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Hace unos años con mi hermana Ana

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Esta es una historia real y, como sucede en estos casos, solo cambiaré los nombres de sus protagonistas, por si acaso, que el mundo es un pañuelo.

Soy el tercero de seis hermanos, tengo dos hermanas mayores que yo, otras dos más pequeñas y por último un hermano, de una familia de clase media alta, en la que nunca ha faltado nada sino más bien al contrario. Nuestra vida, hablo de hace unos años, era normal y rutinaria, de casa al colegio y del colegio a casa. Miércoles, sábados y domingo judo, martes y jueves natación, fines de semana de invierno esquí, sábados por la mañana fútbol.

En fin, una vida sana y muy programada.

Estudiaba en un colegio de curas y, aunque no era el primero de la clase, sí que tenía, generalmente, buenas notas. Entre los hermanos nos llevábamos bien, con las peleas normales cuando éramos más pequeños y un mayor acercamiento cuando fuimos creciendo.

Cuando terminé el colegio, empecé a estudiar en la facultad de medicina y para mí supuso un cambio tremendo. El colegio, sin ser un agobio, sí que había sido bastante estricto en lo que se refiere a estudios, conducta, etc., sin embargo todo esto desapareció al entrar en la universidad. Todo era libertad, si no querías ir a clase, no ibas, con lo que aquel primer trimestre fue un desmadre. Nunca había salido con chicas y ahí tuve mis primeros rolletes, mis primeras borracheras y mis primeras juergas. Hasta ahí, todo normal.

Claro, este cambio de actitud fue enseguida notado por mis padres que tomaron, rápidamente, cartas en el asunto. Me empezaron a controlar las salidas, los estudios -mis notas del primer parcial fueron realmente penosas- y hasta los amigos. Volví un poco a la rutina estudio-deporte que había tenido durante mi etapa escolar. Mis amigos de la facultad se convirtieron en meros compañeros de clase, ya nada de francachelas.

Consiguientemente, con quien empecé a salir los fines de semana fue con mi hermana Ana, la que va justo detrás de mí y tiene un año menos que yo, y sus amigos, todos pertenecientes a las juventudes de una parroquia.

Mis hermanas mayores tenían novio e iban a su rollo y los pequeños eran demasiado pequeños para mí. En el grupo de mi hermana se hacían catequesis, charlas religiosas, misas... pero el ambiente no era tan horrible como pudiera parecer, pues a pesar de que había quien estaba todo el día con la cantinela de "vamos a rezar vísperas", "vamos a rezar laudes", no era todo el mundo y en el grupo había de todo, además de disponer de un local estupendo para nosotros.

Mi entrada en el grupo fue bien recibida, sobre todo por parte del sexo femenino y, gracias a mi hermana, tuve un par de novias de entre las chavalas más monas que había...

-Oye Chema, que me ha dicho fulanita que le gustas -Era ir sobre seguro.

Lo malo es que, dado el ambiente en el que se movía esta pandilla, todo acercamiento sexual consistía en unos cuantos besos y algún magreo de tetas por encima de la ropa. Las chicas estaban siempre pendientes de su reputación, la que se dejaba tocar por alguno de sus novietes por debajo del sujetador ya era considerada una golfa. ¡Qué tiempos...!

La cuestión del asunto es que Ana y yo cada vez nos teníamos más confianza, nos contábamos más cosas y nos íbamos haciendo inseparables.

Eso no quiere decir que diéramos de lado al resto de hermanos pero, al salir juntos en la misma pandilla, la compenetración era mayor.

Poco a poco y, sin que me diera cuenta prácticamente, mi hermana me iba pareciendo mejor que cualquiera de las chicas con las que andábamos, las comparaba con ella y siempre salía ganando Ana.

Un día, en una discoteca, sonaba música lenta, yo estaba un poco achispado y, además, me gusta poco bailar; de las chicas que había no me gustaba ninguna por lo que permanecía sentado a mi bola y con mi cubata, al que no daba tregua.

