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¡Que Dios te perdone!

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Voy a tener un poco de cuidado para no usar un lenguaje muy florido, como lo llaman algunos, por ALLÁ, pero me cuesta mucho, porque me parece cómico que mis personajes se expresen así y me van a tener que perdonar que, de vez en cuando, se me salgan algunas palabras de alcurnia que parecen rebuscadas para ser bien calificada (LOL), o, para ser tomada en cuenta para el premio nobel del próximo año…

Bueno, empiezo con la historia… porque es historia lo que Evangelina cuenta…

Todo iba viento en popa… bueno, es un decir, porque con la tremenda popa que se gasta la gorda hasta la menor brisa produce efecto… no podía ser de otra manera, apartando el hecho de que el “meo culiño” (aquí se me salió una, no lo voy a seguir avisando) es de un calidad muy apreciada por sus conocedores… modestia aparte.

Ya conocerán; si tuvieron el gran privilegio de leer la primera parte de esta verídica historia; detalles acerca nuestras historias y nuestra relación amorosa-comercial; la gorda es, toda ella, inmensa y yo soy pecosa, portuguesa, pequeña, de buen culiño y grandes tetiñas… los perversos de por aquí me llaman la Tetadora… ¡ah! Se me olvidaba decirles que seguimos siendo fieles seguidoras de la religión protestante, y de nuestra iglesia… porque el pastor nos dijo que no podía, por ahora, prescindir de nuestro óbolo semanal (10%) a la iglesia y que era mejor que permaneciéramos orando… que dios nos perdonaría con el tiempo. Nosotras lo que queríamos era que dios se aburriera de nosotras y mirara a otras personas… ¡que fastidio con el tipo! ¿No? ¿ Y entonces pa’ qué le puso las ganas a una…?

Continúo…

La gorda y yo seguíamos viviendo nuestro idilio bajo el ala de mi madre, que era la que nos cuidaba los muchachos mientras trabajábamos, atendía el negocio si era necesario, nos cocinaba, lavaba, planchaba y pagaba su parte de la renta del apartamento (con su pensión) donde todos vivíamos (mi hijo es el único varón).

A mi madre, le había permitido volver a trabajar con la condición de que renunciara a sus astutas y excesivas exigencias económicas, fuera de ley, por demás, porque según reza la ley del trabajo: “madre, no debe tener aspiraciones crematísticas en negocios que tenga con descendientes, porque madre solo hay una… (Sic erat scriptum) {En portugués en el original. Nota del traductor}

La gorda, desde que ganaba más dinero y comía completo (“más completo”, quiero que se entienda) y se vestía más bonito… y se maquillaba con productos de calidad…y… bueno, se ponía más bella y atractiva, la condenada, había incrementado su hermosa hermosura.

Si a esto le agregamos, que el amor que nos propinábamos casi todos los días y sus continuos triunfos sobre mi débil carne pecadora… le proporcionaban un perverso ascendiente no sólo sobre mí, como después se verá y un toque lujurioso a su personalidad, que antes tenía escondido: hela allí, convertida en una imponente hembra avasalladora, convencida que donde ponía el ojo fluían orgasmos y transformándose, día a día, en una mujer más desenvuelta, astuta y peligrosa porque ahora era consciente de su poder.

Ella era mi dueña y yo le obedecía. Yo solía ser la dueña y jefa del negocio, pero como ahora ella era mi dueña, entonces también, ahora, el negocio le pertenecía.

Yo sentía que no era que me hacía el amor… no, ella me hacía el favor.

Cuando me agarraba bajo la regadera, sobre la cama o bajo la luz de la luna (Ahhh, que poético) yo me convertía en juguete de sus perversiones y me derretía entre sus orondas carnes como el pequeño relleno de un pastelito entre la masa turgente y sabrosa que lo rodea.

La gorda solicita el derecho de palabra…

Evangelina es una belleza de portuguesita, pizpireta, con un rabito rabioso que me vuelve loca, con un puño de pecas que le rodean sus senos gloriosos, con su cuquita pequeñita, rosadita y lampiña como la de una muñequita, con su carácter posesivo e intenso en todo lo que emprende, ambiciosa, avariciosa que me gusta dominar y con su ternura que le gusta esconder pues la considera una debilidad indigna que a mí me encanta poner en evidencia.

