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Un encuentro de aceptaciòn

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Entra al cuarto, desabrocha su saco y de un solo movimiento se deshace de unas hermosas zapatillas de charol negras de 12 cm. Intenta por todos los medios relajar su cuerpo luego de la estresante jornada laboral. Desabotona su blusa, y la hermosa falda floreada que ciñe su figura, y que marca su contorno perfectamente, cae sobre sus piernas cubiertas por unas medias de encaje negro que dejan entrever los pixeleados contornos de sus piernas. Retira su sostén y sus manos se posicionan a cada costado, en las caderas, sujetando el tanga y las pantimedias a la vez y, con dos movimientos circulares de cadera y manos, logra deshacerse de todo cuanto la cubre. Yo, desde la cama, la observo, dibujo su silueta con mis ojos mientras ella se estira en el closet buscando una toalla, resaltando sus caderas perfectas y sus nalgas al aire. Puedo observar sus pechos perfectos, erectos por el frio. Alcanza la toalla y se retira al baño. Su cuerpo, discretamente en la regadera, se impregna de humedad mientras la va cubriendo una capa abundante de espuma, de ese jabón que tanto nos gusta y que hace con su cuerpo un perfume natural, como si de una flor se tratara, y que transpira por cada poro de su piel. Observo desde un rincón del baño, hasta donde la he seguido, cómo la espuma cubre su piel y sus manos que, queriendo ser las mías, recorren cada rincón de su hermoso cuerpo, lavando cada centímetro como si quisiera deshacerse del aroma de otro ser; tal vez pudiera ser que el amor de mi vida haya extasiado a otro como a mí me extasía; y cómo no hacerlo con ese cuerpo y esa mirada de diosa. Sale y camina cadenciosa, me observa y mira de reojo, incitándome a que la siga.

Ya en el dormitorio, su cuerpo semidesnudo y húmedo, envuelto en la toalla y perfumado, se sitúa al pie de la cama donde la toalla se desliza hasta tocar el suelo mientras, desnuda, se introduce entre las sábanas, recargando su cabeza sobre su mano y su codo sobre el colchón. Me mira y con un dedo hace una señal, indicándome que me acerqué. Yo, gustoso, me retiro la ropa y me introduzco entre las sábanas, aún frías y ligeramente húmedas por la presencia mojada de su cuerpo, el cual comienzo a besar poco a poco: su frente, su cara, su cuello, sus hombros, sus pechos, mientras mis manos acarician de arriba abajo su espalda y nalgas. Sigo bajando mi boca, jugando por ese cuerpo que, seguro unos instantes antes, fue poseído por otro hombre. Ahora tocó su bajo vientre, besándolo con ternura, pasión y deseo mientras acarició sus senos, ambos pequeños trozos de su cuerpo, que alojaron y amamantaron a lo más hermoso de nuestra vida. Eso que en su momento dio tanta vida, hoy sirve de medio de placer para ella y para quienes gozamos de su cuerpo y de su ser. Ahora continuó besando con cariño su pubis, mientras mis manos recorren sus contorneadas piernas y algunos de mis dedos juegan con sus labios vaginales, sintiendo la humedad de su interior escurriendo hacia las piernas. Ella mientras, con los ojos cerrados, se concentra en el placer que le brindan el roce de mis labios y de mis manos en sus zonas erógenas, expidiendo pequeños gemidos que se mezclan con su respiración rápida y entrecortada, con gemidos cadenciosos en todo su ser.

Mis dedos ya juegan dentro de su vagina, y la hacen retorcerse de placer y excitación. Pero no es suficiente y, en un momento de desesperación, me susurra al oído: “cógeme, por favor”.

Me incorporo por encima de ella y, en la posición del misionero, la penetró y comienzo a perforar su traviesa panochita, mientras le digo cuanto la amo a ella ya su ser. Mi excitación va perdiendo cordura, y el placer y la lujuria comienzan a apoderarse de mí. La perversión sale en algún momento a relucir y comienzo a cambiar la deposición, mientras le tocó cada parte de su ser, ya no con decencia, sino con lujuria. Me hago con sus pechos y se los mamo mientras me cabalga, abrazados. La colocó en la posición del perrito y le pongo la palma de la mano en la baja espalda donde, con mi pulgar introducido en su ano, la sujeto para controlar el ritmo de las embestidas que le proporciono. La tumbó de lado en la cama y tallo mis huevos en una pierna mientras la otra descansa en mi hombro. Penetrándola profundamente, seguimos intercambiando una y otra vez nuestros fluidos, que ya nos inundan y nos envuelven en olores. Entrar y salir de su panocha ha conseguido que sus fluidos chapoteen cuando entró en ella, como si de un charco se tratara, pero no, es el ruido tan abundante que ella está produciendo, y tal vez los fluidos de quienes hoy la tuvieron entre sus brazos. Aun así, su aroma es tan excitante que, por momentos, siento que me vengo, sólo por ese aroma tan dulce, tan de ella. Salgo de su interior y, volteándola, me dedico a besar y acariciar primero su nuca, su cuello, su linda espalda, recorriendo mi mano desde sus nalgas hasta el cuello. De vez en cuando paso mis dedos entre sus piernas, tomando sus abundantes fluidos y depositándolos en el pequeño cuenco de su ano, dilatándolo poco a poco. Toco sus piernas y me detengo en sus pies, los beso y los acaricio recorriendo sus piernas con las manos mientras las separo ligeréamele y, boca abajo, me coloco entre ellas. Jalándola le subo la cadera, quedando al aire mientras su dorso queda sobre la cama. Ella solo muerde una almohada mientras mi verga, tiesa aún por la excitación, se perfila en el cuenco de su ano y comienza a desgarrar poco a poco el músculo del culo, hasta que la tiene toda dentro. Me quedo inmóvil, esperando su respuesta.  Ella, como era de esperar, comienza a retorcerse lentamente, sintiendo mi palo dentro de ella, sintiendo mis huevos golpear en su vagina.  Así comenzamos a movernos, lentamente primero, hasta que lo hacemos de una manera frenética. Las embestidas se vuelven desesperadas, y nuestra excitación, a mil, anuncia que estamos a punto de venirnos. Sin mediar palabra, ella comienza a gemir y a contraer el cuerpo, convulsionando de placer mientras mis huevos tiesos por la excitación ya arrojan chorros de semen dentro de ella.

Nos tumbamos uno encima del otro y, bajo un ambiente de excitación y lujuria, mi brazo la rodea junto con mi pierna, mientras pronuncio un “te amo”. Se queda dormida profundamente mientras yo sigo acariciando lentamente su cabello, su cara y todo su ser, recordando cuándo la conocí, tierna e indefensa, una pequeña fiera en peligro. Yo no hice más que darle el amor que se merecía; un ser tan divino que es de todos y a la vez de nadie; ese ser tan profundo en cuerpo y alma que torpes deben ser quienes no pueden entender que sus alas son libres. Por eso, entre nosotros no existen ataduras; por eso entre almas libes nos damos el placer que necesitamos.

Heme aquí recordando las alegrías de tiempos mozos, y a lo largo de los años no he visto en ella más que a una mujer en toda la extensión de la palabra, a una mujer para hombres de verdad, no para remiendos de hombres. ¿Y cómo prohibirle que sea ella? ¿Y cómo prohibirle que sea de quien ella quiera, y a la vez de nadie: solo mía?

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