Nuevos relatos publicados: 13

Comenzó en internet

  • 5
  • 13.280
  • 8,61 (28 Val.)
  • 3

Nos conocimos con Nora a través de internet, una amiga común, virtual también, nos presentó ya que ambos teníamos el mismo gusto por los archivos XXX, fotos, videos, PPS, lo que fuere.

Tuvimos varios encuentros virtuales, cámara por medio, donde,  después de varias charlas, la confianza y el deseo hizo que comenzáramos a tener unos deliciosos encuentros de sexo virtual, sobre todo cuando mi esposa, por razones laborales, no estaba en casa. Ella vivía con el marido pero no compartían habitación, igual había algo de temor por si aparecía sorpresivamente.

Me gustaban sus pechos pequeños pero erguidos, con duros pezones rodeados de una aureola rosada pero lo que me encantó cuando la vi, fue su conchita. No estaba totalmente depilada, tenía una especie de caminito de hormigas que iban, desde la raja hasta unos seis o siete centímetros. Por la cámara se veía rosada y, siempre, muy húmeda.

_Me encanta tu mirada de cochino libidinoso, me decía entre risas, a lo que le respondía que era de locos ver su mirada y su boca cuando mi pija estaba en primer plano y ni que decir cuando eyaculaba, se relamía y se notaba como se aceleraba la respiración.

Así pasaron varios meses hasta que, por razones familiares, debí viajar a una ciudad vecina de donde ella vive pero no le dije nada. A los días de estar ahí, le mando un mensajito de texto avisándole que estaba por un par de días mas. Esa tarde no podía zafar del marido, así que quedamos para la siguiente quedando en encontrarnos en determinada esquina, lejos del movimiento de esa ciudad.

Así fue, a la otra tarde, hora de la siesta, nos encontramos llegando casi al mismo tiempo. No terminé de decir hola que me plantó un beso en la boca que casi me deja sin aliento. No obstante eso, fuimos a un barcito, bastante alejado de miradas indiscretas donde, mientras tomábamos un café, decidíamos como hacer para sacarnos las ganas de una buena vez.

Fuimos por un taxi y ellas recordó donde había un motel, en un barrio alejado. Hasta allí llegamos, pedimos una habitación y, una vez dentro, dimos rienda suelta a nuestros deseos.

Nos fundimos en un largo beso en donde nuestras lenguas se forzaban por llegar mas profundo en la boca del otro. Nora es bajita por lo que debía encorvarme para alcanzar su culito para acariciar y apretar sus nalgas. La tumbé en la cama sin correr las cobijas y fui quitando sus prendas una a una hasta dejarla solo con una diminuta tanga.

Besé su cara, sus ojos, su boca y fui bajando, ella se dejaba hacer, lamí y besé sus pechos, mi mano acariciaba su vulva y uno de mis dedos se fue introduciendo con la facilidad que le daba el estar empapada. Encontré su clítoris y ya con dos dedos, fui cogiendo esa conchita hasta que vi como se tensaba su cuerpo y, lanzando un largo suspiro me tomó la cabeza para besarme con frenesí al tiempo que tenía su primer orgasmo.

A todo esto todavía no me había quitado toda mi ropa, cosa que si hice al instante y fue ella quien me puso de espaldas y se lanzó de lleno sobre mi pija, dura y palpitante, llevándosela a la boca y comenzando a mamar como una experta. Me separé un poco puesto que aún no quería acabar, así fue que nos acomodamos para un delicioso 69. Luego de un rato la recuesto y comienzo a chupar su deliciosa vagina que, les aseguro, estaba mojada como pocas veces vi en mi vida, a punto tal que tuvo otro orgasmo que mi boca recibió con sumo placer. Apenas se repuso se sentó sobre mi pija y, cual salvaje amazona, comenzó a cabalgarme. No sabía porque, aún yo no había acabado, pero fue un regalo que supe aprovechar ya que, habiendo tenido Nora otro orgasmo, se bajó y me dijo que me la quería chupar y hacerme gozar como lo había hecho con ella.

Me hizo acostar cruzado en la cama, los pies abajo, piernas separadas porque, ella de rodillas comenzaría a darme una deliciosa felación. Jugaba con mis huevos, los rozaba con sus uñas y, a veces, los amasaba, estuvo un buen rato hasta que no pude aguantar mas y acabé en su boca que no dejaba de chupar. No dejó una gota la muy golosa, luego le dio unos besitos y una lamida final. Cuando pudo hablar me dijo:

-Que livianita quedé! Y apoyó su mejilla en lo que, alguna vez, había estado duro y palpitante.

Nos lavamos, vestimos y nos fuimos lo mas rápido posible, ya que no quería que el esposo sospechase. Por mas que un par de veces estuve en esa ciudad, no volvimos a tener otro encuentro, las circunstancias no estaban dadas para eso, solo alguna que otra vez via Skype.

(8,61)