Nuevos relatos publicados: 9

Recordando al primer amor (Capítulo 33)

  • 4
  • 5.247
  • 9,64 (11 Val.)
  • 0

CAPITULO XXXIII

 

La tarde más maravillosa que había vivido en vida, la viví con Cristina. La mezcla de nervios, emociones y sentimientos, fueron el cóctel que hicieron maravillosos esos momentos.

Pero cuando desperté de ese sueño tan maravilloso, porque los efectos que produjeron en mi conciencia me trasladaron a esa nube donde un mes flotando estuve, reparé en algo que me produzco cierto revuelo, y que la ocasión de comprobarlo no tuve: si había derribado el baluarte de aquella muralla... ¿Cómo es que no vi sus efectos en la toalla?

Pero lo que sí recuerdo perfectamente, que la goma salía del lugar limpiamente, sin manchas que demostraran que en esa cueva no había entrado más gente.

-¡Joder! pensé. -A ver si Cristina ya ha sido avasallada. Y eso me producía angustia y terribles celos. Pero me quedé con esa duda; ya que de haber dudado de ella era demostrar mis recelos; por eso al asunto le corrí un tupido velo.

Pero ese tupido velo también se interpuso en mi conciencia, ya que cuando la besaba, la mente se me trababa ante esa idea que tanto me angustiaba.

Y lo más opaco fue que aquella relación tan maravillosa no sirvió para reforzar nuestro noviazgo, ya que poco tiempo después  "me daba por el saco". Lo cual me hizo comprender, que para Cristina yo fui una especie de novio para pasar el rato.

Y de lo que me arrepiento, es el no haberme portado con ella como un bellaco.

Pero como todo tiene una enseñanza, los años que perdí con Cristina me abrieron los ojos y me dieron más templanza.    

 

Pero sigamos con el relato.

La piscina Tabarca fue el lugar de veraneo; pero se "mascaba" que nuestro noviazgo no funcionaba, porque ya no se producían aquellos "devaneos", que aunque no mediara cama en nuestros escarceos; sólo algún que otro meneo y mucho "dedo"; y aquellos "te quiero" y besos a tornillo, que eran como el camafeo que guardaba el amor puro de aquellos dos chiquillos, ella los evitaba.

En la piscina, en una de las esquinas del recinto junto a la arboleda, después de comer la gente sesteaba; uno que bastante salido, la rosa de su rosaleda buscaba, para llevarla en aquel lugar prendido donde el amor es bien recibido.

-Aquí no Amador, que nos pueden ver.

-¡Qué no mujer! que este rinconcito es apropiado para los que se quieren querer. Mira alrededor y dime lo que ves.

Lo que se veía, eran parejas que parecían de dormitaban, pero ¡Sí, sí! "el lote" que se daban.

-Ves Cristina. Cómo nadie nos observa; esta zona es la reserva de los enamorados. ¿Ves aquella pareja de la otra esquina? Ahí los tienes, tan acaramelados.

-Pero es que hoy no me apetece, me duele un poco la cabeza. Dijo con cierta pereza.

Esa frase me recordó a mi vecina Josefa. Comentaba a mi hermana un día sin que mi presencia advirtiera, que cuando su marido le pide "que le coma la cereza", siempre pone la misma excusa: "que le duele la cabeza". Y eso que se comenta en el barrio que en el amor es una fiera.

A una novia en esos momentos en donde los jóvenes sienten la llamada de la Naturaleza, lo normal es que ella le "pique el potorro y a él se le suba la pieza". Y uno que después de la comida y el cubata, estaba como "un ceporro",  al advertir que Cristina no quería "jugar al corro, ycomo en ese momento sólo podía "meter" la pata, me puse de morros.

-No te enfades Amador. Pero de verdad, que no estoy por la labor.

-Ni hoy ni hace un mes. Desde aquella tarde en casa de doña Juana, parece que me besas con desgana; y el que no hayas querido repetir otra tarde de cama; me escama.

Y allí quedé pensativo, pues su actitud no era de recibo. Algo le pasaba pero yo no me percataba; porque el amor es ciego, y cuando se ama como yo amaba, el amor es fuego que no quema. ¡Y ese fue mi castigo!

Ya no era mi Cristina; aquella niña de belleza tan notoria que conocí hace un año en aquella terraza baile de la calle Arturo Soria, creo que le parecía un extraño. Por lo que sucedió lo que tenía que suceder cuando una novia deja al novio de querer.

Pero para mi mal, yo la quería amando de una forma tan letal, que no me daba cuenta que aquella relación iba a acabar fatal. ¡Bueno! si me daba cuenta, pero como cuando se ama de una forma tan desesperada; el enamorado en su ciego enamoramiento no advierte que su novia ya no está de él enamorada. ¡Y mira que me lo avisó Manolo!

(9,64)