo nos quedamos en pelota picada. Ella se tendió sobre la gran alfombra, que cubría el suelo de la habitación. Se abrió de piernas, liberando su coño palpitante, bajo la mata de vello rizado, y me retó a un 69. Gateando sobre su cuerpo, le metí la lengua profundamente en aquella raja húmeda y dilatada. Noté como ella me cogía el miembro y lo chupaba como si disfrutase de un helado. Yo profundizaba con un par de dedos en su vagina caliente, en busca de algún punto G. O le propinaba largos lametones y le sorbía el clítoris una y otra vez. 

Nuestros jadeos, nuestros gritos guturales, nuestros lamentos de placer, se solapaban sobre los del vídeo. En aquel momento, yo ya había perdido la noción de casi todo. Tenía una ganas locas de correrme chupado por Floren y, sin embargo, le iba arrancando mi polla de la boca, justo a tiempo para aguantar un poco más. De todas maneras, sabía que de un instante a otro no iba a poder controlar mi sistema nervioso y acabaría soltándolo leche sin remedio. 

Supongo que ya estaba casi en ese punto sin retorno, cuando sentí como el dedo de Floren se deslizaba lentamente dentro de mi culo. La muy zorra , con su saliva, había lubrificado mi ojete abundantemente y me había masajeado muy bien el esfínter. Más hábil que nunca, había conseguido que mi ano se relajase. Me acariciaba el escroto, los cojones y, luego, añadía un nuevo dedo, profundizando con ambos. Esa maniobra me desconcertó un poco. Retuve la respiración y se me encogieron algo las pelotas y el capullo, que debía estar hinchado al máximo. Esperé unos segundos, intentando disfrutar de esta nueva situación todo lo posible. 

Entonces sentí como los dedos eran sustituidos por algo más carnoso, más denso, pero más flexible, que se abría camino fácilmente por el canal del ano. Giré la cabeza asustado y, de reojo, vi a Vanesa casi cabalgando sobre mi trasero. O sea que Vanesa era en realidad Vanesa/o y, ¡el muy maricón me estaba dando por el culo! 

-¡Ey, hijaputa te voy a partir la cara! -grité, mientras intentaba incorporarme. Pero Vanesa/o se había agarrado bien a mis nalgas, mientras bombeaba furiosamente su rabo dentro de mí, y no me dejaba enderezar. Por otra parte, Floren se metió ahora toda mi polla en la boca, hasta la garganta, y la chupeteó de tal manera que hizo hervir de golpe toda la leche que retenían mis huevos.

¡Dios, Dios,Dios, qué corrida..! Creía que me estallaba la medula espinal. Temblaba, me estremecía, todo mi cuerpo era puro estertor. En una de esas sacudidas, mi cipote, como el tapón de un cava, salió disparado y chorreando de la boca de Floren, y fue liberando hilos de semen a diestro y siniestro. 

Finalmente, mientras hundía la cara en el chocho supermojado de Floren para chuparle a fondo el clítoris, contraje espontáneamente el esfínter anal y noté toda la lujuria de la picha de Vanesa/o, follándome sin tregua. Lo curioso es que yo comenzaba a sentir una extraña sensación por todo el perineo, muy placentera, que prolongaba el placer de mi orgasmo. De hecho, mi polla se mantenía bastante dura. Al menos lo suficiente para que Floren me la siguiese mamando dulcemente. 

Vanesa/o se corrió en seguida, gruñendo y chillando histéricamente durante un buen rato. Casi al mismo tiempo, Floren tenía unos de sus gloriosos orgasmos finales. Convulsionándose como una endemoniada, me aprisionó la cabeza entre sus muslos. Luego, sobreexcitada me apartó la cara de su coño que olía a algas. Y se estuvo metiendo los dedos en aquella raja llena de saliva, como si quisiera taponarla para que no se le escapase ni una gota de aquella gozada. 

Yo aproveché la más mínima oportunidad para liberarme de ambas y dejarme caer en la alfombra al lado de Floren. 

Ella se volvió hacia mí, cuando ya comenzaba a relajarse.

-Qué pasada, amor. Si te hubieses visto... -me dijo, mientras se quitaba restos de semen que se escurrían sobre su piel-. Vaya manera de correrte...

Seguramente, yo tenía en aquel momento cara de circunstancias. Me escocía el culo un montón, pero mi cuerpo era también un manojo de sensaciones cachondas. Por eso, no sabía si encolerizarme o echarme a reír. 

Vanesa/o (Vany, como nos pidió que la llamásemos) nos observaba, sentada y recostada contra la pared, con las tetas enhiestas e impecables y el rabo, ya muy arrugado, sobre sus conjonzuelos. Me miraba con cierto temor, con cierta inseguridad. Al fin se decidió. Frunció la boca, con un mohín muy femenino, y me soltó:

-Tranqui, tío, te he puesto vaselina y he usado un condón. 

Tanto a Floren como a mí nos entró un ataque de risa que aún nos dura cuando recordamos ese cumpleaños.

*****

 

2.- Vany nos trajo orquídeas

VANY vino por segunda vez a casa, días más tarde,  con un enorme y barroco cesto de flores. Rosas, claveles, petunias, junquillos, algún hibisco y algunas margaritas... y, en lugar predominante, tres orquídeas tropicales. 

Cuando yo llegué, Floren y ella estaban tomando té verde "sin leche ni limón: solo un poco de azúcar". El "jardín" que había traído reposaba sobre un velador de la sala de estar. Lo vi en seguida y quedé realmente impresionado. Especialmente, por las espectacularidad de las orquídeas. Siempre me han parecido flores muy sensuales, de una morbosidad estremecedora. Y allí estaban, en el centro del ramo floral, como tres hermosas vaginas aterciopeladas, a punto de atrapar y devorar cualquier falo que estuviese a su alcance.