Ana estaba muy mona, su pelo negro le llegaba casi a la cintura, suelto, enmarcando una cara preciosa donde se veían unos ojazos enormes una naricita respingona y unos labios de esos que dicen cómeme. Llevaba una minifalda, no excesivamente corta pero sí lo suficiente para enseñar unas piernas que ya quisieran para sí cualquiera de las chicas que he conocido y un jersey cortito y muy ceñido. No tenía unas tetas de escándalo pero sí muy bien puestas y redonditas, de esas caídas hacia arriba de puro tieso.

Se le ocurrió la feliz idea de sacarme a bailar y yo me resistía pues no tenía ninguna gana, pero insistió tanto que finalmente fuimos de la mano a la pista.

Sonaba la música... El alcohol corría por mis venas... Ana me dijo que me quería mucho, que era su hermano preferido. Me hizo mucha ilusión y, casi sin querer, le di un beso en los labios. Fue un beso corto aunque no excesivamente, sin lengua, pero muy apasionado. Me puse como un tomate y le pedí perdón, pero ella solo sonrió y me dijo que no por bailar juntos nos teníamos que enrollar.

Ya sé que era broma y sé que ella no pensó nada raro pero yo tuve una especie de revelación: se me hizo un nudo en el estómago, otro en la garganta y, lo que es peor ¡Me había empalmado!

¡No podía ser! ¿Cómo me podía enamorar de Ana? ¡Con la cantidad de tías que hay por ahí! Sin embargo, la realidad se me iba haciendo cada vez más evidente, cuanto más lo pensaba más seguro estaba; en los sentimientos no se puede mandar.

Disimulando todo lo posible seguimos bailando un rato y luego nos fuimos a casa, yo bastante serio y mi hermana, alegre como siempre, sin sospechar lo que pasaba por mi cabeza.

Me fui dejando llevar... Mi relación con ella no cambió por esto, no iba a dejar que se me notara nada, hubiera sido tremendo tener que dar explicaciones. A pesar de que mi hermana está bastante buena, nadie me habría entendido y sería el cachondeo de todo el mundo, eso sin contar a mi familia ¡Catástrofe total!

Ahora bien, conforme iba pasando el tiempo, más ganas tenía de decirle a Ana lo que sentía, pero seguía sin atreverme, no encontraba la manera de hacerlo. Cualquiera va y le dice a su hermana “Oye, ¿quieres enrollarte conmigo?” o “Mira Ana, que me he enamorado de ti, que me gustas un montón y que si quieres que echemos un polvo”. No me parecía muy ético, pero algo había que hacer...

Por aquella época mi hermana no estaba saliendo con nadie, cosa curiosa, así que pensé que podría tener más posibilidades de éxito en mi empresa, aún siquiera por definir.

Empecé a mostrarme más íntimo en mis conversaciones con ella, le hablaba de mis gustos y experiencias sexuales, de las chicas que había en la facultad y con las que, al principio, había tenido algún escarceo... Todo con la esperanza de que me viera como yo la veía a ella, que tuviera celos de que alguien se metiera en medio de nuestra relación, tan íntima y especial. No notaba yo grandes avances pero tampoco me atrevía a ir más allá...

Un sábado cualquiera habíamos quedado todos los amigos para jugar un partido de fútbol en el campus de la universidad y decidimos hacer una sangría para pasarlo bien y que los espectadores, o sea, las chicas y los que no jugaban de la pandilla, pudieran ponerse a tono, amén de utilizarse como elixir para los jugadores. En un garrafón metimos el vino, el limón, la fruta, el azúcar y, por si acaso, un litro de coñac y otro de ginebra.

Aquella sangría era un bombazo.

Ya jugando, cualquier excusa era buena para acercarse a la banda y beber un vasito de aquel bebedizo, así que con el paso de los minutos, en vez de un equipo de fútbol éramos una panda de borrachos arrastrándonos por el campo. En la grada, ni te cuento.

En un momento del partido y por estar ya bastante bebido me llevé una patada descomunal que me dejó revolcándome en el suelo de dolor. Enseguida salieron las masajistas, todas las chicas de la pandilla, montando juerga y con el garrafón. Me llevaron fuera del campo y me hicieron beber un vaso tras otro, con lo que fui subiendo el grado de embriaguez de forma más que considerable. Ya no veía un balón sino dos y acabé deambulando por el campo hecho cisco. Mi hermana se empezó a preocupar y pidió que me cambiaran para llevarme al vestuario a darme una ducha a ver si me despejaba.