Nos hacemos felices en todo sentido, vivimos sabroso, tenemos dinero, un buen negocio ilegal y nos amamos… pero la carne es débil.

A pesar de ser robusta, gruesa y gorda (¡Jumm!) mis encantos tienen un gran mercado entre los hombres y… mujeres.  Desde que me descubrí con Evangelina… mis preferencias han girado hacia ellas y ahora me fijo más en los estragos que mi robusta complexión causa en el bello sexo débil.

Antes de conocer a Ángel,  no me había dado cuenta, ni tuve la oportunidad de comprobar, cuál era mi verdadero gusto… ella me abrió el apetito, me enamoró, me enajenó, me sació y sobre todo construimos una pareja romántica y feliz. Tenemos tres hijos, todos se han adaptado a tener dos mamás, viven en armonía y son hermanos.

Hasta su madre, una portu que parece prehistórica, ha terminado por aceptar nuestra relación (extraterrestre, cómo la calificaba al principio) y ya nos trata como una pareja consolidada.

Por cierto… una vez me pasó algo digno de analizar con la vieja…

Estando solas un domingo en la casa, el pterodáctilo y yo, ella comenzó con una cantilena acerca del amor entre mujeres… ya tenía largo rato en eso cuando no pude soportar más, mi paciencia encadenada se rebosó. Me le acerqué a paso de lobo, ella estaba cocinando, y cuando me sintió llegar, vería en mi expresión algo que la asustó tanto, que se volteó a enfrentarme armada con un cucharón.

De una manera audaz, sorpresiva y sobre todo rápida y certera como una mapanare, atrapé entre mis dedos su gran cocoya portuguesa a través de su leve batica de casa, mientras sostenía mi mirada feroz en sus ojos: -¡que te calles, vieja bruja! Le dije en voz baja, con lentitud y con mi cara pegada a la suya.

Ella se quedó estática, mirándome aterrada y con su cucona atrapada entre mis dedos. Soltó el cucharón y me lanzó una cachetada mirándome sin hablar. Aumenté la opresión sobre su voluminosa concha y ella me respondió con otra bofetada. Empujé mi gordo dedo en su canal. La tercera cachetada resonó en mi cavidad craneal. Mi dedo consiguió la entrada a través de la botonadura de su vestido. La cuarta bofetada se sintió sin fuerzas ya, sus dedos permanecieron en mi mejilla retorciéndola con saña. La vieja temblaba. Empujé mi dedo y entré en su cueva… todo mi gordo dedo medio.

Se quedó estática con su mano apretando mi mofletudo carrillo y pestañeando a alta velocidad. Éramos dos gatas enfrentadas, la primera que se entretuviera en otro pensamiento, perdería la partida. Pestañeaba como loca. Mi dedo no podía entrar más y mi mano era garra que aferraba sus prominentes labios mayores. Soltó un estruendoso suspiro y se rindió. Me soltó el cachete y sentí como si me acariciara cuando bajó su mano con lentitud, rasó mis senos y terminó poniéndola sobre la que le atenazaba la intimidad. Suavemente me la fue retirando de la posición conquistadora que yo mantenía mientras me miraba. Ya no pestañeaba:- ¡Vocé Ganhou! Me dijo y salió corriendo de la cocina a encerrase en el baño. Desde ese día pasé a ser la persona a quien le consultaba los detalles de la administración del hogar y me trataba con respeto y atención.

La chica…

Una de las muchachas que trabajaba de cajera en el establecimiento comercial aledaño al nuestro, me miraba y remiraba cada vez que a su lado pasaba (je, je), me buscaba conversación, me regalaba chocolates (¡con lo que a mí me gusta!) cada vez que iba a pasear mi ocio en la tienda entre anaqueles y productos de belleza.

Un día, noté que me escondía de Ángel  para realizar esas visitas, pues ya no eran consecuencias de la ociosidad, los frecuentes paseos a la tienda vecina sino que el asunto estaba tomando un gustillo picantón.

La campana de alarma resonó en mi matriz: ¡dios mío, no me dejes caer en tentación…!