-Cariño, Vany nos ha traído flores -me anunció Floren, al verme entrar.

-Hola, guapetón -era Vany, que se incorporó y, cimbreante, vino hacia mí para besarme las mejillas amistosamente. No llevaba hoy la peluca pelirroja, sino su cabello natural, bastante corto y tirando a rubio, lo que le daba un aspecto muy andrógino. 

Me senté junto a Floren para tomarme un whisky.

-¿A qué ha venido eso de las flores? -pregunté.

-Porque sois mis amigos y os quiero mucho -saltó de inmediato Vany.

-¡Vaya...! Brindemos por eso -exclamó Floren y, sin pensárselo ni un momento, corrió en busca de una botella de cava del frigorífico.

Vany, en cuanto la vio, se la quitó de las manos para descorcharla. Desnudó el tapón y comenzó a masturbarlo como si fuese un poderoso glande. Se dio cuenta de lo que, tanto Floren como yo, estábamos pensando y acentuó sus maniobras. Incluso, se puso a lamerlo y a chupetearlo con un gran estilo erótico. El cava estaba muy frío, con el gas comprimido, por eso el tapón se fue liberando muy suavemente y se soltó con un estallido muy tímido.

-¡Córrete, cariño, córrete! -gritó Vany, mientras un chorro precoz de espuma asomaba por el gollete como un borbotón de semen esponjoso. Sin perder un instante, se puso a sorber ese derrame espumoso con la misma fruición que si se tratase del primer lechazo de una polla virgen.

-Deja un poco para mí -le pidió Floren, acercando su copa.

Aunque yo seguí con el whisky, brindamos los tres por este nuevo encuentro "sin rencores", como especificó Vany. 

Confieso que las maniobras de Vany con la botella me habían puesto caliente. Notaba una sólida erección y, buscando mayor comodidad, me había arrellanado en el sofá con las piernas muy separadas. Mano a mano y casi sin pausa, Floren y Vany habían vaciado esa primera botella de cava y abrieron otra. A poco, se dieron cuenta del cambio de volumen de mi paquete y, riendo, se dejaron caer junto a mí, una a cada lado. 

Tal como nos habíamos sentado, casi no cabíamos los tres en el sofá. Floren fue ganando terreno hasta abalanzarse sobre mí y besarme profundamente. Recorrió todos los rincones de mi boca con su lengua que tenía ahora sabor a cava brut nature. Al mismo tiempo, me bajaba la cremallera y sacaba fuera mi verga empalmada. Se montó encima de mi barriga. No llevaba bragas, como solía hacer cuando estaba en casa. Se fue deslizando hacia abajo, hasta que la punta de mi capullo comenzó a abrirse paso entre los labios de su coño. Estaba tan caliente y húmedo como un pozo de arenas movediza. O quizá como una implacable orquídea carnívora. 

-¡Espera! -Vany la sostuvo por el culo para que no se engullese definitivamente todo mi cipote-. ¡Espera! Floren me ha dicho que te haces unas pajas de fábula. ¿Por qué no nos das un poco de espectáculo?

-¿Ahora? -mascullé.

-Sí, buena idea  -era Floren, que ya se había liberado del empalamiento, resbalando hasta mis pies. 

-Estáis locas... No tengo ganas.

En un momento, Floren se quitó blusa y falda y quedó deliciosamente desnuda: las aréolas hinchadas, color café con leche, en medio de unos pechos ligeramente caídos; sus nalgas periformes que dibujan un culo firme y poderoso, capaz de hacerme reventar de gusto cada vez que me lo follo; su maravilloso chocho vellido, de bordes tumescentes que estuchan un clítoris mullido y supersensible...

-Vamos, cariño, yo te ayudo... -me animó ella, mientras me despojaba de los pantalones y del slip.

-Sí, tío, machácatela para mí. -Vany también se había quedado en pelota viva. Me producía una extraña lujuria la ambigüedad de su aspecto. Con aquellas tetas perfectas (combinación de hormonas y silicona) y esa polla, aunque ni grande ni gorda, muy tiesa y de capullo desafiante. 

Vany remató la faena de Floren, abriéndome la camisa de un tirón. Y aprovechando que me estaba liberando de las mangas, me dio un beso furibundo, metiéndome su lengua casi hasta la campanilla. 

-¡De acuerdo! -grité furioso, porque me cabreaba que aquel beso me hubiese puesto tan terriblemente cachondo.

Con la mano izquierda, me agarré la polla, ya muy dura, por la base. Estiré hacia abajo la piel del prepucio hasta descubrir un glande congestionado, tenso y purpúreo. Forme una anilla con el índice y el pulgar de la otra mano y la fui pasando y despasando lentamente por la protuberancia de la corona, casi sin rozarla. 

Pronto oleadas de placer libidinoso recorrieron todo mi cuerpo hasta convertirse en una marejada imparable. Y exageradamente me puse a gritar, a insultar, a blasfemar, a morderme los labios, a contraer los párpados y los esfínteres, y a exigir que me la mamase cualquiera, que alguien me liberarse de la leche acumulada en mis testículos, que me amenazaba con una orquitis fulminante. 

Floren sabía que no tenía que hacerme caso ni tocarme: la norma era que me masturbase a mi ritmo hasta que, retorciéndome de gusto y soltando copos de esperma a diestro y siniestro, me corriese como un mono. Pero Vany no conocía muy bien nuestras reglas. Así que se lanzó sobre mi polla y le pegó una mamada salvaje, succionándome el capullo tan brutalmente que pensé que me lo había arrancado. 

