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Mi profesora de inglés

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Como cada miércoles, al salir del trabajo, me cargué la mochila, arranqué la moto y me fui con prisa para mi clase particular de inglés.  Al igual que casi todos los mortales, yo también estoy cultivando mi pobre inglés. Escogí esta academia por la cercanía del trabajo. Cuando tuve la entrevista con Joana, la profesora, para concertar el curso, la verdad es que tampoco me fijé mucho en ella, porque iba en busca de alguien que me ayudara con mi cruz con este idioma.

Pero este día caluroso de julio ocurriría algo que nunca había pensado. Tendría una clase magistral, pero no de inglés, sino de sexo. Joana, aunque más joven que yo, me enseñó que el sexo se podía vivir con una intensidad tremenda, sin prisas, con un goce fabuloso.

Normalmente ella vestía de una manera informal, con tejanos y camisetas, sin maquillar, pero hoy iba vestida con falda y chaqueta, y unos tacones altísimos. Y maquillada, especialmente destacaban los labios brillantes, con un rosa llamativo. Joana es una mujer atractiva, con unos grandes ojos marrones, intensos, y desafiantes. Ahora también puedo decir que exuberante, con curvas, porque hoy sí que quedaban acentuadas por su ropa. Estaba espectacular, sexy.

Hoy los dos íbamos a juego, ya que yo habitualmente siempre voy con traje y corbata.

El destino hizo que de repente se parara el aire acondicionado. Joana no paraba de darle al mando y no consiguió arrancarlo. Eso hizo que se quitara la chaqueta. Y se quedó con una camisa blanca, entallada y que transparentaba su sujetador. A partir de aquí ya empecé a distraerme, y prestarle más atención a sus curvas que a sus palabras. Cuando escribía en la pizarra solo me fijaba en la larga melena morena colgándole por su espalda, su falda ajustada de color morado, sus caderas pronunciadas, en su culete redondo, sus largas piernas. Hasta el ruido del roce de sus medias me gustaba. Sin darme cuenta empecé a sentir una gran excitación, lo que se tradujo en una creciente erección. No sabía cómo sentarme para disimular, y que no se notara el bulto en el pantalón.

En el momento en que vino hacia mi silla para corregir mi ejercicio, se acercó a mí, se agachó, pude sentir su aroma, su perfume, y pude ver a través de su escote y de su colgante de acero brillante esos senos generosos, que ahora podía intuir con más claridad, y el límite de su blanco sujetador. No sé si lo hizo a propósito, pero me quedé absorto con su cercanía, paralizado.

—Julio, mira el papel, donde te has equivocado.

Volví a la realidad

—Joana, yo lo siento, no he podido evitar... Al acercarte, y…

No pude acabar la frase. Me encontré de pronto con que sus labios estaban impidiendo que pronunciara nada. Empezó un beso suave, lento, profundo, ardiente, húmedo y largo, mmm… Yo cada vez más lleno de deseo, Joana seguía sin prisa, acariciando mi pelo, y entrelazando su lengua con la mía.

De repente se separa, me coge de la corbata y me hace levantar, me quita la americana, despacio, y la deja caer. Me coge ahora de la mano y me lleva hasta su mesa.  Allí se apoya en ella y de nuevo me besa.

Otra vez un nuevo beso profundo y suave, que me desarmaba, que conseguía elevar al máximo mi excitación. Empezó quitándome la corbata y luego desabrochando la camisa. Tocando mis pectorales y mis pezones. Todo sin dejar de besarnos, ahora entrelazando nuestras lenguas.

Empecé acariciando primero sus pechos por encima de su camisa, para ir desabrochándola, también despacio, hasta que apareció aquel colgante entre unos pechos que pugnaban por salir de la prisión del sujetador. Tenía un cuerpo exuberante, sus curvas eran fabulosas, un vientre plano, y caderas pronunciadas. Seguí acariciando aquellos pezones que intentaban salir del encaje blanco. Enseguida quedaron liberados. Eran oscuros, y resaltaban sobre su morena piel. Joana estaba también excitadísima, estaban duros, apuntándome, desafiantes.

Metí la cabeza encima de sus tetas, los empecé a lamer, a chupar, dándoles golpecitos con la lengua, rodeándolos, y succionándolos. Le gustaba, echaba la cabeza para atrás mientras la acariciaba, gemía.

—Me gusta, sigue, despacio, mmmm….—me dijo Joana.

Eran unos pechos preciosos, me deleité un buen rato con ellos, mientras que ella no paraba de acariciarme mi bulto en la entrepierna. Esas caricias me estaban poniendo muy cachondo. Bajo la cremallera y siguió acariciándome por encima del slip.

Le subí la falda hasta dejar al descubierto sus medias negras que llegaban hasta medio muslo, y apareció una pequeña braguita blanca también de encaje. Estaba mojada, muy mojada. La aparté despacio a un lado, estaba depilada, sin vello, fue fácil deslizar los dedos por sus labios, que se impregnaban de sus jugos. Se los introduje despacio, y cuando la penetré con los dedos Joana se estremeció, gimió. Los moví lentamente, notaba como palpitaba, estaba muy receptiva, regalándome un montón de jugos.  Su vulva estaba caliente, muy caliente. Pasé a acariciarle el clítoris, y eso la excitó más, mucho más. Adelantó la pelvis para tener más contacto. Estaba totalmente entregada, muy excitada, apasionada.

—Sube a la mesa— le dije ayudándola. – Te voy a hacer disfrutar. Quiero verte temblar de gusto.

