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Servicio de lavandería

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Extraído de: http://Theprivateboy.blogspot.com.es

 

Dejar al cliente satisfecho es muy importante, como una manera de mostrarle estima y valorar el esfuerzo que hace para pagar ya que todos somos conscientes de la existencia de una crisis que persiste en igual medida para todos, después de todo la mayoría son comunes trabajadores con un único vicio: el sexo. Lo que ellos pueden ganar en uno o dos días de trabajo es lo que me pagan por sesenta minutos de juego intimo. La verdad es que nadie dura ese tiempo, a lo mejor el asunto se alarga hasta los 30 minutos,  incluso los hay quienes son más breves aún. Como Alberto, que llega a las 22:00, a las 22:10 se corrió pagó y se fue. Bueno si se llama Alberto en realidad yo no lo sé, es un apodo que yo le puse porque nunca le pregunto el nombre a un cliente, después de todo está claro que se inventaría uno para decirlo en ese momento, pero luego se me olvidaría y necesito ponerles un nombre para agendar sus números en mi agenda y en la libreta de contabilidad, (un cuadernillo cutre donde anoto mis gastos y ganancias).

Siempre es muy importante dejar en claro que es un intercambio de servicios y no una necesidad a la que someto a cambio de dinero. No están comprando mi voluntad ni alquilando mi cuerpo, es una retribución por mis habilidades y mi tiempo, lo mismo que les costaría sacar de paseo a sus novios o esposas. Cuando las personas piensan en la palabra puta o escort o chapero, inmediatamente se les viene a la mente la imagen de una película porno en la que los intérpretes engullen gigantescas pollas de treinta centímetros por todos los orificios del cuerpo y gimen como becerros mientras son taladrados contra el suelo, la cama o  la pared, con una desaforada potencia, casi sobrehumana. Las bocas abiertas como un gran túnel reciben las trancas enormes hasta la garganta y parecen no saciarse nunca, los rabos bestiales y venosos untados en un espeso lubricante arremeten sin piedad, como cañones implacables, las escenas transcurren en diferentes ángulos y posiciones y las corridas son verdaderos diluvios de leche que bañan las caras de los protagonistas famélicos que lamen con esmero cada gota salpicada. Hay una gran diferencia entre una película porno y un servicio de profesional a cliente. No hay comparación ninguna. Por eso si algo me disgusta no dudo en decirlo, por ejemplo: abre mejor la boca, o, ten cuidado con los dientes. Y en lo personal, decidir que cosas me gustan y cuáles no, o que clientes atender y cuáles no, es una libertad que me gusta tomarme. Después de todo soy mi propio jefe, y yo tomo las decisiones.

La verdad es que los hay de todo tipo; jóvenes, mayores, guapos, feos, rubios, morenos, de todos los colores y tamaños, casados, extranjeros, guarros que emanan olor a sexo por cada poro y vírgenes que huelen a colonia del Corte Inglés. Pero los que me llaman en particular la atención son aquellos con inclinaciones tan peculiares que sólo son capaces de satisfacer sus gustos pagando, quizás porque de esa forma sienten un dominio especial sobre la situación o simplemente porque frente a cualquier otro compañero quedarían como completos enfermos y degenerados. La gente es muy preciosa. Para casos como este estoy yo. Las putas y los putos somos como barrenderos de esta sociedad, siempre nos encargamos de la mierda.

Frente a este tipo de misiones es fundamental conservar la naturalidad y no transmitirle a mi cliente el estupor aún en las peticiones más repelentes y extrañas. Como con el señor del scat y los pedos. Su mensaje fue claro y especifico: “Busco pedos. Quiero que te tires pedos para mi”.

Para gusto colores, dicen. Bueno supongo que todos nos hemos tirado un pedo, después de todo,¿Quién no se tira pedos en algún momento del día, quién no abre el grifo cuando va al baño en casas ajenas para silenciar algún pedo ruidoso que se escape inoportunamente, quién no aprovechó el ruido y la confusión de gente en el tren o el metro para soltar un pedo que le estaba revolviendo las tripas? ¿Y quién no ha sentido unas ganas tremendas de tirarse un pedo en medio de una cita? A mi me sucedió.