Por suerte, en seguida aflojó un poco la presión de su chupada. Sentí, entonces, que se me abría una brecha desde el cerebro al perineo; que se me licuaban los huevos; y que dominado por un placer doloroso, soltaba varios chorros de cuajada dentro de la boca de Vany.

Cuando saqué mi picha, Floren estaba boca arriba sobre la alfombra, riéndose como una loca . Vany se incorporó relamiéndose los labios. Me agarró por la nuca y me volvió a besar y pasarme aquella lengua carnosa por el paladar. A su paso me fue dejando, con su saliva, residuos viscosos y acres de mi propio semen. Cuando conseguí soltarme, ya me había tragado la mayor parte. Pero, en aquel momento, estaba tan placenteramente aturdido que ni siquiera se me ocurrió escupir el resto.

Iba a enfrentarme con Vany, cuando los gemidos de Floren acapararon mi atención. Se pellizcaba los pezones y se hundía casi media mano en un chocho tan mojado que le dejaba churretes hasta en los muslos.

-¡Qué loca! -exclamó Vany y, sorprendentemente, se amorró al coño de Floren y comenzó a lamerlo con una lascivia increíble. 

-¡Soy tortillera, soy tortillera...! ¡Yo también soy lesbiana! -gritaba eufórica, entre lametón y lametón.

Floren, primero, hizo ademán de rechazarla, pero casi al instante, jadeando como nunca, se abandonó a los acontecimientos. Se manoseaba y se estrujaba las tetas, y las aréolas hinchadas parecían a punto de estallar. Se contraía e intentaba revolcarse a lo largo de la alfombra. Sin embargo, Vany entorpecía sus movimientos, porque la tenía agarrada por las nalgas y las mantenía separadas lo suficiente para abrirle el ojete que a veces recibía algunos lametones. Así siguieron -sin prisa pero sin pausa- hasta que Floren comenzó a penetrase el culo con su propio anular. Supongo que, entonces, tendría más de un orgasmo, acosada por aquella lengua ágil y poderosa. Pero en ningún momento daba muestras de sentirse suficiente saciada.

Curiosamente, aquel espectáculo fue resucitando el colgajo de mi pene. Poco a poco, se iba levantando de nuevo y pronto volvió a alcanzar un grado aceptable de dureza. La cosa mejoró, cuando Floren se zafó momentáneamente del abrazo de Vany. Se tumbó de espaldas sobre la alfombra, con las piernas separadas y encogidas como las pinzas de un cangrejo.  Vany se colocó encima, en  posición de un 69, para comerle el chocho, mientras Floren se puso a chuparle su picha temblona.

Aquello se había convertido de un número fascinante. En uno de los revolcones, habían tirado al suelo el cesto de flores y, ahora, se esparcían por toda la alfombra. Ver, entre rosas, margaritas, claveles y orquídeas, a la putona de Floren tragándose aquella zanahoria de pequeño fauno y al mariconazo de Vany, con sus tetas de ninfa, relamiendo aquella almejota inflamada y jugosa, acabó poniéndome más rijoso que un sátiro. 

Seguramente me habría vuelto a pajear sin remedio, como un salvaje, si Floren no hubiese levantado las pierna para exhibir su trasero casi en mis narices. Me incorporé de un salto,  me arrodillé frente a su culo y forcejeé para hincar mi cipote en aquel agujero lleno de saliva y jugos vaginales. ¡Dios, qué voluptuosa y fácilmente se me hundía...! Sin embargo, cuando casi ya se lo había introducido hasta la mitad , ella sacudió las nalgas frenéticamente.

-¡No, así no! ¡Jódeme como un hombre, maricón! -me pedía a gritos-. ¡Métemela hasta los ovarios, hijo puta!.

Dicho y hecho: mi polla salió de su culo y de inmediato se deslizó, hasta la empuñadura, dentro de aquella vagina babosa y candente que desprendía un fuerte olor marino. Sentí miles de chispazos en todas las terminaciones nerviosas de la piel. Como un potro desbocado, me apliqué en bombearla fondo. Sabía que si seguía a ese ritmo me iba a correr enseguida. 

Vany, encima de Floren,  contemplaba muy de cerca mis bombeos. Y aprovechándose de la situación, la muy zorra la masturbaba, acariciándole el clítoris. Por su parte,  Floren desenfrenada nos gritaba que no parásemos ("¡Así, así...! ¡Más rápido, cariño! ¡Sigue, sigue, siiiigue!").

De pronto, Vany, celosa, comenzó a pedirme que la follase a ella:

-¡Deja a esa puta de una vez y rómpeme el culo, tío!  

Floren reaccionó rabiosa:

-¡De eso, nada, socabrón! ¡Esa polla es toda mía!

Y, no sé cómo, tomó una de las orquídeas y se la enculó a Vany hasta media corola.

-¡Jódete, marrano de mierda!

Hacía tiempo que no veía a Floren tan excitada. Meneaba sus nalgas sin parar,  jadeaba como una desesperada , y, a ratos, ciega de gula, daba largas mamadas a la polla de Vany como si quisiera desangrarla. 

Desgraciadamente, aquella gozada duró apenas nada. Floren, de pronto, tuvo un espasmo que casi la dejó sin aliento. Luego, lanzó un grito de karateka y se convulsionó ("¡Ayyy! ¡Me corro, me corro...!¡ Allá voyyyyyyyy...!") casi como una epiléptica en trance. Yo, que estaba disfrutando hasta el paroxismo, perdí todo control y eyaculé dentro de su vagina todo la leche que me quedaba. 

Vany tardó unos segundos más en correrse. Sacó y metió dos o tres veces su modesta polla en la boca de Floren. Y finalmente, soltando su clásico chillido de histérica, le llenó la cara de escupitajos de una esperma muy líquida.