Me ayudó a llegar y allí me quedé tirado en un banco incapaz de moverme de la tajada que tenía. Ana no se había atrevido a entrar por ser el vestuario masculino pero, viendo que yo no contestaba a sus llamadas desde fuera, se decidió, encontrándome hecho una piltrafa.

-Chema, venga, levántate, vamos a la ducha.

-No puedo, no me puedo ni mover. Si me levanto, todo me da vueltas y me encontraré peor, ya lo sabes -Dije con voz gangosa y sin levantar la cabeza.

-Ven, te voy a llevar a la ducha. Seguro que luego te sientes mejor. Venga, ayuda algo que no puedo sola contigo... -Ana intentaba tirar de mí pero yo pesaba demasiado para ella y no hacía ningún esfuerzo.

Siguió insistiendo hasta que consiguió ponerme sentado en el banco. Yo estaba con la cabeza agachada entre los brazos, con unas náuseas terribles. Me quitó las botas de fútbol, las medias y las espinilleras e intentó ponerme de pie. A duras penas me sostenía...

-Vamos, quítate la ropa para ducharte, no pretenderás hacerlo vestido...

-¡Joder, Ana! ¡Que no puedo! ¡Me encuentro fatal! -No sé cómo había llegado a ese estado. Muchas veces me había emborrachado, pero nunca hasta ese punto; debía ser que estaba en ayunas y que la sangría con coñac y ginebra era muy fuerte y entraba muy bien. A raíz de la patada me había bebido más de un litro casi de golpe, más lo que llevaba de antes...

Fue ella la que me quitó la camiseta y el pantalón de deporte dejándome desnudo. Naturalmente, ella nunca me había visto así y se quedó un momento recreándose la vista. Al ponerme ella de pie sucedió lo inevitable; mis náuseas fueron en aumento y me tuve que meter en un váter a vomitar. Eché hasta mi primera papilla mientras Ana intentaba mantenerme erguido. ¡Qué espectáculo! Desnudo delante de mi hermana y vomitando mientras ella hacía de buena samaritana, aparte de la vergüenza me sentía profundamente agradecido para con ella.

Me llevó medio a rastras a las cabinas de duchas, me metió en una de ellas y, en cuanto me soltó, caí desmadejado a suelo. Vuelta a levantarme con muchísimo esfuerzo, no me tenía en pie sin ayuda, así que, ni corta ni perezosa, mi hermana abrió el grifo del agua mientras me sujetaba. La ducha cayó sobre los dos, a mí despejándome un poco y a Ana empapándole la ropa. Dio un gritito y se apartó, dejándome caer otra vez.

-Espera un momento -Me dijo, y empezó a desnudarse mientras yo estaba allí tirado.

-No tengo más ropa y no voy a volver calada a casa. Me puedo coger una pulmonía. -Dejó sus vaqueros, camiseta, jersey y ropa interior, bien extendidos en otro de los bancos del vestuario y se metió conmigo en la ducha ayudándome a levantar otra vez.

Yo tampoco la había visto desnuda en mi vida y me quedé alelado. ¡Qué buena estaba! Esas tetas bien tiesas ganaban mucho al natural y qué culo. Tenía un culo de infarto, tieso, duro, respingón... ¡Y qué decir del coño! Lo tenía depilado por las ingles, dejando el vello justo. ¡Era una maravilla!

A pesar de la borrachera que tenía mi polla reaccionó de inmediato y, sin poderlo evitar, le puse una mano en las tetas. ¡Guau! ¡Qué suavidad!

-¡Oye! ¡No te emociones! ¡Ni se te ocurra ponerme una mano encima, idiota! -Si tenía alguna duda de cómo decirle a Ana que me gustaba quedó disipada al momento. Debí poner una cara de hecho polvo tremenda...

