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Arrepentidos los quiere Dios. (Capítulo 61)

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Capítulo 61

 

Durante la ausencia de Lopetegui, tuve que aguantar carros y carretas las groserías de Ernesto, y lo peor: que José Antonio no sospechara nada, porque varias veces me preguntó que quien era ese fulano que andaba por el Hotel como si fuera el dueño.

Cuando regresó Lope esta misma tarde, y al ver en su rostro la cara del triunfo, suspiré aliviada. Ansiaba por escuchar sus noticias.

Como Ernesto estaba en el salón principal del hall, y desde allí podía observar todos mis movimientos, me dirigí a Lopetegui como si fuera un cliente recién llegado al Hotel. Y a la vez que le guiñaba un ojo, le dije.

--Don Fernando, (No le llamé como siempre porque no quería que Ernesto pudiera asociarle con la policía, ya que, en el mundillo policial, es conocido por Lopetegui) no sabe cuánto me alegra verle de nuevo. Su esposa lleva aquí tres días a la espera que acabara su reunión en Sevilla.

Me salió Sevilla porque quise decir una ciudad lo más lejos de Barcelona; Ernesto no me quitaba ojo.

--Hola doña Manolita, los negocios que me tienen atado. Mi esposa, dando guerra como siempre ¿verdad?

--¡Qué va! Pero si es un cielo de mujer.

--¿Ha llegado correspondencia? Me dijo a la vez que me guiñaba el ojo.

Capté la indirecta al vuelo.

--Sí, don Fernando, en mi despacho tengo tres cartas.

Respiré aliviada, sabía que Lope no me había fallado.

--Manolita, ya puedes ir dando puerta a ese hijo de... y qué me perdone su hermano el Cardenal. Quieres que sea yo el que le mande a tomar por "ahí".

--Pero... ¿Estás seguro? ¿De la cinta ya no queda nada?

--Seguro Manolita, me conoces desde hace muchos años, y sabes de mi eficacia y seriedad. Es más, te puedes recrear y montarle un numerito, pero conviene que sea mañana. ¡Ah! y la copia de la cinta la destruyes, ya.

--Ahora mismo. Pero lo malo que tengo que pasar otra noche con él

--¡Será cabrón...! Dijo Lope. ¡Pero si le puedes "dar puerta" ahora mismo! Ni se te ocurra pasar otra noche con ese pedazo de...

--¡Sí es verdad! seré tonta. Esta noche le "canto las cuarenta".

--¿Cómo se lo vas a plantear?

Le conté la forma de hacerlo, y se mondaba de risa conforme se lo explicaba.

Esperé a la cena, después le machacaría. Y lo iba a hacer con toda la alegría del mundo. Le pedí a Lope y a Antoñita que se sentaran a escasos metros de nuestra mesa, y que me mirara con cara de deseo, para mosquearle.

--¿Quién ese tío que parece que te conoce muy bien, que no para de mirarte, y que le has prestado tanta atención? Me preguntó Ernesto con cara de pocos amigos,

--Es con quien me voy a acostar esta noche, con él y con su esposa, ¿vamos a hacer un trío?

--¡Cómoooo! Puso los ojos como platos. ¡Ni se te ocurra!

--Eso díselo a él. Es el Comisario Jefe de la Policía de Sevilla. Y vienen expresamente a follar conmigo.

--Te la estás jugando Manuela. Conmigo no se vacila.

--¡Ah no! Pues atiende bien, si mañana antes de las doce del mediodía, no has pagado la cuenta y todas las copas que te has tomado, y sales echando leches de mi Hotel, te denuncio a la policía local, por estafador.

Que cara no pondría Ernesto, que se quedó lívido, más blanco que la leche. Y más cuando Lope desde su mesa me hacía un gesto cariñoso.

--Te juro por Dios, que esta me la vas a pagar.

--Escucha, mala bestia; lo he meditado muy bien. ¡Sí, lo sé! me vas a hacer mucho daño, ¡Muchísimo!

Exageré la nota.

Pero también vas a hundir a tu hermano su Reverendísima Excelencia el Cardenal Sergio de la Flor. A mi Partido poco daño le puedes hacer, porque iré al programa de Agapito del Pino, Caldo Amarillo, y juraré por todos mis difuntos, que el PPP estaba totalmente ajeno a mis andanzas con tu hermano cuando era un simple sacerdote.

La cara que puso Ernesto era de rabia infinita.

En ese momento pasaba unos de mis guardias de seguridad. Al llegar a mi altura, dije alto y claro.

--¿Te encuentras mal Ernesto, pareces que tienes mala cara?

Sólo le escuché decir muy bajito.

