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Sedientos

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Éramos 5 los marcados por la maldita necesidad. Llevábamos varios días luchando en su contra, evitando ser vencidos por lo inevitable: El deseo, aquel cruel y delicioso deseo. Tratábamos de no frecuentar aquellos lugares donde la tentación estaría en su máximo nivel, capaz de arrastrarnos y echar por tierra lo poco que habíamos logrado. Nos mirábamos unos a otros, con unas ganas enormes de romper el pacto, pero ninguno daba el primer paso; de hacerlo, probablemente, le seguiríamos el resto, como corderos, enfermos de la misma fiebre. Pasábamos el día durmiendo, evitando el bullicio de la ciudad y las miradas inquisidoras. De noche, paseábamos por las azotas, ebrios de ansiedad ¿Cuánto más aguantaríamos? Sabía que era cuestión de tiempo, que una madrugada saltaría las estúpidas reglas y no me detendría hasta saciarme. ¡Cómo lo deseaba! Los ojos inyectados en sangre, la piel incrustada en los huesos. Podía olerlo a cientos de metros. Me temblaban las manos y mi rostro se tornaba desagradable, entonces me agarraba de algo y no lo soltaba hasta sentirlo gemir.

En ocasiones, alguno lloraba sobre mí, buscando apoyo como naufrago a una tabla. Pero yo era igual a ellos, nunca me sentí superior, ni mucho menos inmune a la torturante pesadilla que les agobiaba; padecía en silencio, mordiéndome los labios sádicamente, pero con la quietud de un lago en primavera.

Hacía una semana del comienzo de aquella locura, reíamos durante nuestra última cena, nos burlábamos del mundo penitenciario al que nos encomendábamos: El Hambre, jinete apocalíptico de mayor reinado en la Tierra. Diez manos se habían juntado, juramos no alimentarnos, hasta morir. Hoy, solo cinco han sobrevivido. A dos los matamos, no aguantaron la primera noche, los otros tres, nos repudiaron con gritos de: "locos que reniegan su existencia" y huyeron a matar la necesidad.

Hoy estoy al borde de un gran edificio, viendo pasar los rebaños humanos a mis pies, tengo ganas de saltar al abismo, pero no creo que logre morir, aun no estoy tan débil. Unos brazos, fuertes antaño, rodearon la delgada envoltura donde una vez vivió mi alma.

―Siento el debatir de tus pensamientos- dijo Flavio- ¿Acaso la tentación vence a tus ideales?

―No amigo- contesté mientras mi espalda chocaba contra su famélico pecho- la cuestión es... si mis ideales no están cimentados sobre naipes.

―¿Cómo puedes pensar eso Briana?- preguntó y mostró, lo que para mi era, el primer rasgo de asombro en muchos siglos- yo creo hacemos algo digno, algo correcto, algo... humano.

―¿Humano dices?- dudé con una sarcástica sonrisa- ¿Es humano y correcto dejarnos morir? Mira- lo moví hasta la punta del edificio- ve en las calles, siéntelos, se mueven, palpitan... llenos, portando lo necesario para nuestras vidas.

―¿Acaso no sería cruel que vivan los muertos a cambio de los vivos?- me clavó una mirada triste, lastimera, aunque en el fondo, de hambre- ¿no fuiste tú quien dijo que este mundo era para los que realmente estaban vivos?

―Eso fue hace una semana- dije bajando la voz- hoy no sé si tengo fuerzas para seguir con todo esto.

―Pero tú eres el ejemplo que hemos seguido- me tomo por el brazo- el más firme de nuestro juramento, creímos en tus palabras, tu fuerza y tu mirada de seguridad nos daban aliento.

―La misma mirada de hambre que llevan Uds.- aquello salió suave de mis blancos y demacrados labios, partes de mi cadavérico rostro.

―¿Sabes?- dijo Flavio señalando a Esteban- me confesó que ansía volver a ver el sol.

―Sería agradable- dije besándole una mano- sentir el ardiente abrazo de sus rayos.

―¡Estás loca!- se asustó de solo pensarlo- no sería capaz de hacerlo, yo mismo renegué a su esplendor hace mucho.

