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Historia de Paco y Lisa

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CAPÍTULO 1º

 

Paco y Lisa, Elisa por buen nombre, más dispares no podían ser. Paco, a sus veintiséis, era un chico más bien tímido y notablemente introvertido. Poco amigo de juergas y bullicios, tenía, más que pocos, escasísimos amigos, por no decir que no tenía ninguno, sino más o menos conocidos, buenos sólo para tomar alguna que otra cerveza y pare usted de contar; y amigas menos aún, pues no es que se distinguiera por lo fluido y atractivo de su palique, que en absoluto lo era, por lo que la general opinión que de él, en sociedad, se tenía era la de que era un “muermo” que aburría más que las dos partes del Quijote juntas.

Hijo de una familia de clase media, de esa burguesía más bien antigua, de las que los varones invariablemente eran profesionales universitarios, médicos, abogados, ingenieros y demás, o bien comerciantes de, al menos, mediano nivel, hizo económicas en la Autónoma de Madrid. Estudiante nato, a los veintitrés años sacó las oposiciones para Inspector de Hacienda; vamos, que vino a ser uno de esos señores cuya sola mención causa terror al más templado de los mortales, pero que también redundó en disponer de un apreciable nivel económico, por sí mismo, desde un año más tarde, desde los veinticuatro.

Lisa por su parte era una muchacha de lo más vivaracha. Alegre, parlanchina y de lo más extrovertida, poseía una simpatía natural que encandilaba a todo ser que se encontrara a su alrededor.

De familia proletaria, su padre, obrero de la construcción, era de los que montan y aseguran entre sí esas estructuras metálicas, vigas de acero verticales y horizontales, que constituyen el firme esqueleto de los edificios, oficio bien pagado pues no todo el mundo puede a diario trabajar prácticamente suspendido en el aire, moviéndose a través de la estrecha superficie de tales vigas, hacía que su familia tuviera un nivel de vida más desahogado que la generalidad obrera, por lo que la chica hubiera podido, sin problemas económicos al menos, seguir estudios, pero su naturaleza inquieta y poco acomodada a eso de “hincar codos”, premisa básica y “conditio sine qua non” para emprender estudios un tanto superiores, pero en absoluto haragana, siguió un módulo FP de secretariado administrativo que le permitió colocarse bastante bien en una empresa comercial de altos vuelos, en la que rápidamente se aseguró un futuro bastante decente, al progresar a nivel de Secretaria de Dirección.

¿Cómo se conocieron? Por pura casualidad. Desde un par de años atrás, Paco había salido del hogar paterno al adquirir un más que recoleto apartamento no lejano al mismo, en la calle Lope de Rueda, entre las de Sainz de Baranda e Ibiza, y a no tantos metros del Retiro, parque al que solía acudir cada tarde equipado con uno de los sempiternos libros que casi a diario solía leer.

Y Lisa, gran amiga de aquello de mantenerse en forma, habitaba, con sus padres, un piso de la calle Sainz de Baranda, al principio de la misma, entre las de Narváez y Fernán González, y, también, a tiro de piedra del famoso parque madrileño donde, así mismo, ella solía acudir cada tarde para hacer “footing”; vamos, a correr, lisa y llanamente, cual desesperada

Así, sucedió que una tarde de Junio, más avanzado ya el mes que otra cosa, a la muchacha se le ocurrió ir a “footinguear”-¡Toma cha, “palabro” que acabo de inventarme!- por el mismo paseo donde algún que otro minuto antes a Paco se le ocurriera ir a sentarse a la umbría  del parque madrileño. Y ocurrió que, cuando la chica llegaba a la altura del banco ocupado por el mancebo, no advirtió la raíz que someramente sobresalía del firme del paseo, con lo que tropezó en ella y cayó al suelo, doblándosele un tanto el tobillo, lo que la hizo proferir un ahogado chillido de dolor, que atrajo la atención del muchacho que, como impulsado por un resorte, corrió a socorrerla.

Paco, cual el perfecto caballero que era, cualidad un tanto “demodé” entre los actuales jóvenes, aunque en alguno que otro aún se dé, insistió en llevarla al cercano Centro de Salud “Ibiza”, donde la reconocieron y confirmaron que, salvo alguna leve contusión, nada más padecía. A casita pues y esperar que el dolor que todavía la aquejara desapareciera.

Pero aconteció que de aquél casual contacto devino, en principio, una cordial amistad que, en menos tiempo que se invierte en decirlo, pasó a ser una más que estrecha y sincera amistad, pues sin saber cómo ni por qué, lo cierto es que la pareja Paco-Lisa pasó a compartir casi todos los momentos de su vida, superando el perenne compartir de los “findes” para extender el verse a casi todas las tardes de lunes a jueves, en que, a partir de que ambos hubieran abandonado sus respectivos trabajos o empleos, se citaban en aquél mismo paseo en que se conocieran, y en el mismo banco donde Paco se sentara aquel día.

