Nuevos relatos publicados: 11

Arrepentidos los quiere Dios. (Capítulo 54)

  • 8
  • 6.983
  • 9,36 (22 Val.)
  • 0

Capítulo 54

 

Quedé tan profundamente dormida en los brazos de Margarita, que cuando desperté estaba sola. Una nota en la mesilla decía:

Duerme cariño, cuando despiertes te espero

Debajo de la nota había un sobre sin abrir; lo miré con curiosidad, y comprobé que era la carta que antaño me había mandado, y que se devolvieron por desconocido en este domicilio. Así rezaba una reseña escrita a mano con toda seguridad por el cartero.

Estaba claro que la había dejado allí para que la leyera, además iba dirigida a mí. No había ninguna duda.

La tomé con una delicadeza extrema, como si se tratara de la porcelana más fina y preciada, y me dispuse a saber lo que Margarita deseaba hace casi seis años, ya que estaba fechada en 18 de Noviembre de 1990.

 

La Isla, 18 de Noviembre de 1990

Mi muy querida Manolita:

Soy muy infeliz, mi matrimonio es una ruina. Disculpa que empiece esta carta con tanta desesperación, pero es tal la pena que me invade, que me es imposible guardarla dentro de mí. Tú, eres la única persona del mundo que le cuento mis angustias,

¡Cuántas veces me he arrepentido de no haber aceptado la oferta de vivir contigo en Madrid, y regir la tienda de ropa de señora que querías que abrir para mí!

¡Qué tonta fui!

Como bien sabes, aquí la mujer sigue siendo la esclava del marido; te ruego me rescates de esta prisión. ¡Llévame contigo, por favor Manolita!

No pretendo entrar en tu vida como un torbellino, simplemente quiero ser, lo que tú quieras que sea para ti. Nada más.

Desde la muerte de papá, los negocios ya no son como eran; no es que estemos en quiebra, no: pero los competidores aprovecharon esta coyuntura y nos han restado mucha participación en un mercado que prácticamente era nuestro.

Pero no es este el problema que me preocupa Manolita. Lo que realmente me tiene al borde de la desesperación es el trato al que estoy sometida por mi marido las veinticuatro horas del día; y lo peor que aquí la mujer, como te dije antes, está reducida a las leyes (más bien caprichos) de los hombres.

Sabes que soy una mujer moderna, luchadora por nuestros derechos, como vosotras habéis conseguido en España; pero aquí me cuesta palizas y más palizas de mi marido, y he sido denunciada por abandono de hogar las dos veces que me quise escapar para ir a tu lado.

Estoy desesperada Manolita; son casi ya dos años que llevo esclavizada a esta tortura física y mental, y no sé cuanto podré resistir más. Mi hermano Raúl, nada puede hacer, ya que también ha sido coaccionado por la familia de Piluca, su mujer, ya sabes, hija de los Salvatierra; que se han hecho los dueños de La Isla.

Te quiero Manolita, te quiero. No me abandones.

Siempre tuya.

Margarita.

 

Quede descorazonada, el alma se me bajó a los pies. No sé lo que podría haber hecho por ella en aquel momento y según estaban las cosas, pero desde luego, que lo hubiera intentado todo.

Lo que más me preocupaba era que pensara que esta carta la hubiera devuelto a sabiendas, que no la hubiese querido leer, pero bien sabe Dios, que, fueron las circunstancias y el pensar que con su boda con Adalberto, se había apartado sentimentalmente por siempre de mi vida.

Tomé una ducha de agua fría, ya que no funcionaban los calentadores; pero me sirvió para templar mis nervios.

Me disponía a seguir ayudando a Marga en las tareas tan humanitarias, cuando en el portón de la entrada a la Embajada se encontraban dos niños y un señor. El contraluz no me permitía reconocerlos; sólo cuando llegué a la altura de ellos, pude saber que era Raúl. No se me salió el corazón del pecho, seguramente porque mi metro de contorno, lo impidió.

No sabía que hacer, quedé totalmente paralizada, petrificada. Sólo reaccioné cuando me estrechó en sus brazos, me besó ambas mejillas y me dijo:

--¿Eres otra, o quizás aquella Manolita que no se despidió de mí después de amarla intensamente?

No supe que responder, quedé suspendida; sólo pude decir: soy, y siempre seré para ti, aquella Manolita que te dio el primer beso en el Malecón.

