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Compañera de tren

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La veía casi todas las mañanas en la estación de tren, ambos viajábamos al centro a la misma hora. No era muy bonita, pero no era fea: pelo castaño, tez pálida, grandes ojos marrones oscuros, calculaba que tenía 20 años, 1,60 de altura, siempre usaba ropa holgada que no dejaba ver su silueta (y me hacía suponer que era gordita). Nunca saludaba a nadie, siempre estaba sola.

Nunca hable con ella, ni siquiera la saludaba (soy muy tímido y sin duda ella también lo era). Quizás de tanto verla empezó a agradarme, claro que era muy joven para mí (yo ya tengo 50 años) y ella podría ser mi hija. Quizás al ser tan callada, tímida, discreta hacia que la viese frágil y vulnerable.

Así la observe durante meses, admirándola en silencio, sin siquiera atreverme a saludarla. Hasta hace unas semanas...

Una mañana habían cancelado un par de trenes en plena hora pico, eso hizo que los trenes siguientes vinieran desbordados de pasajeros. Tuve que dejar pasar algunos trenes porque no me gusta viajar apiñado, al fin logre subir a uno y tan pronto arrancó observe que ella también había subido al mismo vagón y estaba a algunos metros de mí. La noté inquieta, miraba a un lado y a otro y algo ruborizada, pronto descubrí porque: un muchacho (de aspecto nada agradable) estaba detrás de ella y con una sonrisa casi perversa se acercaba a ella y le susurraba sobre el hombro. No podía oír lo que le decía, pero a juzgar por los gestos de ella supe que estaría diciéndole groserías. Con el tren lleno como estaba era difícil desplazarse en el vagón y por eso ella no podía apartarse de ese muchacho.

Comencé a pedir permiso, y empujando algunas personas, comencé a acercarme a ella. Cuando estuve a su lado dije en voz alta de modo que el muchacho escuchara: —Hola, ¿cómo estás?

Ella me miró con sus grandes ojos oscuras y un gesto de sorpresa e intriga. Me incliné sobre ella y simulando darle un beso le susurré al oído —Disimulá, seguime la corriente y ese vago te dejará tranquila.

Cuando me incorporé ella me miró, y en su mirada me di cuenta que había comprendido.

 —¿Cómo está tu padre? Hace tiempo que no lo veo.

Ella balbuceó: —Bien.

El muchacho se había separado un poco de ella y me miraba de reojo.

Hable en vos alta asegurándome que el escuchara: —¿Sigue trabajando de policía?

Al escuchar esto el muchacho dio un respingo y abriéndose paso a los empujones comenzó a apartarse de nosotros en dirección al otro vagón. Empujó a mucha gente, y muchos le protestaron e insultaron. No le quité la vista mientras se alejaba y comencé a reír. Ella al verme reír giró su cabeza y lo vio cómo se alejaba entre empujones e insultos, se volvió hacia mí y me sonrió: —¡Muchas gracias! —me dijo.

—De nada. Ya bastante debemos soportar viajar oprimidos como para tolerar a estos groseros abusándose de la situación.

—No me voy a cansar de decirte gracias. Realmente no tenías por qué haberlo hecho.

—Fue un placer poder ayudar a una compañera de viaje.

Me sonrió, y poniéndose en puntas de pie (ella a casi 20 cm más baja que yo) me dio un beso en la mejilla —¿Alcanza con este beso para agradecerte?

—Me bastaba con tu sonrisa, pero lo acepto.

Siguió sonriendo y me preguntó: —¿Realmente conoces a mi padre?

—No. No sé nada de vos, ni siquiera tu nombre.

—Me llamo Paola.

 —Y yo me llamo Oscar. ¡Mucho gusto Paola! —Acercándome a ella besé su mejilla.

El resto del viaje lo pasamos conversando sobre lo mal que se viaja en los trenes, y al llegar a la estación terminal nos despedimos con un “Hasta mañana.” y un beso en la mejilla, ella fue a tomar el colectivo y yo baje al subte.

