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¡Dámela toda, mi amor! (3): Saber golpear.

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En Budapest se hablaba del espectacular torneo de boxeo, al que acudían luchadores de países europeos y americanos. Después de intensos días de pruebas, combates y selecciones quedaron el ruso Damaiov alias "el Zar de Kiev" y yo con mi particular nombre Gallo Méndez.

La exacerbada gente que rodeaba el ring en el palacio de deportes nos coreaba. Entre el público, lógicamente, había hermosas muchachas -la mayoría prostitutas- para dar un magistral golpe de voluptuosidad al mundo de la violencia. De hecho uno de los contendientes que se presentaron cayó muerto sobre la lona, cuando un árabe lo tumbó de un certero puñetazo en los primeros encuentros.

Patrocinaban el torneo -o al menos figuraban los nombres- pubs, cervecerías, prostíbulos, locales de strip-tease -el más famoso el Club Lastritza- y gimnasios. He citado ese establecimiento nocturno en especial porque luego tuvo su considerable importancia.

Cuando desfilé como un solemne emperador entre la enardecida muchedumbre, noté entre mis alterados nervios, previos al combate, que unos fieros ojos de color castaño, se clavaban en mí y yo no pude distinguir por unos segundos entre el mar de cabezas a la muchacha del tren.

Se oyó la señal. Mi contrincante y yo nos enfrentamos en el ring. Varios asaltos. No recuerdo ahora el número. Solamente acude a mi cerebro el impacto de continuos golpes. Nadie cae. Sé que mi cara está magullada, pero mi antagonista siente cómo tiemblan sus piernas. Sí... ¡Cae maldito! ¡Cae de una vez! ¡Empieza a flaquear! Finalmente derribé al famoso "Zar de Kiev". Gallo Méndez era el ganador. Después de los debidos honores, me retiré a los vestuarios para ducharme.

Cerré la puerta por dentro.

-¡Mi enhorabuena! -exclamó una voz de mujer-. Tú eres mi campeón.

Antes de abrir los grifos de la ducha, vi de nuevo a Helga. No pude hablar mucho pues la sonriente muchacha se acercó y acarició mis sudados pantalones y en concreto mi pene que empezaba a endurecerse ante su presencia y su seductor perfume. Las palabras no servían de nada en aquel instante. ¿Para qué iba a preguntar? Por mi parte deslicé mi mano por su coño entre la corta falda negra que ella llevaba puesta. ¡Su raja estaba húmeda! Y desprendía un embriagadar olor que despertaba el deseo.

-¡Ah, mi gran guerrero! ¿Sabías que los combates de boxeo me excitan? -susurró ella mientras se me aferraba, cerraba los ojos y echaba su cuello atrás levemente-. Hazme aquí el amor, mi feroz gladiador. Si tienes fuerzas después de esa lucha...

Yo actuaba de un modo práctico, como un macho en celo que, tras la derrota de un posible rival, se aparea, en este caso con Helga. Introduje mi pene entre los mojados labios de mi nueva antagonista, la cual ya no necesitaba calentarse previamente. Debía ir siempre deseosa de tener a un hombre en su agitada entrepierna o era una ninfómana.

-Me masturbaba viéndote cómo golpeabas -decía ella entre jadeos en mis oídos.

Las embestidas eran más fuertes y nuestros gemidos aumentaban. Y en el orgasmo, ella profirió un fuerte grito. Me dejó perplejo pues las mujeres que antes habían pasado por mis brazos no exclamaban de placer de ese modo. A continuación llamaron a la puerta. Eran el entrenador y los seguidores del torneo. Inmediatamente Helga se escondió en un armario y esperó a que los intrusos se marcharan. Todavía me sentía más aturdido y alegué que necesitaba más tiempo para ducharme y otras estupideces que ahora no recuerdo.

Cuando salí de los vestuarios, completamente presentable, brindé con champagne francés entre mis amigos en una mesa, en otra enorme sala del mismo edificio. Allí estaban también las cámaras de televisión y periodistas. Muchas prostitutas de senos macizos entre vistosos escotes y caderas pronunciadas deseaban tener el dinero y los besos del musculoso ganador, pero estaba muy cansado. Además mis furtivas miradas no detectaron a mi inesperada admiradora del tren. ¿Cuándo debió salir del vestuario?

La mañana siguiente. La lujosa habitación de un destacado hotel de Budapest. Son las doce del mediodía. Me despierto... me cuesta incorporarme porque me duele el cuerpo y la cabeza. En lugar de librar un combate y hacer el amor con una admiradora parecía que había ido a una juerga nocturna con mis amigos en la época de estudiante.

Me levanto lentamente. Llaman a la puerta y me pongo a continuación un ligero albornoz.

-Pasa, viejo Dimitri.

Sabía que solamente podía ser el entrenador, un hombre entrado en años, colega de mi ex-entrendor en mi país.

-¿Todavía estás en la cama? -preguntó mientras entraba.

-Sí, ayer tuve una tarde-noche muy ajetreada ¿Sabes? -respondí.

Me senté en el sofá como él.

-No apliques conmigo tu humor sardónico. Vengo para comentarte un determinado asunto y...

Al oír aquellas palabras, las facciones de mi rostro cambiaron de repente y pronto intenté dar una respuesta.

-Vale, vale, Dimitri. El tema de la chica del vestuario se puede aclarar y...

La cara del entrenador también cambió por unos segundos y luego se puso a reír ante mi sorpresa.

-No, no era eso, pero me alegra ver que no pierdes el tiempo fuera de tu entreno.

-No... Entonces... ¿De qué se trata?

-El Sr. Miklos Rastein, el dueño de club Lastritza desea hablar contigo.

-¿Dónde está?

-Abajo, en el vestíbulo. Así... ¡Dúchate y ponte presentable!

-¿Qué pasa? ¿Quiere que baile un strip-tease en su local?

-No, creo que no es eso. ¡Date prisa! Es uno de los hombres más adinerados de Budapest y tiene amigos importantes que siempre interesan. Sobre todo en tu caso, si deseas abrirte camino en el mundo del boxeo. No conviene hacerlo esperar.

Y Dimitri me dio la toalla que había en una silla para que entrase en el baño.

El primer café de la mañana siempre sienta bien. No sé por qué, pero apetece.

¡Imagínense la escena! El entrenador, el Sr. Rastein, su guardaespaldas y yo en la caferería del hotel.

-Así... ¿Qué me dice de mi oferta? -me preguntó el dueño del club.

-Es una propuesta muy interesante -respondí-. Solamente debería repartir el tiempo entre trabajar en su local para que haya orden y mis horas de boxeo.

-Exacto. Además, se hartará de ver a chicas. Son las mejores de Hungría.

El individuo de rasgos endurecidos se rió mientras el guardaespaldas permanecía serio. Dimitri soltó una pequeña carcajada y yo me limité a sonreír.

-Estoy de acuerdo -proseguí.

-Pásese mañana por la noche por el local. Aquí tiene la dirección. Ya sabe que necesitamos a hombres fuertes para estos trabajos arriesgados. Piense que el hecho de estar con las muchachas más hermosas también entraña sus peligros. Hay muchos personajes entre el público que buscan problemas.

-Allí estaré Sr. Rastein -concluí mientras nos levantábamos de la mesa y nos dábamos la mano.

 

Francisco

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