Nuevos relatos publicados: 13

Mi adolescencia: Capítulo 37

  • 8
  • 9.072
  • 9,45 (20 Val.)
  • 0

Esa felación fue una reacción totalmente instintiva y visceral. Ni siquiera pensé en lo que hacía. Fue mi propio cuerpo y mi propia boca la que se movía por sí sola. Era la primera felación que le hacía a un chico en mi vida (de hecho, hasta ese momento jamás se me pasó por la cabeza hacer eso ni al chico más maravilloso y guapo del mundo) y sin embargo ahora estaba disfrutando proporcionando tantísimo placer, goce, satisfacción y deleitación a Iñigo. Ni recuerdo lo que hice. Solo quería comerla bien, chupársela bien y que él sintiera aunque fuese una milésima parte de lo que había sentido yo unos momentos antes. Sinceramente no sé cuánto estuve así, no sé si fue mucho o poco, solo sé que de repente él se sacó el pene de mi boca, y comentó algo así como “ahora sí que estás ya preparada del todo” y acto seguido me introdujo su pene erecto en mi vagina, me penetró, aunque estaba yo tan excitadísima, húmeda y abierta que ni me enteré de la penetración aunque se hubiese tratado del pene más grande y gordo del mundo. En esos momentos la expresión: “follar como leones” cobró todo el sentido para mí pues fue una embestida tras otra a un ritmo frenético y ansioso, como si quisiéramos ambos culminar lo antes posible todo el deseo acumulado en las últimas horas y el anhelo del uno por el otro. Por fin estábamos follando Iñigo y yo. Era nuestra primera vez juntos y no podía pedir que hubiese sido más perfecto, pues fue tal la excitación saciada que, cuando me quise dar cuenta, estaba yo muy húmeda eyaculando y de nuevo tuve otro orgasmo que tuve que ahogar para que mi madre no nos oyera. 

No creo que fuese mucho el tiempo que nos tiramos haciéndolo, solo sé que vibramos y sudamos muchísimo, con verdadera furia y pasión. De repente, paró en seco, se salió de mi entrepierna y dijo: “vamos a rematarlo bien del todo”, y volvió a meterme su pene dentro de mi boca. Me cogió de la mandíbula y empezó a masturbarse el pene mientras yo se lo comía sumisamente. En ningún momento me pareció eso denigrante y humillante como mujer, pues yo estaba disfrutando tanto como él, me gustaba hacérselo y, aunque me había jurado que jamás en mi vida le haría eso a un chico, ahí me encontraba haciéndose de nuevo a Iñigo por segunda vez en menos de media hora. Y es que cuando todo es tan sensual, morboso y excitante el cuerpo te pide y te suplica hacer todas estas cosas, y te parecen maravillosas y sexualmente geniales, tanto para él como para mí. Aunque lo que no me gustó nada, absolutamente nada, es que no pudo evitar correrse dentro de mi boca, pues cuando intentó salirse ya era demasiado tarde y casi todo cayó dentro de mi garganta o por mis labios. Eso me cabreó un poco. Pero estaba tan extasiada, extenuada y derrotada por todo esto que durante 10 minutos me quedé adormilada y atolondrada. Solo al cabo de esos 10 minutos tomé conciencia de todo lo que había pasado y de un sobresalto muy nerviosa me incorpore de la cama diciendo: “joder, que mi madre está en casa, joder, rápido, vístete”. Iñigo no se vistió rápido, solo se limitó a sonreírme y a contemplarme mientras me vestía histéricamente. Solo cuando acabé se levantó, me besó en la frente cariñosamente y se empezó a vestir. Sin ningún género de dudas para él también había sido el polvo perfecto con todo el morbo, fetichismo, deseo y sensualidad necesaria.

Antes de salir de mi habitación me volvió a besar cariñosamente y me susurró al oído: “¿Quedamos mañana a las 7 de la tarde en tu portal?”. Yo asentí. Y él me recordó lo que no hacía falta que me recordase: “Recuerda, ve vestida como ya sabes. Te haré disfrutar mucho. Va a ser mucho más morboso todo”. Por supuesto se refería que me vistiese con la ropa que él me regaló, que fuese vestida de nuevo como Scarlett Johansson en “Lost in traslation”, es decir, con el conjunto específico tanto le obsesionaba en plan fetichista (el jersey gris sin mangas, con la camisa azul a rayas y el pantalón negro). Por una parte no me hacía mucha gracia que tuviese esa fijación por ese conjunto al estar asociado a una famosa en vez de a mí, pero por otro lado sí que despertaba en mí cierto morbo por saber qué habría planeado para el día siguiente, por lo que asentí de nuevo. Nada más irse Iñigo de mi casa, y de despedirse de mi madre con una tranquilidad y naturalidad asombrosa (quién diría viéndole todo lo que habíamos hecho minutos antes). Y a partir de ese momento sí que me obligué a ponerme a estudiar ya en serio y me centré ya toda esa tarde/noche en estudiar a fondo.

