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Mis cuentos inmorales. (Entrega 29)

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El consolador

No crean ustedes que es fácil este oficio, ¡Qué va! Poder y saber llegar a las profundidades del alma, del pensamiento y del útero de una mujer, es una tarea ardua y complicada.

Las mujeres por naturaleza son más sutiles y perspicaces que el hombre; a un hombre le consuelas con una palmadita en la espalda y con un juego de pilas, pero consolar a una mujer hay que utilizar una gama de recursos, que sólo los buenos consoladores sabemos hacerlo.

Aliviar el alma de una mujer, consolarla y dejarla satisfecha con un orgasmo espiritual es el gran éxito que debe alcanzar el buen Consolador. Un orgasmo clitoridiano está al alcance de cualquier mano, pero el placer de un orgasmo cósmico, somos capaces unos pocos humanos.

Para ser un buen Consolador debes de conocer todos los recovecos de la mente de la mujer; en ella se cuecen las mayores sensaciones y elucubraciones que puedas imaginar.

Son tantas sus pasiones ocultas que estallan como un castillo de fuegos artificiales en cuanto sepas prender la mecha.

Sólo existen en el mundo dos consoladores capaces de encontrar el punto exacto del placer espiritual de la mujer: yo y otro. La combinación de este punto con el punto "G", bien conjugados, es un cóctel de amor tan inmenso que llevan al éxtasis, al summun del placer, alparaíso, a la mujer.       

El problema para los consoladores es cuando requiere tus servicios ese tipo de mujer arcaica, obsoleta, poco agraciada y mojigata. Por eso no vayan ustedes a creer que nosotros nos ponemos las botas en nuestro trabajo ¡ni mucho menos! Cuando nos sale un servicio de estas características, entonces si “que nos aprieta la bota”. Las pasamos canutas.

Imagínense una señora de unos 60 años, de unos 120 kilos de peso, con bigote y barba, y encima humanista. ¡A ver quien es el guapo que le arranca un orgasmo! El alma la tiene llena de pelos, y donde tiene que haber pelo, lo tiene lleno de “moscas”. Pero gracias a nuestra habilidad y dos juegos de pilas Duracel, conseguimos el éxito y la satisfacción plena del cliente.

Un día casi di en el paradigma del fracaso. Una clienta que para ver si era mujer tenías que ponerte las gafas de ver de cerca, con pinta de macho más que de hembra, me pidió algo extraño, que la concediera un capricho que llevaba más de 60 años con esa fantasía para realizarla.

Me quedé de piedra al oír su capricho: Quería ser ella la consoladora. Ante la cara de súplica que puso, y gracias a mi buen corazón, no quise que esa pobre mujer se muriera sin cumplir esa fantasía. Cargue el consolador con pilas nuevas y me dispuse al sacrificio.

Me dijo que no la hacía falta “el aparato” que lo ponía ella. Sólo recuerdo un colgajo que la pendía del monte de Venus, de unos 20 cm. Que me lo introduzco por mis entrañas sin miramientos. Desde entonces me tengo que sentar a “media cacha”. Pero ella fue inmensamente feliz. 

Otras veces tienes que ser más astuto que el Lazarillo de Tormes para conseguir que tu clienta quede aliviada y satisfecha. Es el tipo de mujer, que su vida es una mentira, un engaño. La realidad la asusta, tienes que recurrir a las historias más absurdas y esperpénticas para que entre en trance.

Aquí debes proveerte de varios juegos de pilas para que “el aparato” siga funcionando. Suelen ser mujeres “muy estrechas” y con vaginismo, por lo que también debes proveerte de varios tubos de vaselina. “Meter” a estas mujeres las trolas que las tienes que meter (las trolas, no las colas), tienes que armarte de paciencia y dar el do de pecho (de pecho, no de picha). Pero al final, un profesional del consuelo como un servidor, triunfa.

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