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Carla cambió mi vida

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La historia que os voy a relatar me sucedió hace un año más o menos. Me llamo Roberto, tengo 23 años y en mi vida personal no tengo demasiados problemas, los típicos que puede tener cualquiera de clase media; soy preparador físico y dirijo a varios equipos de baloncesto y voleibol, por lo que cuento con un buen físico muy trabajado, mido un metro ochenta y dos, tengo el pelo corto, moreno y llevo gafas. Con las chicas nunca fui demasiado afortunado, por no decir que en el sexo soy prácticamente un novato.

Este relato empieza a mediados de 2014, por alguna razón superior a mí decidí crear una cuenta en una web porno en la que además se conoce gente. Me dije a mí mismo que por probar no pasaría nada. Completé el perfil, añadí varias fotos mías sin enseñar mucha "carne" y me lancé a conocer mujeres. Cuando navegué por la web me di cuenta de que eso era un campo de nabos virtual y que las usuarias que había eran pocas y algunos eran hombres haciéndose pasar por mujer.

Tuve varias charlas subidas de tono con algunas chicas en las que nos decíamos muchas guarradas, nos calentábamos juntos y poco más. Hasta que una tarde dejé la página abierta y salí a la calle. Cuando volví una chica me había mandado un mensaje saludándome. La saludé y visité su perfil para ver cómo era ella: su perfil decía que se llamaba Carla, tenía 35 años, estaba en la página porque quería darle más picante a su vida sexual en pareja y a su marido le gustaba también la idea; las fotos se veían caseras, una mujer con un cuerpo muy bonito y esbelto, unos pechos grandes y turgentes, con una cabellera negra que le caía por debajo de los hombros. A simple vista podría ser que estuviera hablando con la mujer de las fotos así que comenzamos a hablar:

— ¡Hola!

—Hola, ¿qué tal todo?—respondí yo.

—Veo que nunca hemos hablado. ¿Eres nuevo por aquí? —preguntó ella.

—Soy relativamente nuevo, llevo un tiempo en esta web. Pero si, nunca he hablado contigo. Es un placer, soy Roberto.

—Carla, encantada.

Tras las presentaciones estuvimos hablando mucho tiempo: le conté como perdí la virginidad, ella me contó lo que le gustaba hacer en el sexo. Me contó que a ella le gustaba mucho estar con chicos más jóvenes que ella, que ella y su marido eran algo liberales; nos contamos un poco de nuestra vida, a lo que nos dedicamos, etc. En fin, un poco de todo.

Con el paso del tiempo hicimos buena amistad, llegó un punto en el que me metía en la página web sólo para ver si coincidía con ella. Hablamos de todo: a que nos dedicábamos, nuestras penas y glorias, también nos mandamos fotos subidas de tono, era una buena relación la que teníamos y seguimos teniendo en la actualidad.

Ella era la dueña de un pequeño negocio de venta al por mayor y por catálogo de productos de todo tipo en Murcia. Le va bastante bien, no está sobrada de dinero pero tiene solvencia económica.

Tras llevar algo más de un mes chateando le conté que yo no estaba muy experimentado en el sexo. A ella no le importó en absoluto, es más, ella quería enseñarme todas las cosas que había aprendido. En definitiva queríamos conocernos ya. Y por eso decidimos que nos podríamos ver en persona ya y hacer nuestros más profundos deseos realidad.

Decidimos vernos en Murcia en una semana, yo al ser de Jaén no tendría muchos problemas para ir allí, así que iría en coche y ya está. Le pregunté dónde nos veríamos y todo eso y me respondió que podía ir a su casa sin problema alguno, ya que su marido estaba de viaje de empresa durante unos días.