-Venga, no seas tonto y deja que te duche -Dijo, con una voz mucho más cariñosa. Empezó a enjabonarme todo el cuerpo con sus manos ¡Qué gozada! Me frotó el pecho, la espalda, las piernas y, por fin el culo. Luego se dirigió a mi polla y la dio un repaso de órdago, yo creo que se estaba tirando más tiempo con ella de lo necesario.

-¡Vaya empalme tienes! ¿Siempre la tienes así cuando bebes o es porque estoy en pelotas? -Su tono era entre cariñoso y divertido...

-¡Hombre, si me la sobas así qué quieres... -Le dije mientras seguía apoyado contra la pared de la ducha.

-No vengas con cuentos que ya estabas empalmado antes de que te enjabonara, Lo que pasa es que te excito. ¡Mira que ponerte así con tu propia hermana! ¡Los hay guarros!

Me estaba dejando alucinado pues, mientras me decía esto de una forma más que cachonda, me estaba haciendo una paja en toda regla, o eso me parecía, apoyando sus tetas en mi espalda y restregando, poco a poco, su pubis con mi culo. Me di la vuelta y me la quedé mirando fijamente a los ojos. Todo lo fijamente que podía porque veía cuatro en vez de dos. El agua seguía cayendo sobre nosotros, estaba preciosa con el pelo mojado y además, seguía moviendo la mano de arriba abajo sobre mi pene a punto de reventar. Pero el alcohol hace maravillas y estaba teniendo un aguante fuera de lo normal. No dije nada, simplemente dirigí como pude mi boca a sus tetas, engullendo el primer pezón que se me puso a tiro. Succionaba con los labios y jugueteaba con la lengua, así de un pecho a otro mientras ella había tenido que soltar mi aparato y sujetarme para que no me volviera a caer. Empezó a suspirar quedamente, apenas audible por el ruido del agua al caer. Dirigí mis manos a su culo y empecé a sobarlo y a amasarlo con ganas. Que culo tan rico, que suavidad la de su piel, qué pezones, qué tetas... Me estaba poniendo a mil.

Delicadamente fui bajando a lo largo de su tripa hasta llegar a su sonrosada alejita. Intentó subirme y cerrar las piernas...

-No Chema... Que soy Ana...Eso no... Déjame... -Me dijo, pero a mí no me sonaba convincente. Qué calientapollas, pensé en ese momento. Me hace una paja, deja que le coma las tetas, pero en cuanto llega la hora de la verdad se echa para atrás.

Hice un poco de fuerza y metí toda la cara entre sus firmes muslos.

Enseguida mi lengua empezó a jugar con sus labios mayores, recorriéndolos de arriba abajo, abriéndolos y buscando su cueva. ¡Qué sabor...! A limpio, a mujer excitada... ¡Alucinante! A duras penas me sostenía en cuclillas agarrado a su hermosísimo trasero y trabajándole el coño con fruición, pero el agua de la ducha y, sobre todo, la vagina de mi hermana estaban obrando maravillas. Cada vez estaba más despejado y me daba cuenta mejor de lo que hacía. Para mí no había vuelta atrás. Cada vez disfrutaba más y hacía disfrutar más a Ana. Suavemente cogí su clítoris con los labios e hice una pequeña succión frotándolo a la vez con la lengua; le empezaron a temblar las piernas, hacía movimientos de cadera incontrolados y lanzó un gran suspiro a la vez que me apretaba la cara contra ella tirando fuerte del pelo. Sus flujos, abundantes, se mezclaban con el agua y con mi saliva mientras intentaba tragármelos con rapidez.

Como aún me costaba ponerme en pie seguí comiéndome su conejo sin desfallecer, acariciando su culo e intentando meter un dedo en su ano sonrosadito. Esto parece que no le hizo gracia porque enseguida intentó quitarme la mano. Sin embargo, aceleré mis movimientos linguales provocándole un nuevo orgasmo, más intenso que el anterior y así aproveché para introducir el dedo índice completamente y empezar a hacer círculos dentro. Esto hizo que suspirara con mayor fuerza aún y lanzara algún gritito entrecortado. Estaba a punto de desfallecer...

