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Mariana, un polvo contenido durante cinco años.

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A Mariana la conocí hace casi siete años. Trabajábamos juntos como administrativos en una concesionaria de autos. Ya estaba cerca de los cuarenta, pero me calentaba más que cualquier pendeja. Era alta, de piernas largas, y si bien sus pechos eran pequeños, sus exuberantes nalgas compensaban aquella falla. Nos llevábamos muy bien, pero ella, intuyendo el inmenso deseo que sentía, mantenía siempre cierta distancia, sin dejar de ser simpática y agradable.

En esos dos meses que duré en la empresa, le dediqué muchas pajas nocturnas. Su actitud cordial, pero al mismo tiempo inaccesible, me enloquecían. Varias veces la invité a salir, pero ella me contestaba “si querés le pregunto a mi novio a ver qué dice”, y luego de reírse, cambiaba de tema, o me pedía que le pasara tal o cual carpeta.

Estos avances los realizaba en general de noche, un rato antes de salir, porque mientras estaba la planta llena de empleados y clientes, apenas podíamos cruzar palabra. Pero esto no me molestaba, porque siempre la tenía unos minutos a solas antes de irnos a nuestras casas.

Ella siempre tenía que quedarse hasta tarde porque el dueño le confiaba tareas extras que le impedían salir al horario normal, y yo, por supuesto, me quedaba a ayudarla para acelerar las cosas, y de paso quedarme un rato con ella.

Como dije, las invitaciones eran rechazadas, los piropos en cambio, eran recibidos con una sonrisa y un gracias, pero nada más. Una noche, cansado de usar palabras inútiles, y de desahogarme con masturbaciones solitarias, me acerqué a ella mientras buscaba unas carpetas en un archivador, y mientras le preguntaba qué carpeta buscaba y fingía ayudarle a buscar, me asomé desde atrás, poniendo mi mentòn sobre su hombro. El lugar era angosto, porque una fotocopiadora estorbaba, por lo que era comprensible que yo tuviese que estar tan junto a ella mientras la “ayudaba”. Tener su boca cerca hizo endurecer mi pene a medias, era hermosa, de labios carnosos. Mientras estábamos así de apretados, mintiendo le dije “ahí está”, señalando una carpeta que estaba en la parte más baja. Mariana se agachó para agarrarla, y cuando lo hizo, no pudo evitar rozar sus nalgas con mi pene ya erecto. Llevaba un jean bien ajustado, que dejaba adivinar sus formas, eran nalgas largas, proporcionales a su cuerpo, y bien redondas y paraditas. La sentí completa con el tacto de mi pija, y cuando mariana se levantó, no pude resistirme y me acerqué aún más, ahora sí, sería imposible atribuir la cercanía al pequeño lugar, pero estaba tan al palo que no me importó, es más, la agarré de la cintura, y cuando terminó de levantarse, la apreté contra mi pija  dura y asomando mi cara de nuevo, por encima de su hombro, muy cerca de su provocativa boca jugosa, le dije “¿te gusta?”. A lo que ella contestó “esta no es la carpeta”, y se destrabó de mí diciendo “no importa, mañana la busco, no es urgente”, dejando mi tronco apresado en mi pantalón, más hinchado que nunca.

A las pocas semanas me echaron, junto con otros tres compañeros, por reducción de personal. En ese tiempo no pude avanzar mas con Mariana, ya estaba prevenida de mis trampas, y no la encontraba mas en ese rincón buscando carpetas. Aunque en varias ocasiones, al saludarla, mis labios, en lugar de besar su mejilla, se desviaban hacia los suyos, tan deliciosos, a lo que ella respondía fingiendo que no había pasado nada.

