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No sé cómo ocurrió, ni cómo dejé que ocurriera 3

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Observaba como Raúl subía las escaleras cargado con mi hija. Mi marido se quedó abajo en el salón y puso la televisión acomodándose en el sofá.

Yo ascendía las escaleras muy despacio con mi cabeza en otro sitio. Iba pensando en lo que había sucedido en el coche quince minutos antes. ¡No salía de mi asombro! Entre el cansancio producido por la tensión pasada, la excitación del momento (todo hay que decirlo) y el punto de desinhibición producido por el alcohol ingerido, se había creado en mi cabeza un torrente de pensamientos, en el que a pesar de ver que lo que había dejado que sucediera dentro del coche, con el amparo que daba la noche, podía haber acabado muy mal para todos (especialmente para mí), la sensación de peligro, el morbo de la situación, hacía que cada vez que venía a mi mente sintiera una punzada de placer en mi vientre.

Entré en la habitación de mi hija dispuesta a acostarla. Raúl la dejó tendida sobre la cama y yo la arropé muy despacio acariciando su cabello. Inclinándome sobre ella la besé cariñosamente.

Salí de la habitación y me dirigí muy despacio hacia el cuarto de baño. Notaba esa inseguridad que da el alcohol cuando el cuerpo va asimilándolo poco a poco. Entré en el baño y entorné la puerta. Me senté en la taza y empecé a eliminar lo que había ingerido en una cantidad muy satisfactoria para mi cuerpo. Después me senté en el bidet, subí mi vestido y me quité el tanga que colgaba de la parte delantera.

He de decir que en ese momento estábamos solos en la parte de arriba, Raúl y yo. Mis suegros tienen su dormitorio en la parte de abajo de la casa y así se ahorran de subir y bajar, con la edad que ya van teniendo pensaron que era lo mejor para ellos.

Comencé a lavarme muy despacio, saboreando el momento e intentando sacar de mi coño, la leche de mi sobrino que junto con mis fluidos vaginales se habían resecado llenando mis labios y vello púbico, dejándolos sucios y pegajosos.

Notaba mi clítoris y mis labios vaginales todavía inflamados con lo que el pasar mi mano sobre ellos hacía que algunos espasmos aparecieran en mi vientre.

Mientras estaba sentada concentrada en lo que estaba haciendo, se abrió la puerta y entró Raúl que sin apenas mirarme se acercó a la taza y bajando su pantalón corto del pijama sacó su polla y se dispuso a mear.

—¿Qué haces? —Le dije en voz baja.

—¿Estás loco o qué? ¡Mi marido podría subir en cualquier momento!

Le dije esto mientras observaba como empezaba a mear, sin hacerme caso, con su polla, que aun estando morcillona llamaba mi atención tanto como la primera vez que se la vi.

Una vez acabado de mear se la sacudió y sin guardársela se volvió hacia mí que no salía de mi asombro.

—Límpiamela! Me dijo ya muy cerca de mi cara.

—Sal de aquí por favor! —Le rogué en voz baja presa del pánico de ver que mi marido podía subir en cualquier momento.

—Hazlo y me voy! —Siguió insistiendo.

Cogí agua con mi mano en intenté lavársela un poco. Se echó hacia atrás de golpe.

—Nooo! ¡Así no! ¡Con la boca!

—Y una mierda! —Le dije, saliéndome del alma.

—Tú misma! ¡No me voy hasta que lo hagas!

Presa del miedo y por qué no decirlo, también de la excitación al ver su polla tan cerca de mi boca y olvidándome de donde estaba, la agarré por el tronco, la acerqué a mi boca y empecé a lamer su cabeza muy despacio, saboreándola.

—Mírame a los ojos mientras lo haces! ¡Déjamela limpita y dale las gracias por el polvo que te ha echado hace un momento!

Poco a poco iba creciendo de nuevo y debido al tamaño que iba tomando iba llenando mi boca por completo engullendo su glande y un poco más que hacía que la respiración del chico fuera en aumento.

—¡Eso es, compórtate como la puta que eres Laura! ¡Esto solo será el principio! ¡Cada vez que te lo diga estarás dispuesta para que te folle! ¿Lo entiendes?

—¡Mírame mientras me la chupas! ¡Y contéstame a lo que te he preguntado!

—¡Lo entiendes! ¡A partir de ahora serás mi puta y estarás dispuesta para mi cada vez que te lo diga! ¿Lo entiendes?

Todos sus insultos hacían que mi coño comenzara a mojarse de nuevo en vez de enfadarme. ¡Estaba en las manos de este ¨macarra¨ y me encantaba! Nunca había estado tan cachonda.

 Su polla estaba en todo su esplendor y eso producía en mí un orgullo desmesurado. Saber que atraía a ese joven, a pesar de poder ser su madre, producía en mí una excitación difícil de explicar.

—Contéstame! ¿quién eres?

