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Perra obsesión (2)

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Continué con mi trabajo como masajista en el Spa y aunque el que Diana regresara por esos lados era una posibilidad no podía fiarme de ello por completo, tenía que ir un paso adelante, asechar sin tregua a mi presa, ir cerrando el lazo en torno a ella y cuando no tuviera escapatoria posible comenzar a apretar.

En mi casa sola esa noche recordé el breve pero especial momento en que la había visto en cueros. Mi vida cambió desde que había masajeado su cuerpo. En serio veía las cosas desde otro punto de vista. No sé cual pero de que era otro lo era. Solo sabía que la amaba y la odiaba, estaba obsesionada con ella, quería adorarla y acabarla; nunca una persona había despertado en mi sentimientos tan encontrados como Diana, nunca había amado a otra mujer y la experiencia me estaba costando la vida y el sueño, nunca me había masturbado tanto por alguien hasta el punto que de con solo rozarme el clítoris un par de minutos pensando el ella me corría.

Cada día soñaba con pasar de nuevo mis manos ansiosas por la hermosísima piel de durazno de Diana, con recorrer su cuerpo, poseer cada uno de sus poros con las yemas de mis dedos… y me maldecía por no hallar la manera. Yo, Valentina Ríos, que siempre había sido tan recurrente, tan imaginativa, no sabía que hacer. Opté por tranquilizarme, mi ansiedad estaba actuando en mi contra nublándome el cerebro.

En contra de todo pronóstico Diana Camargo, mi obsesión y Carmen Suárez su inseparable amiga, regresaron el sábado siguiente al Spa pero por alguna extraña razón procuraban no cruzarse conmigo como si yo tuviera una especie de peste o algo así. El rechazo de estas dos mujeres me parecía excesivo, sin motivo, no me cabía en la cabeza. Si yo estaba en un lugar ellas no entraban, si yo llegaba ellas salían o simplemente me ignoraban, era como si silenciosamente me hubieran declarado la guerra.

Lo que ellas no sabían es que lentamente había comenzado a maquinar un plan. Aún no lo tenía elaborado del todo pero la primera fase era observarlas, escucharlas, estudiarlas, analizarlas y hablo en plural porque estas dos eran inseparables. No llegaba al punto de disfrazarme como una detective pero si procuraba pasar desapercibida para espiarlas y lo disfrutaba mucho, al fin estaba teniendo un pequeño poder sobre Diana, algo estúpido, pero algo es algo.

Siendo objetiva, también su amiga estaba muy bien, incluso mejor físicamente. Me gustaban enteras, absolutamente enteras, con curvas de verdad, con cosas bien puestas, cosas colgantes sin vergüenza y sobre todo clase y elegancia. Aunque Diana era más menudita me encantaba así, era un sueño húmedo construido por las mentes en línea de todos los pajeros del mundo unidos.

Diana Camargo y Carmen Suárez… no pensaba en otra cosa…. Carmen es rica, exquisita en rigor, pero Diana es perfecta, Carmen de 1,75, Diana de 1.60, con una sonrisa sin ninguna falla, Carmen con tetas de lujo pero las de Diana mejores, Carmen con sus nalgas medio caídas, Diana mira para arriba con su derriere, Carmen se ve increíble con ropa interior, Diana se ve deslumbrante con cualquier cosa. Cuando uno ve a Carmen vuelve a creer en Dios, cuando uno ve a Diana vuelve a creer en la santa trinidad, la Virgen María, la comunidad de los Santos y en la inmortalidad de las almas….

Me tomó un mes entero averiguar varias cosas interesantes de ellas, dado que solo iban los sábados. Carmen era modelo, ya decía que había visto esa perra en algún lugar. Comencé a coleccionar las revistas donde apareciera ella, no porque me interesara ella como tal sino porque todo lo que tuviera que ver con Diana era importante para mí. En una de esas revistas venía un reportaje fotográfico a este monumento llamado Carmen, capaz de sacarle chispas hasta al mismísimo Papa (con perdón). Salía con un bikini de peluche y ahora la tengo en el revistero privado de mi casa. He usado esas fotos con bastante regularidad. Pero seguía prefiriendo a Diana, mis mejores pajas eran para ella.

También me enteré que mantenían una especie de relación que yo no tenía muy clara. Diana estaba enamorada de Carmen y esta última tenía a Diana como su pequeño juguete privado de mostrar. Carmen dejaba que Diana llevara aparentemente la batuta, al menos ante los ojos de los demás cuando en realidad era al contrario. En el fondo Diana era sumisa, en privado Carmen la dominaba, no sabía hasta que punto pero lo hacía, solo sabía lo que escuchaba escondida en los baños, camuflada en los vestidores….

Lo que Diana no sabía era que pronto iba a cambiar de dueña o por lo menos a ser compartida por dos. Ya teniendo un poco mas claro mi plan procuré acercarme a Carmen primero, me parecía más factible dado que estaba casi segura que en cuanto a ella respectaba no había ningún sentimiento de por medio. Carmen no amaba a Diana, casi podría decir que comenzaba a aburrirse de ella.

