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La pasante que volví puta

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Hace dos años, cuando hacía un calor infernal, corrieron los rumores entre mis compañeros sobre la llegada de una joven pasante muy guapa. En efecto, era hermosa, de apenas 21 años, piel tersa y blanca, enormes chapetes y bellos ojos, su cuerpo, si bien no tenía la mejor forma, era por demás un antojo que muchos deseábamos.

Yo tenía 28 años, vivía en un matrimonio simulado, con una mujer por la que no sentía el más mínimo cariño. Sin embargo, los placeres que me daba en la cama me tenían unido a ella, al menos legalmente, pues desde tiempo atrás, le había sido infiel con infinidad de mujeres.

Nunca fue un problema para mí encamar féminas, siempre me mostraba despreocupado frente a ellas y con mucha seguridad, mi buena posición económica y mi carácter amable, así como un físico aceptable, me abrieron las piernas de muchas y en cada una deje un poco de mi esencia.

Laura, mi esposa, sabia de mis amoríos, pero no se sintió realmente humillada hasta enterarse que por las tardes solía rondar en mi coche por las escuelas en busca de algunas estudiantes. En un mal día, ya descubierto, fue a reclamarme a un cine mientras acariciaba a una joven por debajo de la falda.

Tuvo el valor de abandonarme para irse a vivir con un antiguo novio, pero fue tan amarga su experiencia que a los meses volvió a mi cama.

Aquella joven pasante me recordó tanto a mi esposa, mi mujer guardaba un parecido en el carácter de esa joven que me atrajo de inmediato.

A la primera oportunidad que se presento, me acerque para conocerla, era una muchacha muy amable, con la ternura de un ángel, a la que le costaba entablar una conversación mirando a los ojos. Su nombre era Karen, estudiaba mercadotecnia y al parecer no tenia novio.

Como dije antes, un inmenso calor azotaba en la ciudad y mi oficina era una de las pocas acondicionadas para estar frescas; por petición propia ofrecí mi oficina para que Karen trabajase en ella y no padeciera por el indulgente calor.

Ella acepto gustosamente y se instalo junto a mí, ofreciéndome su agradable compañía.

No desaproveche oportunidad alguna para mirar, aunque sea de reojo, su bello rostro y buen cuerpo. Me acercaba por detrás de ella, mientras sentada frente a la computadora, a mi vista quedaban las redondas formas de sus senos, las cuales se le descubrían por la soltura de su blusa si se veía desde arriba. Entonces ponía una mano sobre su hombro y deslizaba suavemente mi pulgar por su piel tersa, ella, daba pequeños brincoss pero jamás me reprocho.

Fueron pasando los días y me llenaba de gozo verle cualquier extremidad del cuerpo. En ocasiones llevaba una falda que dejaban al descubierto su largas piernas, otras un pantalón tan ajustado en el que resaltaba el pequeño bulto que los labios de su vagina formaban. Poco a poco fui cayendo en una espiral de obsesión que me llevo a imaginarla desnuda a mi merced y, con lujuria, recorría su cuerpo con mi lengua.

No dude más y un buen día, hable con ella mientras la llevaba a una exposición, le declare que me gustaba y deseaba tratarla de manera diferente. Ella volteo hacia la ventana y suspiro para sus adentros, llevo una mano a su pecho y se alejo en su asiento de mí. Volteo en repetidas a ocasiones a verme, siempre pensando y mostrando nervios,  su pierna temblaba, ya respiraba agitada.

-¿Pero por qué yo? -pregunto

-Porque me gustas mucho, tienes muy bonito cuerpo y cara. 

Suspiro levemente. 

-¿No tienes novio Karen?

-No. Nunca he tenido.

-¿No? Entonces ¿nunca te han tocado?

-¿Qué? ¿Por qué preguntas eso?

-Perdón. 

Guardo silencio, uno muy prolongado, en el que se dedico a pensar y quizá a imaginarse cosas. 