—Tu puta! —Le dije mirándole a los ojos e introduciéndome su polla hasta el fondo de mi garganta hasta sentir una arcada que hizo que rápidamente la sacara de mi boca y la guardara en su pantalón corto del pijama.

—¡Que no se te olvide! —Dijo saliendo del baño y yendo hacia el fondo del pasillo donde estaba su habitación y dejándome con el rabillo de mis propias babas cayendo por mi barbilla.

Al momento oí como se acercaba mi marido que al verme así sentada en el bidet y con la boca algo desencajada se sonrió y volvió hacia nuestra habitación dejándome allí con mi excitación y mi miedo debido a lo poco que había faltado para pillar a Raúl dentro del baño conmigo en esas condiciones.

—Cierra la puerta anda! ¡No vaya a entrar alguien y te pille así Laura! —Me dijo llamándome la atención cariñosamente (como siempre hacía, era raro verlo enfadado). Esto hizo que el remordimiento apareciera de golpe al estar engañando a mi marido de esa manera y casi delante de sus narices. ¡No se lo merecía!

Salió del cuarto de baño en dirección a nuestro dormitorio y yo conseguí reponerme del momento vivido y secarme. Bajé mi vestido y sin bragas me dirigí a acostarme sintiéndome muy cansada.

Me desnudé muy despacio mientras notaba la mirada de mi marido pendiente de mis movimientos. Me puse un pijama cortito y arriba dejé mis pechos sin sujetador mientras notaba como mis pezones se endurecían por momentos. Estaba muy cachonda todavía y mi mirada se dirigió hacia la entrepierna de mi marido donde se veía claramente en qué estado lo había puesto con mi cambio de ropa.

Sin decirle ni una palabra y ante el asombro de Gustavo, le bajé el pantalón muy despacio, dejando salir su polla que ya estaba dura como una piedra. Me agaché y empecé a lamerle el glande después de descapullarle y poco a poco lo introduje en mi garganta sintiendo como mi marido me sujetaba la cabeza contra su polla jadeando ante la sorpresa que le estaba dando y no creyéndose lo que estaba pasando. Comencé a chuparle la polla muy despacio mirándole a los ojos mientras lo hacía. Le daba lametones y chupaba su cabeza como si fuera un caramelo esperando recibir de un momento a otro mi trofeo. La engullía hasta el fondo de mi garganta notando como de vez en cuando venía alguna arcada que hacía que mi excitación fuera cada vez a más hasta que empecé a notar las contracciones y a mi marido jadear en voz baja intentando sacarme su polla de mi boca ante la llegada de su corrida. No lo dejé. Me agarré a su culo y seguí chupando cada vez más fuerte hasta que sentí como aquél rabo escupía su carga dentro de mi garganta y yo tragaba y tragaba hasta más no poder, sintiendo como se me escapaba por la comisura de mi boca el resto de su leche.

Una vez acabado, limpié su polla con mi lengua y se la guardé en su pantalón del pijama. Le di un beso en la boca y me apoyé en su pecho con la sensación del deber cumplido. Era como si le hubiera pagado la traición de esa noche con una mamada. Noté como mi marido no acababa de creerse mi comportamiento (cuantas veces había intentado que hiciera lo que había acabado de suceder), cuanta insistencia y ahora yo sola había hecho realidad una de sus fantasías. Me sentía muy bien. Mis remordimientos habían quedado en otro plano. Una Laura nueva había empezado a aparecer. Lo que no sé es hasta donde sería capaz de llegar ni las cosas que estaría dispuesta a hacer o a dejarse hacer. Se durmió. Un sueño muy profundo y placentero. Mañana sería otro día y además estaba de vacaciones.

Desperté a eso de las once al oír como Laura, mi hija, me llamaba con insistencia. Fui a su habitación con la cabeza muy embotada y sintiendo una punzada en las sienes fruto de la resaca de la bebida de la noche anterior. Me senté en el borde de la cama mientras mi hija no paraba con su verborrea que hacía que el dolor de cabeza, lejos de amainar, aumentara.

Bajamos hasta la cocina en busca de lo necesario para el desayuno de la niña. Leche con cereales para ella y un café muy cargado para mí. Seguía con mi pijama cortito y sin sujetador, que hacía que mis pechos, aún firmes a pesar de la edad que ya iba cogiendo, sobresalieran sobre todo mis dos pezones que apuntaban hacia fuera como si trataran de perforar la camiseta.

Con el escándalo de la niña apareció mi suegra que estaba en el jardín. Saludó a la niña y después de ver mi aspecto noté una sonrisa que daba a entender que comprendía lo que pasaba por mi cabeza.

Sonó el timbre del portón de la entrada a la parcela. Mi suegra cogió el telefonillo y preguntó quién era. Ante la respuesta recibida y dirigiéndose a mí, dijo:

—¡Es Gema! ¡la chica con la que Raúl se fue al camping! —dijo mi suegra.

—¿Qué querrá tan temprano? ¡Desde luego esta juventud no se cansa!