―Es solo un sueño- reí de la mueca pintada en su cara- te prometo que por mucho que lo extrañe, prefiero la idea que locamente aún conservo.

Por esa noche no volvimos a cruzar palabras, ni en otras que asomaron, indetenibles como cuando un río vierte sus aguas al océano. Esteban dominó sus ansias dos noches más. Sus gritos me despertaron cuando el sol estaba en su punto más alto del día, ya era tarde para salvarlo, los rayos de "Amón Ra" le atravesaron como lanzas. Su lastimera voz se escapaba por entre sus colmillos, como huyendo de la antorcha en que había convertido su cuerpo. Aquel espectáculo me hizo temblar pavorosamente. En un loco intento de desesperación traté de llegar a él, pero Flavio me impidió; el cuerpo de mi compañero se fue ennegreciendo rápidamente. Vidriosos, mis ojos, dejaron escapar gruesas lágrimas púrpuras, el último suspiro de vida que me quedaba. Me desmayé y no volví a despertar hasta pasados varios días.

―¿Qué hiciste con sus restos?- pregunté a Flavio al abrir los ojos.

―Lo poco que pude recoger, lo puse en una vasija

Miré a mi alrededor buscando al resto, pero ya no veía nada en la oscuridad, comenzaba a perder mis poderes. Al salir del ataúd sentí estar en otro sitio, mi olfato aun funcionaba extrasensorialmente.

―¿Dónde estamos?- pregunté a mi compañero- Flavio…

―Estamos en una cripta- contestó tranquilo, sin moverse de su sitio- decidimos movernos, el lugar estaba marcado y los cazadores podían con nosotros en cualquier momento, aquí estamos seguros.

―Hace años no entraba en sitio así- le respondí con cierto asco- ¿Los demás, qué ha sido de ellos?

―Ellos…- comenzó a decir Flavio y en medio de la oscuridad pude distinguir un par de ojos rojos cual la sangre más pura- es difícil de explicar Brizna.

Aquellas palabras me petrificaron como a una gárgola sorprendida por el alba. No creía soltar mis ideas e imaginarme del paradero de aquellos pobres desdichados. Lentamente, tratando de no hacer ruido, me fui desplazando hasta chocar con una pared. Nuevamente me sentí atrapada. Estuve a punto de lanzarme sobre Flavio…

―Flavio, mira esto- dijo una voz, se abrió la puerta de la cripta y delante de Flavio estaba Zell, uno de los pactantes que había huido.

―¡Gracias Zell!- respondió Flavio mientras encendía las velas de un antiguo candelabro- esta será la cena de Briana, está débil y deseo se reponga pronto.

Delante de mí dejó caer un saco grande, en su interior algo se debatía por salir. Zell sonrió malévolo y soltó las amarras del paquete viviente. Por primera vez en muchos días me sentía verdaderamente tentada, frente a mis ojos estaba una niña pequeña, diría que unos 6 años, rubia y con la inocencia en los ojos. Al sentirse liberada recorrió todo el lugar con la vista, al parecer el paisaje no era de su agrado: dos seres cadavéricos que reían sádicamente y sus rostros no eran nada amistosos, empezó a llorar, su llanto llegó a mi pecho y golpeó con fuerza a mi corazón. "No llores, todo pasará" quise decirle, pero lo mantuve en mi mente. Ella sin embargo pareció escucharme, pues volteó la cara hacia mí y al verme se tranquilizó, corrió a mis brazos como a los de su madre, hundió su cabeza en mi pecho y allí quedó sin querer desprenderse de mi cuerpo, aferrándose, tal vez… a la vida.

―Tómala Briana- dijo Flavio- nadie te juzgará por ello, solo tienes hambre, pues bien, adelante calma esa SED incontrolable, se tu misma. Al final de nuestra Era seremos recompensados, sabes que algo existe más allá de la muerte, y ese sitio es solo para los más fuertes, nosotros…

―¡Mentiras!- grité con una rabia incontrolable, una fuerza avanzó desde mis entrañas y salió disparadas en palabras que no pensé decir nunca- Llevamos siglos coexistiendo con los humanos, estudiando a sus dioses y sus símbolos religiosos para al final darnos cuenta de una desastrosa verdad: La religión es una fe inventada por el hombre para suavizar la crudeza de la vida, un método para dar entendimiento a lo que desconoce o solo una manera de esclavizar a otros más débiles.