Las fantasías con Mariana me persiguieron por muchos años. No me la podía quitar de la cabeza. No podía ir a visitarla a la empresa porque los ex empleados tenían prohibida la entrada. Tampoco podía ir a esperarla cuando salía del trabajo porque siempre estaba su novio esperándola. Mis mensajes los contestaba cada tanto, así que con el tiempo  dejé de enviarlos. Pasaba largas horas pensando en ella. Imaginando que aquellos picos robados, se convertían en verdaderos besos salvajes, y que aquella vez que me froté con ella, terminaba en una penetración anal espectacular. Lo que más me perturbaba era saber que en realidad no era inalcanzable. Porque su actitud de fingir que aquellos besos no existían, y que aquella noche no había sentido mi tronco duro contra su culo, sólo me llevaban a pensar que nunca me rechazó realmente. ¿O acaso, no sería la actitud normal de una mujer que no quiere nada con el otro, esquivar los besos a la boca, o mantenerse alejada del tipo que la ultrajó, casi masturbándose con su cuerpo? ¿No debería haberle pedido a alguna de sus amigas que se queden hasta tarde para no estar a solas conmigo? Sin embargo no había hecho nada de eso.

Durante cinco años me quedé con las dudas de si podría poseerla o no.

Pero la magia de internet me ayudó a concluir ese capítulo de mi vida. Hace un par de años que usaba Facebook. Para entonces ya no pensaba tan seguido en ella, pero cuando la recordaba, necesitaba masturbarme enseguida. Incluso a varias amantes ocasionales me las cogí pensando en ella. Varias veces la busqué en esa red social, pero sin éxito. Hasta que un día, cinco años después de la ultimas vez que la vi, la encontré. Envíe la solicitud de amistad. Pasaron varias semanas en donde ya estaba resignado al rechazo, hasta que por fin aceptó mi solicitud.

Esa misma noche la encontré conectada al chat, y la saludé. Para mi sorpresa, me respondió. Charlamos durante una hora, contándonos qué fue de nuestras vidas. Ella se había casado con el mismo tipo que salía desde que la conocí. Yo sabía que ya tenía dos hijos casi adolescentes y ahora uno más, de dos años. Vi todas sus fotos y comprobé que a sus cuarenta y tres años seguía siendo la yegua hermosa de siempre. A la concesionaria había renunciado hace mucho, estaba harta del demente del jefe. Luego, casi al final, me contó de la difícil situación económica que estaba pasando. El marido quedó sin trabajo hace casi medio año, dedicándose por el momento a changas. Ni uno de los dos podían conseguir un trabajo estable y ya estaban debiendo varias cuotas del colegio de los hijos y de la hipoteca. No pude evitar ponerme contento por la noticia, supongo que eso me convierte en una mala persona, pero no me importa. La cuestión es que me moría de ganas de salir con ella, y sabía que me iba a rechazar, pero ahora tenía una excusa para encontrarme con ella. “yo necesito una asistente”, le dije, y la boca se me hizo agua. No era mentira, hace un par de años me recibí y abrí mi estudio contable, me iba muy bien, y de verdad necesitaba una asistente. “¿en serio?”, me preguntó agregándole una carita sonriente. Le dije que sí, y que como ya conocía lo eficiente que era, lo cual también era cierto, me gustaría que vaya mañana a mi oficina para charlar, y ver si a ella le gustaba el trabajo.

Arreglamos para vernos a las siete de la tarde. Estaba desesperado y eufórico, por lo que hubiese preferido verla a primera hora de la mañana, pero mi oficina era pequeña, y lindaba con otras, así que en un ataque de optimismo, me pareció mejor el anochecer, donde el edificio quedaba vacío. Esperaba finalmente poseerla esa misma noche, ella me necesitaba con desesperación y yo no iba a sentir remordimientos al aprovecharme de su debilidad. Me considero una persona honesta, pero a esa mina la venía soñando hace años, e iba a hacer cualquier cosa para tenerla.

Llegó cuando ya estaba oscureciendo. Hacía frío, tenía puesto un coqueto tapado que le llegaba hasta las rodillas, pero que sin embargo dejaba ver su figura llena de curvas. Cuando cruzó la puerta, la cerré y entonces la abracé efusivamente acariciándole la espalda, llegando a su delgada cintura, sintiendo el inicio de sus firmes nalgas. Ella me acompañó en el saludo, con sinceridad. Luego le robé un beso en la boca, a lo que respondió como siempre, fingiendo no enterarse de nada. La ayudé a sacarse el abrigo, y pude notar que su hermoso culo no fue vencido por el paso del tiempo, seguía firme, bien paradito.