¿Qué hacían durante cada una de aquellas tardes? Sencillo. Al principio, simplemente charlar, pasear, estar juntos… Hasta, a veces, se tomaban de la mano y se miraban mutuamente, sonriéndose… Pero sin asomo erótico alguno, menos todavía de escondida, latente, sexualidad en ese tomarse de la mano, en ese mirarse el uno al otro. Todo ello no era sino el testimonio físico de un aprecio, un cariño mutuo, que indudablemente iba traspasando los límites de la simple amistad para trocarse en algo mucho más fuerte y perenne; la íntima amistad entre dos seres que puede llegar a asemejar verdaderos lazos familiares, incluso casi que fraternales a veces; y más bien eso era lo que entre Paco y Lisa reinaba, un trato que oscilaba entre la más arraigada y firme amistad de años, años y más años, y el cariño que une a dos hermanos inmensamente afines. En definitiva, vinieron a ser dos individuos que no se sentían completos si el uno le faltaba al otro, o al otro le faltaba el uno

Y como en toda relación hombre-mujer acaba por pasar, antes o después, es la parte femenina la que acaba por imponer sus criterios a la masculina, lo que en este caso sucedió bastante antes que después, pues por su natural carácter, el pobre Paco era, más bien, una especie de marmolillo en manos de su impetuosa amiga, con lo que ese pobre mortal, por naturaleza alérgico a todo cuanto requiriera el más mínimo esfuerzo muscular, se vio haciendo “footing” a todo gas, el gas que su más que visceral amiga imprimía a cuanto acometía, cada lunes, cada martes y cada jueves, que con un canto en los dientes se daba con que la, no obstante, más que querida fémina, le dejara descansar y recuperar un tanto el resuello los miércoles.

Porque sólo era el miércoles el día que a la semana aquél santo varón tenía para reposar un tanto, amén de, a veces, que no todos, los domingos, pues su queridísima amiga Lisa, forofa como pocas de bailar, lo tenía “meneando el esqueleto” por esas discotecas del Señor desde la noche del viernes hasta casi las claras del domingo, en régimen de sesión continua que al pobre Paco agotaban hasta la, más o menos, extenuación.

Y menos mal que su amiga, en un verdadero alarde de comprensión y buena voluntad hacia su más que querido amigo, tuvo a bien librarle de esa música más que actual y moderna entre la grey juvenil, pero con excesiva frecuencia más adolescente que juvenil, aunque el “adolescente” de marras “calce” ya los treinta y algún, treinta y algunos, “tacos de almanaque”, adecuándose a frecuentar cada “finde”, más que discotecas estridentes en ruidos, “disco-pub” de más que discretas luces indirectas y música un tanto melódica amén de bastante romanticoide o, directamente, melosamente romántica

Así que, de aquellas primigenias formas de bailar que la moza imponía en un principio, algo así como el a veces llamado “Baile del Oso”, deslavazados ambos danzantes, casi que cada uno por su lado y sin siquiera rozarse como quien dice, pasaron a una forma de bailar no solo más apaciguada y tranquila sino también bastante más íntima, en la que la proximidad de cuerpos se hizo tremendamente intensa, caracterizada por eso de mantener las caritas más que juntas, fundiditas o incrustaditas la una en la otra, con el inevitable enlazamiento del cuello de Paco por los brazos de Lisa, que ineludiblemente acabarían constituyendo, los tales enlazamientos, prietos abrazos, bastante más propios de novios muy, pero que muy amartelados, que de buenos amigos; incluso, amigos íntimos, si exceptuamos a esos amigos de los que se dice, o decía, “Con Derecho a Roce”

Y claro, como es de suponer, si Lisa adoptaba aquellas poses en extremo cariñosas hacia su amigo del alma, Paco tampoco se quedó tan atrás, pues no se sabe si Lisa podía ser inmune al inherente atractivo que, en tales circunstancias, los individuos masculinos ejercen sobre los femeninos, pero indudablemente que Paco no era de palo precisamente, por lo que eso de bailar bajo tal condición, acabó por hacérsele de lo más atractivo y deseable, con aquellos calorcitos tan agradables que, a poco de sentir la suave calidez de aquél cuerpo de mujer, transmitida a su propia piel, corriéndole por todo su ser hasta el Sancta Sanctorum de su masculinidad, provocándole un inmenso bienestar al tiempo que un indecible deseo de fundirse más y más con aquél cuerpo que, indubitablemente y desde tempo ya, le enloquecía; desde que, prácticamente, vivía para encontrarse con ella, pues ella era, ya sin duda alguna, su único motor de vida…

Y es que, al fin, era enteramente consciente de que amaba a aquella mujer; con infinita pasión, pero también con infinito desespero, pues en la cabeza no le cabía que ella pudiera sentir nunca algo mínimamente parecido a lo que por ella él sentía. No podía ser que aquella Diosa del Olimpo de Eros, por entero inaccesible, pudiera fijar sus deslumbrantes ojos en él, ínfimo gusano humano

Así llegó una de tantas noches de viernes, en la que, para no variar, estaban bailando la mar de juntitos, más amarteladitos que otra cosa, en una mini “boîte” que no mucho antes descubrieran y que, de momento al menos, se convirtiera en su favorita. Allí estaban, estrechados, abrazados el uno a la otra, la otra al uno, cuando sus ojos se fundieron al mirarse. De inmediato, un momento muy especial surgió para los dos. Fue como si un manto de magia les envolviera a los dos, alejándoles… No; en realidad fue como si a los dos les aislara del resto de la concurrencia del local, quedándose ellos solos. Solos en el local, solos en el Mundo, solos en el Universo Porque se sintieron como la única pareja viviente en todo el ámbito Universal Sus miradas fijas, inamovibles entre sí, parecieron generar una fuerza imantada que, en forma imparable, superior a sus propias fuerzas y por entero ajena a sus voluntades, les atraía el uno al otro, atrayendo en especial a sus bocas, que con trémulos, temblorosos labios, lentamente avanzaron la una hacia la otra, hasta fundirse en un beso.