-¿Tú ya has tenido muchas novias? –pregunto Karen para romper el silencio.

-No necesariamente.

-¿Cómo?

-A veces no es necesario ser novio de alguien para…

-¿Para qué?

-Para convivir con esa persona.

-¿A qué te refieres con convivir?

-A esto –le respondí tomando su mano-; no ocupo ser tu novio para esto –a lo que respondió soltándome y suspirando.

Enmudeció de nuevo y volvió a pensar.

-¿Te dan miedo esas cosas? –pregunte. 

Respondió si con un movimiento de cabeza. 

-¿Por qué?

-Ay, no sé.

Volví a tomarle la mano, esta vez, no me rechazo; sin embargo, sus ojos fijaron la mirada hacia el frente, ignorándome por completo, hasta que, apuñando nuestras manos, me miro al fin. 

-Acércate –le dije, mientras estacionaba el coche, por lo que ella, torpe y con nervios, hizo.  No se inmuto cuando la mire directamente a los ojos y, al apagar el coche, los cerro para suspirar por última vez en aquel rato. Acerque mis labios a los de ella, al menor contacto, dio un pequeño salto y se dejo abrazar, ya rendida, concluimos la plática con un excelente beso. Sus labios, a pesar de ser pequeños, acariciaban los míos con fluidez y suavidad. Me rodeo con sus brazos para acariciar mi nuca, por mi parte fui bajando mi mano hasta su muslo, acariciándolo suavemente, lo fui bajando hasta su entrepierna y roce esta delicadamente con un par de dedos. 

-Ay –dijo con un brinco.

-Tranquila, ¿no te gusto?

-Si, pero… es que nadie me había tocado mi cosita. Pero espera, ¿qué no eres casado?

-¿A estas alturas del partido eso importa? –le cuestione.

-Pues no, ya que –respondió para después plantarme un enorme beso, al mismo tiempo que, mi dedo índice ya exploraba en el interior de su entrada, luego de desabrocharle el pantalón. 

Su “cosita” era suave, cálida y ya se sentía húmeda, un manjar para un libidinoso como yo, en busca de placeres que solo ciertas circunstancias provocan, como la virginidad de una hembra. Sin aviso volví a acariciar su raja con los dedos, percatándome de los jugos que ya le escurrían. 

Retire mi dedo de su entrepierna y me lo lleve a la boca, y di un adelanto al manjar que me esperaba.

 -¿Vamos a un lugar más cómodo? –pregunte.

-¿A dónde?

-Un motel.

-Me da vergüenza.

-Es mejor, allá nadie nos ve, ni se enteran.

-Mejor vamos a mi casa, vivo sola. 

Puse el auto en marcha, no sin antes, pedirle que se arrimara a mí y acariciara mi entrepierna. Aprovechábamos cada parada en los semáforos para hundirnos en un enorme beso y no reparaba en elogios a la primeriza de Karen que con su belleza, ternura y placer, me provocaba un tremendo goce que hasta la fecha, sigo sin poder repetir. 

Rumbo a su casa, le pregunte a Karen si quería verme el pene, ella me respondió con un si, asegurando nunca haber visto uno en vivo, sólo en películas pornográficas. 

-¿Ves ese tipo de películas?

-A veces.

-¿Te tocas cuando las ves?

-Por encimita.

-Ven –le dije mientras sacaba mi pene de la bragueta y después tomaba su mano para acercársela a este-; agárralo, siéntelo.

-Es que…

-No muerde.

-Pero si pica –respondió con una risita.

Tomo el pene y sintió el calor de este, quedo embobada por su forma y textura. Asombrada, bajo el cuero y descubrió el glande, al cual se le salía una gotita de líquido. 

-¿Son orines?

-No –conteste- es un líquido que sale cuando se calienta y excita.

-¿Es el semen?

-No, este se forma antes, por eso es transparente, le dicen líquido preseminal.

