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Recordando al primer amor (Capítulo 35)

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CAPITULO XXXV

Cómo es fácil de entender, estaba totalmente decido a mi noviazgo romper. Pero cuando el cerebro se supedita al corazón, y en el corazón vive el dolor que da el amor, el sufrimiento no vence a la razón, y el enamorado es capaz de perdonar todo lo que atentó contra su pundonor. (Entonces le llamaban cornudo o consentidor) más o menos lo que era Amador.

Y ese imbécil fui yo, pues una llamada de ella bastó, para este necio que narra la odisea de su primer amor, la perdonó.  En ese terrible error cayó.

-Amador, que te llama Cristina. Como casi siempre, era mi hermana la que respondía al aparato, ya que estaba ubicado encima de la mesita del salón donde solía pasar sus buenos ratos.

Me dio una vuelta el corazón; y toda la ira concentrada en bilis, al escuchar su canora voz el enfado se me pasó, y volví a ser otra vez un "gili".

-Dime Cristina. Con una voz que casi no me sale de la angina.

Y me dijo: -¿Te parece bonito haber armado ayer esa tremolina?

-¿Y a ti te parece bien dejarme tirado en una esquina?

-Pero Amador, que eran mis compañeros de oficina. ¿A qué vino tanta inquina?

-Me sentí muy solo Cristina, a nadie me presentaste y con nadie puede conversar, mientras tú te erigiste en la reina del lugar. ¿Es esa una actitud normal?

-Es que en Dinamarca así se alterna; el cambio de parejas en esos eventos no se ve mal.

-¡Joder Cristina! Qué eso es de gente enferma. En España cada cual va con su pareja, con gente extraña no se alterna.

¡Mira Amador! dejémoslo estar, porque si seguimos otra vez te vas a cabrear. ¿Qué determinación vas a tomar?

Y cómo dentro de mí moraba un muchacho enamorado hasta las cachas, me salgo de cacho, y la cabeza agacho y me desato los machos y el genio me abrocho y permito que me de el toco mocho, y además de memo me tacha y me trata como a un borracho y de esa forma se despacha. ¡A mí, a mí! Yo, qué soy un hombre si tacha quedé como un mamarracho.

-¡Bueno! No he tomado ninguna determinación sin antes que me dieras una explicación...

-Ya te la acabo de dar, con mis compañeros de trabajo no debía desentonar, por eso tomé aquella resolución.

-Ya, ya. -Resolución que pasaba por meter a tu novio en el cajón. ¿Y tú has tomado alguna? Le pregunté con honda preocupación.

-Yo te quiero Amador; y si me sigues queriendo, busquemos pues la solución para nuestro amor.

Insisto hasta la saciedad si es preciso, que el amor es la base de toda relación sentimental, y su base es la espiritualidad; pero si no se le sustenta con lo material, esa base se derribará porque "amor sin pan, amor que no traspasa el zaguán".

Y como mi amor con Cristina a la sazón sólo estaba alimentado por el espíritu y los más nobles sentimientos, no traspasé la puerta que conduce a la realidad del matrimonio; no eran suficientes mis desvelos; por eso nunca traspasé su suelo; ni del piso de Manuel Becerra ni del chalet de Arturo Soria; no me lo permitió su abuelo.

No se me había olvidado lo que me contó Manolo, pero como no lo había aclarado en su momento, quizás por miedo o por falta de argumento lo dejé en la duda; y máxime después de lo de la Roda y la dichosa boda; y aunque mi duda era peliaguda, tenía dos opciones: olvidarme de todo, aunque la incertidumbre me joda; o pasarme la duda por los ... esos. Pero al final decidí darle a Cristina coba.

Así que con ese talante quedé con ella. ¡Tan bonita era...! Pero por mucho que quisiera no podía olvidar al menda de Talavera. ¿Y si no existiera?

Lo que me mosqueaba, era que algunos días laborables que quería quedar con ella me "cerraba la aldaba", por lo que urdí un plan para saber si con otro en mi ausencia festejaba. Y la pillé. ¡Si señores y señoras! Manolo tenía razón, con otro me la pegaba.

-Cariño. Le dije a la vez que le hacía un guiño: el martes que viene me ha invitado a una exposición de pintura Antonio Solano.

-Sabes que no puedo ir, tengo clase de italiano.

¡En el mes de Julio clases de piano! Pensé para mí. ¡Una trola como un piano! Pero callé, y seguimos paseando de la mano. (Por la calle Reina Victoria, a la altura del antiguo estadio del Metropolitano)

Fue un paseo baladí, pues no tenía ganas de ir a bailar al Chispero según le pedí. Lugar donde tantos besos le di. ¡Ah! Y ella a mí, y no dijimos tantos ¡te quiero! Pero seguramente iría pensando en el "gladiolo" del Bolo. Por poco me descontrolo y me cabriolo, pero me aguanté y seguí con el protocolo.    El martes descubriría si de verdad me la estaba pegando con el fulano con que le pilló Manolo metiendo por debajo de la faldiquera mano.

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