Restringí las visitas a las necesarias para atender la clientela de la tienda, constituida por cajeras y dependientes, cuya labor les impedía quitarse sus cadenas… abandonar sus puestos de trabajo, hasta la hora de salida, que era posterior a la nuestra. Atendíamos sus pedidos especiales y ellos nos mandaban clientela.

Cierto día, que me paseaba entre estantes esperando la cancelación de una entrega que alguien había hecho, ella, surgió de improviso frente a mí como un pecado: -tengo dos minutos para ir al baño, ven conmigo, tengo que decirte algo.

Yo la seguí embobada.

Amira, que así se llamaba la tentadora muchacha, era sobrina del Jordano  dueño de la tienda. En cuanto entré en el baño, pasó el pestillo, me pegó con su cuerpo contra un espejo y me clavó un beso que me llegó a la laringe. Abrí la boca, cuando pude, para quejarme del súbito ataque, pero su lengua atravesada en mi garganta no me dejó proferir más que un murmullo.

Al principio me quedé pasmada aunque no sorprendida. Poco rato después, reaccioné, la rodeé con mis brazos, la pegué contra mí y el beso se convirtió en éxtasis.

Era una carajita como de veintitrés o veinticuatro años, alta, pelo negro largo, grandes tetas y poco culo, piernas fuertes y una cara de árabe bellísima de grandes ojos, grandes cejas y grandes labios… una delicia.

Cuando nos desenroscamos, sacó de sus senos un papelito que en silencio y si dejar de observarme metió entre los míos. Se volteó, abrió y salió.

Nerviosa, abrí el papelito, contenía un escrito con una dirección y una hora. Me lo aprendí de memoria y lo lancé en el inodoro.

Todo el día rebulló por todo mi cuerpo el recuerdo, la cita y el escalofrío de la infidelidad.

Para compensarla un poco, esa tarde le hice el amor a Ángel bajo la ducha con intensidad de muerte próxima. Cenamos. Yo estaba en ascuas. ¿Cómo me le fugo a Ángel?

Evangelina estaría enamorada pero no idiotizada…

Desde la mañana, la gorda mostraba estar nerviosa, desconcentrada y ansiosa. Era notorio. Algo se traía entre manos. Estaba segura que en ello tenía que ver la Arabita esa de la tienda… seguro que era, ¡esa perra!, la que me la había puesto en ese estado. Algo había pasado entre ellas. Yo estaba tan celosa y arrecha que la hubiera podido golpear… a las dos…

Esa envidiosa, me la estaba sonsacando desde hacía días. El primero que me puso en los palitos fue un viejo que parecía brujo y tenía su negocio frente al mío. Un día me llamó para avisarme que mi revista favorita había llegado y entonces, como al desgaire, dejó colar, que la gorda y la sobrina del jordano se la pasaban jugando con sus tetas… pezón con pezón…

No me gustó que se metiera en mi vida privada, pero quizá lo había hecho con buena intención porque me conocía desde hacía tiempo y era su clienta.

Me puse a vigilarla sin que lo notara y una vez las cacé en sus cosas… exactamente como decía el viejo. De vaina no me infarté del arrecherón que cogí (… ¡ay! Perdón por la poca fineza expresiva… pero es que me da una rabia…).

Esa noche me hizo un amor tan cruelmente satisfactorio que olvidé lo del asunto de los juegos de tetas con la muchacha.

A sabiendas que su licor favorito se había terminado, me pidió un trago. Ante mi respuesta obvia, respondió poniéndose de pie, calzándose su pantalón y demás prendas y sin mirarme balbució la excusa de que iba a ir a la licorería en busca de una botella. Se había puesto una camisa muy elegante para una salida a una licorería… hasta se puso perfume. Yo tenía ganas de llorar pero, si lo hubiera hecho ella no lo hubiera notado porque no me miraba. Se despidió  con un “ya regreso”.

La seguí.

Escondiéndome tras una columna, vi bien el taxi en el que se montó. Detuve uno para mí. Como todos los taxistas nocturnos se conocen, le describí el de la gorda con detalle a mi chofer… sí sé quién es… es mi compadre… ¿para qué lo pregunta…? Me interrogó capcioso. Le expliqué francamente. Él se rió, lo llamó y le preguntó su posición.