-Oh. 

Al pararme en un semáfor, le pedí que me besara, lo cual no reprocho, sin embargo, tomo iniciativa propia y, mientras me besaba, comenzó a masturbarme. 

-¿Te gusta? –me pregunto, al alejarse un momento de mi boca.

-Si –le dije, a lo que volvió a besarme.

Al ponerse en verde, nos apartamos. Recargo su cabeza en mi hombro y continuo masturbándome de forma suave, con tal ternura que parecía un masaje a mi pene. Siguió así mientras me daba indicaciones para llegar a su casa, donde se bajo del coche para abrir el cancel y darme pasó. Estacione el coche y lo apague, mientras ella termino de cerrar el cancel y volvió al carro por su bolso.

Me miro a los ojos unos instantes, y con una mirada le indique que tomara el pene de nuevo con sus manos y lo acariciara, a lo que acepto e hizo con gusto. Volvió a besarme, pero esta vez le pedí que abriese su boca e introduje mi lengua en ella. Respondió con la suya y jugamos un rato con nuestras bocas sintiendo más placer.

Me aparte de ella y le pregunte si quería chupármela, dijo que si con un movimiento de cabeza. Nuevamente la bese, como agradecimiento por haber aceptado, después puse mi mano sobre su cabeza y la baje hasta mi entre pierna, quedando su boca a escasos centímetros de mi pene. Se quedo inmóvil, presa de sus miedos y prejuicios pero, no obstante, el deseo por sentir una verga en su boca la hicieron acercar sus labios a la cabeza y probar un poco del líquido que soltaba. Se retiro un poco  y saboreo el espeso jugo.

-Karen, hazlo  -le dije.

Suspiro y lo pensó dos veces, aun así, después abrió la boca y se comió el pene hasta la mitad. Se inmovilizo un tiempo y le dije que se lo sacara de la boca, hizo caso, entonces me acomode mejor y me baje los pantalones un poco más, de paso, le aconseje que se acomodara el cabello.

-Ahora sí, hazlo, pero mírame a los ojos mientras la chupas.

-Ok.

Su pequeña boca le dio cabida a mi miembro, a la vez que sus labios acariciaban el tronco de mi pene, su saliva dejo un suave manto de humedad y, tras un chupete que de seguro se escucho hasta la calle, el brillo de sus babas cubrieron por completo mi verga.

-Vuélvelo a hacer.

-¿Qué cosa? –pregunto.

-Ese chupete que hiciste al final.

Lo volvió a hacer y se escucho aun más fuerte.

-¿Te gusta? –cuestiono.

-Sí. Métetelo todo ahora.

-Ok.

Hice el asiento hacia atrás y quede prácticamente recostado, dedicándome a disfrutar de las caricias que me hacía en el pene, las cuales eran maravillosas a pesar de su torpeza e inexperiencia. Fue tal el gozo, que inconscientemente la tome de la cabeza y la empuje hacia abajo, reacciono queriéndome quitar la mano, pero no se lo permití, no hasta escucharla ahogarse. 

-Me estaba ahogando –me recrimino al levantarse.

-Perdón.

-No seas tan brusco –me dijo mientras limpiaba saliva de su boca.

-Está bien, ahora hazlo con los huevos.

-Ok.

Bajo de nuevo y saco su lengua para pasarla por encima de mis bolas, con la punta me rozaba los huevos mientras que su mano me masturbaba el falo. Yo solo mire hacia el techo del coche y gemí por las caricias de Karen. 

-Ohhhh Karen, métetelo otra vez en la boca. 

Lo hizo sin dudarlo. 

-Que buena niña eres – le dije acariciando su rostro. 

Volvió con su lengua a recorrer mis testículos, tome el pene con una mano y lo masturbe tranquilamente, hasta sentir el semen viajando hacia la abertura del glande, entonces, ocurrió una erupción de semen que cayó y escurrió, por la mejilla de Karen. Ella ni siquiera se inmuto, sólo cerro sus ojos y escondió la lengua  para no probar el semen.

