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Ana 2. obligada a pagarle al gasista en especies

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Había pasado casi un mes desde que me la cogí a Ana. O mejor dicho, desde que le metí la pija en la boca, mientras Germán el de seguridad le ensartaba su largo miembro. En contra de todas mis especulaciones, Ana no resultó tan fácil como imaginé. Aquella noche en que Germán había aparecido en su departamento, llevándome a mí sin haberle avisado, para obligarla a enfiestarnos, se mostró reacia a mi visita inesperada, pero aun así pude abusar de ella a mi antojo. Sólo el gran impacto que me causó esa noche de locura impidió que me quedara toda la noche garchándomela por todos sus orificios. Necesité volver a mi casa para despejar mi mente. Luego me arrepentí de mi error y lo seguí haciendo por muchas semanas.

Ana se mostraba esquiva conmigo, cada vez que nos cruzábamos en el ascensor, se quedaba en un rincón, poniendo el estuche de su violín entre nosotros. Yo no me animaba a hacer ni decir nada, era evidente que para ella lo de aquella noche fue una agresión, cosa que me parecía injusto ya que si ella realmente no hubiese querido nada conmigo, hubiese gritado para que todos los vecinos escucharan, cosa que no hizo, sino que se atragantó con mi verga.

En ese lapso de tiempo, se encargó de vengarse de Germán. Llamó a la administración del edificio, quejándose de que el señor de seguridad (Germán), acostumbraba a dejar su puesto por largo tiempo. Esto era real, ya que eso era lo que hacía German a la medianoche cada vez que subía a cogerse a Ana. Esto fue fácil de demostrar gracias  a las grabaciones de las cámaras de seguridad que mostraban el asiento de portería vacío, a veces por más de una hora.

Se había deshecho de Germán, seguramente cansada de sus abusos, pero contra mí no podía hacer nada, porque era copropietario del edificio, y le resultaría imposible demostrar que entré a su dpto. sin su permiso, ya que los pasillos de los pisos no tenían cámaras.

Como dije, cada vez que nos encontrábamos, me rehuía. Durante un mes me tuve que aguantar las ganas, castigándome a puras pajas cada vez escuchaba la melodía de su violín que traspasaba la pared que nos dividía. Era tan extraño tenerla tan cerca y sin embargo tan lejos al mismo tiempo.

En poco tiempo llevó a varios amantes a su casa, haciéndome escuchar sus orgasmos en todas las ocasiones, seguramente a propósito, ya que sabía que yo estaba muy caliente con ella, y que la noche que acabé sobre su carita, lejos de aliviar mi necesidad, la había aumentado.

Decidí agregarla a Facebook,  quizá desde la comodidad de mi casa, podría convencerla de intimar nuevamente. Estaba seguro que esa manera infantil de eludirme se debía a que sabía que si me acercaba e insistía lo suficiente, terminaría por lograr convencerla.  Me sentí muy excitado cuando comprobé que me había aceptado en esa red social, pero sólo me había agregado para mandarme un mensaje muy violento. “escúchame hijo de puta, no quiero nada con vos, la otra noche no te quería chupar la pija, déjame de joder o te voy a denunciar.” El mensaje me pareció injusto y grosero, pero sólo logró intimidarme por un par de horas. Luego de meditarlo, llegué a la conclusión de que era imposible que me denuncie, ya que no había nada que denunciar. Por otra parte, comencé a gestar un plan para volver a cogerla.