Un beso que primero fue caricia suave, tierna, enteramente desprovista de erotismo, huérfana de trazas sexuales. Una caricia en la que sólo había cariño, amor; amor limpio de toda mácula; amor limpio de todo matiz material, pero pleno en matices inmateriales, espirituales. Pero eso solo fue en un principio porque, paulatinamente, la pasión se adueñó de los sentimientos, aflorando en forma por demás sensual, pues minutos después las bocas se abrieron en paso franco a sus lenguas que, ávidas, se buscaron para acariciarse, entrelazarse entre sí, degustándose mutuamente en íntima y más que sensual caricia.

Imaginar lo que acabó por pasar entre Paco y Lisa no será ningún prodigio de adivinación, sino un simple ejercicio de lógica, pues, efectivamente, los siguientes actos de aquella noche se desarrollaron en el apartamento de Paco, en el dormitorio de Paco, en la cama de Paco. El muchacho era, para ese momento, más virgen que la mismísima Virgen María, según la tradición católica, y más inexperto en el arte de Venus que un colegial de trece o catorce años, y no de los de ahora, que los hay que a su padre le darían sopas con honda en lides sexuales, sino de los de antes, de los de hace sesenta años por lo menos, cosa que, por bien o por mal, que eso nunca se sabe, a Lisa no le ocurría, después de haber andado ennoviada unos tres años más o menos, en plan semi formal, por lo que hasta convivió con el “maromo” más de dos de esos cerca de tres años. Y eso, sin contar lo que anduvo antes “a gatas”, que tampoco fue moco de pavo, de modo que ante la absoluta inhabilidad de su muy amado Paco, decidió tomar la iniciativa

―Déjame a mí, cariño; deja que yo te guíe…

Y así aleccionó al, en tales lides, inocente “pipiolillo”. De manera que Lisa empezó por dar a Paco un curso acelerado en las artes de hacer gozar a modo a una mujer, con lo que él mismo gozó como ni a imaginárselo llegó nunca. Aprendió a besar, de verdad, a una mujer; a acariciar, besar, lamer,  los femeninos senos, con especialísima y dulce, tierna, atención a sus pezones, hasta hacer gemir, jadear, gritar loca de placer, a la agraciada, su más que amada Lisa, que, por finales, cayó en una especie de éxtasis de placer, que poco le faltó para “venirse” por vez primera aquella noche.

Y tras los “prolegómenos” sonó la hora de la verdad y, de nuevo, fue la experimentada Lisa la que tomó la batuta  en el concierto, porque fue su mano la que dirigió hasta su destino la masculinidad de su amado; su mano la que abrió camino a través de la inculta(1) pelambre; su mano la que abrió paso a través de los labios mayores y menores; y su mano la que, por fin, puso el miembro masculino en el lugar exacto para proceder a la penetración. Entonces, Lisa exhaló un suspiro, y dijo mientras abría desmesuradamente sus muslos, con lo que también abrió de par en par el acceso a su acogedora y amorosa cuevecita del placer

―Empuja ahora, cariño mío. Con vigor, con decisión; no te preocupes por mí, que no me harás daño. Te deseo mi amor; deseo tenerte dentro de mí con toda mi alma, vida mía

Y Paco empujó y empujó, como ella le dijera, con decisión, firmemente, lo que no fue sinónimo de violencia alguna, pues esa decisión, esa firmeza en absoluto estuvo exenta de suavidad, de ternura, hacia aquella mujer que amaba más que a su vida…más que a nada en el mundo.

Lisa exhaló un suspiro de intenso gozo cuando el ariete de aquél hombre empezó a entrar en sus entrañas, invadiéndola, llenándola poco a poco, con ternura, cariño evidente; y se sintió más feliz y dichosa que nunca, pues, más que nada, se sintió querida, amada, por ese hombre, no simplemente deseada. Y tal experiencia, esa sensación de inmenso cariño que casi llegaba a la devoción de Paco por ella, le causó un placer hasta entonces desconocido: El placer del amor; el placer de amar y ser amada.

Lisa entonces  abrió aún más sus muslos, en íntimo deseo de que él profundizara dentro de ella cuanto fuera posible y también lo que imposible fuera.  Asentó firmemente los pies en las sábanas, elevó el pubis  cuanto pudo y empezó a mover sus caderas impulsando el pubis hacia adelante a fin de acoplarse con el empuje de su amado en la rítmica y deliciosa danza del amor, alternando los enviones hacia adelante con los de hacia atrás. Y susurró al oído de ese ser que ahora era para ella su propia vida

―Muévete mi amor… ¡Agg!... ¡Así, cariño mío!... ¡Así, mi cielo, mi amor!

