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Jimi, Betty y los campeonatos de tekoki (2). Eliminatorias en el Maná

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La víspera del torneo de selección una llamada nocturna nos despierta. Betty se da la vuelta y se tapa la cabeza con un almohadón. En el display centellea el contacto de Luna.

-Que tal pequeñín, ready for action?

-Mierda Luna sabes qué hora es?

-Lo sé, es que te confieso que estoy un poco nerviosa, siento decírtelo.

Me alejo unos metros de la cama revuelta de donde asoma un lánguido pie con uñas descuidadas y paso a modo meloso; encaja con mi voz de mal despertado.

-Cariño, no tendrás celos de ésta - le digo refiriéndome a Betty, la dueña del pie huesudo que sobresale del edredón.

-Es ella quien te va a ordeñar en el concurso, no? How I wish I was there.

-Negativo. Ella ordeña al macho de la pareja rival.

-Vamos Ji, que otra cosa estuvisteis haciendo todos estos días.

Ahí me tenía. Menearla era la cosa que Betty menos mal hacía. Era despistada, ni idea de cocina, inculta como un ladrillo y sosa como su puré de patata. En la cama era torpe y descoordinada. Sus manos sin embargo eran grandes, se movían bien y tenía cierta intuición. O serían los largos años de entrenamiento con su ex, que no quería otra cosa.

-Ok, tú me la presentaste, confiesa que específicamente para esto. Mira, por qué no adelantas tu regreso. No sé qué tal nos irá mañana, pero solo contigo seguiría adelante en esto.

A través del microaltavoz recibí un ronroneo que activó mi circulación periférica. Era el que Luna emitía cuando realmente deseaba enroscarse a mi muslo.

-Me prometes que me contarás todo?

Las manos frías de Betty tapándome los ojos me sobresaltaron.

-Buenos días mi pequeño percherón. Unos cereales calientes para reponer fuerzas?

Recogí el teléfono del suelo pero la llamada se había cortado. Cliqueé un mensaje lleno de errores y apreté send.

El dueño del sex shop y su esposa brasileña se habían ofrecido a llevarnos, dado que yo no tenía carnet y Betty no tenía coche, se lo había quedado su ex. Por el camino la mujer nos ilustró sobre el circuito carioca de sex fighting y su amistad con una de sus más rutilantes estrellas, Dana dos Santos, ya retirada. Se notaba que quería hablar más, pero la mano de él sobre su pierna se ponía tensa cada vez que lo hacía. El asunto me interesaba pero Betty la interrumpía torpemente para contar sus propias hazañas, que eran bastante insulsas, mientras se repasaba las uñas o hacía estallar los nudillos, así que los graznidos de las dos comadres pronto me aburrieron. Me puse los cascos, seleccioné una lista de Luna y me recliné en el asiento trasero.

El local se llamaba Santa Mónica, aunque al parecer era conocido como ‘el Maná’, y se ocultaba entre naves industriales y caserones ruinosos en la zona portuaria, donde a aquellas horas el ambiente era de estibadores ociosos y turistas perdidos. Habría una jornada matinal de series eliminatorias sin público y una velada nocturna para los finalistas. Betty y yo habíamos sido convocados a primera hora junto a otras tres parejas de las que solo una alcanzaría la soirée. Paramos en doble fila delante de la puerta. Betty y yo saltamos a por nuestras bolsas y nos despedimos agradeciendo el transporte. Cuando se marcharon nos giramos hacia el local y comprobamos que estaba cerrado a cal y canto. Betty golpeó la puerta un par de veces sin éxito. Los golpes atrajeron la atención de una joven pareja que deambulaba cogidos de la mano. Llevaban mochilas enormes de las que colgaban todo tipo de accesorios del viajero, y fumaban de un cigarrillo que ella ponía en sus labios de cuando en cuando. Ambos eran igual de corpulentos y sus cuerpos, ataviados con ropa de verano a pesar de la brisa gélida, desprendían vigor.

-Venís al concurso? Llevamos aquí un buen rato y no abren. Ya pensábamos que se trataba de una broma de mal gusto.

