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38.3 Dolor que no cesa

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Desperté con sus caricias. La noche pasada, después de nuestro acto de amor nos habíamos levantado para ir al baño y limpiar los restos de nuestro gozo, la verdad es que, en su pecho lleno de vello, el semen seco, pegado a sus pelos, no resultaba muy estético.

Nos aseamos manteniendo la compostura y fuimos a la cocina de donde nos llegaba un olor orientativo de lo que allí se preparaba. Aurora, como no podía ser de otra manera, estaba presente, había venido a ver a su niño, o niños ahora que éramos dos.

Rebanadas de pan tostado con mantequilla y mermelada de naranja agria, cola cao con leche caliente, de donde se escapaba el vaho como una nueve blanca y el zumo de las naranjas de España componían nuestro desayuno. No hubiera sido necesario comer más en todo el día, me dejaron lleno.

—Voy a ir un rato para estar con María y su tía, ¿vosotros qué vais a hacer?  —mi madre me miraba interrogándome con la mirada, yo miro a Nico que esquiva la mía.

—Iremos un momento contigo, quiero verle y abrazar a nuestros amigos.

—Me ha dicho María que vayamos sin el coche, no hay lugar donde poder dejar los vehículos.

Mi padre se queda en casa y vamos con mi madre hasta el domicilio de María, unos policías ordenan el tráfico desde el Club Náutico, no permiten detenerse en segunda fila. Han aumentado la vigilancia y los guardas de seguridad, aunque no piden identificación, vigilan estrechamente no dejando detalle sin observar del público que accede a la casa.

Están usando los dos salones principales, el de la casa de María y el de sus tíos que se comunican por el hall. Pasamos al que tenía el túmulo con el féretro, la tapa de cristal permitía ver su cuerpo. La impresión que me transmitió Raúl por María era diferente a la que yo observaba. Su palidez marmórea hacía que pareciera una estatua, muy bella, pero sin vida.

No quise continuar mirando porque se me partía el corazón e iba a comenzar a llorar, no había más familiar presente que la tía de María con mi madre y la fila de gente que le iba a visitar por última vez. Pasamos al otro salón donde había grupos reunidos hablando. Fui acercándome a su padre que estaba rodado de hombres mayores para estrechar su mano.

María estaba con Gonzalo y a su otro lado Borja rodeados de otra gente, ésta se adelantó a abrazarnos, no podíamos articular palabra alguna lo mismo que cuando abracé a Gonzalo, sus manos oprimían mi espalda con fuerza. El abrazo tuvo que ser prolongado porque las manos de Nico tiraron delicadamente de mis hombros para apartarnos. Borja también me abrazó, fuimos donde mi madre después de saludar al resto de los familiares, no pude ver a Ana por parte alguna. Mi madre se iba a quedar algún tiempo y Nico me dirigió a la salida.

El funeral resultó multitudinario, llegamos con tiempo y mucho antes de que empezara, comencé a encontrar conocidos y no me sentía con fuerzas para repartir sonrisas y abrazos, amigos del colegio, del liceo y las distintas facultades.

Nos escurrimos entre el público como pudimos y entramos en la iglesia, había un grupo de música de cuerda interpretando piezas de cámara. Los frescos de Ramil lucían iluminados, en especial la Virgen de las Mercedes que presidía el altar mayor. Siempre me había admirado el que siendo una pintura parecía coger volumen para convertirse en estatua.

La iglesia fue incapaz, a pesar de su tamaño, de contener al público que acudió y parte de él tuvo que quedar fuera. El altar fue ocupado por los sacerdotes de la parroquia y algunos que acudieron del colegio, entre ellos faltaba don Silverio.

Nico y yo salimos rápidamente por la puerta trasera y giramos para atravesar el parque que la rodea evitando la puerta principal, teníamos que ir a casa y recoger su equipaje.

Llegamos al hotel donde estaban hospedados sus padres, aún no habían vuelto del funeral y nos sentamos en la cafetería, tras la vidriera mirando al muelle, había pocos paseantes que temerosos de la lluvia apresuraban el paso.

—Tenemos pendiente nuestra excursión a Dunquerque.  –la voz de Nicolás me sacó de mi abstracción, le sonreí tímidamente.

—Ya hablaremos de ella, como tu dijiste los carnavales allí son muy largos.