Y Paco se empezó a mover, empujando hacia adelante para al momento replegar su ariete hacia atrás y enseguida reemprender la secuencia de vaivén. Lisa, en automático, se adaptó al ritmo impuesto por él, avanzando y retrocediendo su pubis al compás que Paco se movía. Y no tardó en volver a los suspiros, gemidos y jadeos de placer; hasta los grititos semi ahogados en la boca o el cuello de su hombre

―Así mi amor… Me gusta vida mía… Me gusta mucho… ¡Agg!... ¡Agg!... ¡Qué gusto cielo mío!... ¡Qué gusto más grande que me causas!... ¡Ay, cielo!... ¡Ay, ay! ¡Sigue mi amor, sigue!... ¡Aggg!... ¡Aggg!... ¡Aggg!... ¿Te gusta a ti, cielo mío, amor mío? ¿Te hago feliz

―¡Ay Lisa, Lisa, Lisa; mi amor, mi vida, mi cielo! ¡Mi…mi todo! ¡Imposible ser más feliz, más dichoso de lo que tú me haces! ¡Te quiero Lisa! ¡Lisa mía, te adoro!

―¿De verdad, cielo mío, que eres feliz conmigo? ¿Te hago dichoso, te hago disfrutar como tú a mi me haces, amor de mi vida?

―Inmensamente Lisa; inmensamente. Eres única Lisa; única en el mundo

―¡Agg! ¡Aggg! ¡Ay, mi vida; ay, cielo mío! Yo sí que más dichosa y feliz no puedo ser. Te quiero Paco; tú, tú me has abierto los ojos al amor; tú me has mostrado lo que es el amo ¡Ay, ay Paco, mi vida, mi cielo! ¡No! ¡No es posible! ¡No puede ser! ¡Me vengo Paco, cielo mío! Me vengo otra vez, mi amor! ¡Aggg! ¡Aggg! ¡Aggg! ¡Aquí, Paco, querido mío; aquí estoy ya! ¿Lo notas? ¿Sientes cómo me vengo, cómo me “corro”?

Y, desde luego, que Paco lo sentía; que sentía el interminable fluir del monumental orgasmo que ella acababa de disfrutar. Sintió cómo ese fluido bañaba sus genitales y se vertía fuera de ella, deslizándose mansamente por sus muslos rumbo a la sábana sobre la que los dos se amaban. Sintió, fue enteramente consciente, de cómo esos fluidos empapaban los muslos y el pubis de ambos, de Lisa y el propio Paco, embadurnando las dos pelambres púbicas, la de ella y la de él.

Pero, sobre todo, la sentía vibrar, explotar en convulsiones de placer al ritmo de sus “venidas”, de sus orgasmos que se sucedían unos a otros casi podría decirse que sin solución de continuidad… Continuamente, irrefrenablemente… Escuchaba sus gemidos, sus jadeos… Pero, más que nada, los estentóreos gritos, aullidos, alaridos de puro y único placer sentido… Y aquello, verla así, sentirla así, loca, definitivamente loca de gusto, le exaltaba, le enardecía…  Le llenaba de masculino orgullo porque sabía que aquella locura de amor la provocaba él. Y eso le hacía sentirse el HOMBRE MÁS HOMBRE del Universo…

Y ese orgullo redundaba en afirmar su seguridad, pues, lógico, en esos momentos de desbordante euforia sobrevaloraba, elevadas al cubo, sus propias potencias y habilidades, lo que, a la postre, le hacía eminentemente eficaz a la hora de la verdad, con lo que sus envites, sus arreones, se hacían progresivamente más firmes al tiempo que más rítmicos, cadenciosos y efectivos.

Por fin aquello estaba llegando al final, y Paco sentía cómo su venida se hacía inminente, incontrolable, pues sabía que había llegado al límite de lo que podía aguantar; de sustraerse al final derrame. Pero también Lisa lo supo, lo notó, cuando sintió cómo “aquello” crecía, engordaba y se expandía “Ad Infinitum” dentro de ella, hundiéndose más y más hasta estrellarse al fondo de su vagina, golpeando, cual martillo pilón en el cuello de su matriz.

―¡Te siento, amor mío! ¡Estás a punto de venirte, ¿verdad mi cielo? Lo noto, Paco, vida mía. Noto cómo creces dentro de mí, cómo golpeas el fondo de mi vagina, cómo tus envestidas ganan en intensidad, en vigor, en rapidez; sí; lo noto, lo noto, noto cómo entras y sales de mí a toda velocidad. ¡Aayyy! ¡Aayyy! ¡Aayyy!   Sí, cielo mío ¡Dame, dame, cariño! ¡Dame fuerte! ¡Rápido; más, más rápido ¡Aggg! ¡Aggg! ¡AAAAGGGGG! ¡Sí, vida mía! ¡Así, así, así! ¡Qué bien! ¡Qué…qué bien que me lo haces, vidita! ¡AAAGGG! ¡AAAGGGG! ¡Me vengo Paco! ¡MEEE VEEENNGOOOOO! ¡AY, AY, AY! ¡Vente Paco; vente conmigo, querido mío, amor mío!  ¡Dame, dame tu semen! ¡Dámelo mi amor; por favor, por favor! ¡Viértete en mí, cariño mío; en mi “cuevecita”! ¡Agg! ¡AAAGGGG! ¡Te siento mi amor, te siento! ¡Siento cómo te viertes en mí! ¡Siento cómo tus chorros entran en mi! ¡A presión! ¡Y cómo chocan, golpean, el fondo mismo de mi intimidad! ¡Es maravilloso, vida mía! ¡Maravilloso, Paco, amor mío! ¡AAGGG! ¡AAAGGGG! ¡Sigue mi amor; sigue, no pares; no pares cariño, por Dios, por Dios te lo pido! ¡No pares amor mío! ¡Aguanta cariño! ¡Aguanta, aguanta valiente, machote mío! ¡Así, amor; así! ¡AAAGGGG! ¡AAAGGGG! ¡Qué grande eres, Paco; Paco mío, mi Paco, mi amor, mi cielo, mi vida! ¡Valiente, valiente, valiente; machote, macote, machote mío! ¡Así, así, así, mi amor! ¡Me vengo otra vez, cariño! ¡Me vengo, me vengo, cielo mío! ¡Pero…pero, ¡ayy!, ¡ayy!, sola no puedo! ¡Ayúdame Paco; ayúdame, cielito mío! ¡Sí; sí; así, así Paco; así! ¡Qué, qué grande eres, amor mío! ¡Cómo aguantas! ¡Me vengo Paco! ¡Me vengo! ¡¡¡MEE COOOORROOOOOO!!!...

