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Mi adolescencia: Capítulo 36

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Iñigo siguió con su plan lenta y pausadamente. Me dijo: “Cuéntame de nuevo ahora lo que me contastes el otro día, lo de hacerte la dormida con 15 años, cuéntamelo mientras te sigues cambiando de ropa, eso sí, cuéntamelo en voz baja, en plan confidencial, como saboreándolo”. Eso me costó mucho llevarlo a cabo. Pues no era lo mismo contarlo estando muy ebria por todo el vino que bebimos aquella noche que soltarlo ahora por la tarde así en frío. Por lo que al principio me costó muchísimo arrancar a volver a contar lo que me pasó con Edu años atrás. He de reconocer que el cocktail de todos los factores me estaba excitando: ver cómo le gustaba el morbo de cómo me cambiaba de ropa, sus caricias y besos por mis piernas y jugando con sus labios por encima de mis braguitas, el poder relatar de nuevo mis historias inconfesables con Edu y, sobre todo, el morbo añadido de estar en mi propia habitación y la posibilidad de que mi madre llegase a entrar. Solo sé que me sedujo y excitó tanto esta situación que empecé a narrarlo todo como lo había hecho aquella noche y yo misma me sorprendí cómo me excitó tanto el volver a narrarlo. El cocktail de emociones y sensaciones estaba muy bien compenetrado, y empezaba a agitarme mucho, pues de repente me pareció todo increíblemente erótico y solo deseaba que todo fuera a más. Y vaya que sí iba a ir a más. Lo mejor estaba todavía por llegar.

Y es que a partir de ese momento Iñigo se empleó más a fondo que nunca, pues sus besos y chupetones no se limitaron solo a mis piernas y mi entrepierna, sino que de repente se ponía de pie y me mordisqueaba suavemente el lóbulo de la oreja, me besaba los labios, me metía sutilmente la lengua, me mordía la nuca, me acariciaba todo el resto de mi cuerpo, me chupaba los laterales del cuello y sentía la intensa calidez de sus besos por todo mi cuerpo, ya fuese por encima o por debajo de la ropa, pues a partir de un determinado momento ya no me cambiaba yo de ropa, sino que él mismo me la quitaba, cogía una nueva prenda del armario y me la ponía cuidadosa y lentamente con mucho morbo fetichista para de nuevo volvérmela a quitar, y así repetir el mismo ciclo un montón de veces. Fueron unos momentos electrizantes. Sumamente electrizantes que hizo que se paralizara el cuerpo más de una vez. Estaba en una nube. Rezumaba erotismo cada uno de sus movimientos y me encantaba cómo jugaba con mi cuerpo, cómo jugaba con mi ropa y cómo sus húmedos besos se fueron haciendo cada vez más intensos, apasionados y perturbadores.  Estaba excitando mi cerebro. Vaya que sí lo estaba excitando y encendiendo. Quería que mi cerebro explotase de lujuria, deseo y sexualidad y vaya que sí lo estaba consiguiendo. Fue uno de los momentos más excitantes y placenteros de toda mi vida. Iñigo me manejaba a su antojo, como si fuese una marioneta, y eso me encantaba.

Por una parte era un poco el rollo de amo y sumisa, pues yo no hacía nada más que cumplir y respetar sumisamente todo lo que me hacía, ya fuese vestirme, desnudarme, besarme, chuparme o comerme directamente la entrepierna por encima de las braguitas. Pero he de reconocer que este rollo de sumisa me gustaba, me daba placer, me ponía y estaba descubriendo nuevas facetas en mí totalmente desconocidas. Él sabía usar sus manos y, sobre todo, sus dedos de forma tan talentosa y maestra que consiguió que mis pezones se marcasen constantemente de tal manera que hasta se notaban todo el rato, aunque en ese momento llevase puesto un jersey gordo o una camisa de Invierno.

Pensaba que no podía proporcionarme aún más placer del que estaba sintiendo en ese momento, qué equivocada estaba, pues Iñigo siguió estimulándome cada vez más, cada vez más intensamente, creciendo el deseo sin cesar. Sus movimientos de repente empezaron a ser más bruscos, pues me desabrochó la camisa que me acababa de poner y me la deslizó por los hombros, la deslizó por mi espalda y, sin llegar a quitármela del todo, empezó a comerme los pechos por encima del sujetador. Esto duró bien poco. Pues casi sin darme cuenta de lo rápido que hizo me quitó del todo la camisa y me desabrochó el sujetador. Como un escultor que tiene miedo de romper su obra si la toca bruscamente me acarició los pechos por encima del sujetador, al mismo tiempo que mientras me los acariciaba iba tirando hacía abajo, de forma suave y lenta, de los tirantes del sostén con sus dedos hasta que me lo quitó del todo. Por primera vez estaba completamente desnuda de cintura para arriba para él. Y, a pesar de que ya tenía 18 años y que ya había estado con otros chicos antes desnuda, sentí un gran pudor por lo excitadísima que estaba y cómo se manifestaba esa excitación en lo duros que tenía los pezones.