Comencé a jugar al juego de la adulación con Carmen, se me ocurrió que era lo más conveniente a emplear con ella. Aprovechaba los momentos en que estaba sola para entablar una conversación con ella aunque fuera corta, para decirle cosas que la dejaran pensando en mí, quería volverme su amiga, que confiara en mí. De enamorarla no había posibilidad, era una mujer fría, calculadora diría yo, de esas que solo se quieren a si mismas, de esas que piensan que los demás deben idolatrar por el simple hecho de existir, de estar paradas en este mundo. Yo simplemente le di lo que quería.

Carmen comenzó a tratarme incluso delante de Diana que no podía creer lo que veía. Ella sentía unos celos enormes cuando Carmen y yo conversábamos e incluso nos reíamos. Carmen llegó al punto de dejar hablando sola a Diana para atenderse conmigo en la salita de masajes del Spa. Yo quería que Diana me odiara, eso era preferible a su indiferencia, además dicen que del odio al amor solo hay un paso; ya que no me había querido por las buenas tocaba por las malas, golpeándola donde aparentemente más le dolía: en su relación con Carmen.

Comencé a masajear a Carmen bajo la atenta mirada de Diana que yacía sentada en una silla a pocos metros. Era excitante ver a Carmen desnuda boca bajo, rendida bajo mis suaves caricias mientras éramos observadas por una Diana rabiosa pero impotente. De haber sido hombre habría tenido una erección en ese momento. Estábamos las tres solas, a última hora de la tarde, pocos clientes quedaban en el lugar y estaban lejos del lugar donde nos hallábamos. Por el calor yo llevaba simplemente una bata corta, de algodón, corta, sin ropa interior, Diana solo una toalla pues acababan de salir del sauna. Ambas con el cabello húmedo se veían hermosas aunque Diana estaba especialmente sexy con mechones de cabello mojados pegados a sus mejillas, con gotas de agua escurriéndose por su pecho y hombros.

Carmen separó las piernas y me miró de forma enigmática, de una manera que aún no podía descifrar. Yo, muy profesionalmente hasta ese momento la masajeaba en los lugares estrictamente permitidos por la ética, pero ella no era una mujer acostumbrada a esas cosas, definitivamente quería un masaje a fondo, un servicio completo. Pero yo necesitaba una señal mas clara que una simple mirada y una abertura de sus piernas, y esa señal me llegó cuando la muy descarada deslizó sin el menor reparo una mano por uno de mis muslos hacia arriba. No lo hizo lentamente, no, lo hizo con determinación, segura de lo que hacía y mas que segura de que no recibiría rechazo de mi parte.

Desde donde Diana estaba podía ver todo y no hacía ni decía nada! La rabia se reflejaba en su rostro pero algo muy poderoso le impedía articular palabra. Vio cuando Carmen llegó con su mano hasta mis nalgas, cuando me subió la falda para acariciarme mejor, cuando metió sus dedos por mi raja y me acarició el culo, cuando frotó después mi conchita expuesta al aire y los elementos.

Al hundir un dedo en mi concha separé las piernas, un gemido se me salió, disfrutaba esas caricias y mas aún porque éramos observadas por Diana, eso le daba una dosis de morbo indescriptible. Yo descaradamente comencé a sobar las nalgas de Carmen y posteriormente mis dedos se hundieron en su depilado coño y en su culo. Este último estaba muy dilatado, se notaba que era adicta al sexo anal, dos de mis dedos entraron sin problema y giraron en su interior. Ella por su parte ya tenía dos dedos en mi concha y uno en mi culo los cuales entraban a la velocidad de la luz, esta mujer era experta con los dedos, no podía ni imaginar lo que haría con sus voluptuosos labios y con esa lengua que asomaba lujuriosamente entre ellos.

Yo nunca había tocado a una mujer así mientras que ella era una experta, sabía como tocarme, cada movimiento suyo era correspondido con uno mío. Estábamos húmedas y agitadas, yo con las piernas supremamente separadas, con mis fluidos ya chorreando entre ellas impunemente hasta medio muslo mientras ella espatarrada por completo en la camilla movía sus caderas tratando de devorarse mis dedos que ahora se concentraban en su clítoris y coño.

Diana estaba a punto de llorar, el espectáculo lejos de excitarla la había lastimado en lo mas profundo. Seguramente no era la primera vez que Carmen le ponía los cuernos en su propia cara pero no podía acostumbrarse. Se sintió tan mal que se paró y se fue, con las lágrimas escurriendo por sus mejillas al tiempo que Carmen emitía un ruidoso gemido producto del placer que yo le había proporcionado con mi masaje. Yo me corrí también y fue tan delicioso que por poco caigo de rodillas. Mi placer fue doble, por el hecho de que Carmen era una experta masturbadora y además porque me había cobrado el desprecio de Diana, al menos en parte. Sentía un poder increíble, me sentía plena, nunca un orgasmo me había dejado ese sabor.

Con Carmen cruzamos un par de palabras y decidimos jugar a Diana, apostarla… era sin duda un buen premio a este juego tan excitante que apenas comenzaba entre Carmen y yo. Carmen se había dado cuenta que Diana me gustaba demasiado, no era tonta, se había dado cuenta que mientras ella me tocaba yo miraba extasiada a Diana.

CONTINUARÁ…

(9,27)