-Chema... Chema... Por favor... No sigas... Por favor... -Dijo, de forma entrecortada.

¡Cómo para parar estaba yo! Poniendo sus manos en mis axilas tiró de mí hacia arriba y yo me dejé hacer. Al estar erguido intenté aprovechar para besarle la boca.

Apartó la cara, no sé si por asco a sus propios flujos o por ser yo su hermano. La verdad es que no la entendía muy bien, era ella la que me había provocado con esa paja inconclusa y lo demás había venido rodado. ¡Y ahora se hacía la estrecha!

Pero yo estaba cada vez más y más excitado, era la mujer de mis sueños, estaba hasta las cejas de alcohol y no iba a dejar que se me escapara.

Cogí su cara con las manos y la obligué a mirarme, tenía una expresión indefinible entre placer y temor. Mi expresión era de profundo cariño, o al menos eso intenté, y volví a la carga con el beso. Como estaba sujeta no pudo apartarse...

Al principio no fue muy receptiva pero, poco a poco, iba cediendo, iba abriendo los labios, iba colaborando, iba haciéndose a la idea... Aunque después del par de orgasmos que había tenido, no sé a qué idea tenía que hacerse. ¿A que veía que iba a perder su virginidad? ¿A que era su hermano el que la hacía disfrutar? ¿A que estaba descubriendo sentimientos similares a los míos? No sé...

Lo que sí sé es que tenía la polla como un garrote y necesitaba meterla en algún sitio. Con suavidad y cuidado, intentando no romper la magia del momento, la fui abriendo las piernas y acercando el glande a su entrada, todo esto sin dejar de besarla. Empecé a empujar popo a poco...

-No, no, no... Por favor... - Era más un lloriqueo de niña indefensa que una petición, pero yo iba a por todas... Seguí empujando sin descanso hasta conseguir llegar al fondo de su coño virginal. En algún momento debí romperle el himen, pero no me di ni cuenta. Solo disfrutaba del momento ¡Qué gloriosa sensación! ¡Se la había metido entera! ¡Me sentía en las nubes!

Ana, la pobre, tenía los ojos y dientes apretados, debía de haberle hecho bastante daño. Seguí quieto durante un buen rato mientras la besaba el cuello y las orejas con pequeños mordisquitos, a la vez que la sobaba las tetas con pasión. Empecé a moverme despacito, entrando y saliendo... Su tensión inicial iba cediendo, empezaba a disfrutar...

Por primera vez le hable...

-Te quiero Ana. Te quiero muchísimo... -En ese momento me sentía realmente enamorado...

-Yo también Chema, también te quiero. Pero esto... -No la dejé acabar la frase, le di un beso en la boca con toda mi alma, metiendo la lengua hasta dentro buscando la suya. Su entrega fue total, entablamos una batalla de lenguas intercambiando saliva como posesos. Me fui dejando caer al suelo hasta acabar sentado con ella encima de mí. Ahora no logro recordar como pude mantenerme derecho hasta entonces.

Era Ana la que me cabalgaba y en ningún momento se le ocurrió levantarse, ahora que tenía oportunidad. Empezó a moverse cada vez más rápido, jadeaba, restregaba su pecho contra el mío y su clítoris contra mi vello púbico...

Su orgasmo se acercaba a la misma velocidad que el mío, yo no aguantaba más, quise decirle que se levantara, que me iba a correr, que era peligroso... Pero no pude... Empecé a soltar chorros de esperma en su interior con toda la calentura del momento ¡Qué manera de correrme! Levantaba el culo intentando metérsela lo más dentro posible y surtió efecto. Ana se apretó muy fuerte contra mí, me clavó las uñas en la espalda, me dio un mordisco en el hombro y soltó un gran AAAAHHH que casi me deja sordo.

Luego quedó totalmente desmadejada, abrazándome el cuello y dándome besitos tiernos en los labios...

-¡Joder Chema! ¡Qué pasada...! ¿Pero te das cuenta de lo que hemos hecho? -Me dijo con voz aún jadeante por el cansancio del orgasmo.