Charlamos un rato de banalidades, continuando la conversación del chat. Luego le expliqué el trabajo.

— Sólo tenés que atender el teléfono y salir a hacer unos trámites, pagar cuentas y otras pavadas.

— No sabés cómo te agradezco. — dijo ella, contentísima.

— Claro que no te puedo pagar mucho. Pero luego cuando aprendas a hacer cosas más complejas, vas a ganar tu propia plata.

— Acepto cualquier cosa. Estoy hasta las manos en deudas.

Me paré y rodee mi escritorio, para sentarme sobre este, justo frente a ella. Tenía una camisa blanca, con los últimos botones desabrochados, dejando asomarse los pequeños pechos.

— no te preocupes, yo te voy a cuidar. — le dije, y le acaricié la mejilla con ternura. Ella solo sonreía.

— qué lástima que una chica como vos, tan capaz, no pudo encontrar trabajo antes.

— Gracias por confiar en mí. — me dijo, con su blanca sonrisa, mirándome a los ojos, mientras yo seguía acariciándola.

— ¿Cuánta plata debes? — pregunté.

— Mucho, si no pago la matrícula de los nenes, el año que viene se quedan sin vacantes.

Podría haber decidido intentar conquistarla a lo largo del tiempo que trabajara conmigo, pero ya había esperado suficiente.

— ¿vos tenés idea de cuánto me calentás? — le pregunté, su sonrisa se borró rápidamente.

— voy a estar muy contenta de que me des una oportunidad para crecer. — dijo, fiel a su costumbre evasiva.

— no sabes las noches que soñé con cogerte de parado, al lado de ese archivador.

Esta vez quedó muda.

— No te preocupes, yo te voy a cuidar. —  le repetí mientras mis dedos pasaban de su mejilla a los labios. — nunca le va a faltar nada a tus hijos.

Entonces se paró y me dio un cachetazo. Me sorprendió, pero me di cuenta que no tenía intención de irse porque no hizo ningún tipo de gesto que lo indicara. Parecía haberme golpeado por obligación, porque eso era lo que se supone que debía hacer, pero sabía que no podía irse, su familia necesitaba con desesperación el dinero que yo podía darle. Estaba entre la espada y la pared, no podía irse y volver a la miseria, pero tampoco iba a entregarse, así que tome la decisión por ella: la agarré de la mano y la tiré con fuerza hacía mí. Me rechazó, pero al segundo intento la hice levantar casi de un salto, y entonces la abracé con desesperación, y por fin comí de esos jugosos labios, como un muerto de hambre comería un pedazo de deliciosa carne. Una vez que le metí la lengua, desistió de su rechazo. Exploré su cuerpo con mis manos. Con una, estrujaba sus tetitas, mientras la otra se entretenía en su nalga, grande y profunda. No podía dejar de tocar ese culo, apenas mis manos se posaban en las nalgas, sentía el deseo irrefrenable de meterlo en la zanja, y luego de nuevo al cachete grande y duro. Una mano no bastaba, por lo que la otra fue en su ayuda, explorando cada milímetro de esas montañas hermosas. “basta, me tengo que ir”, dijo Mariana débilmente, cuando nuestros labios se despegaron. La ilusa pensaba que me iba desquitar cinco años de calentura con un beso y un manoseo.

— Decile que vas a llegar tarde. — dije, y abrazándole el culo la subí a mi escritorio.

— Por favor. — me dijo mirándome a los ojos, seria. Yo no le esquivé la mirada.

— Te voy a coger. — fue mi respuesta. Y la besé de nuevo, su lengua recibía la mía, incluso por momentos me masajeaba con ella. Le desabroché los botones de la camisa, me saque la mía, y en un segundo me desnudé. Le desabroché el corpiño mientras le besaba el cuello. “no tenes idea de cómo me calentás”, le dije. Ella no estaba muy entusiasmada, pero me dejaba hacer. La acosté sobre el escritorio, le saqué los zapatos y le bajé el pantalón descubriendo su tanga negra.

