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Engañé a mi mujer haciendo compras

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Si hay algo que odio es ir de tiendas con mi mujer. Ir de un perchero a otro viendo ropa, esperar mientras se decide, saca un jersey, saca otro, mira una falda, pregunta el precio de una blusa.... Y yo, de paquete, aguantando el tipo.

—¿Qué te parece?

—Muy bonito.

—¿Pero no te parece demasiado caro?

—No, está bien.

—¿Pero con qué lo combino?

—Pues con cualquier cosa azul.

—Bueno, la falda azul podría irle... pero... la verdad, no, no, es demasiado caro.

—Si a ti te gusta no es demasiado caro.

—Además la falda azul tal vez se mate con esto... ¿Y a ti te gusta?

—Es perfecto.

—Claro, qué me vas a decir —Tal vez fuera eso, que o no le podía decir nada o que lo que le podía decir no iba a cambiar su opinión. Porque en realidad ese tipo de conversaciones eran monólogos en voz alta de mi mujer y yo simplemente era público (cautivo).

Yo no compro así. Entro, miro, y compro. "Vini, vidi, vinci", decía César, y quién sabe si no lo dijo como regla para hacer la compra, pero a mí me vale. Se me ocurren cien millones de maneras de pasar el tiempo, mejores que estar en una tienda viendo trapos.

Todavía si fuera lencería, si mi mujer me hiciera un pase en plan erótico-festivo, si se liara la manta a la cabeza y allí mismo en el probador me dijera "¡sí, sí, rómpeme...!"

"Cuando cuente tres te despertarás y sacarás la mano del orinal", pensé, burlándome de mi mismo. Sí, desde luego, todas esas escenas que habrían hecho de un día de compras una experiencia apetecible sólo se podían dar en sueños. Carmen es muchas cosas (todas buenas, por supuesto, si no jamás me habría casado con ella), pero no es de este tipo de personas…. De mi tipo, he de reconocer.

Todo lo más, un día que le diera desatado, me sorprendiera con un modelito picarón, pero en casa, de noche, en el dormitorio (en el lugar y a las horas que ella cree que son las correctas). Jamás en un sitio público, en un aquí te pillo aquí te mato.

O ni siquiera, que ella es más de camisón de jovencita, no de "negligé" salvaje.

…Y, desde luego, jamás diría algo como "rómpeme" o "dámelo todo".

En general, cuando lo hacemos dice cosas como "te quiero" y "eres el hombre de mi vida" o suspira... ¡Lo que está muy bien, no me entiendan mal!, pero a veces uno echa de menos poder ser un auténtico cerdo, una bestia, una fiera… Algo más sencillamente sexual, primario....

¡Y ya si encima le pones algo de morbo!

—...Bueno, contéstame: ¿no te parece que éste es demasiado ligero para el tiempo que hace?

—¿Hmm?

—No me ayudas mucho, Fernando ....

Nada, no la ayudo nada. Y uno quiere servir para algo, ser de utilidad. De hecho.... ¡no me importaría serlo con la que de repente veo dos mostradores más para allá!¡No me importaría nada!

¡Pedazo de mujer, dios mío! Sólo mirarla, siento cómo se me pone dura. Probablemente se podría rastrear el camino que había recorrido en sentido contrario, remontándolo como río arriba, por el empalme que llevaría todo hombre con quien se hubiera cruzado. —¡Qué tetas!

—¿Qué dices, Fernando?

—Que qué telas más curiosas son éstas, ¿verdad?

Carmen me mira con asombro, pero luego se da cuenta de hacia dónde estoy mirando y frunce el ceño...

—¿Has visto a esa mujer de allí? —le digo entonces —... la conocemos, ¿no? ¿No es la mujer de Paco, el de mi trabajo? (perdonarán que me sienta orgulloso del quiebro astuto a la desconfianza de mi mujer).

—No conozco a la mujer de Paco.

—Sí, hombre, Carmen... ¡Paco!, ¡el comercial!... ése que es así un pelo hortera...—

—La verdad es que esa mujer le pega entonces, porque mira qué pinta lleva. Parece una... yo-que-sé...

"¿verdad que sí?" pienso para mis adentros, relamiéndome, pero le contesto en voz alta con el adecuado tono de crítica:

—Ah, sí, desde luego, con esa camiseta de Mickey ajustada, y la minifalda. Demasiado pintada para mi gusto....

Y luego, como si se me acabara de ocurrir:

—Pero si es la mujer de Paco, debería decirle algo, ¿no? que lo mismo está él por aquí... ¿te dije que había tenido un accidente de coche? El bobo de este tío se compró un deportivo de estos que sólo mirarlo se aceleran, por fardar, y al primer día lo estrelló contra una farola. Ha estado de baja desde entonces. Debería preguntar…

—¡Joder, soy el amo de las mentiras sobre la marcha!