En los días siguientes nos encontrábamos en el andén y viajamos juntos charlando. Así fui conociéndola y ella conociéndome. Así supe en que trabajaba, que vivía con sus padres, que tuvo que abandonar la secundaria y tuvo que rendir el último año libre, sus gustos de música, cine y literatura, y muchas otras cosas. También, al estar más cerca, me di cuenta que tenía un lindo cuerpo; tenia algunos kilos de más, pero con algunos inocentes roces durante nuestros viajes en tren pude sentir que tenía unas amplias caderas, firmes glúteos y un delicioso par de senos que ella decididamente ocultaba bajo amplias ropas.

Noté que jamás hablaba del motivo por el que había dejado la escuela secundaria y había rendido libre los dos últimos años. Y tampoco hablaba de novios o amigos. Cada vez que comenzábamos a hablar de estos temas ella callaba o desviaba el tema de conversación.

Así transcurrieron muchas semanas. Al principio coincidíamos dos o tres veces por semana en el mismo tren, pero con el correr de las semanas comenzamos a viajar juntos todos los días. Algunas veces llegaba yo al andén temprano y dejaba pasar uno o dos trenes esperando que ella apareciera, y otras veces me di cuenta que ella había llegado temprano y me estaba esperando en el andén.

Nuestra amistad fue creciendo mañana a mañana, y cada viaje la veía más bonita... si yo hubiese sido 20 años menor la hubiese pedido una cita, pero soy muy mayor y ella se veía tan vulnerable, quería protegerla como si fuese mi propia hija. Eso sentía... hasta hace dos semanas...

Una mañana nos encontramos en el andén y un instante después avisaron por los altoparlantes que habían cancelado el próximo tren. Siendo la hora pico al llegar el próximo tren había mucha gente esperando. Tan pronto abrió la puerta los pasajeros se precipitaron dentro del vagón y nos arrastraron literalmente dentro, como pudimos nos acercamos a una fila de asientos y nos paramos uno frente al otro. La gente continuaba entrando y pronto comenzaron a empujarme sobre Paola, me esforcé por mantener cierta distancia con ella, pero no lo logre y un segundo después su cuerpo quedó aprisionado entre mi cuerpo y una línea de asientos. Su cabeza estaba prácticamente bajo mi mentón y sus pechos presionaban sobre la parte baja de mi pecho. Ella se echó para atrás y lo mismo hice yo para intentar charlar, pero al hacerlo su cuerpo presionó sobre la parte baja de mi ingle. Nos miramos y sonreímos. Cuando observé su sonrisa y sintiendo la presión de mi cuerpo en mi pene involuntariamente comencé a sentir mi erección. Siempre la vi como mi propia hija, y tener una erección por ella me hizo sentir sucio. Luchaba por evitarlo, pero la sentía presionada a mí, veía su sonrisa y cada instante me ponía más duro. Cerré los ojos e intenté pensar en otra cosa, pero no lo lograba

Al ver que yo tenía los ojos cerrados me pregunto: —¿Te sentís bien?

—Sí, sí —Le respondí —Estoy bien. Disculpa.

Cuando abrí los ojos y la miré, vi como su sonrisa se transformaba en una mueca de duda. Creo que en ese momento ella recién se dio cuenta de lo que ocurría. Se puso seria e intento apartarse de mí, yo también lo intente, pero había tanta gente allí que resultaba imposible y lo único que logramos es que nuestros movimientos me excitaran más y mi erección creció aún más.

Un par de estaciones después descendieron bastante pasajeros, y pudimos acomodarnos un poco mientras bajaban. “Que alivio!” pensé. Paola pudo girar dándome la espalda y yo intenté ponerme a su lado, pero mientras lo hacía comenzaron a subir los pasajeros de la estación y me aprisionaron contra su espalda, “¡No, por favor!” pensé cuando sentí las nalgas de Paola apoyándose en mi miembro. Ella intento apartarse y acomodarse, pero lo que logro fue que mi pene se acomodara en el cálido valle entre sus firmes glúteos. Era imposible no sentir, era imposible pensar en otra cosa. Su cola era deliciosa y sentir como mi miembro anidaba entre esas preciosas nalgas ¡me pusieron al máximo!