— Viniste preparada eh, yegua.

Le saqué la tanga. Mariana estaba encima de mi escritorio, desnuda, con las piernas abiertas. Tenía un bello púbico mas negro que su cabello, la concha parecía la mas grande que vi en mi vida, me gustó porque podría penetrarla con todas mis fuerzas sin medio a lastimarla. Lamí, yendo directo al clítoris. “¿te gusta?”, le pregunté. Ella no dijo nada. Seguí saboreando su concha. Sabía como cualquier otra, pero a mí me parecía la mas deliciosa que jamás haya probado. Estuve un buen rato ahí abajo, llenándola de saliva. Ya estaba entregada, se escuchaban sus gemidos “¿te gusta?”, pregunté de nuevo, y escuché un tímido sí por respuesta.

— Te voy hacer acabar. — le dije, casi como si fuera una amenaza.

Ella por fin se prendió en el juego. “si, ahí, apretala con el labio, si, así” repetía, mientras acariciaba sus piernas. “si, si, así”, y luego de tantas chupadas, por fin se vino. Sentirla acabar fue lo más hermoso que pasó en mi vida: sus músculos se contrajeron, me apretó la cabeza con sus piernas hasta casi ahorcarme, mientras me arrancaba los pelos, y frotaba su concha contra mi cara, empapándola. Siguió un grito ahogado que duró largos segundos. Después de acabar, su cuerpo quedó tembloroso, dando espasmos imprevisibles cada tanto.

Yo estaba decidido a hacer que esa mujer satisfaga todos mis deseos esa tarde, pero me llenó de felicidad verla a ella tan complacida. Ahora me miraba con una sonrisa cómplice.

— yo sabía que te iba a gustar. — le dije. — ahora vamos a concluir lo de esa noche en la que sentiste mi verga y te hiciste la tonta, ahora la vas a sentir de verdad.

Ella soltó una carcajada: — que tarado.

La ayudé a bajar del escritorio. Parecía exhausta después del orgasmo, pero hacía todo lo que le pedía. Agarré un almohadón del sofá donde esperan los clientes y lo tiré al suelo.

— Primero me vas a chupar bien la pija.

Se arrodilló sobre el almohadón sin chistar

Agarró mi pija con delicadeza, como con miedo a lastimarme. Una sonrisa dibujaba su cara mientras abría la boca para meterse el falo venoso. Sabía hacerlo, se la comía casi entera y mientras la sacaba, la frotaba con su lengua. Estuvo así un rato hasta que le pedí que escupiera sobre el pene. Se sorprendió, parecía que nadie antes se lo hubiese pedido, pero lo hizo. “mas” ordené, y cuando ya la tenía repleta de su saliva, se la metí de nuevo en la boca. Era la amante perfecta: hermosa y gauchita.

Luego de un buen rato de mamada, hice que jugara con el glande. Le ordené que solo use su lengua,  sin metérselo en la boca, me lamiera la cabeza del choto. Es increíble esa sensación casi dolorosa que se produce cuando se concentra el pete en ese sector. Muchas mujeres ignoran que esa es la parte mas sensible del pene. Mariana quizá no lo ignoraba porque una vez que se lo dije, me volvió loco con su lengua de víbora, saboreando el glande hinchado y rojizo. Esa manera de chupar me hizo estar a punto de acabar en varias ocasiones, pero cuando pasaba eso, le metía la pija en la boca, relajándome y pudiendo contener la eyaculación durante un rato más, para luego pedirle que volviese a escupirme y que juegue con el glande otra vez. De repente empezó a acariciarme las bolas mientras chupaba. Esta iniciativa me puso contento porque significaba que ya estaba completamente entregada, sin dudas y sin sentirse obligada. “si vas a acabar avísame”, me dijo en un segundo y siguió lamiendo. Eso sólo sirvió para que yo decidiera acabar dentro suyo. “si, yo te aviso” le mentí. Traté de contener mi excitación para que no notara que ya estaba cerca de acabar. Le metí la pija en la boca y estallé en tres potentes chorros de semen. Le iba ser muy difícil no tragar nada de eso. Instintivamente había intentado retroceder su cara, pero se encontró con la fuerza de mi mano en su nuca, mientras yo gritaba el mejor orgasmo de mi vida..

