Nuevos relatos publicados: 13

Las piernitas de mi Profesora - Parte 2

  • 5
  • 15.737
  • 8,06 (18 Val.)
  • 0

Así las cosas, días después ella fue a mi casa. Le dije que me esperara en el sofá de la sala de estar. Vestida con minifalda y botas, se veía como una total diosa. Al sentarme a su lado se cruzó de piernas para apreciarla mejor.

— (Acariciándose sus rodillas) Si quieres que me desmaye… adelante, te lo concedo por hoy.

— ¿En serio? Oiga, no tengo cloroformo.

— Pues entonces igual que la otra vez. Dame un puñetazo en la cara.

— Pero puedo herirla.

— (Dándose un apretón en sus muslos) Claro que no. Además, quiero sentir la sensación de caer desvanecida…

Supongo que ella tiene un fetiche por el desvanecimiento. Y yo uno por sus piernas, así que ambos ganamos en ese sentido. Cumpliendo su petición entonces le di un golpe en su cara. Le pegué fuerte para asegurarme de que se desvaneciera.

— Así se hace –me dijo con su rostro tambaleando y finalmente cayó desmayada.

La tomé y la dejé tendida en la alfombra. Una leve sonrisa había en su rostro. Dicha sonrisa se veía preciosa, más aún junto a sus cabellos largos y amarillos, minifalda azul y botas negras que hacían lucir a la perfección sus piernitas suaves. Le miré las piernas por largos minutos y luego me centré en sus rodillas, antes de comenzar a acariciarlas. La parte más bella de sus piernecitas son sus rodillas, y el límite superior de sus botas las hace ver muy muy sensuales.

No quedé satisfecho con solamente hacer eso, así que la ‘recogí’ y luego la senté en el sofá cruzada de piernas, y puse sus manos sobre sus rodillas para que se viera como si se estuviera acariciando sus propias piernecitas. Estaba completamente desmayada, de eso estaba seguro. Con gusto le hubiese tomado una foto, pero no tengo cámara.

Despertó en esa posición en la que la había dejado, con sus manos sobre sus rodillas. Yo estaba sentado a su lado. Entonces ella, cuan provocadora es, comenzó a sobarse sus piernas y asimismo sus botas.

— No recuerdo lo que pasó, pero siento una gran sensación en mis piernas… —me dijo

Más tarde, luego de una pequeña cena, nos sentamos en el sofá. Nos sentamos muy juntos, ella recostó su cabeza en mi hombro, al mismo tiempo que yo tenía una de mis manos sobre su muslo izquierdo, y la movía con suma lentitud. Decidí preguntarle por qué le gustaba tanto mostrar sus piernas…

— (Sonriendo) Pues para que me las mires, tontito.

— ¿Y por qué usas tanto botas?

— Porque me encantan… y con ellas siento que mis piernas lucen más hermosas.

— ¿Y por qué te las acaricias tanto?

— Porque son suaves y porque me gusta simplemente hacerlo… y ahora que hablas de eso, mueve tu mano de forma más rápida.

— Como tú quieras… — dije, acariciándola más rápido.

— Tus caricias se sienten muy bien… ¿qué tal si haces algo distinto?

— ¿A qué te refieres?

— A mí me gustan las botas, y creo que a ti también. Entonces quítamelas y colócamelas de nuevo.

Así lo hice. Fue algo muy excitante. La noche se acercaba e iba a marcharse. Pero antes de eso seguí con lo mío. Al terminar le di un beso en sus rodillas y ella a juzgar por su cara disfrutó mucho de eso.

Una semana después fui a su casa otra vez. Ella vive sola, yo también, cero problemas. Vestía blusa blanca y minifalda azul, las botas negras aún no se las había puesto. Entonces, me pidió que yo se las pusiera. Se sentó y lo hice. Nos sentamos y comencé una vez más a acariciar esas piernas tan suaves y sensuales. Con tono provocador al oído me dijo que la golpeara de nuevo para que se desmayara.

— ¿De nuevo? ¿No te dolerá?

— (Tomando mi mano y poniéndola encima de sus piernas) No importa… tú sabes que me gusta sentir que me desmayo… y supongo que te gusta verme desmayada…

— Pues no lo niego, es cierto… — dije la pura y santa verdad.

— ¿Podría primero, darte un beso?

— Si en tu próximo examen sacas la nota máxima, te lo permito… ahora, hazme caer ante ti…

Tenía razón. Le gustaba la sensación de caer desmayada, y me gustaba verla caer. Le pegué en su cara y vi cómo sensualmente ella cayó y quedó tendida en el suelo. Despertó rato más tarde, pero quedaba día por delante. Comencé a acariciar sus muslos con suma fuerza y después hice lo mismo con sus botas.

A la semana siguiente saqué la nota máxima en el examen. Y nos juntamos de nuevo, ésta vez en mi casa. Su minifalda y botas eran color blanco, y su blusa color azul. Nos sentamos en el sofá. Y ella empezó a seducirme de nuevo.

— (Cruzando sus piernas) Me encanta sentir que me las acaricias… y ver cómo me las miras…

— Supongo que tengo que agradecerte por dejarme hacerlo – le dije dándole una palmadita en su rodilla izquierda – y además… tuve nota máxima. Tengo que darte un beso.

— Bueno, sí, pero…

En ese mismo instante le di un fuerte beso en su cara. Primera vez que lo hacía. Quizá le impresionó, pero ella me impresionó más. Se desmayó en el acto, pero despertó en cosa de minutos. No se preocupó por lo que pasó y continuamos… seguí besándola, pero en las rodillas.

Y así pasaron las semanas…

(8,06)