CAPITULO XXXVII
Me tenía desconcertado Cristina; después de la última conversación tan anodina, no sé cómo no este noviazgo ya no lo termina. De verdad que mi mente no se lo imagina. Pero... ¿A qué jugará la muy cretina?
Pero el verdadero problema no partía de ella, estaba en mi sesera. Es lo que tiene el amor sin fronteras; que no se es capaz de ver lo que se sabe que se espera; porque como ya he apuntado antes, el primer amor a estados absurdos te lleva, y siempre crees que es una eterna primavera. ¡Pobres ilusos como yo, que cierran los ojos ante el amor que creen eterno, pero que muere en un frío invierno!
Así murió mi primer poema,
cómo hojas muertas en el otoño,
cómo el alma que lleva la pena,
allí quedó este mozo bisoño.
Pero inerte la seguía amando;
y desde mi triste desconsuelo
el denuedo seguía esperando;
mi corazón seguía en su duelo.
En una fatal tarde de octubre
por culpa del maldito dinero
mi amor de tierra todo lo cubre:
aquel terrible "ya no te quiero".
El mes de agosto de aquel estío, me sumió en el más espantoso hastío...
Adiós, mis amores primeros.
Amor que quedó en la estacada
porque así lo quiso el dios Eros;
eternamente recordada
cual amores más sinceros.
Adiós amor de adolescencia.
Amor que se licuó como hielo.
Amor de la mala conciencia.
Amor de llanto y desconsuelo.
Amor que no tuvo clemencia.
Quedaste en mi mente tatuada
cómo el más hermoso paisaje;
y aunque mi esencia fue burlada
al beber de aquel tu brebaje,
por siempre ya inmortalizada.
Recordada con mil poemas,
que serán silentes testigos
de mis afligidas condenas.
Asumiendo fiel mi castigo,
quedo preso en estas cadenas.
Estos versos salieron de lo más profundo de mi estro, y aunque parezcan siniestros, juro y lo demuestro, que no la maldije; que por ella recé un Padre Nuestro.