Entonces, nos soltamos los tres de golpe, como si nos hubiese dado un calambre eléctrico, y quedamos en el suelo, todavía temblando de gusto, cada uno por su lado. 

-Joder, qué borracha estoy -murmuró Floren que se hallaba de bruces, apoyada sobre sus tetas y aireando en pompa su trasero de pera.

Vany se puso en cuclillas para arrancarse la orquídea del ojete y, entonces, se echó un pedo rotundo, gallardo, masculino. Un pedo menos fétido que prepotente, digno del Bello del “Ulysses” de Joyce o del mismísimo Camilo José Cela en el Senado Español. 

Floren, amodorrada por el alcohol, no debió enterarse. Vany me miró, frunciendo los labios a modo de disculpa. Yo no dije nada, pero sonriendo por dentro pensé que con aquel pedo, de alguna manera y tal vez inconscientemente, Vany había querido marcar su territorio sexual.

*****

 

3.- Toda una conjura

FLOREN estaba empeñada en verme follar a Vany. Aseguraba que sólo imaginarlo la ponía tan caliente que se le mojaba el chocho. 

-Ella te la ha mamado y te ha follado, pero tú no -decía-. Ahora, para completar el programa, os  tenéis que montar un sesenta y nueve y, después, le das por el culo.

La verdad es que a mí follarme el trasero de Vany no me parecía especialmente excitante. Objetivamente y en frío, me parecía igual el ojete de Vany que el de Floren o cualquier otro: "con los ojos vendados, no se aprecian diferencias". Por tanto, era un asunto más cerebral que sexual. Pero otra cosa muy distinta sería lo de meterme el rabo de Vany en la boca. Sólo pensar en que me soltase cuatro escupitajos de su leche me ponía a parir.

Floren, sin embargo, en su intento de convencerme argumentaba que Vany estaba muy buena, con un culito respingón y unas tetas tremendamente cachondas.

-Incluso yo me pongo a cien cuando se las chupeteo... Imagínate una Vany sin rabo, cariño, ¿no te la follarías?

-Ya. Pero el caso es que tiene polla.

-¿Qué más da?  En realidad, es una pichita. Y está la mar de rica cuando se le hincha el capullín.

Aunque de los tres, yo soy el menos manifiestamente bisexual, acabé reconociendo que Vany era un shemale, un "transex", de lo más sexy y que quizá tenía un buen polvo y... una buena mamada. 

Así, pues, Floren y Vany se pusieron de acuerdo y decidieron organizar un nuevo encuentro de nuestro trío especial. 

El día escogido fue la noche del estreno del espectáculo musical de aficionados en el que Vany era la estrella. 

Tuvo un gran éxito. Había bailado como nunca, aprovechando esa atmósfera sensual que emanaba de su ambigüedad. Acordamos (en realidad, Floren y Vany ya lo tenían decidido) celebrar ese triunfo en nuestra casa y a nuestra manera. Por cierto, que a última hora, se nos unió Sandra, la primera bailarina del show, que estaba viviendo en el apartamento de Vany. El trío, pues, improvisadamente se convirtió en un curioso cuarteto.

Mientras yo conducía, ellas tres (que habían bebido lo suyo) estuvieron sobándose, besándose, masturbándose, chupeteándose, lamiéndose a fondo y poniéndose a punto de caramelo. Floren, que iba delante a mi lado, en un momento dado, intentó sacarme la polla por la bragueta, pero yo la aparté por miedo a que nos estrellásemos. 

Cuando entramos en casa, Floren propuso que nos tomásemos unas copas, pero nadie le hizo caso. Todos estábamos supercalientes y como locos. Nos quitamos la ropa a toda prisa, tirándola por aquí y por allá. Y, en medio de aquel revuelo, Vany se puso a exhibir su cipotillo tieso, congestionado, y las aréolas de las tetas hinchadas y mórbidas.

Sin embargo, mi primera intención fue montármelo con Sandra. Era una tía esbelta, flexible y bonita, pero con un aire tan ambiguo como el de Vany. Aunque, en medio de un pubis cuidadosamente depilado, lucía un coño generoso y, a primera vista, ya muy húmedo. La agarré por aquel culo, compacto, frutal, y la atraje hacia mí. Sus tetas eran pequeñas y sólidas, con los pezones gordezuelos, como frambuesas. Cuando iba a mordisquearlos, Floren se me plantó delante.

-¡Eh, tío, deja a Sandra y fóllate a Vany de una vez! -me apremió. Después, la besó lujuriosamente, lamiéndole los labios y hundiendo luego entre ellos su lengua, lenta y profundamente. 

No tuve ni tiempo de sorprenderme, porque Vany, frente a mí de rodillas, se había engullido mi verga y comenzó a mamármela con su estilo salvaje habitual. La acometida fue tan fuerte y el gusto que me daba tan incontenible que me fui derrumbando hasta quedar tendido sobre la alfombra.

Ya en el suelo, Vany empezó a pasarme la punta de lengua por la corona del glande, a repasarme el frenillo y a lamerme el carajo hasta las bolas. Le dije que estaba a punto de correrme y la cabrona me estiró la piel hasta hacerme daño y me estranguló la base del capullo, juntando su pulgar y su índice como un anillo. Yo notaba toda mi leche  intentaba salir disparada, impulsada por el placer y el dolor que tensaban mi piel, mis músculos, mi cerebro. Pero Vany retenía firmemente mi pene mientras seguía saboreando la punta que era ahora una pura ascua purpúrea. Tuve la sensación de que me iba a estallar y yo me iba a desintegrar en medio de la deflagración. Sin embargo, estaba disfrutando como nunca. Me mantuve así apenas unos segundos. Y luego, poco a poco, noté como todo mi semen regresaba en gran parte a sus depósitos, dejándome un poco de dolor de huevos. La tensión fue cediendo, aunque seguí empalmado como un monje en celo.