Minutos después me dejaba en el bar donde a ella le había dejado su compadre.

Era una discoteca de ambiente…

La gorda y la chica parecían discutir… yo las observaba amparada en la oscuridad, las lágrimas me brotaban a raudales pero no moqueaba, estaba impertérrita.

La gorda trató de irse, la chica la atenazó por un brazo, la haló hacia ella y la besó… fue un beso largo… la gorda se rindió. Salieron agarradas de la mano. Se fueron.

Sabía qué iban a hacer.

Alguien que parecía una mujer, pero que sabía que no lo era, me agarró bruscamente y me arrastró hacia la pista de baile. No tuve tiempo de quejarme ni oponerme.

Poco a poco, ella, él, ello… me fue metiendo en el ambiente de la música y la dopamina. No me dejó quieta ni un segundo; secaba mis lágrimas, levantaba mis brazos para que sintiera el baile, me hacía girar cuando ralentizaba mi danza… al final… me hizo reír con sus comentarios. Aun así no me soltó hasta que no me sentí un ser diferente. Entonces me abandonó en el centro de la pista y desapareció.

Llegué a la barra y pedí un trago de ron.

Un vaso de licor puro me sirvieron sin que lo exigiera de esa forma tan brutal.

-Bueno… para olvidar, pensé. Al principio el sabor fuerte me estremeció las tripas: -¿no sé, cómo pueden beber esto? Me pregunté a mí misma, pues reconocí el bouquet de la bebida que era la preferida de la gorda: ron Superior.

Estaba bien… un poco mareada pero mejorando…

-¿puedo sentarme a tu lado? Preguntó a mi oído una voz seductora, aterciopelada y frágil de mujer. Un canto de íncubo.

Me estremeció. Su sombra me cubrió.

Era negra, alta, fuerte, bella, seria y elegante. En la semioscuridad aparentaba veinte o cincuenta años… aliento divino y perfume arrobador. Me excité inesperadamente ante su presencia turbadora.

-estoy de pie, logré al fin responder.

-¿puedo quedarme de pie a tu lado…?... Mi ayudante logró cumplir su cometido…

-sí, puedes… ¿ayudante?… ¿qué ayudante? Averigüé nerviosa.

-sé por qué lloras… no necesitas contarme…

-no te lo iba a decir…

-entonces… cuéntamelo todo… desde el principio, me ordenó.

Yo como una misma pazguata se lo conté todo en un acto de contrición…: la gorda ahorita, culminé, está acostada con otra…

-muy bien, opinó la negra. Me tomó por la mano y me condujo hasta una mesa que como por arte de magia estaba vacía en el atestado local. Un camarero acudió solicito a servirnos más ron.

-…no quiero que sigas llorando; continuo ella, tomándome la cara con sus suaves manos; no quiero que te vean llorar… nadie merece nuestro llanto… nadie… su voz era cálida y misteriosa y me llegaba con claridad a pesar de la barahúnda en la que estábamos sumergidas, no hay que darle oportunidad a nadie para que nos compadezca… la compasión es cosa de miserables… sólo desconocidos sin importancia nos rodean… ¡mírame! me gritó, la obedecí. Secó mis lágrimas con gesto brusco y me besó… Lucinda penetró mi espíritu con su lengua y el licor aflojó los últimos engranajes que en el reloj de mi vida se habían atascado.

Bebimos, hablamos y me acarició con suavidad. Bailamos.

Lucinda me estrechó. Por cuestiones de estatura mi cabeza quedó entre sus senos. Su aroma de diosa fluía a través de la vaporosa bata que vestía, desde sus zonas más ignotas y profundas. Me soliviantaban el alma. Me estrechaba cada vez más, me sentía cómoda y perdida. No había música que seguir, seguía las emanaciones electrónicas de sus señales y por ellas me guiaba, cómo los peces saben exactamente a dónde deben dirigirse sólo siguiendo las casi imperceptibles y cambiantes líneas del magnetismo de la madre tierra.

Le pedí que me llevara al Nirvana. Ella contestó que ya estaba allí.

Nirvana…

Miraba cómo me despojaba de mi ropa, un poco trastabillantemente, mi bello y ebúrneo cuerpo surgía de su desamparo.