Primero recapitulé lo que conocía de ella. No era mucho, pero lo poco que sabía era esencial, cada vez que dos personas comparten el sexo, acostumbran, por inercia, entregar datos al otro, que en circunstancias diferentes no darían. Mi encuentro con Ana me enseñó que es una mujer poco convencional, que si bien se muestra distante, y difícil, cuando se ve arrinconada, termina haciendo lo que el otro le dice. Cualquier mujer normal hubiese reaccionado de manera violenta cuando su amante se presenta con otro hombre para hacer una fiestita. También es cierto que otras aceptarían y se prenderían, pero esa reacción intermedia de Ana, donde sin aceptar, terminaba cediendo, para luego enojarse y vengarse, no era muy normal. Sin embargo era su punto débil y yo me aprovecharía de él. Solo necesitaba estar a solas con ella, bien cerca, y podría hacerle lo que quisiera, seguramente se enojaría conmigo, pero cedería, así era ella, seguramente algún viejo trauma le impedía negarse rotundamente en una situación extrema, se limitaría a decir que no quería y a hacer débiles esfuerzos físicos para luego terminar aceptando todo lo que se le daba.

Sólo me bastó observar una mirada para comenzar a gestar mi plan. Era la mirada del gasista del edificio, que cuando salíamos del ascensor Ana y yo, en una de esas tardes donde ponía su estuche como escudo, al irse ella, el tipo concentró su mirada en su culo, que esta vez estaba enfundado por una short verde que resaltaba sus formas. Yo le hice un gesto cómplice al tipo. Me dieron ganas de seguir a Ana, pero sabía que un acercamiento frontal no servía de nada, por lo que me quedé un rato en el hall del edificio charlando con el tipo.

Fue como sacarme la lotería. Me enteré de que había arreglado con Ana para pasar en  tres días a arreglarle el termotanque, que no se mantenía encendido quien sabe por qué. Era obvio que el tipo estaba muy caliente con ella, porque hablaba sobre ese trabajo como si fuese lo mejor que le pasó en la vida. Yo no estaba seguro de cómo hacerlo, pero tenía que convencerlo de que me deje acompañarlo en ese trabajo, una vez adentro, sería fácil violar a Ana. No quería darle toda la información, porque si sabía que podía cogerse a Ana con solo decidir hacerlo, yo quedaba fuera de la ecuación.

— ¿No necesitas un ayudante? — le pregunté medio en broma. El soltó una carcajada.

— ¿Está buena la pendeja no? — dijo. Seguimos charlando y decidí jugarme.

— Mirá, si me dejas subir con vos, te ayudo y no te cobro nada. Quiero estar ahí, a lo mejor tenemos suerte y nos enfiestamos.

Le conté parte de lo que sabía de ella. De su gran apetito sexual, y lo fácil que era. Él se entusiasmó y finalmente aceptó mi propuesta. No le dije sin embargo, que yo ya conocía esa casa y conocía mejor ese cuerpito, pero intuía que Ana no se iba a animar a hacer un escándalo al verme entrar.

Se hicieron largos los tres días hasta que finalmente llegó el momento de entrar nuevamente en el departamento de Ana, otra vez por sorpresa, y otra vez por la fuerza. La idea me excitaba. También me excitaba la idea de compartirla con otro hombre, desde aquella noche en la que junto a Germán la poseímos, descubrí que ver a otro tipo penetrando en el mismo cuerpo que yo, lejos de molestarme, me gustaba, porque se generaba una empatía tal que parecía que era yo mismo el que la penetraba por ambos lados.

Jorge se llamaba el gasista. Había entrado al dpto. de Ana primero que yo, cosa que me asustó, no quería quedarme afuera. Pero resultaba mas fácil así, porque si me veía quizá nos cerraba la puerta en la cara.

Jorge estaba en la parte de la cocina donde estaba el termotanque. Le dijo a Ana que enseguida iba a venir su ayudante con los materiales que le faltaba. Yo lo convencí de que le cobre el doble de lo que tenía pensado, “ella no sabe nada de esto, va a aceptar vas a ver”, él estuvo de acuerdo. Finalmente Jorge me mandó un mensaje diciendo que vaya al dpto. de Ana. Me latía el corazón frenéticamente, mis manos temblaban cuando toqué el timbre. Por suerte el que abrió la puerta fue el propio Jorge. Ya estaba adentro.