-Pruébalo –le pedí, mientras tomaba un poco de semen con mi dedo y le ponía este en la punta de sus labios. 

Abrió su boca y chupo el dedo, probando la calidez de mi semen y su amargo sabor. 

-Sabe salado.

-¿Y si vamos ahora tu cuarto?

-Vamos –contesto. 

Salimos del coche y volví mi pene a su lugar, entramos a su hogar y avanzamos por un largo pasillo que parecía no tener final, a mitad de este la tome de la cintura, la coloque en una mesa y toque la entrepierna de Karen, constatando la humedad que ya había en su vagina. 

Retire sus zapatos y el pantalón, la despoje de su calzón blanco lentamente, para luego abrirla de piernas y verla en toda su gloria. Ni tarde ni perezoso, me arrodille ante ella y di los primeros besos en su vagina, saboree su jugos, esquistos, una delicia para cualquier hombre y, cuando comenzó a gemir, mi lengua ya recorría su interior. 

Tomo mi cabeza con una de sus manos y la repego más a su entrepierna, al mismo tiempo, empecé a succionarle el maravilloso clítoris. 

-Uy, uy, uy –exclamaba. 

Mis labios apretujaban su clítoris. 

-Uy, uy, chúpamela más. 

Mi lengua, lamia las paredes de su vagina. 

-Uy, que rico, que rico. 

La tome de ambas piernas y las abrí más, estas quedaron como un compas y le advertí que se prepara. Puse mi boca sobre su vagina y succiones tanto como pude, los líquidos en su interior fueron a parar a mi boca y con gusto los tome. 

-Ay, ay, ay, chúpala, chúpala toda. 

-¿Otra vez? 

-Si, mámamela. 

De nuevo, succione como aspiradora su vagina. Fue tan fuerte y placentero, que sus piernas temblaron y tuvo que cerrarlas con mi cabeza atrapada entre ellas.

Luego del golpe de emoción, Karen se abrió de piernas y me pidió la acompañase a su habitación. En esta, se acostó sobre la cama, otra vez se abrió de piernas y sin más preámbulos me pidió que la hiciera suya. Me desvestí, tiempo que aprovecho para retirarse las últimas prendas que le quedaban y con una sonrisa y fuerte abrazo me recibió encima de ella. 

Me beso de manera tremenda, con un gusto que pocas veces se puede ver en una mujer a la que está por robársele su tesoro, quizá por ser algo que desde hace mucho anhelaba. 

-¿Lista? –pregunte.

-Sí. 

Me levante y acomode mi pene en su entrada, la mire a los ojos y fui metiéndola despacio, hasta sentir que algo me obstruía, era su himen que rechazaba al intruso, sin embargo, con un poco de fuerza lo fui rompiendo hasta entrar en lo más lejos de su rinconcito. 

-Ay, sentí que me partí –dijo entre dolor.

-Es normal –le respondí. 

Era imposible resistirse y las embestidas comenzaron de mi parte, ella me abrazo con sus piernas y gimiendo me pidió que no parase. Lo cual no pensaba hacer, era una delicia romperle la vagina, meterle el pene hasta el fondo y sentir mis huevos rozando su vulva. 

-Ay, ay, ay, no puedo, no puedo.

-¿Qué cosa?

-Tu pene, no lo puedo aguantar, siento que… ay… me quema por adentro.

-Yo también siento lo mismo, estás hirviendo allá abajo. 

Nos besamos unos segundos y después me levante, tome sus piernas y las acomode de forma recta, sus pies quedaron en mis cachetes y así, comencé a darle. 

-Ay no, ay no, así duele más. 