-¿Lo que hemos hecho? El amor, eso hemos hecho. Es lo normal entre personas que se quieren ¿No?

-¿Entre hermanos también?

-Hombre, eso no es tan normal, pero seguro que no somos los únicos - Yo ya intentaba levantarme, caí en la cuenta de que el resto del equipo estaría a punto de llegar y no era plan que nos pillaran en estas condiciones.

-Venga Ana, que seguro que están todos a punto de venir.

Ana se vistió a todo meter, Tenía la ropa un poco mojada, pero eso no le extrañaría a nadie y me ayudó a mí que, aunque bastante repuesto, no estaba bien del todo. Salimos del vestuario justo a tiempo, los demás llegaban bastante alegres a causa de la sangría...

-Vaya Chema, como estabas ¿Eh? - Me soltó uno de mis amigos. Y así el resto, haciendo bromas a causa de mi estado...

-¡Qué tajada chaval. Que para saber beber hay que saber mear.

-Iros a tomar por el culo. ¿No habéis visto lo que me han hecho beber las chicas? ¡Un poco más y me meten el garrafón entero!

-Venga, no te mosquees. Por cierto Ana, estás calada. Pídele a alguna chica que te deje algo de ropa... O te dejo yo mi chándal -Dijo Fernando, uno de la pandilla que estaba un poco quedado con mi hermana, pero ella no le hacía ni caso. Y después de lo que acababa de pasar, menos.

-No te preocupes, Fer, Ya cojo el chándal de Luis –Era cierto, se nos había pasado que yo tenía un chándal para dejarle y que no fuera mojada...

-Oye, que nosotros nos vamos ya en mi coche a casa. ¿Quedamos luego, por la tarde?

-Vale, pero deberías esperar un poco para conducir -Nos despedimos de los demás y fuimos a dar un paseo hasta que se me pasaran totalmente los efectos del alcohol. Además nos apetecía estar solos, había mucho que hablar.

-Chema... -Empezó Ana- Esto que hemos hecho... No sé... No debería haber pasado. Me he dado cuenta de que también te quiero, que me gustas, vaya. Pero eso no quita que seamos hermanos. No se pueden liar dos hermanos, está prohibido y es pecado mortal.

-¿Pecado mortal? También follar fuera del matrimonio y veinte mil cosas más. Me importa un huevo que sea pecado. Solo sé que ahora no puedo dejarte. Lo único que me da miedo es que se enteren los papás o los demás -Dije, refiriéndome a nuestros hermanos.- Ahí sí que no sé qué pasaría... Pero lo que sí tengo claro es que no me voy a separar de ti.

-¿Y cómo quieres ocultarlo? Esas cosas se notan. Seguro que si siguiéramos acabarían por descubrirlo y entonces fijo que nos matan.

-Pero... Yo... Ana, después de esto... –Dije con voz entrecortada.

-Déjalo estar Luis. Ya veremos qué pasa.

Pasaron los días. Ana y yo manteníamos una actitud normal dentro de casa. Al salir juntos, con los mismos amigos, no extrañaba a nadie en casa que tuviéramos tanta intimidad. Eso sí, al ser tantos hermanos, más nuestros padres y dos chicas de servicio era imposible tener cualquier tipo de encuentro sexual en casa.

Solo me quedaba el recuerdo del increíble sabor de su coño... Del sublime momento de la penetración, para mí el más placentero, más incluso que el propio orgasmo... El haber sentido como los labios vaginales de mi hermana me rodeaban y apretaban la base de la polla me volvía loco... También recordaba cómo me comía sus tetas, son preciosas, con esas areolas rosaditas y esos pezones que se excitan al menor contacto...

Pero, en fin, un día, Ana, al cabo de unas cuantas semanas, descubrió que estaba embarazada. No sé cómo pudo pasar, solo lo habíamos hecho una vez; a pelo sí, pero mira que es difícil acertar a la primera. El panorama que se nos presentaba era bastante desolador... En España, por aquel entonces, no existía el aborto, ni aún en casos de violación. Ni idea con respecto al incesto y tampoco se me ocurrió preguntarle a nadie.

Pero esa es otra historia...

(9,59)