En ese momento, Sandra (que ya se me había definido como lesbiana bisexual) sustituyó a Vany y comenzó a practicarme una felación más suave. Aflojó un poco el anillo constrictor de sus dedos y, por la punta de capullo, le solté grumitos de leche que ella lamió. Se había tumbado sobre la alfombra, levantando el culo, para que Floren le comiera el coño a conciencia. Estábamos los tres jadeando y blasfemando de gusto, con unas ganas locas de corrernos y de no corrernos al mismo tiempo.

-¡Joder, tía! -grité, porque de pronto me había encontrado con el trasero de Vany en las narices. Se había lubricado el ano. Arrancó mi miembro de la boca de Sandra y le calzó un condón muy fino. A cuatro patas, de espaldas a mí, me pidió apasionadamente que la enculase:

-¡Fóllame, tío, fóllame! ¡Rómpeme el culo! ¡Métemela hasta los huevos!

Sandra y Floren se habían soltado momentáneamente y me empujaban, ahora, hacia Vany. Le separaron las nalgas para dejar al descubierto un agujero redondo que abría el camino de un hoyo misterioso. Un agujero de bordes obscuros y fruncidos, como un clavel violeta ("oeillet violet", según lo describen en un soneto Rimbaud, Verlaine y Mérat). O como una ventosa feliz, que fácilmente sorbió la punta de mi polla (que guiaba la mano de Floren) y se la fue engullendo sin pausa hasta devorármela por entero. 

Vany, por su parte, agarró mi mano y me obligó a masturbarla. Enseguida reaccionó al meneo, balanceando el trasero y contrayendo una y otra vez el esfínter para exprimirme fuertemente la polla. La muy puta sabía perfectamente cómo moverse para hacerme disfrutar sin tregua. Aquella jodienda me estaba gustando un montón, porque me hacía sentir más libre y frenético que nunca. Desde luego, el culo de Vany estaba resultando mucho más sabio y mucho más cachondo que el de Floren, siempre tan dubitativo. En compensación por el placer que me estaba dando ese ojete jubiloso, yo me apliqué en hacerle a Vany una buena paja. Le había ceñido el nabo firmemente, con toda la mano. Le iba cubriendo y descubriendo su glande a buen ritmo, y se lo comprimía cada vez que asomaba entre mis dedos para liberalo a los pocos segundos. Y mientras, con la otra mano, le sostenía y acariciaba los cojonzuelos con cierto cariño. Vany respondía suspirando, gruñendo, insultándome amorosamente y columpiando sin cesar su culo, taponado a fondo por mi tranca. 

Aquello no podía durar mucho. De un momento  a otro, iba a correrme y estaba dispuesto a disfrutar de ese orgasmo hasta la última gota. Por eso, comencé a un bombeo lento dentro de aquel embudo sin fondo. Vany respondió a mi vaivén con una buena dosis de lujuria. Aflojaba el esfínter para que yo sacase media verga que enseguida volvía a hundir por entero en ese hoyo receptivo. Joderme aquella culata carnosa y elástica, me estaba resultando una gozada exquisita. No me hubiese imaginado nunca que las nalgas -mullidas por el tratamiento hormonal- de aquella shemale fuesen capaces de hacerme sentir un deseo tan especialmente lascivo. Y entonces, cabalgando sobre sus ancas, me puse a gritar:

-¡Hijaputa!¡Maricona! ¡Te voy a traspasar con mi polla! ¡Te la voy a sacar por la garganta!

Por lo visto, Vany estaba también disfrutando como una puerca. Sandra y Floren, desde hacia rato, se había dedicado a darle pellizquitos en los pezones y a chupetearle las tetas con delicadeza femenina. Poco a poco, con el pajeo, su rabo se había ido poniendo más duro, más gordo, más caliente, hasta convertirse en una aceptable morcilla. Y yo acabaría utilizándolo como manija para estimular las sacudidas de su culo experto.

No tardaríamos mucho en llegar al final. De súbito, toda mi carne, todos mis nervios, todos mis músculos se agolparon en mis genitales y me llegaron esos cuatro o cinco segundos imparables y divinos. Me contraje como un muelle y, luego, me disparé para clavar la polla en las entrañas de Vany. Noté que me estaba licuando, a punto de derramar todo el engrudo dentro de ese pozo profundo. Vany, por su parte, lanzó uno de sus chillidos rituales. Dos o tres veces apretó poderosamente su esfínter alrededor de mi polla. Sentí como si me ordeñase a golpes, y un placer y un dolor muy intensos recorrieron todo mi cuerpo, mientras mi cuajo caliente se vaciaba en la punta del preservativo. Entonces, me invadió esa efímera y total sensación de bienestar que te deja sin voluntad, sin fuerzas. Cerré los ojos y me derrumbé encima de la espalda de Vany, agarrado todavía a su cipote que, por cierto, palpitaba espasmódicamente.

Vany, que se mantenía a cuatro patas, por lo visto, también se había corrido. Tenía mi mano embadurnada por su leche pegajosa que le untaba la pija. Aunque los lengüetazos de alguien (¿Floren, Sandra?) se la estaban limpiando y tragándose los restos de aquel yogur, incluso lo que chorreaba por mis dedos.

Finalmente, Vany se dejó caer. Quedó tumbada boca abajo sobre la alfombra, mientras yo seguía encima de ella, con mi verga aflojándoseme de prisa, todavía dentro de su culo.

Floren me beso en la nuca y me paso la lengua a lo largo de la columna vertebral hasta la rabadilla.