Baje el ritmo un poco, dándole un respiro, sin olvidarse del gozo por el roce de mi pene en el interior de su cuerpo,  al que según ella, la hacía sentir quemada, como si mí verga estuviese en fuego. Cómo no sentir aquello, si su cueva jamás había alojado a un visitante, aunque desde tiempo atrás, lo esperaba con ansias, aquel mito de que la mujer no desea perder lo intacta hasta conocer la persona ideal, siempre me pareció una falacia, sin excepción, todas quieren sentir una macana recorriendo sus entrañas, sentirse penetradas por el arma natural del hombre, sin embargo, los prejuicios en ocasiones pueden más. 

Y ahí estaba yo, desnudo, con una jovencita deseosa de coger, de ser tocada, tratada como ente sexual al cual no se le debe respetar. 

-Karen, tienes bien apretada la vagina.

-¿Si?

-Siento que me estas comiendo el pene.

-¿Y sientes rico?

-Sí, eres una maravilla –le dije bajándome para darle un beso. 

Luego le pedí que se voltease, y se puso en cuatro tras solicitárselo. La tome de las caderas, empujándola lentamente se clavo en mi pene, dando un pequeño grito que me excito, a ella por otra parte, le provoco un dolor inmenso.

-¿Duele más así?

-Sí, pero lo disfrutas más.

Teniéndola como una perrita en celo, note con asombro el excelente trasero que poseía, pero quede maravillado con el culito, un agujerito chiquito y rosado que se escondía entre sus blancas nalgas. Se veía tan delicado y suave, que no aguantaba saborearlo y abrírselo con mi miembro. Pero mejor lo reserve para otro momento.

-¿Qué me ves?

-El culito.

-Ah, mira que bien.

-¿Me lo vas a dar?

-¿Por ahí también se puede?

-Claro.

-Pues no sé.

No me gusto su respuesta, se lo hice saber con una embestida que la hizo doblarse de brazos inclinándose hacia bajo de la cadera en adelante, quedando como un cañón. Karen ya gritaba. 

Nos adentramos en el mejor momento del acto sexual, cuando los movimientos de ambos se coordinaron para juntar los cuerpos, si bien al principio nos costó trabajo, Karen era alguien que aprendía con rapidez y, cuando yo hacia mi pene hacia su vagina, ella dejaba su cuerpo irse hacia atrás, conectado a ambos a través de los genitales con un movimiento que nos hacia gemir de placer.

-Ahhhhhh, Karen, que rica estas –le dije dándole fuerte.

-¡Despacio!, ¡despacio!

Mis intenciones no eran las suyas, yo quería darle más y más fuerte, partirle la pepa hasta eyacular a chorros, pero me detuve un poco al ver que sus piernas volvieron a temblar. Retire el pene de su interior, a lo que ella se quejo. 

-¿Por qué la sacas? 

Entonces se la deje ir de un tirón, nuevamente nos conectamos. 

-Ayyyy, ayyyy, que brusco eres. 

Otra vez, continuamos con el mete-saca que tanto placer nos daba, ella no dejaba de gemir y yo de alabar su esplendido cuerpo y la suavidad de su vagina. Nada mejor que estar prenzado de una joven que apenas descubría las mieles del follar, y yo, un pervertido que no desperdicio la oportunidad de enseñárselo. 

-Karen, me vas a hacer que explote.

-Ay, uhhhh, ayyyy, uuhhh.

-Karen.

-¿Si?

-Déjame eyacular adentro.

-Está bien.

Nos dimos los últimos encontronazos, y ya en el climax, solté varios chorros de semen que se quedaron guardados en ella, aun así, cuando saque el pene, algunas gotas de semen caliente fueron a dar en la cama. 

Cayó rendida boca abajo y yo encima de ella. Nos besamos un buen rato y platicamos de lo sucedido, ambos acordamos no comentar nada en el trabajo y tener precaución con nuestros conocidos. 

Después de la plática lo volvimos a hacer. 