Los dos, Lisa y Paco, Paco y Lisa, acabaron prácticamente al unísono; cierto que ella duró un tanto más, dado aquél postrer orgasmo, pero cuando fue a Paco al que le tocó alcanzar la más genuina cumbre del placer sexual, ella le acompañó en aquelarre de inmenso gozo.

Por finales, los dos cayeron o, más bien, se derrumbaron sobre las sábanas; cubiertos de sudor, anhelantes, con la respiración entrecortada y trabajosa; como se suele decir, con el corazón en la garganta. Sin poder articular palabra; agotados, rotos, derrotados… Pero inmensamente felices los dos. Se miraron sin hablar y cada mirada envolvió al otro en un manto de amor, de cariño inmenso. De nuevo, con el último orgasmo en ella, con el único que a Paco le fue dado disfrutar, el deseo sexual desapareció, quedando solo eso: El gran amor que les unía.

Un amor del que Paco era bien consciente desde hacía ya alguna semana que otra, algún mes que otro incluso, pero del que ella acababa de apercibirse esa misma noche, pero que se venía incubando o, mucho mejor dicho, existía, de casi tanto tiempo atrás como en Paco, pero del que la muchacha hasta esa noche, hasta ese momento mágico, cundo se besaran mientras bailaban, no se había enterado. Fue ella la que, cuando pudo medio recuperarse algo, se aproximó a él, abrazándole, buscando amparo, protección, pegadita al cuerpo de él. Le miraba tan arrobada, que hasta a su rostro vino una expresión que no poco tenía de bobalicona.

La verdad es que Paco no estuvo fino entonces; no estuvo a la altura de las circunstancias que el embeleso de su novia determinaba, y es que el hombre, de puro cansancio, al tiempo que de pura felicidad, según sus nervios iban distendiendo los músculos y el aliento volvía a su natural estado, iba también cayendo en una somnolencia que progresaba en razón no ya aritmética, sino geométrica, por lo que para entonces, cuando Lisa se había recuperado lo suficiente para volverse hacia su amado, él estaba más en brazos de Morfeo que en los de su querida novia.

Eso, encontrarse a su novio casi dormido, a Lisa no le importó tanto. Le miró con ese arrobo antes referido, y, como también antes se dice, se acurrucó pegadita, muy pegadita a él, abrazándole estrechamente para que la unión de cuerpos fuera lo más juntita posible. Le besó con inefable ternura, le acarició y tomando en sus manos el ya casi flácido masculino miembro, musitó en voz casi inaudible

―Duerme mi amor, duerme; descansa, cielo mío. Recupérate, vidita mía, que este “pajarito” no ha hecho sino empezar a cantar…

Desde aquella misma noche, Lisa se quedó a vivir en el apartamento de Paco, de manera que lo sucedido en aquella primera noche juntos, fue reproduciéndose en cada noche que sucedió a aquella primera, que fueron todas y cada una de las siguientes. Así que, a los dos o tres meses, se dijeron que a qué esperar más. Su amor era fuerte, sincero y los dos ansiaban lo mismo: Casarse, casarse y casarse. Y, además, hasta por la Iglesia, que era el matrimonio “fetén”, al menos para Paco, de ideología más bien arto conservadora y moral Católica, Apostólica y Romana, cual correspondía a las muy arraigadas tradiciones de su familia. Lisa, en cambio, no era tan puntillosa respecto a los modos religiosos, también por su tradición familiar pues, sobre todo papá, era bastante de izquierdas y, concretamente, socialista, con lo que, aunque Lisa no fuese una anti-católica reaccionaria, eso se la traía bastante “floja”; pero como ese era el deseo de su novio, pues porqué no. Además, las bodas en la iglesia lucen mucho más que las del juzgado o alcaldía.

De manera que por entonces, a los no más de tres meses de noviazgo, empezaron a mover los documentos necesarios, básicamente, partida de nacimiento y fe de bautismo. Y aquí empezaron los problemas. Para empezar, fueron sus propios padres, tanto los de él como los de ella, que pusieron toda clase de trabas a que se casaran. Lo grande fue que los padres de Paco, tan tradicionalistas, tan católicamente religiosos, no parecía sino que les gustara más que, simplemente, siguieran como estaban, “arrejuntados”, y punto.