Llegó el momento y salí en coche hacia Murcia, recuerdo que durante el camino estaba bastante excitado y entusiasmado a la vez, en algún que otro atasco aprovechaba para meneármela un poco imaginando que lamía su húmedo interior, que besaba sus carnosos labios y acariciaba su pelo negro. Recordaba durante el trayecto las charlas calientes que tuvimos por teléfono mientras nos masturbábamos los dos juntos y decirnos multitud de guarradas. Eso hizo que me parase en una gasolinera y fuese al baño de la misma para pajearme fuertemente y dejarlo todo perdido de semen pensando en Carla.

Después de aliviar un poco mis tensiones reanudé mi viaje hacia Murcia, en concreto mi destino era Beniaján. Una vez llegué allí recorrí la población en busca de su casa y para llegar cuanto antes encendí el GPS y me dirigí allí raudo y veloz. Una vez llegué allí la llamé por teléfono para decirle que estaba delante de su bloque de pisos y que si podía decirme la localización de algún parking cercano. Ella me dijo que no buscase ninguno, que su cochera estaba vacía y podía aparcar allí sin ningún problema, me esperaría en el aparcamiento.

Entré en la cochera y la vi esperando junto a la plaza de aparcamiento: llevaba un pantalón de pitillo ajustado de color negro que hacía resaltar mucho sus piernas, las bonitas curvas que tiene y gracias a ellos su trasero mejoraba aún más si cabe. Llevaba unos pequeños zapatos negros con un tacón grueso y no muy alto (ya que a ella no le gustaba mucho usar tacones altos y delgados) para tener más facilidad para caminar, iba conjuntada con una camisa vaquera azul de mangas largas y llevaba un pequeño escote muy sugerente. El pelo lo tenía apartado en un lado de su bonito cuello, desde luego no aparentaba la edad que tiene, parecía una mujer de mi edad; eso me hizo pensar en la suerte que tenía su marido. Por mí parte yo iba vestido con unos vaqueros, camisa ajustada, unas zapatillas informales e iba afeitado y perfumado ligeramente.

Salí del coche y me dirigí hacia ella, nos recibimos con unos besos en las mejillas y un pequeño abrazo. Pude notar que en persona ella es simpática y muy efusiva, le gusta mucho el contacto con otras personas (o tal vez sólo con quien tiene más confianza), en cualquier caso es un rasgo suyo que me gusta mucho de ella. Me acompañó por la cochera mientras hablábamos de todo un poco y, tras subir por las escaleras hasta el cuarto piso, entré a su casa. Era un apartamento muy acogedor y agradable a la vista, todo muy ordenado, fotografías de todo tipo adornaban las paredes; el salón era uno de esos que viene con la cocina al lado (sin una pared que separe ambos espacios).

 —Pasa Roberto, siéntate y ponte cómodo, no te quedes ahí de pie. ¿Quieres algo de beber? —Dijo ella amablemente desde la cocina mientras yo estaba de pie en el salón sin saber qué hacer.

—Si por favor, si tienes un poco de agua o un refresco sería genial, se me ha acabado la botella de agua que traje para el camino. Tu casa es muy bonita y acogedora —respondí mientras me sentaba en el sofá—.

—Claro que sí, tengo cervezas ¿quieres una? —Mientras decía eso estaba de espaldas a mí y me quedé embobado observándola, parecía que nunca había visto una mujer antes—. ¿Qué estabas mirando pillín? Me estas comiendo con los ojos.

­—Perdona no quería parecer un salido o algo así —Respondí un poco cortado ante la pillada—.

— ¿Tu un salido? Que cosas dices Roberto, nos conocemos desde hace relativamente poco y por lo que me has contado no eres un salido; al contrario, eres todo un caballero…Además me gusta que tú me mires de esa forma—dijo ella guiñándome un ojo y acercándose a mí con una amplia sonrisa en su rostro.

Cuando dijo eso no pude evitar sonrojarme y excitarme también un poco. Esa mujer me tenía absorto y no era capaz de desenvolverme con normalidad. Desde luego parecía que nunca había hablado con una mujer. Me reí un poco tras ese comentario para aliviar un poco mis tensiones internas.