Al día siguiente, cumpliendo sumisamente (o quizás no tan sumisamente porque a mí también me motivaba la idea) los deseos de Iñigo me vestí con el conjunto ese que tanto le ponía. Aun quedaban muchas horas para las 7 de la tarde, pero ya desde la mañana me vestí así y fui a clase así. Y, ciertamente, había algo de morbo en todo ello pues yo misma me sentí algo excitada, motivada y expectante por lo que me tendría preparado. De todos modos me obligué a no pensar en ello y a no distraerme, en esos momentos lo principal era atender en clase. Aunque sí que, según fueron acercándose las 7 de la tarde me fui poniendo más nerviosa, porque de repente me vinieron a la mente todo lo que había ocurrido el día anterior y todo lo que habíamos hecho. El día anterior había sido bestial. Una pasada. Uno de los días más importantes de mi vida, sin duda. Y de repente, tuve la necesidad de escribir para mí misma en un documento de Word todo lo que había ocurrido el día anterior, donde relaté con todo detalle todo lo ocurrido 24 horas antes (y que luego, dos años después, me ha venido muy bien para volver a escribirlo todo cronológicamente cómo lo estoy contando en esta gran relato que ya ocupa cientos de folios).

Estaba tan enfrascada narrando todo en ese documento de Word que no me di cuenta que se me echaron encima las 7 de la tarde, y solo cuando de repente sonó una llamada perdida de Iñigo en mi móvil salí del trance de escritora en el que estaba enfrascada. No me extrañaba que me hiciera una llamada perdida. Eran casi las 7 y 10, llevaba ya 10 minutos esperando, por lo que guardé todo lo escrito y cerré el portátil. Bajé corriendo las escaleras y me lo encontré en el portal esperando. No tenía cara de enfadado ni disgustado por la espera, al contrario, me sonrió alegremente y me miró de arriba abajo para cerciorarse de que iba vestida como él quería. Lo cierto es que me acuerdo perfectamente que Iñigo también iba muy guapo, con una chaqueta de ante, una camisa a rayas muy elegante y unos pantalones negros. Nunca me cansaré de decir que Iñigo siempre fue el chico más elegante y con estilo que he conocido, aparte del más guapo, claro. Nos montamos en el coche y me comentó que había pensado que podíamos ir al chalet de su tío. No me pareció mal y le dije que me parecía bien. Muchas sorpresas me iban a esperar en ese chalet. Mira que yo ya tenía bastantes experiencias morbosas en mi chalet (sobre todo con Rafa), pero las que Iñigo me tenía preparada iba a ser una de las más excitantes, sensuales, originales y tremendamente morbosas.

Al llegar al chalet de su tío me sorprendió muchísimo como cogió su portátil del asiento de detrás del vehículo. Le pregunté: ¿para qué coges el ordenador?. Él misteriosamente no me respondió. Eso me mosqueó un poco. No me gustaba su misterioso silencio y que no me respondiese. Una vez entramos en el chalet me tenía preparada un par de sorpresas totalmente inesperadas. Una de ellas no pudo ser mejor, pues me comentó que había conseguido que una Agencia de Azafatas y Eventos (obviamente omitiré dar aquí el nombre de dicha agencia) se interesase por mí y que querían que hiciese una sesión de fotos para un anuncio de ropa y también había conseguido que pudiera hacer de figurante en un anuncio. Sin duda, Iñigo me ayudó muchísimo en mi todavía muy breve carrera como modelo y sin él jamás hubiera conseguido nada. Tampoco es que en estos dos años haya hecho cosas excepcionales, en absoluto, pero todas las sesiones de fotos, figuraciones y pases que he hecho ha sido gracias a Iñigo que se volcó en mí desde el principio. Pero aquella tarde a los 18 años esas noticias me encantaron y me llenaron la cabeza de muchos sueños. Ambos eventos iban a tener lugar en pocas semanas, en Marzo y ya desde esa tarde estuve expectante e ilusionada por ello.

(9,45)