-Bien hecho, cariño.  Ha sido fabuloso. Sandra y yo nos hemos pajeado a tope viendo el espectáculo -me dijo, mientras me palmeaba cariñosamente las nalgas-. Pero... todavía falta el 69 prometido, ¿no? -estableció, contemplando como yo sacaba del ojete de Vany una polla tan flácida que estaba a punto de salirse del condón.

Me quedé sentado en el suelo, pensando. "De acuerdo: un agujero es un agujero", me dije, "pero el orgasmo es libre". Vany ya se había incorporado. Me liberó del condón y me hizo una carantoña en el glande, que comenzaba ya a esconderse rápidamente dentro del prepucio. 

-Ha estado bien, tío, pero cada vez será mejor -me susurró.

Iba a decirle algo, pero Floren me trajo un whisky y preferí beber y callar. 

-Ahora, el 69, amor -me insistió Floren-. ¿Verdad, Vany?

-Déjame descansar -protesté.

-Sí, claro.

 

EN REALIDAD, la juerga siguió a toda marcha, mientras yo me reponía y recobraba fuerzas para el 69 prometido. Floren y Sandra se olvidaron de Vany y de mí, durante un buen rato, y se enfrascaron en un excitante cuerpo a cuerpo. 

Era impresionante y hermoso ver como se besaban, como se acariciaban, como se lamían todo el cuerpo, como se comían mutuamente el coño, como disfrutaban de breves orgasmos. Sandra con su sabia lengua alcanzaba rincones del cuerpo de Floren que yo seguramente nunca habría adivinado. Penetraba entre los labios de su vagina y la hacía suspirar y gemir como jamás la había oído. Por cierto que Vany en diversos momentos intentó añadirse a sus juegos pero una y otra vez fue rechazada autoritariamente.

Poco a poco, aquel espectáculo me fue poniendo cachondo. La sangre volvió a rellenar los cuerpos cavernosos de mi miembro. Y, apenas habría pasado media hora, cuando conseguía una nueva y sólida erección. 

Otra vez me entraron unas ganas locas de tirarme a Sandra. Sin embargo, después del escaso éxito de Vany, no me atrevía a interrumpir sus maniobras con Floren. De todas maneras, no podía apartar la vista de aquel culo compacto, apetecible, que se agitaba con una potencia sensual inusitada. Sentado en primera fila, veía, a veces, como la punta de la lengua de Floren se escapaba del coño de Sandra. Saltaba furtiva y brevemente sobre su ano violáceo y lo dejaba chorreante y jugoso. Tanto el culo como el coño, así tratados, resplandecían con toda voluptuosidad. Y, empapados de saliva, se veían perfectamente a punto para ser penetrados. 

Era una visión hermosa y lasciva, propia de los versos del Aretino ("Ábrete de piernas que yo vea de frente/  tu hermoso culo y tu coño bello"). Una visión que prácticamente me había puesto al borde del éxtasis. Por una parte, me moría de ganas de hundir mi polla en cualquiera de aquellos agujeros húmedos. Pero por otra, no quería romper aquel cuadro tan armónico, tan excitante, tan deliciosamente impúdico. Y casi sin proponérmelo, me puse a rendirle homenaje con una prometedora paja.

Pronto comencé a experimentar un temblor cálido en todo el cuerpo. Me masturbaba a ritmo pausado. A cada jadeo, sentía un placer progresivo que estimulaba mis huevos y endurecía mi verga. Un placer que me llegaba a oleadas tan intensas que me ponían al borde del orgasmo. Por fortuna, la mano es mucho más dúctil que una vagina o un ano. En el momento preciso, se detenía, se aflojaba, se distanciaba un poco, para concederme una tregua estratégica al deseo de eyacular. Pasados unos instantes, volvía a empuñar vigorosamente la polla y reemprendía con mayor decisión esas maniobras libidinosas. 

-Si no paras, guapetón, te la vas a destrozar -me advirtió Vany, a mis espaldas. 

Fue apenas un susurro. La punta de su lengua había rozado el hueco de mi oreja y un escalofrío lujurioso saltó como una centella a través de mi columna hasta los genitales. 

-Déjame a mí, cariño -insistió Vany. Se arrodilló entre mis piernas y, apartando mis manos, se puso a chuparme suavemente el capullo.    

La verdad es que Vany era todo una experta en estos menesteres. Tal vez debido a sus propias experiencias, me mamaba la verga mejor que nadie.  Me ponía a cien en un instante, pero en el último momento me mordisqueaba suavemente el glande para rebajar mi tensión y evitar que me corriese. De este modo, durante un buen rato me mantenía en ese estado letárgico de placer sordo y sostenido, con toda la leche quemándose en mis testículos. En realidad, me estaba haciendo disfrutar tanto que todo mi cuerpo parecía flotar, totalmente desinhibido, con un doloroso bienestar genital. Hasta el punto que, en un momento dado, me sentí tan agradecido que me vi impulsado a devolverle sus deliciosos servicios.

Y comenzó el esperado 69: Vany tendida sobre el alfombra y yo a gatas sobre ella. Había tenido un bonito detalle y se había enfundado su cipotejo con un condón que sabía a menta.

-Así te será más fácil -me había dicho al ver mi sorpresa.

No sé cuándo ni cómo comencé a mamarselo, porque toda mi sensibilidad estaba en mi sexo y no en mi boca. De hecho, yo actuaba como si estuviese lamiendo y chupeteando un clítoris gigante. Un clítoris que iba aumentando y endureciéndose por momentos. Sin embargo, a Vany parecía gustarle mis chupadas, porque soltaba débiles gemidos. Levantaba a veces la pelvis para hundir más su rabo en mi boca y se agarraba y retorcía sus pezones sin cesar. 