—Gracias por el cumplido Carla —dije yo mientras alzaba la mano para coger la cerveza que ella me ofreció—.

Ella se sentó a mi lado y puso un pequeño tentempié sobre una pequeña mesa que había al lado del sofá.

—En persona eres más tímido Roberto —mientras decía eso me miraba con dulzura y esbozando una bonita sonrisa—.

—Soy un poco más callado pero cuando ya tengo la suficiente confianza soy más suelto.

— ¿Más confianza dices? Nos hemos masturbado juntos por teléfono, nos hemos calentado muchísimo chateando y nos hemos visto ya desnudos. ¿Y dices que necesitas tener más confianza? —Respondió ella entre risas pero sin intención de hacer daño—.

—No es eso lo que quería decir, contigo tengo mucha confianza lo que pasa que hay cambio de hacerlo desde la distancia a estar cara a cara —dije yo devolviéndole una sonrisa y dándole un sorbo a la cerveza.

—Lo sabía ya, te había entendido. Aun así déjame decirte que en persona ganas todavía más. Nunca imaginé que haría tan buenas migas con un chico más joven que yo y que además fuera tan maduro, contigo se puede hablar de todo.

Seguimos hablando toda la tarde como si fuésemos amigos de toda la vida que llevaban años sin verse. Le pregunté que por qué me había recibido tan guapa y me respondió que esa mañana había tenido una reunión de trabajo y que se tenía que poner elegante. Pero me dijo que pensó ese modelo pensando en mí, cosa que hizo me excitase. Decidimos ponernos un poco más cómodos, ella se puso un pequeño vestido para estar por casa que le tapaba hasta la mitad de los muslos y le dejaba un sugerente escote. Por mí parte yo bajé al coche a subirme un poco de la ropa que había traído para pasar el fin de semana con ella, como yo me encontraba cómodo me quedé con lo mismo que tenía puesto. Me preguntó si quería comer ya y le respondí que sí. Cuando se iba a poner a cocinar me acerqué a ella (ya con más confianza) y le rodeé la cintura con mi brazo. Le dije que íbamos a cocinar los dos juntos.

—Vaya, así que sabes cocinar y todo. Viene muy completo este pack —dijo ella pegando su cuerpo al mío y sonriéndome—. ¿Qué te apetece que hagamos de cena cariño?

—No sé… ¿qué tienes en la nevera? Podemos hacer una cena ligerita, no tengo demasiada hambre. ¿Qué te parece?

—Lo veo bien, yo estoy como tu; podemos hacer pechuga a la plancha y unas verduras al vapor. ¿Cómo lo ves?

—Perfecto, pongámonos a ello —dije resolutivamente.

Nos pusimos a hacer la cena y durante la preparación parecíamos dos chiquillos que acaban de formalizar una relación: miraditas, cariños por doquier, algún que otro rozamiento subido de tono, miradas llenas de lujuria,…

Durante la cena hablamos de nuestra vida sentimental: le conté que había tenido varias citas con una chica pero no iba a llegar a nada más con ella (no le interesaba mucho a ella) y que con total seguridad la única relación que tendría con ella es de amistad y las típicas conversaciones que no pasan de un “Hola, ¿qué tal?”, “Yo bien, ¿y tú?” y poco más. Ella dijo que con su marido le iba bien, tenían una vida virtual en la que jugaban con otras parejas pero su marido no se cuidaba mucho (bebía y fumaba un poco más de lo normal y de vez en cuando eso hacía que no tuviera buenas erecciones) ni le gustaba que ella se masturbase con otras personas por la red; por un lado lo veía lógico y por otro no. Lo que íbamos a hacer va más allá de lo que su marido le gusta. Sin embargo ella quería (y quiere) a su marido, nosotros íbamos a ser amigos con privilegios. Obviamente su marido no se iba a enterar de todo esto y lo hacía mucho más morboso y excitante.

