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Tu debajo de mi mesa

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Como cada mañana al llegar al trabajo disfruto de unos minutos para plasmar en un simple correo electrónico lo mucho que he pensado en ti durante la noche, abro el correo y te cuento que he soñado contigo, algo habitual desde que has pasado a formar parte de mi vida.

Al poco tiempo vuelvo al servidor y compruebo si tienes alguna respuesta para mí, y ahí está tu mensaje de buenos días.

La mañana sigue, pero de nuevo me encuentro con una proposición indecente y nada menos que en el medio de la jornada laboral. Un mensaje invitándome a charlar un rato, pero que intuyo hay algo más…

Nada más decirte que llevo un vestido adivino tus intenciones… y tu orden no se hace esperar:

—Quítate las bragas —me dices

Después de un rato acelerando mi respiración con tus palabras me marcho a tomar el café de la mañana, por supuesto tu deseo es que salga a la calle así… y no sé cómo lo haces, pero consigues que así sea.

Me vienen a buscar y me levanto de la silla con la sensación de que mis compañeros se darán cuenta de mi desnudez y lo peor llega cuando montamos en el ascensor, intento juntar las piernas para que a través de la pared transparente del elevador no pueda vérseme nada.

La media hora del descanso se me hace interminable, no dejo de ser consciente que estoy desnuda, que cualquiera puede darse cuenta de que debajo no llevo nada, y eso hace que el calor no se vaya de mis mejillas.

No soy capaz de inmiscuirme en las conversaciones de mis acompañantes, mi mente está en otra parte, mis pensamientos están contigo y en las sensaciones que tu orden me está provocando. Y cuando el camarero de todos los días se acerca, no puedo mirarle a los ojos para indicarle que me traiga un café.

Si ellos supieran que mis braguitas no están donde deberían y que me las haces llevar en el bolso, no quiero imaginar la cara que pondrían.

A la vuelta me preguntas cómo ha ido la experiencia y tu lujuriosa imaginación ha maquinado más peticiones por cumplir.

—Siéntate directamente sobre el asiento, sino te mojaras la falda —me dices

Así lo hago y continúas poniéndome nerviosa, la sola idea de sentarme sobre la silla, con la humedad que cada vez más sale de mi entrepierna me hace sudar. Pero aun tienes más órdenes para mí:

—Separa tus piernas cuatro dedos, que nadie te ve, siempre las quiero separadas

Así lo hago, temiendo que en cualquier momento alguien se acerque demasiado, pero a ti no te parece suficiente y sigues poniéndome más nerviosa:

—Tócate y dime como estas —la respuesta la conoces de antemano, tan solo deseas que sea consciente de lo mojada que estoy pese a lo embarazoso de la situación. Pero tú sigues:

—Abre tus labios con las dos manos, como si estuviese debajo de la mesa y quisieras enseñarme todo

Solo de pensar que te tengo aquí conmigo como partícipe de la situación aumenta aún más mi excitación, y la cosa sólo ha hecho más que comenzar:

—Quiero que te metas el dedo corazón en tu conejito, limpia el dedo con la boca

Inexplicablemente mi sentido común está cualquier sitio menos aquí, y como ya ha ocurrido en tantas veces, repito paso por paso lo que me indicas.

Y las órdenes continúan tras la pregunta de qué amigo he traído hoy y la orden de que me lo meta aquí en el medio de toda la biblioteca. No puedo creerme lo que me estas pidiendo, te has levantado más perverso que de costumbre Amo…

Y yo sigo excitándome, aquí con mis compañeros cerca y la gente entrando y saliendo.

De nuevo más indicaciones mientras te cuento lo que estoy sintiendo cuando aprieto y contraigo la vagina, como noto que roza mis paredes y de qué manera responde mi clítoris que no para de crecer, mientras que ahora me pides que lo acaricie y lo apriete con los dedos.

Llaman al teléfono y tengo que atender una consulta, intentando recuperar la cordura, mientras mi cuerpo sigue respondiendo a tus órdenes, mi voz está alterada, sólo espero que nadie se percate de ello.

Eres consciente de cómo me provocas y de qué manera me excitas, y te aprovechas de ello. No puedo creerme que estoy masturbándome para ti en mi lugar de trabajo, y a ti parece encantarte eso y me pides que me acaricie cada vez más rápido…

—Acarícialo de abajo arriba, ahora céntrate en el clítoris y mueve tus dedos más rápido

Como algo ajeno a mi voluntad, comienzo a sentir el cosquilleo en el estómago, mis pezones se ponen cada vez más duros. Los labios de mi vagina se hinchan y se contraen siguiendo tus palabras, palpitan abriéndose y cerrándose.

Me invade esta sensación de excitación y deseo...Y no puedo dejar de pensar en donde estoy lo que estoy haciendo. Y cuando me dices que tú también estas ahí en tu trabajo y completamente empalmado… haces que me tiemblen las piernas.

Me cuesta concentrarme, y a la vez el deseo crece y sé que no puedo terminar sin ti:

—Recuerda que tus orgasmos también me pertenecen, solo yo digo cuando puedes disfrutar de ellos

Miro a la gente, el rubor sube por mis mejillas y tus palabras me aceleran, te imagino aquí, tocándome por debajo de la mesa, ante las miradas de todos y tu voz susurrándome al oído mientras tu escuchas mis suspiros.

Como sigas ordenándome que me toque sabes que terminaré en cualquier momento, y me das tu autorización:

Disfruta del momento, déjate llevar

Y sin saber de nuevo cómo, has conseguido que me corra ante tus órdenes y ante la gente que trabaja en la sala…

La vergüenza me durará toda la semana, sólo de pensar en la posibilidad de que alguien se haya dado cuenta de mi deseo y su desenlace… eres perversamente encantador…

No te parece suficiente calentarme en el trabajo y embaucarme para que me quede sin bragas y disfrutando de la humedad que tus palabras me causan, sino que ahora quieres regocijarte en las sensaciones que eso me producen.

Estas han sido mis impresiones, que ahora al recordarlas vuelven a trastocar mi ánimo y si me dejaras comprobarlo no dudaría de que recordarlo ha hecho que de nuevo mi rajita este húmeda y preparada para ti.

Así dispuesta para que en cualquier momento me agarres por la cintura desde atrás y levantes mi falda mientras me haces sentir tu respiración en mi cuello y me acuestas sobre mi mesa de trabajo para calmar todo lo que me has provocado.

Para ti Amo, que me estimula cada día con su desbordante imaginación, tras descubrirme que el sexo nace en el cerebro.

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