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Recordando al primer amor (Capítulo 31)

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A las cinco empezará la "corrida",

toreará Amador "El Maletilla";

en su alma lleva una rosa prendida

y dos claveles en la taleguilla.

 

Capote bordado de azul y grana.

Muleta de la sangre de sus venas,

espada pura de la raza hispana

que trasmite a "Cristinas" y agarenas.

 

Su amada en la barrera con mantilla

le envía un ósculo que le enajena.

¡Pero qué preciosa está mi chiquilla!

Hoy haré la mejor de mis faenas.

 

Lances de dolor doblan su testuz,

pases de pecho y por bajo de asombro,

estocada en el centro de la cruz.

Salida por la puerta grande a hombros.

                  

A las cinco en punto nos presentamos en la avenida de Donostiarra. Me asombraba Cristina por lo tranquila que estaba. Fuimos en un taxi, y durante el trayecto no para de hablar.

-Cariño. ¿No estás un poco nerviosa? Porque no paras de darme la tabarra.

-Pues no cielo. Lo que estoy es más bien impaciente y un poco recelosa. Espero que los nervios no te hagan una mala pasada, y se te estropee "la cosa".

-Por eso no te preocupes, tú, arrímate bien a mi regazo y verás como no habrá amenaza de "gatillazo".

Con disimulo le llevé su mano a mi bragueta para que comprobara que había debajo "un buen pedazo".

-¡Jo Amador! Pero si parece un brazo.

-Tanto como un brazo, no. Pero si que es un buen badajo. Ya te darás cuenta cuando estés debajo.

 

Llegamos a la casa de citas a la hora acordada.

-Mi vida. Ha llegado la hora. ¿Ya sabes cómo lo debemos hacer?

-Sí, como dijo la señora. Yo entro primero, y tú después.

-Pero que no te vea nadie, asegúrate.

A dos metros del portal, Cristina miró para delante y para atrás, y al ver el sitio despejado entró.

Para acceder a la casa, había que traspasar el portal; de unos seis metros de recorrido y diez peldaños después había que subir para llegar al rellano.

Desde la acera de enfrente observaba como mi niña entraba; y es cuando me di perfecta cuenta, quizás por la perspectiva de lo buena que estaba. Sin duda era mi diva.

Se había puesto para la ocasión un falda de esas que llaman de tubo. ¡Joder! cómo se le marcaba el culo. Y aunque para Cristina era un "calvario", para mí era como la campana de un campanario. Y aunque no tengo fama de perdulario, (decirlo no es necesario) y si de penitencia me echa el cura rezar diez rosarios, voy a idolatrar con el máximo fervor a su hermoso tafanario.

Cuando a Cristina dejé de ver, supuse que ya había llegado al "bajo de". Y entonces yo entré, y a la puerta llamé.

-Hola Amador.

-Buenas tardes doña Juana. Me manda Manolo sus respetos.

-Buen chico Manolo, aunque un poco pillo. Su amiga ya está en la habitación del fondo del pasillo.

Saqué la cartera del bolsillo. -¿Le abono ahora doña Juana?

-Sí, mejor que abone ahora; así se despreocupa, no sea  "que en pleno rodaje se acuerde que tiene que paga el peaje, y se le baje".

-Me dijo Manolo que cobra veinte duros. ¿Verdad señora?

-Sí, pero ya sabe: tres horas.

-No se preocupe, a las ocho la habitación desocupe.

-Qué lo disfrute.

-Gracias doña Juana. Y ahora le dejo, que me espera "un buen tute".

        

Era una rosa temprana

cual aura pura encendida

que a mis anhelos reclama.

 

Aún estaba vestida,

pero sus ojos radiantes

me daban la bienvenida.

 

Yo, sentimental infante

me aposenté junto a ella

con mis manos inquietantes.

 

¡Cristina! igual que una estrella

desnuda cual virgen druida

¡Dios! es la mujer más bella.

 

Dijo con vista perdida:

hazme para siempre tuya

eternamente... una vida.

 

La hice mía, yo fui suyo;

fue el amor en su esplendor

de una "rosa y un capullo".

 

Fue una gran tarde de amor.

(9,20)