Tras disfrutar de la sobremesa con una charla tranquila nos empezamos a mirar de forma distinta, nos buscábamos con la mirada. Le dije:

—No te lo había dicho hasta ahora Carla, eres toda una belleza. Desde que he venido me tienes encandilado —estaba mirándola fijamente a los ojos—.

—El sentimiento es mutuo Roberto, he pasado un día fantástico contigo. Sabes cómo tratar a una dama y esa es una faceta que me encanta de ti. ¿Qué te parece si continuamos la velada en el dormitorio cariño? —respondió ella con una mirada pícara en su rostro.

—Claro que sí, vamos a ello —dije mientras la seguía por detrás observando cómo se contorneaban sus caderas con la tenue iluminación del apartamento—.

Pasamos al dormitorio dónde iba a dormir yo esos días, era un espacio muy acogedor con un pequeño armario al fondo, una cama para dos en el centro y una ventana que daba al exterior. Apenas estaba adornada, total sólo era para visitas ocasionales.

Cuando entramos no pude contenerme más y le di la vuelta suavemente. Le susurré al oído que esa noche sería mía y pude notar como se pegaba a mí tocándome todo el vientre y la zona pectoral por encima de la ropa. La cogí por el rostro y nos besamos: nuestras lenguas danzaban y jugaban en nuestro interior, había mucha pasión en ese beso. Primero yo le metía la lengua hasta el fondo, recreándome lo máximo posible mientras con mis manos masajeaba sus nalgas por debajo del vestido tan sugerente que llevaba puesto. Sus incipientes gemidos hacían que me calentase aún más y mi miembro ya estaba endurecido y me apretaba en el pantalón. Luego ella me metía la lengua a mí y yo me dejaba hacer mientras me manoseaba el paquete por encima de la ropa. Estuvimos así varios minutos, disfrutando de nuestras bocas, de vez en cuando nos separábamos nuestros rostros para mirarnos, sonreír con lujuria y seguíamos.

A continuación empezamos a desvestirnos: ella me quitó la camisa y yo rápidamente me zafé de mis pantalones y ropa interior.

—Vaya cariño… que bien dotado estas. Me encanta que estés así por mí. No sabes cómo echaba de menos tener una polla tan grande y dura para mí… ¿Por qué será para mí verdad? —dijo ella con cara de no haber roto un plato en su vida mientras ella me empezaba a masturbar.

—Desde luego que sí… mmm es toda tuya. Te quiero dar mucho placer y hacerte gozar como nunca.

—Oh sí cariño, me encantas. Te voy a hacer la mejor mamada que jamás te hayan hecho. Ya verás.

Se agachó ante mí y comenzó a pajearme lentamente, restregaba su cara contra mi pene y mis huevos; yo estaba excitadísimo, la tenía enorme y dura. El calor que emanaba su boca me estaba volviendo loco.

Se estaba recreando mucho: masajeaba mis huevos y los lamía de arriba abajo mientras me pajeaba lentamente. A continuación me bajó el prepucio y con la punta de la lengua comenzó a lamer mi glande. Multitud de sensaciones invadían mi cuerpo, toda mi sangre se concentraba en mi miembro y mi cerebro estaba a mil por hora gracias al magistral manejo de la lengua por parte de Carla. Movía su lengua sobre mi glande con rapidez, hacia los lados y dibujaba muchas formas distintas.

— ¡Dios mío Carla! ¡Qué bien lo haces, no pares por favor!

A ella le calentaban más aún mis gemidos y decidió meterse mi miembro en la boca. Fue una sensación maravillosa, sabía muy bien lo que hacía: la tenía perfectamente envuelta en su boca y sin darme con los dientes, sus labios subían y bajaban rítmicamente por el tronco de mi pene y su lengua hacía maravillas en su interior. Mi miembro estaba lleno entero de su saliva y yo no paraba de gemir.

—Uff Carla, voy a correrme si sigues así. Deja que te haga yo un oral ahora —dije esto rápidamente antes de correrme porque quería disfrutar esto al máximo.