Dos niños preciosos iban asidos en sus manos, que miraban la escena arrobados en su natural infancia.       Uno de ellos dijo con su vocecita de ángel.

--Papá. ¿Es Manolita, verdad? ¿La que va ser nuestra nueva mamá?

Se me saltaron dos lagrimones como dos perlas. ¡Qué les habría contado Raúl, para que los niños me asociaran con su nueva mamá!

Tomé a cada niño en mis brazos, y les besé en las mejillas.

--Mis hijos, Manolita: Raúl y Héctor, como su padre y su abuelo paterno.

Se me agolpaban los pensamientos, las palabras y las ideas en la mente; no sabía por donde empezar; pero como en la entrada de la Embajada no podíamos quedarnos como dos pasmarotes, les dije que pasaran al interior de la misma.

Entramos en el salón de recepciones, que aunque estaba un poco manga por hombro, al menos si nos serviría para poder hablar tranquilamente. Raúl rompió el hielo se daba cuenta que yo era incapaz de articular palabra.

--Yo tampoco sé por donde empezar Manolita.

--No te apures Raúl. Le dije ya repuesta de la enorme emoción que me produjo el encuentro. Debes estar destrozado; la muerte de tu esposa y la catástrofe, son para derribar las más férreas voluntades.

--Sí, ha sido terrible, La Isla ha quedado desolada casi en su totalidad.

--¿Estáis bien alojados, sobre todos los niños? Pregunté muy preocupada.

--Sin problemas en ese aspecto, una de las casas que han quedado en pie es de un amigo íntimo. Lo que carecemos es de lo más básico, sobre todo para los niños.

Empecé a contarle lo acaecido en mi vida desde mi marcha de La Isla hasta hoy.

--He sido designada por el Gobierno de mi País, para evaluar los daños de la tragedia, e informar de las necesidades más perentorias.

--Ya me lo ha comentado mi hermana Marga, antes de venir, la he visitado en el hospital de campaña.

--Bien Raúl, ahora mismo voy a poner un fax o un cable a mi Gobierno para que envíen urgentemente, los primeros auxilios.

Hizo Raúl una lista detallada de lo más necesario para cubrir las primeras necesidades. ¡Menos mal! la línea telefónica la habían reestablecido.

--Ya me contarás como has pasado de ser la más...

--¡Dilo, dilo! No te cortes. La más puta de España.

¡Por Dios Manolita! Te juro por mis niños que no es eso lo que quería decir.

--No te apures, si ya sé que estuviste en "mi Casa" de Madrid, que te recibió Esther, y que... ¡Bueno! que sabes todo de mí. ¡Mira me alegro! de haber seguido juntos, tarde o temprano te hubieras enterado.

--¿Por qué te fuiste de La Isla sin despedirte de mí?

--Dadas las circunstancias, fue lo mejor. Intenté que supieras la verdad, pero "estabas ciego". Mejor fue así. Pero olvidemos el pasado y vivamos el presente.

Soy alcaldesa de un municipio, y propietaria de uno de los complejos turísticos más modernos de España, y os ofrezco un futuro claro a los cuatro: Marga, tú, y los niños.

De repente me vino otra vez aquella voz del helicóptero.

 

Llévate a los niños contigo a España, que aquí corren un serio peligro, la tragedia se va a volver a repetir.

 

--¿Qué te pasa? te has quedado blanca como la cera.

--No nada, un pequeño vahído, tantas emociones me tienen un tanto débil.

--Raúl, puede que se repita la tragedia, ya sabes que las réplicas suelen reproducirse. A lo sumo en tres o cuatro días he de regresar a España para dar el informe requerido; me voy a llevar a los niños conmigo.

Cual no sería mi actitud, que Raúl quedó totalmente convencido de que sería lo mejor, y no puso ninguna objeción, al contrario, la idea le pareció maravillosa.

--Eres el Ángel de la Guardia, Manolita. Sé que contigo estarán a salvo de todo riesgo. Pero ¿cómo lo hacemos? Hará falta mucho papeleo.

Tú me firmas el documento de cesión temporal de la custodia de los niños. Mi Embajador lo compulsará, y no te preocupes de más.

Me quedó muy claro, que, Raúl tenía previsto abandonar la Isla y venir a España; de lo contrario no hubiera accedido a dejarme sus hijos.

(9,36)