Contemplé a Joana un momento y vi la imagen de una mujer preciosa, excitada, abierta para mí, deseosa de que la tocara. Cogí una silla y me senté enfrente de ella. Me miraba con aquellos ojos llenos de deseo, mordiéndose el labio. Le acaricié las piernas por encima de las medias, subiendo poco a poco, besándolas, tenía la piel suave. Y llegué al centro de su deseo. Le fui abriendo aquellos labios encharcados, llenos de jugos, metiendo la lengua hasta donde podía, para luego subir y rodear, tocar con la punta de la lengua aquel clítoris hinchado, besarlo, succionarlo y lamerlo, mientras que ella se echaba para atrás, tirando al suelo los papeles, arqueando la espalda con cada caricia que le proporcionaba. Me apretó con sus manos contra su vulva mientras gemía intensamente.

—¡Joder Julio, no pares!  ¡Uffff! Sigue Mmmmmm. Si, ¡Siiiiii! —me dijo Joana gimiendo.

 

Se sujetó con ambas manos a los bordes de la mesa, apoyó sus piernas en mis hombros, y volvió a arquear la espalda levantando la pelvis. Continuó apretándose contra mi lengua y gimió más fuerte. Mientras deslizaba la lengua acariciándola más deprisa, sujetándola por el culo, Joana tensó todo el cuerpo, y derramó más cantidad de sus sabrosos jugos. Podía sentir el excitante olor a sexo.

Sus pezones se erizaron por completo, contrayendo sus aureolas, y estalló como un volcán en un gemido agudo, largo, intenso, temblando, teniendo un orgasmo bestial, jadeando, suspirando.

—¡Uffff! Genial Julio, que pasada, que alumno más bueno tengo.

Tras un breve momento de relajación después del momento de placer obtenido, Joana se bajó de la mesa, se acercó a su bolso y cogió un preservativo. Se me acerco con una larga sonrisa en su cara hipnotizándome con aquellos ojos marrones y sus labios pintados de rosa intenso.

Tiró del pantalón hacia abajo quitándomelo de un tirón. Para luego acariciar mi pene por encima del bóxer. La otra mano me la pasó por la nuca y acercó mi boca a la suya, fundiéndonos en un largo y profundo beso húmedo. Joana me mordió el labio suavemente y siguió besándome por el resto del cuerpo, el lóbulo de la oreja, mordisqueándome el cuello, los pectorales, los pezones… hasta llegar a la altura de mi pene, al que le dio unos pequeños mordiscos por encima del bóxer.

Acto seguido me lo bajó de golpe y empezó a pasar su lengua a lo largo del pene, entreteniéndose haciendo círculos en su punta. Colocó el preservativo en la punta y lo fue extendiendo con la boca y las manos, despacio, muy despacio.

—Joana, me estas volviendo loco.

—Calma, ahora disfrutarás Julio.

Joana se quitó la falda que tenía remangada en la cintura y la braguita blanca que antes había apartado a un lado para poder acceder a lamerle su chichi, para quedarse así solo con las medias hasta medio muslo.

—Ven acércate— me dijo volviéndose a subir a la mesa.

Abriéndose las piernas todo lo que pudo me ofreció aquella vulva depilada y brillante aún por los jugos derramados.

—Ven— volvió a repetir, tumbándose en la mesa.

Acerqué mi mano a su clítoris y se lo fui acariciando despacio, a la vez que deslizaba otro dedo por la entrada de su ano arriba y abajo, excitándola y calentándola aún más. Acerqué la punta del pene a la entrada de su vagina, sin llegar a entrar, solo rozándola e introduciendo un poco el glande en su entrada.

—¡Métemela! ¡Julio! ¡Ya! Por favor.

Entré un poco más, despacio, riendo.

—¿Así Joana?

—¡Toda!

Entre de golpe y lanzó un pequeño grito de sorpresa y de placer. Notaba como su vagina se iba abriendo, succionándome y adaptándose a mi pene. Estaba cálida. Mi pene se deslizaba con facilidad en su interior. Aceleré entonces los movimientos, con penetraciones profundas. Para luego de golpe ir más despacio.

Cogí sus piernas y las coloqué sobre mis hombros, y la sujeté por sus muslos, iniciando de nuevo fuertes y profundas penetraciones. Con intensidad.

Joana jadeaba, se arqueaba, quería más, suspiraba. Me incliné un poco hacia ella, consiguiendo más contacto, forzando sus piernas, para poder llegar a sus pechos, acariciarlos, y pellizcar con suavidad sus pezones.

Luego bajó sus piernas de mis hombros, se incorporó y me cogió por la nuca dándome un largo y caliente beso, para ahogar así sus gemidos. Seguí entrando y saliendo cada vez más deprisa mientras Joana jadeaba, gemía en voz alta. Notaba como sus jugos mojaban la base de mi pene. Estaba excitadísima.

—¡Siiii!, sigue, sigue, Julio. Mmmm…

Hasta que de pronto Joana me apretó contra ella, temblando, alcanzando un orgasmo tremendo y lanzando un gemido intenso, que acalló mordiéndome en el hombro.

Seguí moviéndome hasta que tras varias intensas penetraciones conseguí correrme, notando como el semen se deslizaba desde mi interior y explotaba al salir de mi pene.

Quedamos unidos en un intenso abrazo durante un momento, para luego besarnos de forma apasionada, enlazando nuestras lenguas en un largo y mojado beso.

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