— Si por favor, hazme un buen oral y dame mucho gozo mi niño.

—No tengo mucha experiencia en esto, así que ve guiándome y dime dónde sientes más placer —dije yo mirándola pícaramente.

—Claro que sí Roberto, yo te enseñaré cómo hacerlo. Ven aquí cariño —y nos dimos un morreo antes de empezar—.

—Allá voy.

 Tumbé a Carla sobre la cama y me incliné hacia su depilada vagina y lo primero que noté fue que estaba mojada y lubricada. Me acerque más y el olor ya me estaba inundando (no sabría describirlo pero me tenía engatusado): comencé besando su zona púbica, llenándola de caricias y mimos con mis labios; después empecé a lamer sus labios vaginales con mi lengua y el sabor que noté me encantó, al principio no sabía muy bien que hacer pero ella me dijo que empezase primero con el clítoris porque a ella le daba más placer.

Besaba y lamía su clítoris, noté como se ponía duro y creció un poco (cosa que me excitó más). Sus gemidos crecían en volumen gracias a mi lengua: la movía hacia los lados, en círculos, de arriba abajo, dibujaba múltiples formas distintas mientras estaba hincado en su vagina y sujetaba su culo con mis manos.

— ¡AAHH! Roberto sigue así, lo estás haciendo muy bien. No te detengas y dame un orgasmo cariño. ¡UUHH! ¡SÍ!

Sus gemidos me indicaban que lo estaba haciendo bien y me encantaba oírla gemir de esa forma mientras pronunciaba mi nombre. Continué con mi labor y procedí a penetrarla con varios dedos mientras seguía estimulando su clítoris.

Ella gimió más aún cuando el mete saca de mis dedos y mi lengua jugando con su clítoris se unieron al unísono. Notaba como su cuerpo se contraía y su vagina producía más fluidos que no dudaba en probar. Tras veinte minutos comenzó a tener espasmos y sus gritos eran muy fuertes, iba a tener un orgasmo.

— ¡Sigue así Roberto! ¡Me voy cariño! No puedo más…

De pronto todo su ser se contrajo sobre mí boca y todos sus fluidos acabaron en mi cara. Me encantó verla de esa forma y no dudé un solo instante en acercarme a ella y besarla con pasión mientras mi miembro erecto rozaba su vagina.

—Sigue cariño, me encanta. Chúpale las tetas a tu querida Carla, dame más. Te quiero sólo para mí.

—No lo dudes mi reina…—decía mientras masajeaba y besaba sus preciosos pechos—. ¿Quieres que te la meta toda?

— ¡Si! Por favor quiero sentirte dentro de mí. Dale placer a tu mujercita, soy tuya.

Dicho eso procedí a succionarle sus bonitos pezones rosados, mis labios jugaban con sus pezones, intentaba abarcar con mi boca el máximo espacio posible de sus pechos y haciéndolos míos. Podía escuchar su corazón, tenía las pulsaciones disparadas y con sus brazos me apretaba contra ella murmurando palabras que no entendía.

Proseguí con mis caricias y besos por su vientre, recorriendo cada centímetro de él. Lo besaba con ternura, me restregaba contra ella; quería sentir cada contracción suya y su suave piel contra la mía. Baje un poco más y volví a estimular su clítoris que ya estaba de nuevo lubricado y duro para mí. Me puse de rodillas sobre la cama y abrí de piernas a Carla: con mi miembro duro y erecto comencé a frotarlo sobre toda su vagina, lo movía lentamente de arriba abajo. Quería ver (y vi) cómo su deseo de ser penetrada por mí aumentaba más y más, estuve así varios minutos más porque me encantaba verla disfrutar y como se tocaba todo su cuerpo gracias a mí.

No pude más y comencé a metérsela poco a poco, quería disfrutar cada momento y sentir como su vagina aferraba mi polla. Una vez se la había metido toda permanecí un rato así moviendo ligeramente la cadera para estimularla mientras le besaba el cuello. Mi miembro estaba durísimo, estaba a mil por hora; su interior estaba muy húmedo y hubiese estado así para siempre en esa postura.