—¿Estarás bien Daniel?   –cogió mi mano para acariciarla.

Estábamos para terminar nuestra consumición cuando llegaron sus padres, no hubo abrazos, pero al menos sonrieron y no me miraban de la forma en que lo hacían en el verano, en aquella comida de Vitoria que resultó un desastre.

Se sentaron esperando la llegada de su chofer, la salida del garaje estaba en el jardín delantero del hotel, justo en la fachada contraria de donde nos hallábamos. Despidieron al camarero que se acercó, no deseaban tomar nada y nos sentamos, la conversación resultaba insufrible y Nico hablaba con su madre.

Agradecí la llegada del chófer para recoger la maleta de Nico y avisarles que todo estaba preparado para partir. Intenté sonreírles amistoso en la despedida y nos dejaron solos.

—Llámame cuando llegues a Inglaterra para saber que has llegado bien.  –le suponía un esfuerzo separarse y a mí también.

—Estaremos en contacto, no te preocupes tanto de mí.  –su abrazo y sus besos fueron cálidos y ansiosos, como si fuera una despedida para mucho tiempo y se tratara de un larguísimo viaje.

Les vi desaparecer por la ancha avenida en dirección al acceso de la autopista, yo comencé a andar por la acera en el sentido contrario. Pasé delante de la casa de María, estaban encendidas todas las luces de la casa, se podían ver los grandes ventanales a través de los árboles, con las ramas desprovistas de hojas, esqueletos en la noche.

Nos separaba la arboleda de los tilos y la ancha avenida con mucho tráfico a esas horas, a pesar de la distancia sentía la tristeza de la casa, aunque luciera iluminada.

Fui incapaz de meter algo en mi estómago y para dejar contenta a mi madre tomé un yogurt.

—Has adelgazado, deberías cuidarte y comer algo más.

—Es por el ejercicio mamá, la natación me consume.

—Mañana le meterán en el panteón, me ha pedido María que les acompañemos, será un momento íntimo y de poca gente, debemos estar con ellos en ese momento.

Mi madre me tenía el programa preparado, sabía que era mi obligación estar allí y más cuando María lo pedía, pero hubiera preferido estar lejos, trabajando ya en York con mis compañeros.

Sábado

La noche había sido eterna y mis pesadillas me despertaron un par de veces angustiado y sin respiración. Me observé mientras me afeitaba, tenía unas ojeras que no me favorecían y me daban la apariencia de estar famélico.

Bajé al garaje para recoger el coche y esperar a mis padres a la salida de la casa. Hoy todo el mundo aprovechaba el descanso del sábado y había poca circulación. Como dijo mi madre, estaba poco concurrido el acto, aparte de la familia los amigos de toda la vida y que tenía que abrazar.  Lo evité ayer saliendo por la puerta trasera de la iglesia y ahora era inexcusable el saludo y abrazos a todos ellos.

En la capilla del cementerio, donde había pasado la noche el féretro, un sacerdote improvisó unas palabras de despedida y cada uno le dijimos adiós a nuestra manera en nuestro corazón.

Los operarios ultimaban su labor, en unos minutos habían levantado el tabique de ladrillo dejando detrás el féretro, el rascar de las paletas estirando el cemento resultaba estremecedor.

No quería despedirme de nadie, no en ese momento en que sentía que íbamos a dejar allí, solo y envuelto en el frío a mí amigo. Giré mi cuerpo para seguir a los que ya desfilaban hacia el pasillo central.

 Borja sujetaba a Gonzalo del brazo, tenía ganas de llorar, pero me alegré, la petición de Ál, su última palabra pidiéndome que cuidara de Gonzalo estaba resuelta, había alguien que se ocuparía de él y me sentía…, ¿liberado?

Mis padres caminaban delante de mí y llegué a los panteones que estaban enfrente de la puerta de acceso al cementerio, miré distraídamente aquel del que no veía el significado, tenía como guardianes de la puerta dos ángeles, uno blanco y otro negro.

—Daniel, espera un momento.  –me di la vuelta, Gonzalo se acercaba a paso rápido.

—¿Te marchabas sin decir adiós?, ¿sin despedirte?  –vi el dolor reflejado en sus ojos.