—Ven, ¿no?, y te la presento....

—Ay, no, no, que no me apetece nada —Ya contaba yo con eso, con la naturaleza tímida, antisocial de mi mujer —Vete tú, si quieres, pero yo no voy. Seguiré mirando mientras...

—Bueno, pues un segundo nada más—.

El corazón se me ha puesto a cien por hora como el pretendido coche del comercial. No sé qué me pasa. O sí, que no puedo soportar no hacer algo mientras veo como aquella diosa se muerde el labio mirando con aire aburrido una prenda que hay en ese mostrador. ¡Qué labios! ¡Quién fuera diente!... ¡Quién pudiera echarle el diente, debería decir! Solo verlos me dan ganas de comérmela entera. Boca grande, generosa, de labios sensuales hasta decir basta….

—Perdona, creo que te conozco, ¿no?, vamos que conozco a tu marido...

—Antonio? —dice con una voz que derretiría el titanio.

—Sí, Antonio... —"está casada", apunto: eso puede ser malo ... o bueno.

—¿Y de qué le conoces?

—De la Urbanización.... somos vecinos.

—Ah, ¿sí?

—Sí, ¿no está por aquí él?

—No, nunca le llevo de compras: él se aburre y yo también—Bien por ella.

—Bueno, no me imagino cómo se puede aburrir alguien contigo... Vamos, nunca le he oído comentar nada parecido —corrijo para no resultar demasiado buitre (dejemos la opción de "realmente no he dicho nada inconveniente"... por si las moscas.

—¿Le conoces mucho?

—Bueno, de la piscina y eso, ya sabes

—¿Piscina? En nuestra urbanización no hay piscina

—Ah, ¿pero vosotros no vivís en la Urbanización Los Cedros?

—No.

—Entonces no sé... ¿dónde vivís? —Quiero saber dónde vive. Iré allí, me haré el encontradizo, lo volveré a intentar otro día si tengo que interrumpir esto... Pero tal vez es una pregunta demasiado fuera de lugar, que me deja demasiado a la vista.

—En Las Adelfas—Me lo ha dicho. Vale, ya sé su dirección.

—Pues no es de eso, está claro, ¡qué tonto!

Ella me mira evaluándome. Por un lado, quiero que adivine en mis ojos que la deseo, que la arrojaría sobre el mostrador y la poseería ahora mismo... Pero por otro, soy un hombre casado, no puedo arriesgarme a que me diga que no o a cómo me puede decir que no. Le sonrió con la sonrisa rápida que me da buenos resultados con las mujeres.

—Cielos, que desastre soy, siempre me pasa lo mismo... El caso es que tu cara me sonaba. Bueno, a lo mejor de haberte visto en algo de publicidad, qué sé yo, en una revista o.... ¿A qué te dedicas? ¿Eres modelo?

—Soy psicóloga....

(En mi cabeza, veo una escena en su consulta. Yo le digo: "No me parece bien estar yo tumbado en el diván y usted en esa silla tan incómoda. Por favor, túmbese conmigo, hay sitio para los dos…”)

—Bueno, lo de modelo te pegaba más. Por cierto, me llamo Fernando —y me adelanto para darle dos besos en la mejilla. Ella no ha dudado más que un microsegundo, tal vez por educación o....

¡Sí!, ¡hasta en la mejilla besa bien, la condenada, tal como imaginaba! Me las apaño para darle el segundo beso justo en la comisura de los labios. Tengo que resistir la tentación de no zamparle un beso tornillo en ese mismo momento.

Nos volvemos a mirar. Ahora ella sabe más. Y decido tirarme un poco más a la piscina (a la de mi urbanización o a cualquiera que haga falta, como si es de lava, si está ella dentro...):

—Yo que tú no me compraba nada...

—¿Y eso?

—No creo que encuentres nada que te vaya mejor que lo que tienes puesto—ya está, si le quedaba alguna duda esto ha terminado de disipársela. De repente, me entra pánico. Y entonces, me doy a la fuga:

—Bueno, encantado, creo que tengo que ir a ver si mi mujer se ha decidido ya por algo... Yo no tengo la suerte de... Antonio se llamaba tu marido, ¿no?  ni mi mujer no eres tú —se puede entender como "no tengo la suerte de tu marido, porque no me libra ni Dios del castigo de acompañar a mi mujer a comprar ropa" o como "me cambiaba por tu marido sin pensarlo, cambiaba ahora mismo la compañía de mi mujer por la tuya". Bueno, ya llevo un rato en terreno movedizo. —Por cierto, ¿cómo te llamas tú?

