Nuevos relatos publicados: 13

Viaje de placer en el Caribe (Cap. IV)

  • 10
  • 38.697
  • 9,03 (38 Val.)
  • 5

Regresó mi marido de su viaje el día previsto, no tardé en contarle había conocido a un señor influyente, D. Mario, que me había invitado a almorzar y ofrecido su amistad y la posibilidad de influir para que los negocios de mi marido en su país pudieran prosperar. Le llamé anunciándole que había hablado con mi marido y que este estaba deseando conocerle. Me dijo fuéramos a verle sin tardanza, nos esperaba a comer al día siguiente, su chófer pasaría a recogernos por el hotel.

Durante la comida la conversación entre los dos denotaba habían congeniado, mi marido le daba cuenta de sus actividades y D Mario le ofrecía su colaboración e influencia. Tenían aficiones en común, como la pesca y el golf, motivo por el que D Mario nos invitó a pasar unos días en su casa de Samaná, donde allí hablarían de negocios con más calma mientras practicaban sus aficiones preferidas. Yo era consciente de que lo que realmente deseaba nuestro anfitrión era mi compañía, pero no sería yo la que le abriera los ojos a mi marido. Le contestó que no quería abusar de su hospitalidad, pero ante la insistencia acabó aceptando la invitación. Al día siguiente pasó a recogernos para ir hasta el aeropuerto desde donde nos trasladaríamos en su avioneta privada.

Nos esperaba Darío, un negro corpulento, de unos 40 años, que nos presentó como el guardés de la finca, se ocupaba de que todo estuviera en perfectas condiciones. Se ocupaban también de la casa, una mujer madura y dos sirvientas veinteañeras. Ocupamos la habitación que nos asignaron, me puse ropa cómoda y salí a dar un paseo por los alrededores de la finca. A escasos metros había una playa recogida a la que por la tarde iría a tomar el sol y a bañarme, de paso avanzaría en la lectura de Cien años de soledad, que tenía abandonada desde hacía días.

Durante la cena D Mario le programó a mi marido la jornada de pesca, le acompañaría Darío que lo llevaría en la embarcación a un lugar con pesca asegurada. Él se disculpó por no encontrase demasiado bien. Cuando llegamos a la habitación para acostarnos, mi marido me hizo sexo con poco entusiasmo y yo ni me corrí.

Al día siguiente se levantó temprano para salir al mar con Darío. Completamente desnuda fui a la habitación de D Mario y me acosté junto a él, abrazada a su cuerpo, me gustaba sentir su temperatura y su piel. Me besó paternalmente y me acarició. Sus manos repasaban mis caderas, nalgas, pechos, llegó a acariciar mi vulva y jugó con mi clítoris que se puso erecto. La vagina recibió sus dedos y el flujo comenzó a manar empapándolos. Yo acariciaba su polla flácida que poco a poco aumentaba de tamaño, aunque sin erección, se puso morcillona y me coloqué encima sintiéndola en mi vulva. Empecé a besarle, recorriendo su cuerpo con mi lengua hasta llegar a su sexo, lamía sus huevos, su falo respondía a mis caricias, invertí mi posición colocando mi vagina a escasos centímetros de su cara, pronto sentí su lengua penetrándome y jugando en su interior. Me estaban dando el mejor cunnilingus de mi vida y no tardé en correrme de forma copiosa, haciéndome sentir mujer. Seguí con mi manda y al final eyaculó unas gotas de semen que retuve en mi boca, saboreándolo y al final tragarlo.

Por la tarde salimos a navegar recorriendo la bahía, tomaba el sol en cubierta, mientras mi marido y D Mario conversaban de sus asuntos. Alejados de la costa me quité el bikini, me gusta moreno integral. Darío, el negro, manejaba la embarcación, aunque estaba más pendiente de mí que de enderezar el rumbo, su bulto aumentaba por momentos, a este paso pensé que su prepucio acabaría asomando por la pernera de su pantalón corto, me excitaba imaginar cómo sería su verga.

Al día siguiente mi marido salió de nuevo a la pesca con Darío. Como el día anterior me levanté para acostarme con D Mario, volvimos a practicar sexo oral, me hizo correr con un orgasmo delicioso, me senté en su polla morcillona que introduje en mi vagina como pude, me movía de forma sensual, excitándome con aquel pedazo de carne flácido, sintiéndolo dentro de mí y volví a correrme a la vez que sentía el pequeño chorro de esperma saliendo de su verga eyaculando dentro de mí. Nos abrazamos, sentía sus caricias delicadas en mi cuerpo y ocurrió lo inesperado, D Mario me ofreció quedarme a vivir con él, me ofrecía lo que pidiera. Le dije eso era imposible, quería a mi marido y no podía dejarle así, reconocí me encontraba muy a gusto con él y me cautivaba su forma de entender la sexualidad, de alguna forma estaba pillada por su personalidad, había creado en mí una forma de dependencia, había conseguido sentirme su esclava, me transmitía sensualidad, erotismo, dominación, era como una forma de prolongar sus sensaciones y estímulos eróticos en mi cuerpo. El insistió y le prometí hablaría con mi marido para pedirle me dejara quedar hasta su próximo viaje. En ese tiempo, alrededor de dos meses, podríamos comprobar si merecía la pena nuestra relación y dar un paso tan importante en mi vida.  Quedó conforme y me pidió lo intentara.