Ana me miró sorprendida, pero yo actué con normalidad, la saludé y enseguida me dirigí a Jorge preguntándole cómo iba todo. Como había supuesto, Ana también fingió normalidad, y se fue al living. Jorge, que no era ningún tonto, había notado algo raro y me preguntó “¿Qué onda con la mina?”, le confesé que me la había cogido una vez y luego nos peleamos. Se limitó a reírse.

Cada tanto Ana se acercaba a la cocina y nos miraba de reojo. Seguramente quería adivinar si era todo una casualidad o le estábamos haciendo caer en una trampa en complicidad, pero nuestra actitud seria y profesional la inclinaron hacia la hipótesis de la casualidad.

Estaba hermosa, su pequeño cuerpo tenía encima uno de esos vestiditos floreados con la espalda desnuda que tanto me gustaban. Cada vez que caminaba meneaba la cola haciéndolo bailar. Se había teñido sus largos rulos de rubio, y estaba maquillada como para salir. Se veía más puta que nunca.

— nos traerías un poco de coca. — le pedí. Ella hizo un gesto como de no poder creerlo, pero accedió a mi pedido.

Me preguntaba de qué color era su ropa interior. Seguramente blanca, me dije, no podía confirmarlo a través de su vestido, pero ya lo haría. Finalmente terminamos el trabajo. Llegó la hora de la verdad. Era imprescindible que Jorge se prenda en mi juego sino todo estaría perdido.

— ¿Cuánto es? — preguntó Ana, visiblemente aliviada de que estuviésemos a punto de irnos.

— Tres mil pesos. — dijo Jorge. El hijo de puta se zarpó, en vez de cobrarle el doble, le cobraba el triple. Ana se puso pálida.

— ¿tres mil pesos? — dijo. — ¡yo pensaba que como mucho iban a ser mil!, no tengo tanta plata.

— ¿ah no? — Jorge se puso serio, y cruzó sus brazos, pero yo intuí un goce en su cara, seguramente todo lo que yo le había comentado de ella lo hicieron fantasear con poder aprovecharse. — yo no trabajo gratis. — siguió diciendo, explicando el costo de todo lo que había comprado y de la mano de obra con ayudante incluido.

— No sé. — dijo Ana preocupada. — ¿y si te lo pago en un par de semanas?.

— yo no trabajo a crédito señorita. a ver sentémonos y charlemos a ver como lo solucionamos.

Nos sentamos en la pequeña mesa de cocina, de manera tal que la rodeamos, sentándonos muy cerca de ella. Algo comenzaba a percibir Ana, porque me miraba con sospecha.

— Voy a traer algo para tomar. — dijo levantándose, seguramente quería salir de esa cárcel que formaban nuestros cuerpos. Pero mientras lo hacía, metí la mano por debajo de su vestido. Acariciando su culo por primera vez, no lo pude evitar. Tenía la piel muy suave, también sentí la tela de la tanga, bajé la mano hasta su entrepierna y la volví a subir. Ese cachete era hermoso, invitaba a ser escarbado, perdí mis dedos adentro de su zanja y sólo entonces me dio un cachetazo. Intentó salir de nuevo, pero Jorge se paró frente a ella, apretando su pelvis con el cuerpo de Ana, evidentemente estaba al palo, se le notaba en el pantalón azul como su pija pedía a gritos ser liberada.

Ana dio media vuelta mirándome con furia, a lo que contesté metiendo de nuevo la mano por debajo del vestido, esta vez estrujándole el culito con fuerza, mientras le mantenía la mirada, desafiante. Jorge avanzó y presionó con su tronco el ombligo de Ana. Ella Intentó empujarlo, pero Jorge era un ropero: cuadrado y pesado. Me resultó muy sensual la imagen del pequeño cuerpo de Ana apresada por el voluminoso cuerpo de Jorge. Este comenzó a agarrarla de la pera, obligándole a que lo mire a los ojos mientras con la otra mano acariciaba la pierna, levantándole el vestido lentamente.

— Yo te voy a pagar, soltame. — suplicó Ana.