—Paula —Paula. Me imagino dándole pollazos en la cara, junto a esos labios gordezuelos que tiene.

—Encantado, Paula., me voy con mi mujer.

Y sin más me largo. Pero juraría que ella está sonriendo y que es porque sabe que me he acojonado.

Mi mujer sigue donde la dejé, en eterna duda, frente a unas chaquetas.

—No era la mujer de Paco, qué corte! —digo por cubrir mi rastro

—Eres el colmo, Fernando, ¡a ver si aprendes!

—Ah, pero ha resultado que sí que la conocía. Es una psicóloga que hizo de monitora para un curso de la empresa —para explicar la conversación tan prolongada.

—Esta chaqueta no me hará muy gorda?

—Para nada.

—No pone el precio: voy a preguntar a ver...

Me quedo allí y sin poderlo evitar la vuelvo a mirar. Paula. Ella me mira de forma extraña y se va por el pasillo. Hacia lencería. Tengo la boca seca, de pensarlo. Y, de repente, como si me atrajera con un imán, la sigo hacia allí.

Soy polilla atraída por la luz de la bombilla, dispuesto a dejarse la cabeza contra el cristal, o tal vez mosca a punto de achicharrarse contra la resistencia azul... Pero no soy capaz de evitarlo.

—Ahhh... Paula, perdona… ¿me puedes ayudar?... es que se me ha ocurrido que podía comprarle algo a mi mujer en plan sorpresa mientras ella está mirando chaquetas, alguna cosa, pero la verdad no sé qué… —Soy un cobarde, me la comía, no me atrevo. —Es que es muy difícil pillar a una dependienta y como ya nos conocemos... Y siempre es bueno la opinión de una mujer para esto... —¿estoy balbuceando? creo que sí.

—¿Qué buscas?

"A ti", deseo responder. ¿Pero qué me está preguntando? ¿Me pregunta eso, si quiero algo con ella? ¿Será eso? ¡No puede ser! ¿O sí? "No pienses, sigue hablando", me dice una voz interior:

—Yo qué sé... algo con una cierta gracia...

—¿Cómo esto? —Se ha inclinado hacia adelante y ha puesto el culo en pompa. Mi polla es un puente levadizo que quiere tenderse entre nosotros. No lo puedo evitar. Doy un paso adelante, y la pego a su culo. "Alea jacta est", decía César, y tal vez fue en otra situación como esta. Ya van dos veces que me acuerdo del César. Pero es que parece que se dedicó su vida a decir frases que son códigos secretos que sólo puedo entender yo.

Si se gira y me golpea, estoy muerto. Escándalo. Mi mujer me pillará...

¡Pero qué a gusto se encuentra mi polla junto a su minifalda! Como un misil que llega a su objetivo. Entonces se gira sobre sí misma, quedando justo enfrente de mi empalme, y con gesto indiferente, como si tal cosa, dice:

—A mí me gusta llevar tanga ¿sabes si a ella le gusta?

Mis manos se van a su cintura. La acerco aún más hacia mí.

—A mí me gusta —jadeó. Ella ha posado sus manos en mis brazos, pero no hace ademán de separarse. Aunque me mira como si estuviéramos hablando con normalidad, hasta casi con displicencia.

—Fernando? —oigo a lo lejos a mi mujer que llama. No me puede ver, pero igualmente el corazón me da un vuelco. Suelto a Paula al instante, y me vuelvo para salir a su encuentro. Oigo una risilla de Paula a mi espalda.

—¿Dónde estabas?

—He ido a mirar una cosa, ya puestos....

—Mira, creo que me voy a probar estos... ¿qué te parecen? Aunque con todo lo que llevo encima me da pereza desvestirme y vestirme...

Por el rabillo del ojo, veo que Paula pasa por un pasillo paralelo hacia los probadores.

—Tienes que probártelos, es lo mejor, a ver si luego resulta que cuando llegas a casa no te valen o algo así... Venga, pruébatelos, no seas perezosa —la cojo del brazo y prácticamente la conduzco hasta los probadores.

—¿No entras conmigo?

—Me da claustrofobia.... mira, mientras tú te lo pruebas yo ver si encuentro algo... —la impaciencia me impide seguir hablando... Pero Carmen ya ha empezado a quitarse su ropa, para probarse las cosas. —Buuueno.... en fin, que rollo —Ella misma cierra la puerta de su probador. Estoy fuera. Soy libre.

En el corredor de los probadores hay cuatro puertas más. Tres están entornadas. Paso delante de ellas y doy dos toques muy leves en la cuarta. Paula abre. Y entro...

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