—Estoy en la gloria Carla, eres divina.

—Si cariño, tú también. Dámelo todo corazón —dijo ella sonriéndome y aferrándome con las piernas.

Empecé a penetrarla lentamente, dejando que cada una de mis embestidas llegase hasta el fondo. Cada vez que mi pene iba a salir volvía a hincárselo haciendo que mis huevos chocaran contra ella; con cada penetración observaba su cara y veía como tenía la mirada perdida y se mordía los labios. Aumenté mi ritmo y la penetraba más deprisa, mi excitación era enorme y ambos gemíamos y gritábamos de placer, nuestras voces inundaban todo el apartamento.

— ¡Sigue así Roberto! ¡Dame más! ¡Fóllame duro! ¡Dios sí! No pares dame más cariño.

—Por supuesto que si Carla, estoy a tope. Ponte a cuatro patas que vas a ver.

—Claro que sí, dame por detrás mi amor. Dame placer.

Se puso a cuatro patas y la ensalivé un poco. Procedí a restregar mi duro miembro por su vagina y se la metí de una sola vez. La dejé unos segundos ahí y comencé a penetrarla con mucho ritmo, haciendo que mi pubis chocara contra su culo (ese sonido me estaba volviendo loco y me excitaba todavía más). Mientras la penetraba ella se masturbaba el clítoris y yo le daba azotes en los cachetes para calentarla más aún.

— ¡Dios Carla me encantas! ¡Eres toda una loba! Te lo voy a dar todo.

— ¡Si cariño, dámelo todo! —dijo ella entre sonoros gemidos de placer y con la cara totalmente apretada contra el colchón.

— Me voy a tumbar boca arriba y quiero que te pongas encima de mí de espaldas.

Nos colocamos en posición y la recosté sobre mi pecho, la cogí en alzas y se la metí de nuevo. Ambos gemíamos de placer y con cada embestida mía veíamos las estrellas. La penetraba con todas mis fuerzas y ella botaba encima de mí, podía ver como su cuerpo se contorneaba sobre el mío y me encantaba verla así. Mi sueño se había hecho realidad. Ella me dijo que iba a correrse ya y yo le dije que también, por lo que decidimos cambiar de postura: ella se dio la vuelta y me estaba cabalgando de frente mientras nos besábamos con mucha pasión.

— ¡Carla me corroo!, dalo todo y lleguemos juntos —dije yo gritando fuertemente.

— ¡Si por favor! ¡No aguanto más! ¡Dame tu leche! Puedes hacerlo sin problema, quiero sentirlo todo.

— ¡Está bien! ¡Te está gustando cariño! Voy a llenarte entera de mí ser.

— Eso es, vamos los dos juntos. ¡AH AH AH! No pares, ¡dios sí!

— ¡OH OH OH! ¡DIOS cariño vamos!

Tras un sinfín de jadeos y gritos sentí una descarga eléctrica que viajó desde el cerebro hasta la punta de mi polla y tras varios fuertes espasmos me corrí y descargué todos mis fluidos a la vez que ella me inundó con los suyos. Acabando los dos rendidos el uno encima del otro y riendo. Nos besamos un buen rato y charlamos sobre lo divino que había sido.

Esa misma noche seguimos follando hasta que nuestros cuerpos no pudieron más. Durante mi estancia allí lo pasé divinamente con Carla: me enseñó multitud de posturas, probamos juguetes (tanto en ella como en mí), diferentes formas de empezar con los preliminares…Ella es sin duda alguna mi maestra en el sexo, mi amiga y mi confidente.

A día de hoy seguimos teniendo encuentros cuando podemos, hablamos por Skype todo lo que podemos, nos enviamos mensajes y tomamos algo de vez en cuando.

Carla ha cambiado mi vida y espero que yo la suya.

(9,12)