Pero, al mismo tiempo, se aplicaba en su mamada. El modo con que sus labios oprimían y liberaban mi glande. Aquella humedad precisa de su saliva lubrificante, aquellas succiones implacables de mi capullo y aquella sabiduría masculina de su lengua vibrátil, azotando suavemente las zonas más sensibles de mi polla, me estaban llenado de extrañas sensaciones de placer que se incrementaban a cada latido. Sentía por todo mi cuerpo descargas contradictorias, de gusto y de dolor insoportables. Arrancaban del tronco de mi verga y estallaban de inmediato en mi cerebro. Perdí rápidamente la noción de todo lo que me rodeaba. Miraba, pero no veía. Escuchaba, pero no oía. Chupar la polla de Vany se convirtió en una especie de sucedáneo de mi necesidad de gemir, de blasfemar, de gritar al infinito.

Es posible que, con mi propia excitación, consiguiese aprender sobre la marcha un arte que hasta aquel momento me repugnaba. En realidad, había tanta sincronía, tanta simbiosis en aquel 69, que tenía la sensación de estar chupándome mi propia polla y no la de Vany. 

Creo que, en algún momento, totalmente desaforado debí engullírmela hasta la garganta como respuesta simétrica de cualquier atracón parecido por parte de Vany. Me atraganté más de una vez. Pero, a pesar de la amenaza de vómito, volvía enseguida a aplicarme en mi labor por miedo a ser castigado, por miedo a perder todo el placer con que me regalaba la boca de Vany.

En una de esas ocasiones, levanté la cabeza. Delante, mirándonos atentamente, estaban Sandra y Floren. No sé de dónde demonios habían sacado un largo y grueso consolador de látex, de esos con capullos en ambas puntas. Sandra lo tenía hundido en su coño casi hasta la mitad. Subida sobre las caderas de Floren, se la estaba follando. Floren, con la otra mitad de aquel aparato hurgando en su vagina, se acoplaba al vaivén que imprimía la otra. La verdad era que ambos cuerpos, sudorosos, habían  adquirido una luminosidad increíble. Me parecieron más bellas que nunca y, al mismo tiempo, más terribles. Parecían una escultura brutal de algún animal perteneciente a una mitología primitiva. La verdad es que Sandra estaba jodiendo a Floren con una mezcla de exquisita feminidad y rudeza salvaje. Y Floren, según su costumbre, gritaba, nos insultaba a todos y pedía, a diestro y siniestro, que no se acabase nunca aquel momento. 

-Déjalas que se jodan. Tú a lo tuyo, tío -por un momento Vany se había sacado mi pene de la boca y me lo manoseaba nerviosamente.

Y, en efecto,  volví a lo mío. Volví a chupetear aquel cipotejo enfundado de Vany, que por cierto ya no tenía gusto a menta sino a mi saliva y a material sintético. Volví a sentir como Vany trabaja a fondo mi verga, devolviéndome a ese mundo efímero de las delicias. Y otra vez perdí la noción de estar metido en una especie de orgía doméstica. 

Aunque nunca me la habían mamado tan maravillosamente, o quizá por eso mismo, sabía que aquello no iba a durar mucho más. Me correría sin remedio en cualquier momento, incapaz de poner freno y marcha atrás a aquel placer fabuloso. Vany, no obstante, maniobraba hábilmente para ayudarme a retrasar ese momento. Con apretones estratégicos en la base de mi capullo o en mi perineo, me proporcionaba pequeñas treguas incómodas. Pero cada vez notaba más que todo mi cuerpo estaba loco por sucumbir definitivamente.

-Cabrona, acaba de una vez -creo que le pedí o al menos lo pensé. 

Me tragué su picha con voracidad , esperando que ella hiciese lo mismo con la mía. Sin embargo, no fue así. Se dedicó a lamerla delicadamente, llevándome a la recta final del orgasmo.  Al mismo tiempo, me separó con fuerza las nalgas. Seguramente, había dejado mi ojete indefenso, abierto, a punto para el lametón o la caricia digital.  Pero, de pronto, algo más duro que un dedo de Vany me atravesó el culo hasta el final del recto. Sentí literalmente que se me rajaba el ano, que me estallaba el esfínter, que se me rompía el vientre. Un dolor violentísimo me paralizaba. Enfurecido intenté levantarme para sacudírme aquella empalada brutal. 

El cuerpo de Sandra, derrumbado sobre mi espalda, me tenía momentáneamente inmovilizado. Intuí que lo que tenía metido en el culo era el gran consolador de látex.

"¡Joder..¡ ¡Hijaputa!¡Te voy a hostiar!", quise gritar. Pero sólo lo pude pensar, porque Floren me sujetaba con fuerza la cabeza, sin dejarme que escupiese el rabo con forro de Vany. Por cierto que ésta, aprovechando la situación, me agarró firmemente el cipote dispuesta a hacerme las dos o tres grandes mamadas finales.

-Vas a follarme el coño..., pero a mi manera. ¡Disfruta ahora, cabrón! -me retaba Sandra, mientras me mantenía aprisionado con sus poderosos muslos de yegua y me follaba el culo con el consolador, posiblemente con la otra mitad metida en su coño.

Floren reía y me sugería que no me resistiese.

-Relájete y disfruta, cariño -me decía.

Las dos me pedían que disfrutase. Pero, en realidad, aquel objeto no identificado me estaba haciendo un daño horrible.  Yo reaccionaba apretando desesperadamente el culo, una y otra vez, con la esperanza de poder así expulsarlo. Sin embargo, esto excitaba más a Sandra que aumentaba su ritmo y me taladraba  más deprisa.

Por otra parte, las mamadas de Vany arrancaban en todo mi cuerpo oleadas chisporroteantes de placer. Estaba dominado por una mezcla de sensaciones agridulces que ya no podía identificar. A veces me dolían las chupadas de Vany; a veces, sentía una especie de deleite prostático, arrancado por aquella feroz penetración anal de Sandra; a veces, ni una cosa ni otra, sino una necesidad animal de liberarme enseguida de todo aquello, vaciando mis cojones hasta la última gota de leche.