Habían venido andando desde 250 km al norte, así que en efecto la broma hubiese sido de un gusto pésimo. Cuando se aproximaron pudimos comprobar que ambos le sacaban la cabeza a Betty, y cabeza y media a mí. Ella vestía unos shorts vaqueros deshilachados de los que sobresalían unos potentes muslos y camiseta de tiras. Calzaba botas de trecking de media caña en las que apenas le cabían los gemelos. Juraría que no usaba ropa interior a pesar de que por volumen claramente la necesitaba. Él llevaba el mismo modelo de camiseta y botas pero sus vaqueros eran largos aunque se ceñían a sus piernas de caminante como una segunda piel. A pesar de todo parecían de buen humor. Ella nos ofreció del cigarrillo chupado. Desistí cortésmente inclinando la cabeza. Betty apretó los labios con cara de asco. De la primera bocacalle surgió una tercera persona, un tipo con patillas, sombrero australiano y botas vaqueras. Al parecer estaba esperando por su pareja, así que se unió al corro, lió su propio cigarrillo y lo pasó en ronda.

-Buenosh diash - nos dijeron desde una furgoneta aparcada. Solo entonces percibimos en el interior dos personas que habían estado presenciando la escena. Eran rubios con acento del este, Polonia quizá. Ashley, el cowboy australiano se había quedado sin tabaco así que los mochileros dejaron caer su inmensa carga y se sentaron en la acera para liar un nuevo cigarrillo. De la furgoneta salieron una chica pizpireta de carnes abundantes y quien podría ser su padre. Vestían mal y hablaban peor, pero pudimos entendernos. También venían al concurso, y el cigarrillo de Iris e Ícarus, que juro que así se llamaban los mochileros, les supo a gloria. Los polacos sacaron una botella de licor de la furgoneta –a eso Betty no se pudo negar- y enseguida nos intercambiamos confidencias. Como atraída por el licor por fin para completar las cuatro parejas apareció Mandy, una rubia bajita de deportivas malva de marca, uñas esculpidas, exceso de maquillaje y pestañas postizas. Las tetas sin embargo parecían auténticas. Saludando a todos salvo a su novio se incorporó al círculo en el lugar más lejos de Ashley. No fumaba, pero sus tragos al licor polaco duraban lo doble que los del resto.

Varias rondas más tarde un claxon reclamó nuestra atención. De una berlina de vidrios tintados comenzó a salir gente con ropa cara, dos gorilas que se abalanzaron sobre la puerta y empezaron a abrir cerrojos, un dandy llamado Bruno que se presentó como el dueño del local, dos damas con cuerpo de stripper y joyas de aristócrata… y ella. Nunca había entendido hasta entonces el sentido de la palabra magnetismo. Su rostro era todo ojos y boca, luminosos como líquidos, su torso todo hombros y pechos, sólidos como roca. Quería pero no podía quitarle los ojos de encima. Pienso que se dio cuenta o quizá sonreía a todo el mundo, invitándoles a acercarse y naufragar. Bruno le abrió la puerta del coche y ella se elevó sobre piernas inacabables. Ashley se apercibió d emi embelesamiento y me clavó un codo. Está buena, eh? Se llama Shae y es la dueña de HRP, además de una diosa en la cama. Hice un cameo en una peli suya. La escena duraba 30 segundos y la rodaron 6 veces, pues hizo que me corriese en cada toma.

Ofreciéndole su brazo, el dandy la guio al interior del club, pero ella se agarró al dintel y se volvió hacia nosotros. Sus rizos crearon una brisa cálida.

-No vas a invitar a entrar a mis rivales?

Bruno intentó pellizcarle la barbilla.

-Diablillo, estás ansiosa por comenzar, eh?

De un rotundo manotazo ella evitó el contacto. Bruno se frotó los dedos doloridos.

-Pues tendrás que esperar a ver quién de estos gana – y con un gesto que hizo resplandecer los gemelos dorados de su camisa nos englobó a todos como indicando, qué pérdida de tiempo que tengan que enfrentarse entre ellos para seleccionar un rival en lugar de que ella los despedace a todos uno tras otro.

Se giró hacia nosotros y abrió los brazos haciendo desaparecer los gemelos dorados dentro de las mangas de la americana.