Lo cierto es que la gente busca cualquier oportunidad de transgresión, algunos se atienen a las normas de una vida en comunidad, son pacifistas, otros vegetarianos, otros ecologistas, otros buenos maestros y esposos, pero en la cama aprovechan para romper con todo esquema de lo que interpretamos como normal, quizás es una rara forma de venganza. La moralidad es sólo un corsé ceñido que obliga a mantener la postura y la buena costumbre. No es tan incierto cuando en broma mi amiga Patty dice que hacemos un servicio social cuando aceptamos acostarnos con personas a cambio de alguna regalía, porque sino existieran los taxiboys y las putas el mundo sería aún más caótico con sátiros en estado de abstinencia. Sin el sexo buscarían la forma de saciar sus apetencias entregándose a excesos aún más inhumanos. Lo nuestro es como servicio de lavandería, nos encargamos de esos trapillos sucios que nadie quiere lavar en casa.

El primer encuentro que tuve fue bastante convencional:

Casado.

Treinta y dos años.

Metro setenta.

Brillantes ojos verdes (un culo precioso) y gustos menos rebuscados.

Acordamos encontrarnos por la tarde bajo el reloj romano del ayuntamiento cuando las agujas marcasen las tres. Comencé a prepararme una hora antes para poder salir con tiempo de sobra. La puntualidad es algo en lo que me cuesta trabajar. Después de afeitarme cubrí las ojeras de la fiesta que había tenido la noche anterior esparciendo el corrector con mucho cuidado para que no dejar grumos ni vestigios; un cliente no puede notar que llevo maquillaje para ojeras, ellos piden un hombre y no un travestido, pero un profesional tiene que tener ciertos secretos para cuidar la imagen, nadie paga por algo si no tiene buena pinta. Para finalizar un poco de cera en el cabello y lo peiné con los dedos. Ropa normal, como si bajase a comprar el pan o a tirar la basura. Es importante ir lo más natural posible, la mayoría prefiere a chicos comunes y discretos, del montón. Lo profesional tiene que notarse en la cama pero no en la imagen.

A unos cuantos los seduce la idea de que uno lo hace por la necesidad económica porque en parte los hace sentirse menos culpables, la idea autocompasiva de que están siendo generosos al ofrecernos su ayuda resulta motivador al momento de desenfundar sus sables. Pero a otros pocos les resulta reprensible el hecho de acostarse con alguien que no comparte ni un poco de deseo con ellos y que lo ve como una tarea. Aunque a la mayoría no le interesa ni siquiera saber como me llamo sino cuán bueno soy en lo que hago. Por discreción nunca envío fotos de cara, prefiero el anonimato; mientras menos conocido sea en la ciudad más libertad tendré para vivir mis dos vidas. Del mismo modo los clientes no envían sus fotos antes de un encuentro, es más que lógico,ellos son los que pagan. Sólo envío fotos de cuerpo entero con el rostro pixelado al máximo y de polla. Es todo lo que ellos quieren ver antes de decidir si probarme o no. Estas cita a ciegas siempre son muy misteriosas y emocionantes. Impredecibles.

Generalmente nadie me cuestiona sobre la vida que llevo, mis amigos no saben lo que hago pero cuando es necesario digo que trabajo haciendo presupuestos para una cristalería de un pequeño pueblo lejano donde no hay centros comerciales ni bares; a nadie le interesa los números y las aburridas celdas del excel, y mucho menos los pueblos sin vida comercial así que mi trabajo no es un tema de conversación en las reuniones. Y honestamente a mi tampoco me interesan los suyos, estoy muy ocupado haciendo el mío.

Después de encontrarnos bajo el reloj del ayuntamiento caminamos con pasos rápidos hacia su casa, hablando de cosas sin importancia sólo para entrar en un clima de simpatía y confianza, porque no se trata sólo de sexo sino de crear cierta complicidad y compatibilidad, esa que sólo se consigue en la intimidad. Eso es más importante incluso que una sesión de sexo salvaje y licencioso. Sólo un momento íntimo, sin tapujos.

