Nuevos relatos publicados: 18

Mis cuentos inmorales. (Entrega 34)

  • 3
  • 8.658
  • 9,36 (14 Val.)
  • 0

No puedo soportar más este infierno. Hace más de  cinco años que me hallo en esta paradisíaca isla; lugar en que todo mortal ha soñado vivir alguna vez. ¡Pero coño! Qué cinco años de placer no los resiste ni el cuerpo más sandunguero.

Tanto regodeo causa tal hastío que llegas a suspirar por regresar a tu verdadero mundo: el de las broncas diarias con la parienta, aguantar a tu jefe, las partidas de mus y tute con "los coleguis", el finde de porro y disco, y la paz del hogar.

Sobrevivo en la isla de las Delectaciones, situada en el meridiano norte de mi imaginación; en pleno océano de mis elucubraciones y al norte de mis fantasías. Aquí recalé tras el abandono de un amor que tuve antaño; un amor que llenó de gozo mis utópicos jardines regado con la sangre de mis dolores.

Doce vírgenes moraban en este arrecife, doce doncellas que no conocían varón (se lo hacían entre ellas). Exhausto llegué a este paraíso, derrotado, rendido y con el alma en vilo.

Cuando desperté de mi letargo, rodeado me vi de aquellas deidades curiosas por aquella anatomía que desconocían; miraban  y tocaban con imprudencia aquello que sobresalía.

Una, que le dominaba la impaciencia, haciendo gala de una precoz inteligencia, deduzco en un periquete que aquello tieso, por alguna parte se mete.

¡Oh Naturaleza sabia! Eso que despuntaba y que le producía tanta algarada, lo tomó con tanta delicadeza, que llevándoselo  a su meta, “hasta donde pone Toledo” cual espada de acero, en su cueva se lo metió todo entero.

 Al momento la galana profirió gritos y suspiros por el placer que le producía aquella “espada” que su alma taladraba. Las otras once doncellas, entre el estupor y la curiosidad miraban aquella escena; lo que más les extrañaba es por qué viendo aquello “se mojaban”. ¡Por sus columnas torneadas surtidores de agua les emanaban!

Una tras otra quisieron "bailar la jota". Y ni cortas ni perezosas danzaron sin pausa en lo que tanta sensación les causa. Pero, ¡oh! desventura ¡Tristes criaturas! Aquel mástil que miraba al cielo de súbito perdió el vuelo y exhausto se vino al suelo. Las cinco vestales que no pudieron conocer los placeres que producía, lloraron de sentimiento. ¡Hasta lontananza llegaban sus lamentos!

 

¡Oh! ¡Milagro! ¡Milagro!

Una diosa quiso despedir

lo que se moría con un beso;

de sopetón ¡caray! con el tío,

“aquello” otra vez se tornó tieso,

y todas la vestales cataron

"ese queso" con tanto embeleso,

que fueron a dar gracias

a los dioses con sus rezos.

 

Cinco años, madre mía

llevo en esta marina..

Ya no me siento ni la minina.

A pena de muerte me coaccionan

si no les doy placer a sus conas.

 

¡No puedo más! ¡Me muero! ¡Me muero!

Miro al horizonte desde mi atalaya.

¡Qué vedo! Un naufrago se acerca a la playa.

Gracias Dios por evitar que mi alma desmaya,

y enviar a un amigo que a mis damas de gozo.

¡Gracias señor! por enviarme un socio

que me saque de este pozo.

 

Un aguerrido galán se acerca al arenal.

Hermoso efebo con un descomunal “bolo”.

Me mira a los ojos con un matiz lujurioso,

y me dice muy ufano tendiendo su mano:

Hola guapetón. ¿Estás solo? 

(9,36)