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Ojos que no ven (1ª parte)

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La conocí en una de esas páginas de internet en las que la gente pone sus anuncios para contactar con otras personas. Los anuncios eran todos tremendamente aburridos por su similitud unos con otros sin embargo hubo uno que me captó la atención por su originalidad y extrañeza.

Hola, me llamo Bea, soy una chica de 25 años que desea conocer a alguien especial capaz de envolverme en un mar de sensaciones que eclipsen la falta de uno de mis sentidos.

No pude resistir la tentación de escribir un correo a Bea en el que le decía que yo era esa persona que andaba buscando y que me gustaría conocerla. Por otra parte me intrigaba cuál sería el sentido del que Bea hablaba, imaginaba que sería la vista o el oído, más que nada por que no conozco a nadie que le falte el gusto, o el tacto. Pero pasaron varios días y no recibí respuesta de Bea. Al fin, cuando ya no contaba con ello encontré un correo suyo que decía así:

Hola homo erectus, me alegro de que quieras conocerme pero antes deberás demostrarme que lo que dices es verdad. Si tan claro lo tienes eso de que tú podrías envolverme en un mar de sensaciones pues supongo que no te será tan difícil de expresarlo por escrito, en un correo. Quiero que me cuentes a través de un relato lo que harías y cómo lo harías y si realmente consigues excitarme puede que te dé mi número de teléfono. Por cierto, te daré una pista, soy invidente.

Así que era eso. –pensé yo mientras intentaba imaginármela. Ciega, -dije en voz alta como si al decirlo pudiera imaginarla mejor. Después de unos momentos de indecisión en los que pensaba si seguía adelante con eso o no comencé a imaginar la escena que me sirvió para escribir el relato que más tarde le envié.

Ella se encuentra en su piso. Está sola, escuchando una película en el comedor. No hay demasiada luz, tan sólo la que entra por la ventana, que tiene la persiana a medio bajar. Bea está recostada sobre el sofá con los ojos cerrados y la boca entreabierta. Ella no ve la pantalla del televisor pero su rostro está encarado hacia él.

Yo la observo a pocos metros de distancia con la seguridad que da el saber que ella no me puede ver. He entrado en su apartamento abriendo la puerta con una tarjeta de crédito y con mucho sigilo he recorrido el largo pasillo que une las habitaciones con el comedor. Entonces caigo en la cuenta que lo que está viendo o mejor dicho escuchando Bea es una peli porno. En la pantalla un negro con una polla enorme está enculando a una chica blanca, que a su vez se la está mamando a otro negro.

Abandono por un instante la película y vuelvo la mirada a Bea. Precisamente en ese momento ella ha comenzado a desabotonarse la blusa de color azul que lleva puesta y tras el tercer botón puedo ver por primera vez el color negro de su sujetador. Bea tiene los pechos grandes, no enormes pero sí mayores a la media. Pese a llevar puesto el sujetador puedo ver buena parte de sus tetas y algo comienza a moverse bajo mis pantalones cuando ella misma se saca una teta y se la acaricia con la mano mientras el coro de gemidos y aullidos en la televisión va en aumento.

Los pechos de Bea tienen forma de pera y acaban en un duro pezón que trata de mirar al cielo nada más sentir el roce de sus dedos. Yo decido acompañar sus caricias bajando la cremallera de mis vaqueros y sacando al aire mi berga ya endurecida. Sin embargo al hacerlo Bea abre los ojos y con la mirada perdida en el infinito lleva la mano hasta el mando a distancia y baja el volumen del televisor. Es como si ella hubiese captado el débil sonido de mi cremallera al bajarse y permaneciera durante unos segundos alerta. En esos breves instantes de tensión silenciosa mi polla se viene abajo y creo que el fuerte latido de mi corazón me está delatando ante Bea. Finalmente ella vuelve a subir el volumen de la tele, aunque no tanto como antes y se baja la falda a media pierna con un rápido movimiento de sus manos y de su trasero. Ahora puedo ver perfectamente sus braguitas, negras como el sujetador, y como una de sus manos deja de acariciarse un pecho para meterse dentro de ellas. Mi polla vuelve a endurecerse, esta vez aún más que antes. Miro hacia el televisor en respuesta a los gemidos de placer que emite la protagonista. El negro al que se la estaba mamando se corre en su cara mientras que el otro sigue perforándole el culo mientras con las manos la masturba frenéticamente. De manera casi involuntaria mi mano derecha agarra mi miembro erecto y lo comienza a mover suavemente de arriba abajo y una especie de quejido de placer se escapa de mi garganta sin que pueda evitarlo.

Ahora sí que me ha oído. –pienso. Bea vuelve a bajar el volumen y pregunta: ¿quién hay ahí?

Yo me quedo en el más absoluto silencio y espero. No puedo hacer otra cosa de momento. Ella se baja las braguitas y sigue masturbándose. Creo que ella sabe que hay alguien pero en cierta manera le excita el pensar que la puedan estar espiando y decide regalarle, a quien quiera que sea el que esté allí, un primer plano de su sexo depilado.

