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Un almuerzo caliente

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Volví de la oficina del dueño más calmado y me concentré en las múltiples tareas que mi cargo requiere. Ya cerca del mediodía me llega un correo de mi hija de 18 años, cursando el último año de la secundaria: “Pa, como sabés hoy tuve gimnasia en el campo de deportes y estoy cerca de tu fábrica, ¿te gustaría almorzar conmigo?” Respondí que si rápidamente y ella añadió “¿No te importa que vaya con Claudia, no es cierto?” Mi pene se despabiló. Claudia era la más turra de todas las compañeras de mi hija, cogía por plata y todos lo sabían en el colegio, vaya a saber por qué mi hija que era una santa se juntaba con semejante prostituta precoz. “No, claro que no, vengan las dos” respondí. ¡Que mierda iba a decir! “Nos vemos en el bar de José sobre ruta 8 a las 13” “ok”.

Y para allí fui, tratando de imaginar cómo vendría vestida la trola de Claudia. Pensando en ella, el choto se me endureció mal, la cabezota roja pulsante salió a tomar aire y entré rápido al bar para sentarme enseguida, no fuera cosa que los camioneros que suelen parar allí, porque se come muy bien, se dieran cuenta. Los machos se cagarían de risa y los putos, que también los hay, me acosarían todo el almuerzo. Encontré una mesa en un rincón medio oscuro y me senté. El pito me daba guerra, así que abrí la bragueta y lo saqué a ventilarse, el fresquito le hizo bien, estaba tan duro y grueso que tocaba el borde inferior de la mesa, me gustó, era una manera de tocarme.

Las vi llegar, mi hija con el uniforme de gimnasia y Claudia, la muy turra, vestida bien de puta. Una calza corta de lycra metida en la concha y en el culo y un top bien apretado, sin corpiño que dejaba ver sus pezones bien duritos y erectos. Se me cayó la baba, a todos los parroquianos también. No me dieron tiempo para subirme el cierre así que no me levanté para saludarlas. Mi hija me dio un beso rápido en la mejilla, Claudia no. Ella me abrazó de atrás apoyándome sus gloriosas tetas en la espalda y me dio un chupón absorbe mejilla bien cerquita de mi boca. Bien de abajo sentí “toc toc”, era mi pito golpeando la mesa, había crecido unos centímetros más. Se sentaron, mi hija a mi lado y Claudia enfrente, mirándome fijo con esos ojos de trola reventada a los 19 años que lo único que quiere es calentar a los tipos, cuanto más viejos mejor. Yo no podía sacarle los ojos de los pezones, eran tan lindos que mi lengua se moría por chuparlos.

Vino el mozo y los ojos se le salieron de órbita cuando la vio a Claudia. Todos nos dimos cuenta que el pito se le recontra paró. A partir de ese momento se la pasó trayendo las cosas a la mesa de a una y con cada una le apoyaba el bulto a Claudia en algún lugar, ella solo sonreía, la muy guacha.

Pedimos la comida, hablamos algunas boludeces y ahí estaba yo, con el pito afuera tocando la parte de abajo de la mesa y comiéndome con los ojos las tetas de Claudia.

Al rato la putita me dice. “Jodida tu situación, pobrecito”. “¿De qué hablás?” pregunté. “Digo que tu mujer no quiera coger con vos, ¿cómo te arreglás? “repreguntó para mi espanto el cual me obligó a clavarle los ojos a mi hija. “Amigas son las amigas, pa” dijo ella “entre nosotras no hay secretos”. La puta madre me dije para mis adentros, en cualquier momento mi tragedia sale en el diario y encima esta guachita sabe que estoy necesitado, me va a volver loco.

“Los hombres tenemos recursos múltiples ante esas situaciones” mentí con mi mejor cara de póker.

“Tenés cara de caliente” me dijo la turra “a ver” y dicho esto sacó su piecito de la sandalia que llevaba y lo puso bajo la mesa directamente en mi pene enorme. “Uy, viste, todavía no tenés solución” dijo mientras sus dedos subían y bajaban sobre mi palo pulsante. “Si la tuvieras no estarías así” sonrió triunfante.

Mi hija se dio cuenta de todo y se fue al baño. Claudia, Claudita se ocupó de hacerme acabar en tres segundos. Me tuve que tapar la boca para no rugir de satisfacción cuando mi semen se estrelló contra la parte de abajo de la mesa. Solo dije, colorado como un tomate: “Gracias, muchas gracias”

Volvió mi hija y fue Claudia la que encaró para el baño. Nuestro mozo la siguió. Al rato volvió con el lápiz labial todo corrido, una mancha blancuzca en el top. Nadie le pidió explicación alguna. Mucho menos cuando la miró a mi hija y le dijo muy suelta de cuerpo: “Ya tenemos el dinero que necesitábamos para ir al recital del sábado”.

Nos despedimos y volví a la oficina mucho más relajado, gracias a la perdida juventud.

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