Durante el resto de la semana nos escapamos a su casa por las tardes a fornicar como jóvenes a los que les hervía la sangre, pero un fin de semana, la convencí tras una larga charla de ir a un motel. Insegura, acepto. 

Estando en el cuarto del motel, le pedí se desvistiera y se acostara boca abajo, sin reproches acepto. Con mi lengua, recorrí sus piernas hasta llegar a su vagina, metí la lengua en ella y gimió un poco, luego le sugerí que levantara el trasero, y al hacerlo su raja quedo completamente a mi vista. Embutí mi lengua en su pepa y la moví agitadamente, Karen se retorcía del gusto y me pedía que no parase, pero su panocha no era mi objetivo y sacando la lengua húmeda de su vagina la recorrí hasta llegar al agujerito. 

-Ay, ¿qué haces?

-Quedaste en que me lo ibas a dar.

-Si ya sé pero…

-Pero ¿qué? ¿No te gusto?

-Sí, si me gusto pero se me hace sucio.

-No importa, eso déjamelo a mí. 

Lamí su agujerito por varios minutos y tanto fue de su agrado que hasta se abrió las nalgas con las manos para que lo hiciera mejor. Ya húmedo por mi saliva, apunte mi pene a su entrada y le dije a Karen que se preparara. Puse el glande en la entrada de su anito y ella dio un brinquito al sentirlo, así que la tome de la cadera con una mano para que no se me moviera. Lentamente le fui metiendo la cabeza, a pesar de los quejido de Karen, jamás me detuve y de a poquito fui rompiéndole el culito. 

-Ayy, ayy, despacito, despacito que me duele. 

A pesar del dolor, Karen no rechazaba mi penetración y se resigno a sufrir un poco para disfrutarlo. Tan así que cuando la metí toda, pego un grito que bien se pudo escuchar en los cuartos aledaños, donde también habían otros hombres tirándose a sus amantes, no obstante, al quedarme quieto, ella solita empezó a moverse, penetrándose ella misma. 

-Te gusto ¿verdad?

-Ay sí, pero siento bien caliente mi hoyito.

-Así es al inicio –conteste mientras me acostaba encima de ella y comenzaba a clavársela bruscamente. 

-Uuuuuuu, uuuuuu, despacito, despacito que duele mucho.

-¿La saco?

-No, nada más hazlo… despacio. 

Adoraba esa posición, estar encaramado encima de una mujer, ensartando mi miembro hasta lo más hondo a la vez que mis huevos rebotaban en sus nalgas. 

Era el dolor o el placer lo que hacía gritar a Karen de forma fuerte y no fue hasta taparle la boca con mi mano que callo, eso sí, sin dejar de darle. 

-Aguántate, ya casi acabo –le dije penetrándola. 

Se agarro del sabanas de la cama y las apretó con fuerza. Gimió un poco y a pesar del dolor, siempre mantuvo el trasero levantado para que se la clavara. Resultaba ser esa extraña mezcla entre el dolor y el placer que tanto gusta. 

No pude aguantar mucho y sentí el semen corriéndome por el pene, hasta salpicarlo todo en su recto. 

-Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhh, Karen, que rico culito tienes –exprese para después darle un beso que me correspondió. 

Me baje de ella y al sacar el pene, noté que su agujerito ya no era rosa y pequeño, sino rojo y grande, parecido a un boquete. 

Acaricie su cuerpo aprovechando que seguía acostada. Platicamos un poco de lo que había sucedido durante la semana e incluso un poco del futuro. Karen no estaba cerrada a la idea de hacer tríos y menciono que siempre había tenido interés por las mujeres. Le propuse que en unos meses consideráramos hacer algo de eso y respondió que no le parecía mala idea. 

Fueron pasando los meses y seguimos encamándonos a escondidas, ella termino sus prácticas profesionales, pero no fue impedimento para continuar acostándonos. 

Mi ambición era convertir a Karen en una putita y eso era algo a lo que no se opuso en lo absoluto.

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