-Caballeros, señoras, mis disculpas por el retraso, el tráfico está imposible en esta ciudad. Todos adentro, por favor- indicó ceremoniosamente - y manos a la obra, en apenas una hora llegarán otras cuatro parejas!

Los acontecimientos parecieron acelerarse, y aunque tenía la intención ya no pude llamar a Luna hasta la mañana siguiente. Bruno invitó a los contendientes a ponerse cómodos en el reservado del club, en unas sillas dispuestas en círculo alrededor de una solitaria butaca. Con un chasquido de dedos indicó a las strippers aristócratas que sirviesen bebida y a uno de los gorilas que comenzase el sorteo. Nos emparejaron con los mochileros, que recibieron con júbilo la noticia, mientras Ashley y Mandy se enfrentaría a los polacos. Iris e Icarus desenlazaron por primera vez las manos y ella se levantó y se dirigió directa hacia mí. Un momento señorita, la interceptó Bruno. Y nos recitó las reglas que eran simples.

Los recibidores nos sentaríamos por los turnos del sorteo en la butaca negra, con las piernas encabalgadas por fuera de los brazos de la butaca. Podíamos permanecer vestidos pero con el miembro al aire, y ya listo, para lo que podíamos ayudarnos de nuestra pareja. Ellas nos trabajarían de rodillas, sin usar nada más que las manos. Uno de los gorilas cronometraba, y la pareja cuyo macho se corriese en menos tiempo estaba fuera.

Me tocó primero así que me coloqué en la butaca. Mientras Betty me preparaba miraba de reojo la entrepierna de Icarus, de donde su compañera ya había extraído un miembro fibroso color bronce. Cuando ambos estuvimos duros ellas intercambiaron las posiciones. Iris se me acercó, se arrodilló, se frotó las palmas en los muslos y me blandió con una de sus formidables manos. En efecto, no usaba ropa interior. Bruno sopló su silbato y la mochilera simplemente me despellejó con total desinhibición. Sus manos eran aún más grandes que las de Betty y aún más fuertes que las de Luna. No solo apretaba fuerte, además sabía lo que se hacía, escudriñando mis pupilas en busca de algún gesto que delatase mis puntos débiles. Bombeo clásico, del que nunca pasa de moda. Puño recio, bíceps tenso, martilleo en el hueso del pubis y torsión final para exprimirme la punta. Clásico y bien ejecutado. Cambiaba de mano tan pronto comenzaba a fatigarse para conseguir mantener un ritmo infernal, pero no conseguí saber si era zurda o diestra. No pude más. En tiempo record me tuvo escupiendo, y le agradecí que no parase hasta vaciarme por completo.

-Eres más duro de lo que pareces - me confesó casi con alegría, como para que valorase en su justa medida lo que acababa de hacerme.

Preocupado por mi pobre aguante, todo quedaba ya en manos de Betty. Intercambié posiciones con Icarus. En móvil había cuatro llamadas perdidas de Luna. Bruno accionó su silbato pero Betty se lo tomó con calma. Parecía admirar el miembro curtido de Icarus como una pieza de cerámica, lo doblaba de un lado a otro como si quisiese fotogafiarlo desde todas las perspectivas, en lugar de ordeñarlo de una vez.

-Qué haces, la mochilera grandullona me exprimió en tiempo record y tú te dedicas a la contemplación?

-Ey, tranquilo pequeñín, déjame disfrutar el momento, no siempre se tiene entre manos una pieza así.

Tiré la toalla contra el suelo con rabia. Pero entonces Betty me sorprendió. Una vez estudiada la polla de Icarus con parsimonia me dedicó un gesto de complicidad, apretó a nuestro rival con asombrosa confianza y su puño desapareció. En unos segundos Icarus boqueaba de medio lado, como un rodaballo y segundos más tarde reventaba como fuegos artificiales. Miré el crono. Habíamos vencido! Me abalancé sobre Betty y monté sobre su espalda mientras ella remataba a Icarus concienzudamente. Desde el círculo de espectadores, ella hacía tintinear los hielos de su vaso. Bruno aplaudía. La mochilera de muslos increíbles nos felicitó deportivamente. Los polacos estaban visiblemente nerviosos, sólo Mandy parecía relajada, sorbiendo su combinado con morritos de niña caprichosa. Icarus se limpió y se reunió con Iris, encogiéndose de hombros. Ella lo recibió con una palmada en el culo y un cariñoso beso en la mejilla.

