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La secretaria perversa

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Rutina, mis ocho o diez horas de rutina laboral diaria. Soy gerente de una pequeña empresa del conurbano que fabrica cerámicos. No soy un mal jefe, a la gente suelo tratarla bien y conseguirle cosas, pero hay veces que mi frustración sexual permanente me saca de quicio y hago un desastre. En el fondo, aunque nunca lo dije, ellos se dan cuenta que soy un malcogido y que cuando me acuerdo me descargo usando mi pequeña cuota de poder. Pido disculpas y todo se arregla. Donde la cosa no tiene arreglo es con la secretaria del dueño. Es un gato rejodido. Ganó su puesto peteando al dueño y seguro que lo mantiene de la misma forma. Lógicamente para poder seguir teniendo al dueño al palo, viene a trabajar casi desnuda, los muchachos que viajan con ella la deben apoyar de lo lindo, pero en fin seguro que lo disfruta. Cuando el dueño no está los pibes de la fábrica le dicen de todo, ella muy guacha, solo se ríe. Pero el drama es que a mí me tomó de punto.

Debe saber qué hace meses que no veo una ranura ni en figuritas y se divierte provocándome todo el tiempo y con sus peores artes. Siempre encuentra una excusa para excitarme, que me trae un papelito y me toca con la cadera, que se arrima para mirar algo en mi pantalla y me pone la teta en el hombro, que se inclina porque no ve bien un número y me muestra esas tetas divinas, redondas, blanquísimas con dos pezones marrones bien grandes y duritos. Está siempre caliente la muy maldita. Y se va a encerrar con el dueño meneando ese culito perfecto con el hilo dental bien metido en el centro. Hoy se superó a sí misma, vino sin corpiño como siempre, con una blusa amplia blanca, semitransparente. Me trajo una carpeta y la tiró al piso antes de llegar. Se agachó a mi lado a levantarla, tardó un buen rato mostrándome todas las tetas y sus pezones parados, así como la tanguita entre las piernas. Pero había más, cuando se fue a levantar me dijo que estaba mareada y se agarró de mi pierna y se quedó un buen rato, con las manos cerca de mi pene que estaba durísimo y a punto de acabar de nuevo. Dijo que no podía levantarse y apoyó la cara en mi muslo y con la mano directamente tomó mi garrote. Me miró, se rio con esa cara de trola, se levantó y se fue meneando el culo. Toda la oficina se rio por lo bajo. Pero la muy turra tenía algo peor en mente. Ni bien entró en la oficina me llamó por el intercomunicador "Daniel quiere que vengas ya". No tuve opción, me levanté de la silla con un bulto enorme y sacando la cola para atrás, caminé el pasillo hasta la oficina del dueño. La oficina era una sola carcajada, pero yo no la escuché, estaba preocupado por rozar el bulto con cualquier cosa y acabarme en los pantalones.

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