De esos momentos solo recuerdo como Iñigo me empezó a comer los pezones como quién saborea una fresa o una fruta deliciosa, como si fuesen un yogur que iba sorbiendo poco a poco sacándole todo su jugo, eso me encantó. No fue nada rápido ni violento, al contrario, fue dulce, cariñoso, lento y lo hizo con mucho tacto y delicadeza. Nunca en el pasado Edu, ni Rafa ni por supuesto David consiguieron hacerme sentir tan excitada como estaba en esos momentos tan eróticos y sensuales. ¿Podría disfrutar más aún? Vaya que sí podría. Porque de forma sutil e imperceptible me fue empujando muy poco a poco hacía la cama de mi habitación y cuando quise darme cuenta estaba tumbada encima de la cama. Pero lo que sí que me quedó perpleja es que yo ya no llevaba puestos los pantalones, ¿cuándo me los había quitado? No me había enterado en absoluto, no recuerdo nada de que me los hubiese quitado, fue como magia. Sabía que los tenía por las rodilla pero no sé cuando me los quitó del todo. Estaba tan noqueada y obnubilada por todas las sensaciones que me estaba produciendo que no pude ni darme cuenta de algo tan obvio como que me había quitado los pantalones. En ese momento de supina excitación, tumbada en la cama totalmente entregada, sabía que lo siguiente era quitarme las braguitas. Pero me equivoqué una vez más. Pues iba a jugar de tal manera con mis braguitas que el calentón sexual iba a alcanzar cotas inimaginables. Y mientras tanto con el riesgo de que mi madre pudiera entrar en mi habitación en cualquier momento, aunque si soy sincera esto también le aportaba mucho morbo a la situación.

Sinceramente no sé cómo Iñigo había adquirido tanto conocimientos sexuales y eróticos en su vida (solo era dos años mayor que yo) pero bien que los estaba empleando en todo su esplendor. Y lo que descubrí en ese momento es como una lengua puede ser el órgano más sensual, erótico, sexual, apasionante y excitante. Porque colocó su cabeza entre mis muslos, puso sus manos en mis pezones, los cuales empezó a acariciar con suavidad consiguiendo que se endureciesen más todavía y, sobre todo, empezó a pasar su lengua por mis muslos y por mi braguita. Pegaba pequeños chupetones o incluso pequeños mordisquitos, separando con su boca y su lengua las braguitas de mi sexo. Aunque, si soy sincera, lo que más me gustaba es como metía la lengua por los laterales de las braguitas y me chupaba, lamía y comía directamente mi sexo. Es indescriptible cómo me sentía. Fue un momento que no hay palabras para poder narrarlo. El morbo de que jugase con mis zonas genitales tan sensual y morbosamente hizo que me abriese y me abriese mucho más. Nunca hasta ese momento había estado más mojada y excitada, y solo quería que siguiese, que siguiese sin fin. Era como si todo lo que me lamiera tuviese millones de terminaciones nerviosas que estallaban en mi cerebro una y otra vez. En cierta manera era el goce y placer supremo que una persona puede experimentar e Iñigo lo estaba consiguiendo conmigo.

Con franqueza no sabría decir ni recordar que pasó durante los siguientes minutos, pues solo recuerdo que su boca y su lengua hacía verdaderas maravillas directamente ya en mi sexo (supongo que acabaría bajándome del todo las braguitas) y sé que nunca como en ese momento mi clítoris estuvo más vibrante, excitable y apasionado, llegando a rozar solo chupando con su lengua mi punto G no una, sino varias veces, hasta el punto de que solté un tremendo grito ahogado por el intenso e inmenso orgasmo que acababa de tener. Fue un orgasmo brutal. Antes ya había tenido con Edu y Rafa alguna vez alguno, pero eran light y descafeinados comparados con este que consiguió Iñigo sin ni siquiera penetrarme, solo con su boca y su lengua. Me quedó extasiada, hipnotizada y sedienta de más. Estaba como ida, mareada y muy aturdida, cuando de repente vi la cara de Iñigo delante de mí que me decía con una media sonrisa: “bien, muy bien, y ahora antes de seguir, vas a hacer eso que nunca antes has hecho en tu vida, y sé que lo harás muy bien”. No sé a lo que se refería, pero enseguida lo supe cuando vi como acercaba su pene erecto a mis labios, a mi boca, y como lo introducía poco a poco. No puse ningún reparo. Como ya he dicho antes, eso siempre me dio asco y repugnancia, solo de pensar en una felación me asqueaba, y sin embargo ahora me lo pedía mi propio cuerpo. Quería comérsela. Necesitaba comérsela. Y hacerlo bien. Hacerle una buena mamada y hacerle disfrutar con ello tantísimo como minutos antes me había hecho disfrutar a mí.

(9,25)