— Claro que vas a pagar. — le dije yo, mientras estiraba su tanga, amagando con bajársela. Quería hacerlo todo despacio, no como la otra vez, que acabé muy rápido. — nos vas a dar esos mil pesos que dijiste y el resto lo cobramos de acá. — pensé que me iba putear, pero sólo me miró con esa expresión de resignación que ya había visto antes.

Sin embargo, de repente soltó un grito “suéltenme” dijo. Jorge la hizo callar con un apasionado beso. Mientras yo le di un mordisco a su nalga. Forcejeó un poco, pero en vano.

— tengo cuarenta y cinco kilos, no puedo hacer nada contra ustedes. — esa respuesta me alegró mucho, ya estaba aflojando. Seguí metiendo mano y esta vez, muy despacito, agarrándola del elástico, bajé la diminuta tanga blanca. La doblé y la guardé en mi bolsillo.

— yo tengo cien kilos ¿y vos? — me preguntó Jorge mientras atacaba esos pechos que yo tanto conocía.

— ochenta y cinco.

— pobrecita, ciento ochenta y cinco kilos contra cuarenta y cinco, no vas a poder hacer nada. — se burló Jorge.

— me van a obligar a hacer algo que no quiero. — dijo en un último intento de apelar a nuestra pena.

— No. — contesté. — te vamos a hacer todo lo que te gusta putita.  —Y entonces bajó la cabeza y ya no dijo nada.

— ¿cómo nos la vamos a coger? — me preguntó Jorge, mientras la obligaba nuevamente a mirarlo a los ojos. Él tenía un morbo muy parecido al mío que consistía en insultarla. A Jorge, en cambio le calentaba el contacto visual, como si quisiera evitar que Ana se escape de la realidad cerrando los ojos o mirando a otra parte, quería asegurarse de que ella esté en todo momento consciente de todo lo que iba a hacerle y que nunca se olvide de su cara.

— Primero nos la garchamos con el vestido puesto, me encanta como le queda. — dije y empecé a lamer su espalda. — yo le cojo la concha, que la otra vez no pude. A vos que te haga un pete. — mientras la llenaba de saliva, mis manos se ocupaban de su culo, Jorge le metía una mano en la entrepierna, mientras que con la otra le sujetaba la cara y le daba besos con la lengua.

A ambos nos excitaba decir en voz alta cómo dispondríamos del cuerpo de Ana, ante el silencio impotente de ella, pero era hora de pasar a la acción.

Jorge la llevó al cuarto de la mano, mientras yo la obligué a que me agarre de la pija y me lleve ella a mí, entramos en fila, le di un cachetazo al culo.

— No me pegues fuerte. — dijo. Le respondí con otro cachetazo.

— Ponete en cuatro puta. — ordené.

Se subió a la cama y obedeció.

— ¿en el borde del colchón? —preguntó. Me divirtió su cambio de actitud.

— Si bebé ahí bien en el borde. — dijo Jorge, que ya se estaba quitando su uniforme de trabajo, y descubría su cuerpo ancho y fuerte. Tenía una pija corta y venosa muy parecida a la mía, de un grosor que compensaba su corta medida. Se subió a la cama sentándose justo frente a Ana que estaba en cuatro esperando mi embestida. Jorge le hizo una cariñosa caricia a la carita, y le corrió el pelo hacia atrás. La agarró de la pera y dijo casi en susurro. — a ver como la chupas bebé.

No actúe por un rato. Me gustaba verlos. Esta vez Ana se esforzaba por hacer un buen pete, no como conmigo hace unas semanas. Agarraba el tronco con ternura, y abría su boca de labios finos sacando su lengüita, para primero lamer y luego metérselo casi entero en la boca. Era precioso ver esa carita hermosa siendo invadida por una pija morcillona. Jorge la agarraba de la nuca haciendo fuerza cada tanto, para marcar el ritmo. “aaahh así bebé, así” decía haciendo un gesto mezcla de placer y dolor. “si, así, pajeala, sí, las bolas también” ordenaba. Y Ana sacaba su diminuta lengua para pasarla por el testículo peludo de  él y dejarle un brillo baboso.