A continuación el polaco, un hombrón maduro de sienes canosas, se colocó no sin dificultad con las piernas abiertas sobre la butaca. La historia que nos habían contado alrededor del licor era triste. Ninguno de la familia tenía papeles, no podían pagar el alquiler y para colmo la hija tenía expediente de expulsión tras caer en un control policial tras un tumulto nocturno a la salida de la discoteca. El importe del premio les daría para 6 meses de alquiler y un abogado decente, pero como la madre, de convicciones religiosas, se había negado, padre e hija se habían inscrito en el concurso.

Al silbido Mandy lo trabajó con una voracidad inaudita. Mientras mirábamos como lo despedazaba Ashley a mi lado me hizo algunas confidencias. Mandy y él se habían conocido rodando un film porno de bajo presupuesto y llevaban 6 semanas juntos, lo que para ella era todo un record. Sin dejar de estimularse con una mano y beber con la otra, me contó que cada noche se pegaban un atracón de sexo hasta quedar dormidos, por la mañana discutían violentamente frente a dos cuencos de cereales, salían cada uno por su cuenta y preparaban su reconciliación nocturna. Sobre la butaca el hombrón polaco luchó como un javato, pero Mandy estaba en otra liga y lo tuvo escupiendo en tiempo record. Con todo parecía disgustada por el tiempo conseguido, y se refugió en su whiskey doble.

Ashley montó en la butaca y la chica polaca se acercó tímidamente a su cimbreante verga. El flash de la cámara con la que uno de los gorilas estaba grabando la competición la deslumbró, e hizo visera con los dedos, largos y blancos. El tamaño de Ashley parecía intimidarla, y no sabía muy bien como meterle mano. Bruno tuvo que recordarle que tenía que arrodillarse. Finalmente mordiendo los labios optó por un agarre intermedio, lejos tanto de la robusta inserción como de la cabeza granate. Al silbido se afanó con un trabajo que seguramente hubiese satisfecho a su novio, pero parecía totalmente incapaz de hacer mella en el experto jinete. Enseguida comenzó a sudar, mientras que Ashley parecía fresco como una rosa. Betty tomó el puesto que Ashley había dejado vacío a mi lado y brindamos por nuestra primera victoria. Me limpió los labios con los suyos y me metió la lengua, cosa que creo que no había hecho nunca. Estaba eufórica. Sabía cómo acabar con el vaquero y estaba convencida de que las tetas de Mandy eran de plástico, lo cual me daba bajón. Brindamos por nuestro éxito seguro.

Pero cuando nuestras bocas se despegaron eran los polacos, abrazados, los que estaban celebrando, y Mandy llamaba cerdo repugnante a su pareja acusándolo de correrse a propósito. Así que tendría que aguantar más que papá los cariños de su hijita

El polaco se agachó detrás de mí y me habló al oído. Si me dejaba ganar tendría a su hija para lo que quisiese el tiempo que quisiese. Pensé que Betty aceptaría el trío de buen grado y que a Luna podría decirle que nos habían tocado rivales formidables, y su amiga Betty, implicada, por una vez sabría guardar el secreto. Me había exprimido tres veces al día pensando en un sándwich entre rubia y morena, y de pronto ese día había llegado. La perspectiva de verlas competir usándome de sparring me puso duro. La perspectiva de competir yo contra ellas dos juntas casi me hizo correrme al momento. Me deslicé al baño de hombres. Mandy entró detrás de mí y cerró la puerta. Ese cerdo australiano me la jugó, pero juntos podemos ganar el concurso. Soy 10 veces mejor que esa vieja que traes de pareja. Por primera vez desde que conozco a Betty sentí cariño por ella. La edad da experiencia, y la experiencia es un grado, le dije desenfundando mi empalme dispuesto a aliviarme. Y por cierto, sus tetas son auténticas. Ella se me acercó, y me miró confiada, desabrochando el tercer botón de su blusa. No te puedes creer que unas tetas de verdad sean tan perfectas, eh, dijo hinchando el pecho. Ok, echa un vistazo. Se contorsionó para alcanzar el broche del sujetador que estalló con un clac que debió oírse fuera. La prenda íntima salió despedida y ante mí se desplegaron un par de tetas espectaculares, proporcionadas, recias y sedosas al mismo tiempo. Se puso de puntillas sobre las deportivas lila para dejarlas a mi alcance. Juraría que de aquellos pezones podía colgarse un ... La rocié con un espeso y cálido chorro. Me disculpé pero por una vez se mostró divertida, se extendió mi semen como si fuese una de sus carísimas cremas y sacó papel de la máquina de la pared para mí. Escribí mi número sobre el vaho del espejo, me recompuse y salí a mi puesto.