Esa es la señal que esperaba, la luz verde para mi lascivia que ahora avanza lentamente hacia ella. Bea escucha los pasos de un desconocido acercándose a ella, vulnerable e indefensa desnuda en el sofá. Sin embargo no tiene miedo, más bien siente placer, un extraño placer que no había experimentado nunca hasta entonces y toda su piel se pone de gallina mientras espera el inevitable contacto .

Estoy prácticamente a su lado. De pié, con la polla erecta apuntando hacia el cielo me detengo. Ella está inmóvil. Ha cesado su masturbación y aguarda a la espera de nuevos acontecimientos. La mano derecha sobre el muslo, muy cercana a su sexo. La izquierda entre la barriga y los pechos.

¿quién eres? Vuelve a preguñntar pero yo no le contesto. Al menos no con palabras. Coloco mi mano izquierda sobre su pierna que queda más próxima a mí y la deslizo suavemente hacia arriba. Noto como se estremece de placer con mi caricia y como separa un poco más las piernas abriendo para mí su coño. A medida que mis dedos avanzan la temperatura de su piel aumenta y cuando llego a su entrepierna ésta parece hervir. Mojo mis dedos en sus fluidos y abandono su sexo por un instante. Acerco los dedos impregnados con su olor y los huelo un instante, luego me los llevo a la boca. Me humedezco los dedos y se los vuelvo a meter en el coño. Ahora quiero que ella huela y saboree sus flujos. Quiero que sepa a qué sabe su coñito depilado y le paso los dedos por la nariz y luego por los labios. Ella abre la boca y permite que mis dedos se introduzcan en ella. Con la punta de la lengua los lame y noto que se excita aún más pues su respiración se hace más fuerte.

Saco mis dedos de su boca y en su lugar le hundo la lengua en un beso salvaje. Ahora estoy recostado sobre ella, dedicado por completo a lamer sus pechos mientras ella me quita la camisa. Sus tetas tienen un sabor delicioso y están perfumadas con un aroma dulzón. Le muerdo ligeramente los pezones y éstos se ponen cada vez más duros y sensibles. Ella me acaricia la cabeza, la cual la aprieta contra sus senos para que la siga estimulando pero mi mano derecha se desliza nuevamente hacia abajo. Mis dedos y su coño parecen compenetrarse muy bien. No necesito forzar la entrada en absoluto para introducirle tres dedos en la vagina. Entonces Bea cierra las piernas con fuerza como queriendo atrapar a mis dedos ahí adentro y comienza a gemir cuando con los otros dedos rozo de vez en cuando su clítoris.

No sé cómo lo ha hecho pero sus manos han encontrado mi polla y ahora la agarra con fuerza con ambas manos. Aún así no logra abarcarla por completo. De vez en cuando una de las manos baja hasta mis testículos y los acaricia suavemente.

Voy a hacer que te mueras de gusto –le digo susurrándole al oído y rápidamente me quedo de rodillas en el suelo. A ella no le acaba de hacer gracia el tener que despedirse momentáneamente de mi polla pero comprende que lo que viene a continuación le va a gustar y sin mediar palabra se abre de piernas nuevamente. Con ese gesto nuevamente Bea me entrega su coño para que yo disponga de él a mi gusto. Acerco mi lengua a él y lo comienzo a lamer lentamente al principio, con voracidad más tarde, cuando comprendo que Bea está a punto de correrse. Lo hace, se corre en mi boca y yo lo noto pues me inunda la boca de un líquido de sabor algo amargo.

Al levantar la cabeza de entre sus piernas miro un momento al televisor que quedaba a mi espalda. Ya no me acordaba de la película, que seguía emitiendo imágenes sin sonido desde hacía un rato. Ha cambiado el cuadro. Ahora aparece un tío comiéndole el coño a una chica. Qué casualidad –pienso, y me empiezo a masturbar viendo la escena. Bea lo nota y se deja caer al suelo desde el sofá con lo que queda nuevamente a mi altura. Con una exactitud que me hace estremecer sabe dónde está mi pene y me obliga a dárselo. Lo quiere tener en la boca y yo se lo acerco un poco más. De rodillas todavía le introduzco mi sexo por completo en la boca hasta tocar su garganta. Ella lo lame con avidez mientras con las manos me acaricia los huevos. Luego soy yo quien comienzo a moverme. Mi polla entra y sale de su boca según el ritmo que yo marco. Es como si la estuviera follando, en realidad la estoy follando por la boca. Entonces, cuando siento que no podré aguantar mucho más bea se retira de mi y se coloca a cuatro patas a un metro de mi. Me ofrece su culo y su coño para que elija por dónde se la quiero meter. Yo miro al televisor y veo cómo dos mujeres se comen los coños mútuamente en un 69 magnífico y decido envainársela por el coño. Mi berga entra limpia en su sexo y comienzo a follarla con dureza. Mis manos se han enganchado como dos lapas a sus tetas mientras ella con una mano se acaricia el clítoris. Me corro, siento que ella también lo hace y la inundo con mi leche caliente. Exhaustos nos dejamos caer el uno sobre el otro en el suelo todavía unidos por nuestras carnes.

Esto fue lo que envié a Bea, junto con mi número de móvil por si quería llamarme para darme su opinión. Lo que sucedió luego os lo contaré otro día.

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