--Puta, más que puta. Te vas a acordar del día que me conociste.

Y se levantó como alma que lleva el Diablo rumbo a la entrada principal del hotel; me figuro que a su habitación.

Aproveché la espantada de Ernesto para invitar a Lope y Antoñita a mi mesa.

Me dijo Antonia.

--¡Jolín Manolita! ¿Qué le has hecho a ese tío que ha salido "cagando leches" de tu vera? Porque está que cruje de bueno.

--Nada Antoñita, un antiguo noviete que le he dado calabazas.

--Cómo se parece a ese cura catalán.

--Cardenal Antoñita, Cardenal. Le rectificó su marido.

--Para mí, todos los que llevan faldas son curas.

A las ocho de la mañana, pregunté en recepción por don Ernesto de la Flor.

--Ese caballero ha pagado la cuenta, hace como media hora, y se ha marchado.

--Déjeme ver la factura, señorita.

La misma ascendía a cincuenta y seis mil pesetas.

--¡Qué se joda! pensé para mí.

--Lo que me ha extrañado mucho doña Manolita, es que su ficha estaba sin rellenar, y su DNI no estaba en recepción.

--¿Cómo lo habéis resuelto?

--En el momento de su marcha hemos cumplimentado la ficha.

--Tengan cuidado para lo sucesivo, y que no se vuelva a repetir.

--Descuide doña Manolita. No se volverá a repetir.

 

Pasaron veinticinco días

 

Recibí una llamada de la Emisora de RTV. La Cadena Desencadenada. Me hallaba en mi despacho del Consistorio.

--Diga. Manolita al habla.

--Le llamamos de la Emisora La Cadena Desencadenada, del programa Caldo Amarillo que dirige Agapito del Pino. Se pone don Agapito.

--Doña Manolita. Lo primero, aunque tarde, felicitarle por sus triunfos electorales, es usted la alcaldesa más votada de España en cifras relativas, ¡Naturalmente!

--Muchas gracias. ¿Qué es lo que me quiere comunicar? Me figuro que nada bueno viniendo de su programa.

--La verdad que no, Manolita. El hermano del Cardenal Sergio de la Flor, quiere contar una historia fantástica suya acaecida hace años, y añade que va a hacer que tiemblen los cimientos de su Ayuntamiento y los de su partido.

--¿Sabe usted de que se trata, señor del Pino?

--No ha soltado prenda, dice que es una cinta de cassette, que contiene una conversación que le implica a usted de forma muy directa.

--¿Pero, no ha verificado la autenticidad de la cassette?

--Dice que no, que la cinta la tiene a buen recaudo, ¿y que sólo se auditará el día que se emita el programa? No se fía de nadie, por lo visto piensan que se la pueden birlar.

--¿Qué?

--Limpiar, robar...

--Pero... ¿Y si resulta que es un montaje?

--Dice que, si se demuestra que es un montaje, se someta a las leyes contra el honor de las personas.

Lo que, si le digo, que está muy seguro de lo que asevera; ya que le ofrecido una cantidad muy importante de dinero si me deja antes escucharla, y se niega: dice que esto no lo hace por dinero.

--¿Cuándo es la entrevista?

--Para el lunes próximo. O sea, hoy es jueves, dentro de cuatro días.

--¿Dónde va a ser, en los estudios de Madrid o en los de Barcelona?

--En los de Madrid.

--¡Ay qué bien! De paso veo a unos amigos.

--¿Le espero? Manolita.

--Venga sobre las ocho de la tarde, por el maquillaje, ¿sabe? A las diez, después de las noticias entramos en antena.

--No faltaré.

 

Sábado por la mañana

 

Lopetegui me llama desde Gandía.

--Manolita.

--Dime cielo.

--Que "el pajarraco” ha retirado la cinta hoy mismo de la caja del banco. Ve tranquila, sin nervios, y estate segura, que sólo contiene canciones militares y el himno de la Legión. ¿Quieres que me desplace a Madrid?

--Te lo agradecería en el alma, ¡A tu lado me siento tan segura...!

--Lope.

--Dime.

--Si vienes el domingo, podemos "echar un buen polvo".

--¡Venga Manolita! ¿A estas alturas me vienes con esas?

--No tonto, tú con la tía más hermosa que has podido imaginar, y yo con su novio.

--¡Oye... oye...! Eso suena muy bien.  ¿Seguro que "me la calzo"?

--"Me corto una mano" si no te la cepillas. Busca una excusa que dar a la Antonia.

--No problemas, salgo mañana por la mañana para Madrid. ¿Dónde nos vemos?

--En los apartamentos de la Plaza de España.

--Chao.

--Chaito. 

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