―Tú lo has dicho- contestó Zell saltando hacia delante- si todos esos dioses y creencias son meras patrañas, entonces solo queda una verdad, y fue dicha otro humano: Darwin, según su ley de selección natural, solo las razas más fuerte han sobrevivido a través de los siglos, los hombres creen estar en la cima de esa cadena alimenticia, pero no es así, solo es ganado para nuestro reino, nosotros los Inmortales somos los verdaderos reyes de la vida.

―¿Cómo explicas entonces que sean capaces de cazarnos y llevarnos al borde de la extinción?- el rostro de ambos engendros cambió de color- Entonces no somos tan supremos, mira esta niña, indefensa, pero con tiempo y otro humano puede hacer nacer una familia, mientras nosotros dependemos de otros humanos para extender la raza, nos alimentamos de todo lo que lleve la sangre caliente, pero no queremos desprendernos del platillo principal: los hombres, ¿por qué? Porque si nos descuidamos nos desaparecen. He llegado a pensar si no somos un triste experimento que salió mal a algún científico, pues mientras ellos se pasean a todas horas y se alimentan de diversas cosas, nosotros nos escondemos del sol y solo la sangre nos calma por algunas horas.

―¡Basta ya!- tronó Flavio- mátala o mueres, es su vida o la tuya, ¿de qué lado estás Briana?

―Ella no merece morir- dije incorporándome, aparte a la niña y respondí:- si algunos de UD. quiere algo con ella, será por encima de mi cadáver.

―Sea- aulló Zell y lanzó sobre mí con sorprendente velocidad, pero él no era más que un pobre neófito, con solo unos cuarenta años de existencia Inmortal.

Paré sus golpes y respondí con otros. Yo estaba demasiado débil aquella vez, no recuerdo haber dejado de beber sangre tanto tiempo, pero aun así, solo me duró unos minutos. Cayó por tierra con un hueco en el pecho. Su corazón, negro cual noche sin luna, mordí salvajemente, como tratando de absorber su fuerza. El sabor metálico y dulzón de la sangre caliente hizo convulsionar mi cuerpo. La niña corrió a esconderse detrás de unas cajas. Mis ojos cambiaron varias veces de color hasta quedar plateados como el acero.

Flavio tembló de improviso, sabía que no era bueno enfurecerme. Tragó algo, quizás saliva y apretó sus puños. Le miré despectivamente, como si solo fuese un parásito, aunque él era mucho más viejo que yo. Me alcé del suelo hasta casi chocar con el techo de la cripta. Volteé hacia donde se ocultaba la pequeña y le sonreí, ella temblaba y lloraba, decidí que no viese más violencia. Al lanzarme contra Flavio apagué las velas, fue tan rápido que no pudo reaccionar. Con la cruz del sarcófago le atravesé el pecho y con mis garras hice volar lejos su cabeza.

―Todo terminó- le dije mimosa- ven pequeña, ¿dónde está tu mamá?

Salimos tomadas de la mano y recorrimos una larga avenida de tumbas y mausoleos, en un recodo, escapó de mi diestra y corrió a una lápida. Solo entonces supe donde estaba su madre. Me le acerqué y la abrasé tiernamente. "Ven pequeña, yo te llevaré con mamá"

Su corazón comenzó a latir cada vez más débil, cerró los ojos como si durmiera, si, estaba dormida, pero estaba vez para siempre. La acosté en la tumba y me alejé de aquel pandemónico lugar.

Todo me parecía tan risible. La había salvado jugándome la existencia, para al final entregársela a Hades. Las puertas del campo santo se me presentaron altas, solemnes, como una vía de escape a otra vida, acaso más sanas, no tengo esas esperanzas.

¡Eh, estas no son horas de visitar a los muertos!- la voz me llegó suave, dulce. Me volteé y pude ver a un hombre mayor, de aspecto cansado. Sonreí, y mis colmillos crecieron otra vez. Mi próxima víctima…

 

DAYRON

 

(10,00)