—Ya le hemos dado nuestra despedida. –luchaba porque mis lágrimas no afloraran y empezaran a correr.

Borja se había detenido sin acercarse a nosotros y el resto estaba hablando en la puerta del cementerio o montando en sus vehículos.

—Nos vamos esta tarde, si lo deseas podemos llevarte con nosotros.  –le miré detenidamente, estaba igual que cuando me recibía, esperándome a que bajara del autobús en el liceo para coger mi mochila y aliviar mi carga, cuando mis sueños de niño me llevaban a imaginarnos siempre juntos, unidos sin que nada nos separara.

—Tengo todo el viaje programado y además quiero pasar estas horas con mis padres, pero te lo agradezco, de verdad.  –se acercó a mí y me di la vuelta para ir hacia donde están los demás, se colocó a mi lado caminando en silencio.

—Daniel, él se ha marchado y no quiero que tú hagas lo mismo, tenemos hablar, necesito decirte tantas cosas, en realidad no quiero que te alejes otra vez.

Le hubiera abrazado en ese momento, pero escuchaba los pasos de Borja detrás de nosotros y ese crujir de la grava me salvó de volver a caer en el profundo y negro pozo.

—Estoy para cuando me necesites, no me voy a distanciar, tú tienes quien te cuide y yo también, estaremos bien los dos.  –en ese momento pude constatar como mi maldad se materializaba y me sentí miserable. Sin mirarle percibí que le dolían mis palabras, volvía a hacerse presente aquel lazo que nos permitía adivinar nuestros sentimientos.

—No he pretendido ser cruel, lo lamento Gonzalo.  –de verdad que lo sentía, pero ese sonido exasperante, ese rechinar de la grava detrás de nosotros me trastornaba.

La despedida fue breve, abracé con fuerza a Raúl para susurrar en su oído, en referencia a María.

—La vas a cuidar, ¿verdad?  —Raúl asentía simplemente golpeando mi espalda.

Cogimos el coche para bajar hasta el restaurante del antiguo molino y más tarde fortín de defensa de la costa. Nos seguían en el suyo Carlos con Amadeo, mi padre los había invitado a comer.

Paseamos un rato antes de entrar al restaurante, mirando la bahía y el movimiento de los barcos, mis padres se habían quedado en el bar, avanzábamos siguiendo el acantilado y en la barandilla de troncos nos detuvimos apoyados en ella mirando el horizonte del mar.

Carlos pasó un brazo por mi cintura y con el otro acercó a Amadeo.

—Estaremos bien, ahora tiene la labor de cuidarnos y hacer que todos seamos felices.

La comida resultó tristona a pesar de los esfuerzos de papá y Amadeo por hablar de cosas intrascendentes, o importantes, como la preocupación por la lluvia que no cesaba y estaba inundado media España y también el recuerdo de las noticias que llegaban de Venezuela y preocupan a mi amigo que ya la ama como si fuera su país.

La tarde pasa rápida, entretenida hasta que nos despedimos de ellos, en casa mi madre me muestra mi nueva colección de slips que me ha comprado y quiere que me lleve, los hay de todos los colores, me pregunta por todo, está interesada por Evans que es a quien más conoce y quiere, por mi trabajo y por cómo me arreglo en mi estudio y todas esas cosas de la vida doméstica.

No le voy a contar todo, es una mujer compresiva, moderna y liberal pero no creo que entendiera muy bien mi relación con Ray y Rafael y muchas otras cosas más.

Domingo

Vamos a recoger a mi madre a la salida de misa, esperamos paseando en la plaza circular alrededor de la ermita y cuando aparece vamos al centro del pueblo, a pasar el tiempo juntos. Si estamos en casa cada uno hace sus cosas, que siempre son importantes. Hoy queremos dilapidar estas últimas horas simplemente estando juntos.

Mi vuelo a Leeds es con escala en Ámsterdam, cuando llego al hotel son las diez de noche con la hora ganada al reloj, siete horas de viaje y estancias en aeropuertos hacen que tenga los pies maltrechos.

No han llegado todos mis compañeros, los que sí están en el hotel han cenado ya, tengo que estar un rato con ellas y saludarles antes de ir a mi habitación, solamente han llegado chicas, de los hombres aún no hay noticias, me entregan el programa de mañana y me piden que vuelva a bajar al bar cuando termine de prepararme, en casa me han metido algo comer y lo hago mientras llamo a Nico para decirle que he llegado bien.