Antes de encabalgarme en la butaca Miré el móvil. Había 12 llamadas perdidas de Luna y varios mensajes que no tuve tiempo de abrir. Por mi cabeza rondaba un one-night-stand con la polaca Betty y Mandy. Cuando por fin había reventado al combinado rubia-morena Mandy les daba el relevo, arrastraba del tobillo sus cuerpos fuera de la cama y saltaba al ring. Intenté borrar la imagen de mi mente, pues la polaca ya estaba preparada, esparciendo un aceite de esencias sobre sus lechosas palmas, y yo debía resistirla. Inquieta por lo que había tardado de salir del baño Betty me quitó un mechón de la vista y me bajó la pretina. Quise besarle la frente pero como no llegaba lo hice en la boca. Todo ok? Preguntó mientras se agachaba para prepararme. MMMjjhhh – murmuré.

Estaba tan caliente que la chiquilla polaca parecía una maestra. Mi polla adquirió ese arqueo extra de las ocasiones especiales y empezó a boquear. El esfuerzo hacía que arquease su labio superior y coronaba sus mejillas cremosas con dos manchas de fresa. Su papá sonreía confiado; la pequeña me estaba exprimiendo la médula. Entre el círculo de espectadores en penumbra una ráfaga iluminó el torso imponente de ella, con su vestido sin mangas ceñido al cuello mediante un gran broche dorado y a la cintura con una ancha banda de cuero esforzándose por contener su anatomía. Solo tenía clara una cosa. Quería enfrentarme a ella. Y derrotarla.

Casi 20 min después el polaco saltó al escenario para rescatar a su hija, que rompió a llorar en sus brazos. Los gorilas no se lo impidieron, ellos también tenían su corazoncito. Betty me abrazó por la cintura y me hizó jubilosa, orientándome hacia la videocámara. Worlchampion! – gritaba. La audiencia me dedicó una salva de aplausos. Subí a hombros de Betty y levanté los brazos. Incluso desde allí podía oír el vibrador del móvil y el centelleo del piloto de llamada.

...

Quedamos con el dueño del sex shop y su exótica esposa para comer pescado y brindar con Lambrusco en un restaurante caro del boulevard que se extendía una decena de km por la costa desde el centro de la ciudad hasta la zona portuaria. Betty quiso avisar a Icarus e Iris para que se nos uniese, pero los mochileros no tenían teléfono. Paseamos frente al mar, tomamos helados, café y calvados hasta que a la propia Betty le pareció conveniente pasarse al agua. Aquella noche teníamos el segundo asalto. Me sonó el móvil. Contesté e iba a improvisar una disculpa pero la voz no era de Luna. Era una voz calmada y amigable. Era Mandy.

-Hola chico duro, pensaste en mi oferta? Ya mandé a paseo al vaquero. Estaré en el bistró de enfrente del club una hora antes del combate.

-Uh, Mandy, eh Betty es una buena mujer, sabes. Quizá no se le aguanten tanto las tetas como a ti, pero le cogí cariño. Se merece ganar conmigo este concurso. Ademas… probablemente iría contra las normas.

Su tono de voz cambió.

-Para nada. He estado hablando con Bruno, quieren un oponente para ella. Todo lo demás es accesorio.

-Accesorio? No te imagino en el papel de accesorio, Mandy, a tanto te rebajarías para meneármela?

-Eres un puto gilipoyas –bzzzzzzz.

Antes de apagar memoricé el número. Nunca se sabe las vueltas que da la vida, y me resultaría difícil encontrar otro par de tetas parecido.

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