Hubo cosas sorprendentes, como que los dos hubieran sido bautizados en la misma parroquia, pero lo peor fue cuando tuvieron en sus manos los certificados. Los de nacimiento serían normales a no ser por un detalle: Aparecían dos fechas, la de nacimiento y la de inscripción en el Registro, ésta de dos a tres años posterior a la primera. Es decir, los dos, Paco y Lisa, habían sido inscritos cuando ya tenían dos-tres años.

Pero es que, la parroquia decía que en sus archivos no había referencia al bautismo de ellos dos. Que, al parecer, no estaban bautizados. Aquello no podía ser, en especial en el caso de Paco, cuyos padres eran más que católicos, nacionalcatólicos(2), luego, tan pronto tuvieron documentos en sus manos, Paco y Lisa, juntos, se dirigieron a sus padres, en busca de explicaciones; qué pasaba con ellos, en definitiva.

A quien primero acudieron fue a los padres de ella, de Lisa, en el medio día de aquél en que recogieran ambos documentos, en el Registro uno y en la parroquia el otro. Se presentaron allí cuando la madre recogía los servicios de la comida y, a bocajarro, espetaron tanto al padre como a la madre, al tiempo que enseñaban los dos certificados

―¿Qué significa esto?

Papá y mamá comenzaron por ponerse pálidos para, seguidamente, presentar un rostro que iba del rojo intenso al bermellón. La madre enseguida rompió a llorar con el mayor desconsuelo, en tanto el padre no hacía sino bajar la cabeza, escondiendo la cara. Al fin, sabedor de que era, no ya observado, sino escudriñado, empezó a soltar la sorpresa. En resumen, que Lisa no era hija biológica de ellos, sino adoptada cuando apenas alcanzaba los dos años; la recibieron de la Comunidad de Madrid, que se encargó de cambiar los apellidos en el Registro. La propia Comunidad la había bautizado en su momento, pues la madre de Lisa se deshizo de ella en el mismo paritorio, dándola a la Comunidad de Madrid para su custodia, pero no bajo los apellidos que ahora llevaba, por lo que no podía aparecer con ellos.

La noticia cayó en ellos, Lisa y Paco, como un balde de agua fría, como un mazazo quizás. En especial para Lisa, que veía desplomarse ante ella toda su vida. Pero se tuvo que reponer pronto, pues adoraba a sus padres; sí, a sus padres, pues otros no había conocido, amén de que los dos siempre la rodearon de cariño infinito y la criaron, como su madre biológica no quiso hacerlo. Los vio a los dos derrumbados, hechos polvo. En especial a su madre, que seguía llorando cada vez más desconsolada, con mucho más dolor. Y esa imagen, la de sus padres destrozados, no la podía sufrir; así que fue a consolarles, a decirles que eso, entre ellos, no variaba nada. Que ellos eran sus padres y punto pelota al asunto.

Por fin abandonaron la casa paterna de Lisa, abrumados, en realidad. En verdad, hechos tan polvo como los padres de ella estaban, con Lisa llorando a moco tendido, ahora, cuando sus padres no la veían. Paco iba silencioso, con una duda que le partía el alma. La casi seguridad de que con él pasaba lo mismo que con su novia, que también fue adoptado por sus padres. Por fin, se decidieron a ir a casa de los padres de él con la misma embajada que fueran a los padres de ella; así que, cuando la tarde iba bastante más que declinando, pues serían ya entre las ocho y las nueve, la pareja se presentó ante los padres de él. Si la madre de Lisa estaba recogiendo la mesa cuando allí llegaron, la de Paco andaba por la cocina, ultimando más que preparando la cena.

En fin, que para no andarnos por las ramas, sinteticemos diciendo que Paco vio confirmadas sus dudas de cabo a rabo. Sí, también él, como su novia habían siso adoptados por sus padres, la Comunidad de Madrid mediando, y, como con Lisa ocurriera, la Comunidad le bautizó bajo apellidos distintos a los actuales.

Aquella noche no hubo reproducción de aquella primera que tres meses antes, más o menos, pasaran juntos. Paco y Lisa estaban en la cama, uno junto al otro, pero en silencio, mirando los dos al techo, pensativos. Fue Lisa quién primero habló

―Quiero conocer a la mujer que me alumbró. No porque, de repente, me haya entrado un ramalazo de amor filial hacia ella, sino para que, simplemente, me explique por qué se desprendió de mí.

Volvió a hacerse el silencio en la habitación. Pasaron así unos minutos, hasta que fue Paco el que tomó la palabra

―Pues yo también; también quiero que la mujer que me trajo al mundo me diga por qué casi, casi, me tiró a la basura.

Y prácticamente desde el día siguiente emprendieron la búsqueda de lo que deseaban saber, que al momento se les reveló en, algo así, como “buscar una aguja en un pajar”, pues lo único que encontraron, desde el primerísimo momento, fueron obstáculos, por lo que el asunto pronto se les asemejó a una carrera de ídem. Empezaron por la Comunidad de Madrid, pero se encontraron ante un muro de silencio. Allí sólo les darían la información que buscaban, quienes fueron sus madres biológicas, mediante un mandamiento o sentencia judicial. Podían obtenerlo, pero el proceso sería largo y bastante costoso. En el Registro Civil se encontraron con otro tanto. Esa información era reservada. Todo, tanto en la Comunidad como en el Registro, por lo del anonimato de los padres que entregan un hijo en adopción.