Ana ya estaba entregada a mi socio, por lo que esperaba que conmigo sea mas accesible que la última vez. Me puse en bolas y me paré detrás de ella, que estaba con el culo para arriba, invitándome a participar mientras peteaba al otro. Levanté el vestido con flores rojas y azules hasta su cintura. Ella seguía concentrada en su mamada, así que no prestó mucha atención cuando volví a meter mis manos en ese culo blanco y redondo. La zanja era muy pronunciada, los cachetes estaban bastante separados, típico en las minas a las que les gusta que le den por el culo. Comencé a besarlo, era cálido y delicioso. Pasaba mi legua por ellos mientras los estrujaba con las manos, intercalando cada tanto mordiscos suaves. “si, así, que bien la chupas bebé” seguía diciendo Jorge. Se escuchaba cada tanto el sonido de la garganta de Ana atragantándose con esa lanza gruesa. Yo le metí un lengüetazo al ano, y aun con la pija en su boca Ana emitió un suave gemido. Esto me entusiasmo, así que ataqué esa zona. Enterré mi cara en el orificio y arremetí con chupadas intensas. “mmh” gimió ella.

— ¿Te gusta no putita?” — le grité yo, antes de enterrarme de nuevo en ella.

— mmmh. — fue su respuesta enloquecedora.

Seguí un buen rato metiendo la lengua en esa parte que no fue inventada para el sexo, pero que sin embargo todos disfrutamos. Cuando lo vi lleno de saliva, decidí que estaba listo para recibir mi dedo. Se lo metí de una, sin preocuparme de dañarla, mandé el índice hasta el fondo. Ella gritó un “¡aaayyy! De dolor mientras sus caderas empujaban hacia adelante tratando de librarse del dedo intruso, sin embargo el grito también fue un gemido de placer, por lo que seguí mandando con fuerza mi dedo una y otra vez. Ella se retorcía de placer, pero le resultaba difícil seguir con el pete, porque los movimientos hacia delante eran muy bruscos, por lo que bajé la intensidad, para que Jorge, que la tenía agarrada del pelo, pudiera seguir gozando.

Ana se concentró en chupar la pija con decisión, mientras yo escarbaba su culo. “si, bebé así, a ver métetela toda entera, si, así, bebé, dale que ya voy a acabar, si, dale, más rápido, así, sí con la lengüita en la cabeza, si, ahí voy bebé, sí, sí, aaaah” y la pija escupió su leche en esa carita de nena perversa que tanto amaba. La eyaculación fue muy potente, incluso me cayó una gota al pecho, pero no me importó, la calentura hacía que esos inconvenientes sean nimiedades. Volví con mi penetración, pero ahora metí dos dedos. Costaba más introducirlos, y ella se retorcía mas que nunca pero mantenía su posición de perra. Habré embestido al menos veinte veces con esos dedos, mientras Jorge observaba cómo Ana soportaba esos ataques con dignidad. El dolor la hacía tirarse hacia delante, casi acostándola boca abajo, pero enseguida volvía a flexionar sus piernas, sacudía su cabellera rubia y entregaba el culo a un nuevo ataque.

Cuando me cansé de jugar con su culo, decidí de que ya era hora de que le de una verdadera cogida. No le iba meter la pija en el ano, porque era muy gruesa para ella y yo no lo disfrutaría. Me puse el forro, y agarrándola de las nalgas, ante la mirada atenta de Jorge que se pajeaba ya erecto, metí mi tronco en la concha de Ana hasta el fondo y empecé a meterlo y sacarlo con velocidad. “ah,ah,mmh,ah, mnh” gemía Ana a cada embestida. “Tomá, si tomá, te haces la importante puta, bien que te gusta mi pija”, la insultaba, y ella solo gemía y gemía. Jorge volvió a su posición y ofreció su pija llena de saliva y semen. Ella lo recibió sin chistar, agarrándola, y moviéndola como una palanca, hasta colocarla en la posición correcta para metérsela en la boca, mientras yo la sacudía a pijazos cada vez mas fuertes. Tuve que frenar en intensidad en varias oportunidades porque sino iba a acabar rápido, además era muy agotador, pero enseguida volvía a sujetarme de esas nalgas y a empujar mi pija hasta el fondo haciéndole dar muchos gritos ahogados mientras se tragaba la pija del gasista.