Subimos por las escaleras apenas iluminadas por una luz tenue y cálida. El edificio era modestamente elegante, la entrada estaba custodiada por una cámara frontal de vigilancia y rodeado de amplios espejos de marcos dorados. Mientras subíamos los escalones yo por detrás de él, siguiendo sus pasos, distinguí unas piernas fuertes y un culo firme que se sacudía suavemente con cada salto; no podía esperar a llegar a su habitación y tenerlo completamente desnudo y entregado, porque es aquí donde yo siempre llevo el control, desde que comienza hasta que llega a su fin. Eso no quiere decir que yo disponga del tiempo del cliente sino que soy quien dirige ese carrusel en el que ambos nos montamos porque tener siempre la responsabilidad de llevar el control puede ser algo aburrido.

Entramos al departamento a oscuras y en absoluto silencio. El olor proveniente del interior de la casa me hizo pensar en una de esas casas antiguas de enormes ventanas de guillotina y suelos de madera que crujen con cada paso. Cuando encendió la luz se revelaron todos las imágenes y cuadros religiosos que colgaban de las paredes, y en ambos extremos del corredor estatuas de santos y vírgenes se levantaban altivas y majestuosas. Era como entrar a follar a escondidas en una iglesia.

—¿Y tú que eres? —preguntó de improviso para romper el silencio en que habíamos caído.

—Sí. Sí, yo también soy muy creyente —aseguré con seriedad.

—No, no. Me refiero a si eres gay o bisexual…

—Ah —corregí de inmediato— claro, soy bi.

—¿Ves? Seguro tu me entiendes —señaló respecto a sus actividades de pago. Pero no comprendí bien a que se refería con eso de “entenderlo”.

—Antes de comenzar me gustaría tomar una ducha —sugerí una vez que estuvimos dentro de la habitación.

Claramente no era la suya porque en lugar de una amplia cama matrimonial dos camas individuales, impecablemente estiradas, llenaban todo el espacio; podían ser para invitados o de los niños, o quizás ni siquiera era casado pero eso era lo menos importante después de concretar el pago.

—Cuando acabes de ducharte, ¿podrías salir vestido del baño?

Su petición no fue nada extraña, claramente estaba frente a un fetichista visual con deseos de jugar y alimentar la imaginación. Son los ojos muchas veces, y en el mayor de los casos, los que conceden los elementos para crear y dar forma a un placer que no necesita un cuerpo concreto que lo limite sino que busca poder fluir en ciento de imágenes asumiendo diferentes rostros y formas según la ocasión.

Se acercó a mi y tocó mi cabello húmedo con sus dedos blancos y suaves. En ese momento con sus ojos verdes clavados en los míos pude percibir cómo mi existencia se volvía más rígida y mi corazón más grande y agitado; cuando su boca llego a besar mis labios y sus manos descendieron hasta mi pantalón me volví de piedra entre sus dedos.

Me desvistió suavemente mientras me recorría con la mirada y jugaba con el vello al rededor de mi sexo, tiramos nuestra ropa sobre la otra cama y nos acostamos al mismo tiempo a la vez que me monté sobre él sin apartar nuestras bocas que se fundían y se mordían con avidez. Incluso en la habitación mientras nos dejábamos guiar salvajes por nuestros instintos permanecíamos bajo el juicio místico, rodeados inusualmente para estas fechas por un pequeño pesebre de cerámica acomodado sobre la cajonera, ángeles que pendían sobre la pared y una cruz sobria y austera justo sobre nuestras cabezas. Mientras más nos elevábamos hacia la iluminación más nos arrastraba el magnetismo del Leteo.

Dentro de sus ojos vi soledad, esa misma que sólo quien esconde lo mismo dentro sí es capaz de interpretar, y no pude hacer menos que abrazarlo para hundir mi cuerpo en el suyo. Quedamos flotando como uno mismo por un momento; igual a un estanque quieto y chato que refleja un cielo borrascoso anhelando ese momento donde se quiebra la distancia y uno cae sobre el otro para llenarlo, hasta inundarlo. Ahí fue cuando ambos nos desbordamos de placer y nos dejamos fluir al mismo tiempo; él sobre si mismo y yo en su boca. El final no duró tanto, más bien nos detuvimos en los preliminares y nos lanzamos en caída libre a recibir el éxtasis. Satisfechos quedamos tumbados en la cama unos minutos más con mi cabeza sobre su torso y su mano rodeando mi cintura. No es de buena educación marcharse tan pronto de donde se comió tan a gusto.

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