Ella no se había desvestido. Cuando terminé de encuerarme me hizo señas de que me acercara y me senté a su lado en el borde de la cama. Me rodeó con su brazo protector y yo me acurruqué en su axila.

Me acariciaba el cabello y me decía suaves palabras sin significado… eran como una canción de cuna… ¿qué niño entiende lo que su madre dice?... sólo se dejan mecer por la brisa del sonido. El sonido de su voz formaba volutas de paz que explotaban en mi corazón y lo bañaban de miel y curaban las heridas…

-¿quieres que te tome? Me preguntó, mientras seguía acariciando mis cabellos… ¿no quieres?... ¿qué quieres?

Callé. Lucinda siguió con su melopea.

Amaba a la gorda y me dolía… pero no sabía si después el dolor, de pagar traición con traición, sería peor. Dios, me dijo… ya eres traidora… concluye y vete…

Creí haber oído la voz de Lucinda decirme esto…

-quiero ver a dios… le dije. Eso no tenía sentido pero ya lo había dicho.

-yo soy dios… hija mía, me dijo Lucinda y hoy veras mi gloria…

Entonces lo supe: dios es una negra que se hace llamar Lucinda y cuya entrada vaginal, se transforma en un chupón que cuando se conecta con la tuya te comienza a succionar y lamer profundamente. Absorbe tus fuerzas y las convierte en orgasmos… orgasmos tras orgasmo se apodera de ti… tus ninfas caen en su poder y las abre para ella entrar con su clítoris, allí adentro… y no hay nada más que hacer que pedirle, por favor, que no te abandone antes de que sea tarde… que el cielo es negro y aterciopelado… recorre todos tus poros con su boca bebiéndote la leche que brota de tus senos y los flujos que emanas impulsados por el placer…

Desperté sedienta en medio de la oscuridad.

Al despertar no tenía idea de dónde me hallaba.

Mi cuerpo ya no latía ardoroso. Estaba callado y en paz. Mi mente había desaparecido… ¡oh, gran maestro… gracias por pacificarme…!

Llamé. El eco me respondió. Me levanté y tanteando las paredes conseguí el conmutador. La luz se hizo.

Estaba sola. Pero no había soñado, olía a Lucinda. La busqué por todos los rincones del cuarto. Bebí agua del grifo. Me vestí y salí. Amanecía. Tomé un taxi.

Reencuentro…

A las cinco de la mañana por obra y gracia del espíritu santo, sus respectivos taxis aparcaron uno detrás del otro en la entrada del edificio. Se miraron mientras pagaban, no se dijeron nada… como si no se conocieran. Juntas tomaron el ascensor. En el trayecto ni se miraron.

La gorda abrió la puerta y galantemente cedió el paso. Ambas se desvistieron en la oscuridad artificial de la habitación. Una olía a  árabe y la otra a otra cosa. Se acostaron una al lado de la otra. Suspiraron al unísono y se dieron la espalda.

Entonces se oyó el grito de Evangelina:

-¡que dios te perdone ingrata cruel!

Con movimientos espontáneos y acordes se voltearon a mirarse: -¡perra! Le dijo la gorda.

-¡zorra lamecuca de árabe! Ripostó Angel.

Quedaron mirándose un rato, sus ojos se iban anegando de lágrimas que rodaban hacia la sábana.

El cálido fluir de las lágrimas se convirtió de a poco, en torrente de llanto individual, con moqueadera y todo.

No pudiendo aguantar más la individualidad, se fundieron en un abrazo y llorando amanecieron… bueno, ya quedaba sólo como media hora para que terminara de salir el sol…

A las seis y media la gorda se le montó encima y para las siete y media todo había concluido… fue un amor raro… apenado…sabroso… de reconciliación… nosotras sabemos… exhaustas durmieron hasta las tres de la tarde.

Al despertarse, Evangelina meneó a la gorda para que se despertara también, cuando ésta abrió los ojos la miró sonriente.

Angelina no apartó la mirada mientras le decía:

-anoche conocí a dios. Es una negra, se llama Lucinda y me dijo antes de irse, que te dijera, que yo te podía perdonar, porque él, te había perdonado.

Colorín colorao… este cuento se ha acabado.

 

By. Leroyal

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