Jorge acabó de nuevo en su cara. Yo resistí un poco más que él y cuando sentí que ya no podía más, retire el choto, me saqué el forro, me paré encima de la cama y la agarré con violencia del pelo, para levantar su cara sucia de blancura y escupirle más semen.

Cuando creyó que terminamos, se levantó de la cama y salió al pasillo. Volvió con mil pesos y los tiró al piso.

— ya les pagué todo. Váyanse de una vez. — ordenó con la expresión decidida detrás de la máscara blanca.

Entró al baño. Se escuchaba el agua correr.

— Vamos, ya fue. — dijo Jorge, mientras se vestía, visiblemente satisfecho.

— Andá vos. — le dije. — yo me quedo un rato más a hablar con ella.

— Sos insaciable che, déjala en paz. — me dijo riendo. Se vistió y se fue.

Entré al baño. Todavía se enjugaba la cara. Se puso shampoo. Cuando me vio no pareció sorprendida.

— che, basta, ya me hiciste lo que querías, déjame en paz, por favor. — dijo con un puchero.

Me metí en la bañera y me puse detrás suyo, apoyando mi pene que ya se estaba despertando sobre su cola colorada de tantos mordiscos y cachetazos. La abracé, pasé mis dos brazos por debajo de los de ella, y cubrí sus tetas con mis manos. Ella se dejaba.

— ¿Sabés por qué no me voy?—pregunté.

—¿por qué?

— Porque te gusta.

—No es que me guste, pero no puedo decir que no. No puedo evitar que los tipos hagan con mi cuerpo lo que quieran. — yo sabía que decía la verdad. — por favor ándate. — suplicó.

— si me voy, vas a seguir cogiéndote a otros, prefiero cogerte yo, no sé cuándo voy a volver a verte así que voy a disfrutar este día, lo demás no me importa nada.

Agarré un jabón y se lo pasé por la espada, luego bajé al trasero y se lo froté con fuerza en el ano. Dejé caer el chorro de agua en su orificio y con la mano penetrante ayudé a enjugarlo. La sequé. Le pedí que se vistiera, porque quería desvestirla de nuevo. Ya no suplicaba ni se negaba a nada. La seguí de cerca ante la improbable posibilidad de que agarre algún objeto peligroso y me ataque. Sin embargo eso no estaba en su naturaleza, ella no ejercía violencia mas que consigo misma. Se puso el short verde que ya conocía, y una remera gris ajustada. No tenía corpiño, los pezones resaltaban. Agarré sus tetas, las estrujé. Le bajé el short, y comencé a invadir ese culo tan fácil de penetrar con los dedos.

 Me quedé hasta el anochecer. Incluso comimos juntos. Ese día me la cogí por la boca, por la concha, por las tetas, y finalmente se la metí en el culo, llenándola con mi leche. Acabé en sus nalgas, en su cara, en su ombligo, en la pelvis, ensucié todo su pelo con leche. La puse en cuatro, le di de parado, puse sus piernas en mi hombro, hice que ella me cogiera montándose en mí, la besé como si fuésemos novios. Nos bañamos juntos varias veces mas, y me la seguí cogiendo.

Cuando decidí dejarla, le pregunté:

— ¿Cuándo nos volvemos a ver?

— Nunca. — respondió. — pero seguro que ya se te va a ocurrir algo para hacerme lo que quieras. — dijo, con una mirada mezcla de reproche y súplica.

(9,30)