Cuando se levantó para ir al baño, su cara estaba muy seria, y de sus labios se escapaban gotas blancas. Entró al baño a enjugarse la boca. De repente sonó su teléfono celular, que estaba dentro del pantalón tirado sobre la alfombra. Lo agarré. En la foto que aparecía en la pantalla reconocí a su marido. No pude evitar jugar un  juego peligroso.

Entré al baño. Ella me miraba con reproche.

— Te dije que me avisaras antes de acabar, tarado.

El teléfono había dejado de sonar, pero ahora llamaba de nuevo.

— Es tu marido. — le dije, y sin esperar respuesta, deslicé el botón verde y se lo di para que atendiera. Ella me miró enojadísima, pero al no saber qué hacer, se llevó el teléfono a la oreja y atendió.

— Hola. —saludó, y yo comencé a manosearle el culo desnudo, era suave, perfecto. — todavía estoy en la entrevista amor. —me agaché y empecé a besarle las nalgas. Primero picos delicados, uno en cada punto de esa redondez exquisita. — me fue bien mi amor, pero estamos arreglando el tema de los horarios. —explicaba Mariana, mientras giraba y se ponía contra la pared para que deje de molestarla. —después hablamos. — pero el marido seguía preguntando. Yo la agarré de la cintura y la hice girar. Ella accedió, quizá por miedo a que algún ruido brusco alertara al marido de que estaba pasando algo raro. Ahora empecé a lamerle el culo. —después pedimos algo para comer, chau. — por fin pudo cortar.

— Sos un tarado. — dijo, pero yo ya estaba demasiado caliente como para prestar atención en esas cosas. La agarré de la mano y la llevé de nuevo al escritorio. Ella, resignada, me siguió.

— Apóyate ahí. — ordené. — abrí un pocos las piernas. —Esta vez el que se arrodilló sobre el almohadón fui yo. La agarré del culo con ambas manos y comencé a chuparlo, mordisquearlo, y a lamer su ano con brusquedad. Enterré mi indicé en su ano, luego fueron dos adentro, y cuando estuve seguro de que lo soportaría, le metí mi pija lubricada todavía con su saliva. Ella no se molestó en pedirme que use forro, quizá porque sabía que iba ser en vano. El glande penetró despacio, hasta que se hizo lugar, entonces empecé con el mete y saca, solo enterrando unos centímetros. Ella gemía de dolor y placer. Lo soportaba bastante bien, así que le metí casi la mitad de la pija.

— Así, despacito. —decía entre gemido y gemido.

— Si bebé. La meto un poco más eh. — y el choto avanzaba lento, pero seguro en su interior. Fue un trabajo arduo pero fascinante. Después de muchas penetraciones, mi pija estaba por completo enterrada en su culo, y las bolas chocaban con sus ricas nalgas. Estaba muy apretado ahí dentro, hasta me dolía un poco, pero me encantaba como gemía en cada embestida.

Ya estaba a punto de acabar, ella pareció intuirlo porque dijo: “por favor acabá afuera”. Mi respuesta fue un fuerte cachetazo al culo. Intensifiqué mi cogida, entrando y saliendo con mas rapidez y fuerza, hasta que estallé en otra hermosa eyaculación, una eyaculación que venía conteniendo desde hace cinco años, desde aquella noche que sentí su culo por primera vez. Será por eso que saltaron tantos chorros de semen y que del ano de Mariana se derramaban gotas blancas que iban a parar al piso.

Me acerqué a ella y la abracé.

— Estás contratada. — le dije. — no te preocupes, a partir de ahora no tenes que preocuparte de nada.  — y le di un intenso beso en los labios.

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