Y entonces me corrí... me corrí... me corríííí... 

Fue como una rendición. Me estremecí como nunca. A cada estertor, eyaculaba grumos de cuajada en la boca de Vany. Ella, solícita, no sólo se los tragaba con avidez, sino que además, con toda suavidad y delicadeza, me iba limpiando el capullo a lengüetazos. La gran puta sabía muy bien lo que se hacía. Porque, con esas maniobras, fue consiguiendo alargar mi orgasmo. Aunque realmente sólo unos segundos. Durante aquellos breves instantes, adoré hasta la locura aquella boca hábil, aquella lengua lujuriosa. Mi verga se había convertido en mi dios y Vany, en su suma sacerdotisa. Aquella gozada recorrió todos los nervios de mi cuerpo y se acumuló finalmente en mi cerebro. Y de pronto estalló como un cohete, se convirtió en un fogonazo terrible que me dejó totalmente anestesiado de placer. 

Concentrado en disfrutar de mi orgasmo, no supe ni cómo ni cuándo Sandra dejó de follarme. Tampoco supe (ni me importaba) si también ella se había corrido. Aunque me pareció que, en algún momento, había soltado un grito histérico y prepotente: "¡¡Síííí...!!¡¡Maricón de mierda...!! ¡¡Sííí...!!".

En realidad, los tres nos habíamos soltado casi simultáneamente, desparramándonos de espaldas sobre la alfombra. Vi a Sandra, temblando y todavía  con  aquel consolador de al menos 40 centímetros hundido en su coño. Vi a Floren darle un beso largo, profundo, lingual. Vi también a Vany, con los ojos cerrados y la cara pringada por mi leche, suspirando. Tampoco sabía si se había corrido en mi boca. Instintivamente, iba a preguntárselo. No fue necesario. Su cipotillo, en medio del pubis afeitado,  había comenzado a arrugársele. En la punta del condón, embutido, se veía una especie de gel blanquecino.

La verdad es que me alegró que Vany también se hubiese corrido. Le estaba agradecido porque, realmente, me había hecho gozar como no hubiese imaginado nunca. Tanto como para  poder tolerar la putada de Sandra. 

Estuve a punto de decírselo. Pero me contuve por miedo a mostrarme vulnerable ante cualquier reacción de entusiasmo, de afecto, por su parte. Con todo, me quedé buscando alguna fórmula neutral sin encontrarla. Hasta que finalmente desapareció la lascivia placentera de todo mi cuerpo y se incremento el dolor latente de mi culo. 

De pronto, ante la realidad de aquel panorama, comencé a sentir un incómodo desasosiego. Pensé que, como me había ocurrido en ocasiones parecidas, era solamente cosa de mi sentido de la masculinidad. Pero lo cierto era que se me estaba aflojando el vientre y que me dolía un montón el recto, el ojete y todo el perineo. 

Desde luego, no era la primera vez que me follaban. Sin embargo, siempre me habían preparado y lubrificado el ano con mimo, hasta conseguir una especie de consentimiento libidinoso por mi parte. Y sólo entonces me la habían metido con mucho cuidado. Sandra, en cambio, había actuado con absoluta mala leche. Técnicamente, había sido una violación en toda la regla. Con premeditación y alevosía me había destrozado el culo con aquel cacharro monstruoso e inflexible. Pero, sobre todo, la muy hija de puta me había  humillado hasta lo imposible.

Con la mano, me exploré y me palpé el trasero, convencido de que algo se me habría desgarrado. Debía estar sangrando. Seguramente, me quejé en voz alta e intenté incorporarme. Busqué en alguna de ellas un gesto, sino de cariño, al menos de respaldo. Pero las tres estaban retorciéndose en el suelo y riéndose a carcajadas.

Es decir, todo había sido una conjura, una encerrona. El verdadero fin de toda aquella  especie de orgía había sido una auténtica ceremonia de violación anal. Podía entenderlo por parte de Sandra y de Vany. Sin embargo, no comprendía por qué Floren se había prestado a aquel juego.

Indignado, me metí en el cuarto de baño. Estuve un buen rato refrescándome el trasero en el bidé. Cuando salí, Sandra y Floren ya se habían vestido.

-Cariño, sólo ha sido un broma -murmuró Floren en mi oreja, besándome el lóbulo, mientras me acercaba un vaso con whisky.

-No te quejes tío -me dijo Sandra entre sonrisas-. Al fin y al cabo, te he dejado el culo perfectamente preparado para la vida moderna.

Iba a soltarle una soberana hostia, pero Floren me detuvo el brazo.  Acercó su boca a mi oreja y suavemente me susurró:

-Cariño, desde hace días te lo quería decir... Lo siento, amor. Me voy con Sandra -me anunció-. No vamos las dos una temporada a Amsterdam. 

A continuación se lanzó a sus brazos y la besó con una ternura desconocida para mí. 

Convertido en estatua de sal, vi como tranquilamente ambas se iban hacia la puerta de la calle.

-Se han encoñado como dos imbéciles -comentó Vany todavía desnuda y tumbada de espaldas en el suelo, exhibiendo sus femeninas tetas y su cipotejo arrugadísimo.

-Siempre te quedará Vany -me pareció que, ya desde la escalera, decía  enfáticamente alguna de ellas . Luego, se cerró la puerta de la entrada. 

Quedé un buen rato desconcertado, confuso, incapaz de asimilar todo lo que estaba ocurriendo. Lo único que de verdad tenía muy claro era que, aquella vez, sí que realmente me habían dado por el culo.

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