Intente apartarme varias veces, pero solo lograba hacerlo por un par de segundos, enseguida su cola volvía a aprisionar mi miembro cada vez más tieso. Sentí como ella se movía y supuse que intentaba cambiar de posición para evitar que la apoyara, consiguió apartarse un poco, aunque aún seguíamos apretados al menos mi pene no estaba aprisionado entre sus nalgas. Respiré aliviado... pero el alivio duro muy poco... de pronto sentí otro roce en el bulto de mi pantalón y creo que mi corazón se salteo algunos latidos cuando me di cuenta lo que era: ¡la mano de Paola estaba acariciando mi miembro!

Asombrado intenté mirarle el rostro, ella estaba de perfil, no miraba hacia mí, pero pude distinguir en su rostro un gesto entre curiosidad y picardía. Sus dedos comenzaron a palpar mi pene recorriéndolo lentamente en toda su exención, una y otra vez, incluso llego a poner su mano entre mis piernas acariciándome los testículos. Luego de algunos minutos torturándome de este modo giró su cara hacia mí y con una sonrisa inocente me preguntó: —¿Esta bien así? Solo atiné a responder: —Está muy bien —sonrió y cerrando los ojos continúo explorando mi pene y testículos.

Esto era el paraíso. Sentía como sus dedos acariciaban y jugueteaban lentamente mi miembro. Solo la tela mi pantalón y calzoncillo me separaba de aquella deliciosa mano que me masturbaba delicadamente.

Faltaba poco para llegar a la terminal y yo deseaba que el viaje no terminara, que Paola pudiese seguir acariciando mi erección. Sentí como los músculos de mi ingle se empezaban a tensar y supe que si esto continuaba unos segundos más estaría acabando dentro de mi pantalón. Me imagine bajando del tren con el frente de mi pantalón mojado con mi semen... quería que Paola continuase, pero no podía acabar en mis pantalones. Luchando entre el deseo y la vergüenza me acerqué al oído de Paola y le susurré: —Si continúas haciéndolo voy a acabar en mis pantalones. Súbitamente se detuvo y por unos segundos mantuvo su mano en mi bulto. Luego retiro la mano y girando su cara hacia mí me miro, tenía el rostro sonrojado de vergüenza en su mirada inocente se notaba miedo y sorpresa, comenzó a balbucear —Perdoname... no fue mi intensión... no quise... no sabía... —estaba nerviosa y no sabía que decir. —Está bien —le respondí —solo deja de hacerlo. En su mirada y su voz sentí un gesto de inocencia y sorpresa, ¿podía ser que no se hubiera dado cuenta lo que estaba haciendo?

Un par de minutos después llegamos a la terminal, mi miembro estaba completamente erecto y me sentía a punto de eyacular descendimos del tren y comencé a caminar apurado hacia el hall de la estación, estaba acalorado y sudaba, ella caminaba a mi lado mirándome.

Al llegar al final del andén le dije:

—Debo ir al baño.

—¿Estas bien? —me preguntó.

—Si. Solo debo ir a terminar lo que empezaste.

—Perdoname... —empezó a decir —No era mi intención, no quise...

La interrumpí, le di un beso en la mejilla y me apuré hacia los baños. Ingresé casi corriendo y me encerré en uno de los baños, abrí la bragueta y mi miembro, duro y erecto como hacía mucho no lo sentía, salió prontamente. Bastó apretarlo para empezar a eyacular. Cuando termine de acabar lo limpié y me senté en el inodoro un rato esperando que el pulso volviera a su ritmo normal.

Me sentía extraño. Por un lado, me había gustado que Paola había jugado conmigo de ese modo, y me alagaba. Pero por otro lado me sentía mal por nuestra diferencia de edad, ella era 30 años menor que yo, hasta este mañana la sentía como si fuese mi hija, y esto me hacía sentir terriblemente mal, yo era un degenerado que había dejado que mi hija me masturbara. Mi cabeza era un embrollo de ideas y sentimientos, me sentía mareado.

Cuando recupere el aliento me lave la cara, me refresque y me acomode las ropas. Al salir del baño aun la cabeza me daba vueltas, intentaba sacarme de la cabeza lo ocurrido y pensar en el trabajo. Cuando alcé la vista la vi parada ahí, frente a la puerta de los baños, esperándome.

¿Continuará?

(9,50)