—Tu cuñado me ha dado recuerdos para ti.  –le escucho como ríe.

—¿Qué acabas de decir?   —imagino la cara de los dos cuando le ha gastado esa broma su hermano Jaime y sonrío pensando en su cara de divertido tunante.

—Es lo que él ha proclamado y lo ha hecho delante de mis padres y Lucia.  –ahora mi sonrisa es carcajada.

—Se habrán enfadado con él —tengo que esforzarme para apartar de mi cabeza la cara tan estirada de su madre y esos gestos de molestia que ostenta a veces.

—No te creas, Lucia se ha puesto a reír como una loca igual que Jaime y ellos han seguido comiendo tan tranquilos, como si no fuera con ellos.

—¿Y qué haces aún en Madrid?, te van a echar del trabajo.  –le escucho un buff desdeñoso.

—Le tengo a Thomas allí y estará haciendo el trabajo de los dos, además voy mañana y el martes rendiré como un sherpa del Himalaya.

Después de hablar con Nico tomé una ducha que me dejó como nuevo, y como el programa no comenzaba hasta el día siguiente, me vestí como a mí me gusta para bajar un rato con los demás.

Estaba metido en la cama cuando sonó el teléfono del hotel, lo busqué desesperado, no dejaba de sonar y no lo encontraba en la mesita de noche, tuve que encender la luz y verlo sobre el mueble al lado del televisor. Pensaba que podía ser de recepción, o alguien de la empresa con instrucciones para mañana, o también podía ser un compañero que había llegado y quería hablarme.

—Sí, Daniel…  —estaba intentando localizar un bolígrafo y papel para apuntar lo que fuera y por poco se me cae el teléfono por la sorpresa que me llevé.

¡Hola!, buenas noches Daniel.  –su voz sonaba entristecida, pero en absoluto lastimera.

—¡Gonzalo!, ¿qué sucede?  —pensé rápidamente en sus abuelos, aunque a su abuela la había visto bien en el funeral de Ál.

—No te alarmes, no sucede nada malo. ¿Cómo ha ido tu viaje?  —no acababa de entender el motivo de que me llamara, nunca lo había hecho y cuando alguno me llamaba era siempre Ál.

—Ya ves, estoy en el hotel y ahora he venido de hablar con mis compañeros, todo ha ido muy bien, pero estoy un poco cansado.  –me callo y espero que sea él quien continúe.

—Tenemos que hablar Daniel. Necesitamos charlar despacio y preciso aclararte muchas cosas. No te voy a pedir nada, o quizá que me perdones. –tengo que interrumpirle, necesito dormir y descansar.

—Gonzalo, no me hagas esto por favor, otra vez no lo podría soportar, todo está olvidado y no tengo que perdonarte nada.  –no deseo volver a revivir mis recuerdos.

—No te pido que lo hagas por mí, es por Ál, él me pidió que hablara contigo. Si hubiera podido él mismo te lo hubiera dicho.  –la curiosidad empezó a fustigar mi cabeza.

—¿Qué tenía que decirme Ál?  Ya me dijo lo que quería comunicarme.  –iba a empezar a llorar de un momento a otro.

—¿Qué fue?, ¿qué te dijo?  —parecía muy alterado y no debía haber hablado, pero me sentía perdido, desesperado y hablé.

—¡Qué te cuide! ¡Jolines! Tú ya tienes quien te atienda, le tienes siempre a tu lado.

—Estás muy equivocado, por eso tenemos que hablar y aclararlo todo. Por favor Daniel, va a ser poco tiempo el que te voy a robar, luego tú decidirás.  –me quedo en silencio, más que nada para que no se dé cuenta de mis lágrimas.

—Gonzalo te tengo que cortar, mañana comienzan las sesiones de trabajo y tengo que estar descansado. –según retiraba el auricular de mi oído se le oía suplicar.

—¡No, no, no me cuelgues!  —todo quedó en silencio después del chasquido que se escuchó al colocar el teléfono en su lugar.

 

Caí rendido en la cama, me habían cansado más estos últimos minutos de hablar que todo el resto de horas pasadas viajando. Tenía que dormir y en su lugar lloré.

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