Aquello parecía “Misión Imposible” cuando a Paco se le ocurrió una idea que podría llevarles a buen término. Los archivos de la parroquia no tienen información reservada, pues todos sus documentos son públicos y cualquiera puede consultarlos. Ellos sabían la fecha exacta de su nacimiento, luego lo más seguro sería que la Comunidad no tardara en hacerlos bautizar. Así, podrían acudir a esos archivos y buscar los bautismos administrados a bebés por esas fechas; además, tenían la pista de que, seguro, les bautizarían por sus actuales nombres.

Era una idea y también Lisa pensó que podría dar algún resultado, luego de inmediato la acometieron. En la parroquia no encontraron obstáculo alguno para consultar los archivos una vez que al párroco le expusieron su problema. Buscaron y primero encontraron la inscripción del bautismo de un niño llamado Francisco, el apellido no venía al caso, dos días después de su nacimiento. Había más inscripciones a ese nombre, pero eran de fechas más tardías, luego se quedaron con esos apellidos, esperando tirar de ese hilo y así encontrar a la mujer que le diera el ser, cosa bastante ardua también, pues la única pista era la fecha en que dio a luz.

Luego dieron con otra inscripción de dos años después, los mismos que mediaban entre ellos, también de dos días posteriores al nacimiento, a nombre de una niña llamada Elisa. Pero entonces, al tener delante ambos apellidos, de él y de ella, quedaron anonadados, al comprobar que eran idénticos, tanto el primero como el segundo.

“No puede ser; es casi imposible”, se decía Paco. Bueno, decía Paco abiertamente. No podía ser tanta coincidencia. Lisa, por su parte, no decía nada; se había quedado muda al ver esos apellidos, primero y segundo, idénticos en las dos inscripciones. Y tremendamente pálida, temblorosa incluso. Por fin salieron de la parroquia, en silencio, como antes se quedaran, a no ser por aquella exclamación de Paco. Subieron al coche, pero al momento Lisa dijo a su novio que la llevara a casa de sus padres, no al apartamento de él. Paco no dijo nada y la llevó donde ella quería. Cuando llegaron y ella se bajó, desde la acera, manteniendo la portezuela del coche abierta, dijo a su novio

―Paco, averigua quienes fueron nuestras madres, la tuya y la mía. Comprueba, demuéstrame, que no somos hermanos. En tanto no me lo demuestres, no quiero volver a verte. No me llames en tanto no sepas eso, si somos o no hermanos.

No dijo nada más. Se dio la vuelta y desapareció en el portal de su casa; la que desde entonces volvería a ser su casa. Paco la vio alejarse; soltó un suspiro de desaliento, volvió a poner en marcha el coche y marchó a su apartamento. Aquella noche no pudo dormir, por lo que a la mañana se presentó en el trabajo “in albis” de sueño reparador.

Los días que siguieron al del gran descubrimiento fueron terribles. Paco sabía que tenía que desvelar el secreto del nacimiento de los dos, de Lisa y él mismo, pero ¿cómo? Indudable era que la clave de todo estaba en la Comunidad de Madrid, en su Departamento o lo que fuera de Adopciones, pero palmario era que por allí nada lograría; y buscar hospital por hospital, maternidad por maternidad, sería imposible por el tiempo que precisaría invertir, teniendo que trabajar cada día, luego la cosa más peliaguda no se le podía presentar.

Pero se dice que todos tenemos un ángel de la guarda que nos protege, y Paco encontró ese ángel donde menos podía imaginar, en su jefe, el de la Delegación de Hacienda a que estaba adscrito. Sucedió que, desde el nefando día, el pobre Paco no daba pie con bola en el trabajo, equivocándose cada dos por tres como se dice por aquí, por España; y eso en él no era nada normal, por lo que, pocos días después, le llamó a su despacho y, muy seriamente, le dijo que le explicara a qué se debía su actual actitud, pues meter la pata tantas veces, y tan seguido, en absoluto era natural en él, y sus actuales maneras estaban perjudicando mucho al trabajo allí. En fin, que el jefe de Paco le obligó a que “cantara la gallina” por todo lo alto.

De momento ahí se quedó la cosa, pero unos días más tarde ese señor le volvió a llamar, pues tenía noticias para él. El jefe de Paco, como director de una Delegación de Hacienda, era un funcionario del Estado de cierta altura y claro, sus amigos también solían serlo. Y uno de los mejores era, precisamente, alto cargo de la Comunidad madrileña; nada menos que el subdirector del Negociado de Adopciones. El jefe de Paco, la misma noche del día de la entrevista con su subordinado, se puso en contacto con su amigo, poniéndole en antecedentes de lo que quería, quién era la madre de ambos chicos. Y el amigo casi al momento resolvió el problema. Efectivamente, Lisa y él eran hijos de la misma mujer, una prostituta que diez o doce años atrás había muerto de Sida, y ellos, lo más seguro, fruto de su profesión. Es decir, que sí, eran hermanos; hermanos de madre.

