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Las cartas de Mercedes (2ª parte)

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Querida Mercedes:

Sí recuerdo esa noche en que por primera vez me mostré desnuda ante ti y la felicidad que me invadió ante tu serena y tierna reacción.

Esa noche cuando el primer placer mío contigo se había calmado, recuerdo que te dije que era hora que te fueras a tu cuarto. Me besaste de nuevo en la boca y me quedé sola en la sala. No me vestí , me quedé desnuda, no tenía sentido vestirse y el ambiente estaba tibio. Cuando ese primer orgasmo dejó de recorrerme y ya calmada, me fui a mi cuarto y por la puerta entreabierta del tuyo vi que tu leías antes de dormir.

Me metí en la cama y no intenté dormir, porque sabía que no podría hacerlo. Había dos razones para ese insomnio. Una era la visión de tu cuerpo desnudo, directo y absoluto en mi cerebro. Yo nunca te había visto desnuda desde cuando eras una chica. Tu figura de mujer adulta allí frente a mí y la suavidad infinita de tu cuerpo en mis manos, me había perturbado de tal forma que nunca he vuelto a verte de otra forma que no sea deseándote.

Fue ese deseo el que habría de llevarme a vagar por la ciudad y fue ese deseo el que me llevó a desnudarme para ti, porque de alguna manera tenía que decirte que así como yo te sentía una hembra deseable quería que tu supieras que en eso somos idénticas y que mi cuerpo gusta de ser visto y tocado, admirado y deseado.

La otra razón era el sabor de tus besos gratuitos , porque yo no te los pedí. Fuiste tú quien me los dio haciéndome estremecer hasta mis mayores profundidades y esa noche latí por primera vez para ti como tú sabes que puedo hacerlo y tenía que consumirme sola porque temía aturdirte.

Así estaba yo en mi cama, querida Mercedes, ardiendo desnuda, sin poder soportar mis sabanas , revolviendo mi pasión sobre mí misma mientras la luz de tu cuarto se apagaba y yo sentía cómo te dabas vueltas en la cama seguramente sintiendo la misma pasión secreta que yo aún no me atrevía a asumir. Habíamos vivido un contacto, pero nada nos habíamos dicho, ni una palabra que pudiera acercarnos íntimamente y yo, como mujer madura, tenía muy claro cada uno de mis deseos, pero no estaba dispuesta a romper tu mundo, sino únicamente si tú te dabas cuenta. Pero estas reflexiones eran buenas para vivirlas de día, serenamente, pero no para invadir totalmente el cerebro y el cuerpo de una mujer quemándose por todas partes.

Recuerdo que esa noche, como en una hermosa pesadilla ,sentía tu voz llamándome y me imaginaba tu cuerpo ardiendo como el mío y un sudor intenso corría por mi piel y mis manos buscaban entre mis piernas la forma de calmarme, la forma de mantenerme amarrada a mi lecho para no correr hasta tu cuarto.

De pronto, al parecer me dormí, pero fue solamente un momento para luego despertar como en un estado febril, en medio del cual, como obedeciendo a un impulso incontrolable, salí de la cama y me encontré de pie en medio de mi cuarto. Mis pechos se agitaban y bajo la luz tenue que entraba por mi ventana, pude ver mis pezones morenos inmensos, pero yo estaba estática ahí , paralizada, con las piernas apretadas conteniéndome a mi misma y sintiendo los latidos definitivos de mi sexo desesperado.

Miré hacia el corto pasillo que me separaba de tu cuarto, solamente eran dos metros , dos metros del placer supremo, dos metros del éxtasis ,dos metros para concretar algo que seguramente vivía en mí desde meses. Un sonido se me instaló en los oídos y sentí que mis pies se movían ya sin poder controlarlos, ya no era posible detenerme , llegaría hasta ti llevada por esa fuerza irresistible y caería sobre tu cuerpo amado . Mi sexo en ese momento era algo vivo desde afuera hacia adentro y desde adentro hacia afuera y vibraba agitando sus labios . Me sentía desfallecer y en medio del silencio logré afirmarme en el borde la puerta. Aferrada a ese borde pude mantenerme para no caer , abracé la puerta poniéndola entre mis piernas y sus fríos contornos encontraron los labios separados de mi sexo que se apretaron a ella como descansando. Mi sexo era una fuente sin final y me deslicé por la puerta como si fuese tu cuerpo y la sentí dura entre mis labios y me moví para recorrerla diciendo tu nombre en el más profundo silencio , Mercedes mía.

Fui cayendo lentamente, afirmándome cuanto podía, recibiendo los golpes de ese orgasmo formidable con el cual te estaba haciendo mía sin tocarte y me apreté los pechos hasta el dolor para no gritar mientras me hacía un nudo sobre la alfombra del pasillo sin que tú lo supieras.

Ya puedes ver , querida mía, que también tu tía Seni te guarda aún algunos deliciosos secretos. Compártelos ahora conmigo y escríbeme.

Te quiero y te deseo.

Seni.

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