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Mi Jefe, la Señora A...

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Una recomendación de un exjefe Arquitecto bastó para empezar a trabajar en aquella firma de administradores de Propiedad Horizontal como ayudante de oficina, mensajero, patinador, todero, etc. Mi nueva Jefe era la Señora A (llamémosla así para proteger su identidad), una mujer de estatura mediana, mayor de 45, piel blanca, cabello teñido de rojo oscuro, senos bien formados y un cuerpo aceptable para su edad, simpática, agradable, exigente laboralmente y madre de dos hijos.

Una mañana, bien temprano, me citó para empezar a trabajar con los recibos de pago de un edificio de departamentos ubicado en el prestigiosísimo sector del norte. La oficina estaba ubicada en el departamento de la señora A y desde allí se manejaban todos los edificios pertenecientes a la firma, la señora A decidió, después de resolver los quehaceres diarios, que era hora de acabar con el archivo muerto de la compañía. Este archivo se encontraba en un armario en la habitación de la señora A, una cama doble hecha en madera de roble importada directamente desde Andalucía donde podía verse el gusto de la señora A por la ropa interior de Victoria Secret’s ya que estaba regada por todos lados. Entré en este armario buscando varias cajas que decían “Archivo Muerto” marcados con fechas desde 1981 hasta el año 2000, el armario era muy amplio pero para acceder a las cajas había que cruzar un pequeño pasillo, algo estrecho donde, de lado y lado, estaba la ropa de la señora A y la de su difunto esposo quien murió de cáncer, ella también estaba ahí y pues era casi imposible evitar el contacto físico entre nosotros, ella me daba la espalda y yo la rozaba con mi verga la cual empezó a ponerse poderosa.

La blusa de tirantes de la señora A dejaba entre ver su voluptuoso escote realzado por los Wonder Bra de 550 dólares que llevaba puestos. Entraba a sacar las cajas y mientras tanto ella se agachaba a recoger papeles tirados en el piso mientras si verga rozaba su culo mientras pasaba con la caja sobre su cabeza.

Me encontraba ya demasiado excitado, no había nadie más en el departamento sino los dos solos, esperé a que entrara en el armario para poder tenerla bajo mi control. Entró, luego hice lo mismo y cerré la puerta con seguro, encerrados los dos me ubiqué detrás suyo mientras olía ese perfume que me tenía loco, ella solo hablaba dándome la espalda acerca de los documentos que debíamos desechar y cuáles no, me acerqué, bajé mis pantalones mientras noté que mi verga escupía semen de a chorritos, me quité la camisa hasta quedar desnudo, al ella darse la vuelta se quedó mirándome anonadada y me dijo: “Que haces?”, yo no pude soportarlo y tomándola del rostro la besé en los labios, ella trataba de luchar para zafarse pero dije si ella no accede por las buenas pues tendré que violarla porque ya no me aguando las ganas de metérselo.

La tenia atarzanada con una mano contra la pared del armario mientras ella trataba de luchar mi lengua trataba también de entrar en su boca y con la otra mano le quitaba la blusita y desabrochaba su sostén. La acosté en el piso y seguí besándola apasionadamente, ella luchaba cada vez con menos intensidad, empecé a chuparle los senos mientras ella gemía: “Ahhh, ahhh, maaaasssss, ahhhh, Dioooossssss” susurraba suavemente. Bajé sus pantalones al tiempo que sus bragas, estaba realmente húmeda y su vagina emanaba un aroma añejo de no haber sido usada desde la muerte del marido y clamaba por carne a gritos, estaba ahora si realmente excitada, accedió a abrir su boca y sus piernas, y mientras mi lengua entraba en su boca para jugar con la suya, mi verga entraba y salía de su chocho maduro súper mojado por el desuso. Nos levantamos, y sin haber terminado aún, fuimos a la habitación y seguimos en su cama, la señora A ya no gemía, ahora gritaba de placer, los dos solos en el departamento, tirando en su cama dejó escapar un grito casi mudo de placer al avisar que su orgasmo había llegado permitiéndome con el mayor de los gustos en venirme dentro de su panocha inundándola con mis ganas.

La cocina, el sofá, el hall la oficina y por último la bañera fueron testigos de lo que ocurrió aquella tarde de verano cuando ella me pidió, primero que trabajara en su compañía, y luego que viviera en su casa como un gigoló para no tener que trabajar nunca más en mi vida, coche último modelo, cuenta de banco y todo a cambio de un buen sexo solo cuando ella quiera…

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