Tan pronto salió de la oficina, acabada su jornada laboral, se fue a casa de los padres de Lisa, la casa de la muchacha en definitiva. Cuando llegó ante el portal la llamó al telefonillo del portero automático, que tenía noticias seguras le dijo, y ella, al punto, bajó a verse con su novio. Paco le contó cuanto su jefe le dijera y ella, al escucharle, se sonrió con infinita tristeza en la mirada

―Así que era cierto; que lo que temía es la triste realidad. Desde luego, si el Destino hubiera querido ensañarse con nosotros, más no podría haberlo hecho…

Miró a Paco y en su mirada nunca hubo más cariño que entonces. Más tristeza tampoco. Alzó la mano y la llevó al rostro de él, acariciando su mejilla.

―Que seas feliz Paco. Mi amor, mi vida… Mi hermano…

Suspiró agobiada al decir esto, y sus ojos se empezaron a empañar de lágrimas

―Sí, cariño; que seas feliz. Adiós, amor mío; cielo mío, cariño mío… Adiós para siempre Paco, repito, que seas feliz. Olvídate de mí, querido mío; como si nunca nos hubiéramos conocido

―Adiós vida mía, querida novia mía. No te olvidaré; no podría, no podré; te quiero, te amo, demasiado para olvidarte. Además, un día nos pusimos novios y yo te di palabra de matrimonio y serte fiel de por vida… Y ya sabes lo caballeresco que soy; luego no romperé la palabra que te di; no podría, nunca, nunca, mi amor, hermanita mía querida

―Paco, amor mío; ya nadie es tan caballero como tú. Es una tontería ser así. Olvídame Paco e intenta ser feliz. Lo nuestro es imposible, querido, queridito mío…

Lisa no pudo seguir hablando, pues la voz se le quebró en un sollozo incontenible ya. Se volvió deprisa y echó a correr hacia su casa; hacia su portal. Por segunda vez, en pocos días, Paco la veía alejarse de él. La vio correr hacia el portal de su casa, al tiempo que sollozaba en el colmo del dolor, hasta el punto que los sollozos convulsionaban su cuerpo, haciendo que todo él temblara como una hoja. La vio llegar al portal y borrarse tras la puerta al cerrarse ésta, pero esta vez para nunca más volver a verla; esta vez, en verdad, desaparecía de él, de su vida, para siempre.

Aún se quedó allí unos minutos, con la vista más perdida que fija en aquella puerta, en aquél portal. Luego, al rato, lanzó un suspiro que no era sino intenso dolor, indecible desencanto. Se giró hacia el coche y se encaminó hacia él, lentamente, con paso cansino en el que no parecía sino que cada pie, cada pierna, le pesara un quintal. Así se llegó hasta el coche; le abrió, entró dentro, encendió el motor y, por fin, arrancó, enfilando una dirección sin sentido, pues a ninguna parte conducía.

A ninguna parte a que él deseara, pues salió sin saber a dónde ir, a dónde iba; simplemente, pisó el acelerador dando gas al motor, fue soltando embrague y el coche arrancó buscando, más o menos, el centro de la calle, respetando su sentido de marcha a fin de evitar colisiones frontales, pero sin rumbo fijo; simplemente, conducía hacia adelante, pero a ningún sitio determinado. Las crónicas nada dicen de aquél viaje de Paco que fue sin sentido, a ninguna parte, pero los viejos entendidos suelen decir que de milagro no acabó mal pues, según esas fuentes, a poco de iniciar la marcha el encintado de la calle desapareció de ante sus ojos, escondidos tras la cortina de lágrimas que nublaron la vista del muchacho, que para entonces iba llorando tanto o más que en aquellos mismos momentos lo estaba haciendo la parte femenina de tan desventurada pareja…

FIN DEL CAPÍTULO

 

NOTAS AL TEXTO

1. El término inculto también se aplica al campo no cultivado ni atendido debidamente, dejando crecer la maleza y las malas yerbas a su libre albedrío. Aquí se utiliza para indicar que Lisa no se depilaba el vello púbico

2. Nacionalcatolicismo es un término que se empezó a usar en la década de los sesenta para definir el sentido en que el régimen de Franco entendía el ser católico: En su sentido religioso más tradicionalista, más apegado a las normas, que no dogmas o creencias, más ancestrales. Por ejemplo, y a este respecto, el Concilio Vaticano IIº, en el que, por vez primera, la Iglesia se empieza a abrir sociológica y políticamente, es profundamente cuestionado, y por ende al papa Juan XXIII, que lo convoca sugiriendo el viraje, digamos, a la izquierda de la Iglesia, en contra de lo que significó el precedente pontificado de Pio XII, de espíritu más profundamente anti-comunista que anti-izquierdista en general.  Esto se agudiza en el pontificado de su sucesor, Pablo VI, que hasta llega a estar a punto de excomulgar a Franco, a causa de las últimas ejecuciones del régimen, los pistoleros del GRAPO que asesinaron a varios guardias civiles y policías. En general, podría decirse que el nacionalcatolicismo se basa en la absoluta fidelidad a las más tradicionalistas posturas de Pio XII, frente al “aggiornamento” que Juan XXIII y Pablo VI representan. Otro aspecto del “Nacionalcatolicismo” era fundir el espíritu patriótico español a ese espíritu más tradicionalmente católico. En esencia, si no eras católico ferviente, tampoco eras buen español, buen patriota. Y claro, los “nacionalcatólicos” eran los católicos españoles más, digamos, reaccionarios; incluso fanáticos podría decirse.

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