Era la última noche de mi marido en Samaná y él aun no sabía me iba a quedar. Hice el amor entregándome al máximo y aproveché para hablarle que D Mario me había pedido me quedara una temporada más. Le animé a aceptar la idea, diciéndole serviría para que se tomara más interés en sus negocios. Me preguntó si me había acostado con él y si tenía algo sentimental. Le tranquilicé diciéndole no podía haber nada por cuanto D Mario no podía tener erecciones, por un problema prostático de gravedad y que debía estar tranquilo en ese aspecto, le tenía un gran afecto y eso era todo. Al final se convenció y permitió que me quedara hasta su regreso en un par de meses.

A la mañana siguiente le di la noticia al doctor que se alegró mucho. Acompañé a mi marido al aeropuerto a despedirlo, tomaba un chárter hasta las Américas y desde allí un vuelo de Iberia a Madrid. Nos llevó Darío y a la vuelta me senté en el asiento delantero junto a él. Hacía calor y subí mi falda de vuelo mostrando mis piernas, cerré los ojos imaginando al negro se pondría bien arrecho, mirándome como en el barco, imaginaba su enorme verga parada, de vez en cuando abría mis piernas con disimulo hasta dejar ver el tanga para excitarlo más.

Había visto a Darío coger con las mujeres de la casa en varias ocasiones y me había obsesionado con su verga. Era un semental que atendía a las tres sirvientas sin pudor a que pudieran verles. Ellas provocaban la calentura del negro con sus ropas escasas y sus formas provocativas, vestían así debido al calor y por comodidad. Con la verga parada las cogía sin preocuparse de buscar un rincón discreto para mayor intimidad, por lo que presencié más de un apareamiento que me provocaba el deseo de ser una de sus hembras. D Mario era consciente de todo ello, pero no le importaba que sus empleados se desfogaran a su gusto en la forma que quisieran. Tenía conceptos poco estrictos sobre el sexo y le gustaba que todo el mundo diera rienda suelta a su concupiscencia.

Por la tarde volvimos a navegar por la bahía y una vez alejados de la costa, me quedé desnuda con los dos hombres. Observé de nuevo el bulto de Darío y también debió percatarse el doctor, que mandó parar motores y echar el ancla. Liberado así de las tareas el negro, D Mario le indicó podía cogerme, se acercó hasta mí y me erguí para sacarle la verga del pantalón, al bajarlo salió como un resorte, dura, erecta, enorme, con un prepucio reluciente, deseosa de desahogar la calentura que mi desnudez le había provocado. La acaricié y metí en mi boca degustando tan sabroso manjar. Miré a D Mario y vi su cara sonriente disfrutando del espectáculo que le brindaba. A punto de correrse la sacó con brusquedad, se arrodilló y levantándome como una pluma me colocó en posición de perrita, con los antebrazos apoyados en el suelo y mi cabeza en ellos, exponía al negro la visión de mi vulva palpitante y mojada, dispuesta a recibir como una yegua la monta del semental. Sentí como colocaba su prepucio entre los labios vaginales y su embestida que llenó mi vagina con aquella enorme verga sabrosa y necesitada de explotar dentro de mí. Me embestía salvajemente, agarraba mi cintura para atraerme hacía él levantándome del suelo, haciéndomela notar en lo más profundo, el negro estaba muy caliente y soltó un chorro que me inundó. Lo sentía salir en espasmos de su pija y me vine corriéndome en un orgasmo infinito, mi almeja palpitaba al compás de sus espasmos, fue una follada enorme que me hizo acabar rendida tumbada en el suelo sin aliento. Él se vino encima con su gran humanidad sin sacarla y allí permanecimos ligados durante unos segundos. Cuando por fin se puso en pie, D Mario me pidió me acercara hasta él, pasó dos dedos por mi raja llena de esperma, arrastrando abundante semen y me hizo lamerlos, luego me dio una cachetada en la cola diciéndome: "eres una puta deliciosa".

Al día siguiente D Mario planeó una excursión al Salto del Limón, me dijo no podía irme de Samaná sin visitar un paraje de extraordinaria belleza. Él no estaba para excursiones y encargó a Darío me acompañara. El lugar era realmente precioso y el calor me animó a bañarme en aquel lugar paradisíaco. Darío también se metió en el agua y aproveché para provocarle y hacer que se pusiera arrecho, no tardó en sacarme del agua y llevarme a un sitio discreto donde me folló sin piedad. Aquel semental me daba placer y me entregué a él con todas mis fuerzas.

Durante los días siguientes que permanecí en Samaná, Darío me buscaba para cogerme y siempre que había ocasión me poseía y yo me entregaba disfrutando de su verga en cualquier lugar de la casa, lo que permitía a las sirvientes ver cómo me follaba. El negro sacaba fuerzas para tener satisfechas a las cuatro hembras y yo había pasado a ser su favorita.  Nunca había estado tan atendida sexualmente, el negro me cogía una o dos veces en cualquier rincón durante el día y por la noche D Mario me daba el mejor cunnilingus que nunca pude imaginar, lo que me permitía relajarme y dormir como una reina.

Pasados unos días D Mario decidió regresar a la Ciudad, varios asuntos urgentes le obligaban a regresar para ocuparse de ellos.

Continuará.

(9,03)