La chica entró y dando los buenos días preguntó por Raúl. Mi suegra le dijo que estaba acostado todavía. Ante la insistencia de la chica subió a buscarlo.

Mientras mi suegra subía en busca de Raúl observé con disimulo a la chica que estaba jugueteando con mi hija mientras esperaba la bajada del joven. Vi que llevaba una minifalda muy cortita y una camiseta que resaltaba sus pechos dispuestos a reventarla, con la presión que ejercían, al estar dentro de una prenda tan estrecha.

La verdad es que la condenada era sexy y además era muy guapa. Imaginé lo que haría con Raúl cuando estuvieran a solas y noté una punzada sobre mi vientre. ¡Estaba celosa de una cría!

De repente caí en la cuenta de cómo iba vestida. Sin bragas, sin sujetador. Estaba en mi casa. Pensé para mí: ¡vamos a ver quién llama más la atención del macho! Esta niñata con sus tetas a punto de romper la camiseta o yo que podría ser su madre.

La cocina del chalet tenía una encimera que separaba el salón de la cocina y allí quedé apoyada mientras oía a mi suegra hablar con Raúl y regañarle ya que bajaba como siempre con su bóxer y su camiseta de tirantes.

Al llegar al piso del salón, Raúl con voz adormilada todavía, saludó a la chica y después de dirigirme una mirada que no supe descifrar y que hizo que mis pezones se endurecieran un poco más de lo que ya estaban, salió hacia el jardín acompañándola sin dejar de tocarse su entrepierna que estaba a media erección y aun así impresionaba. ¡Dios! Una sensación de cosquilleo empezó a recorrer mi vientre descendiendo hasta mi sexo haciéndolo palpitar. Me comportaba como una adolescente cada vez que lo veía cerca de mí. Sin moverme de mi sitio observé como mi suegra cedía a los deseos de la niña y salía con ella al jardín del chalet.

Desde mi posición veía también a los dos jóvenes como hablaban y reían. La chica no paraba de rozar su cuerpo con el de mi sobrino que ya apenas podía contener la erección de su polla que amenazaba con asomar por encima del calzoncillo. La chica no dejaba de coquetear con él, ante la complacencia del muchacho y el cabreo, que poco a poco, iba naciendo dentro de mí, ante el acoso sin cuartel de la niñata.

De repente la chica se puso de puntillas y apretando sus pechos contra el cuerpo del joven estampó un beso en su cara y salió del recinto sin dejar de mirarle y diciéndole con la mirada lo que estaba dispuesta a dejarle hacer cuando estuvieran a solas.

Raúl se giró y sin detenerse se dirigió hacia la entrada del salón. Mi cabreo y yo, permanecíamos en la misma posición en que estábamos desde que había bajado esa mañana. Apoyada en la encimera con mi cuerpo echado hacia delante sin dejar de mirar a mi sobrino que, con su sonrisa de autosuficiencia y su empalme, bastante notorio en su bóxer, se dirigía hacia donde yo estaba.

Mi suegra seguía en el jardín, sentada en una hamaca viendo como Laura jugaba en su casita situada en el patio de la casa.

Sin girarme hacia él, vi como abría el frigorífico y cogía el brik del zumo y daba un largo trago resbalándole un poco por la comisura de los labios. ¡Dios! No podía dejar de mirarle el bulto que se marcaba en su entrepierna.

—Buenos días Tía Laura! Me dijo con esa sonrisa que me desarbolaba.

—¿Qué tal has pasado la noche? ¡Anoche nos pasamos un poco!

Capté la doble intención de su comentario. Notaba mis tetas cada vez más duras. Mi chocho empezaba a humedecerse. ¡Estaba como loca!

—¿Qué quería esa putilla? ¡Le ha faltado quitarse las bragas y dártelas! Le dije bebiendo un sorbo del café.

—¿Estás celosa Tía Laura? ¡Tú no hace falta que te quites las bragas! Dijo acariciándose el paquete y mirando detenidamente hacia mi entrepierna.

—¿Celosa yo? ¡Esa golfilla no me llega ni a la suela del zapato! —Le dije enderezándome, siguiendo apoyada donde estaba y mirándolo descaradamente.

—Ah no! —Dijo acercándose cada vez más a mí.

—¿Y tú como lo sabes? —Dijo poniendo su mano en mi cadera.

—¿Pues porque yo sí sé cómo tratar a un hombre y a ella todavía le falta un poco, no crees? —Me oí decir sin dejar de mirarle a la cara mientras su cuerpo rozaba el mío ya sin apenas espacio entre los dos. Di un trago a mi café y eché un vistazo por la ventana de la cocina hacia el exterior donde permanecían sin moverse mi suegra y mi niña.

—Vamos a ver si es verdad que sabes cómo tratarme Tía Laura! —Dijo mientras agarraba mis nalgas y atrayéndome hacia él, restregaba mi cadera contra la suya haciéndome notar como estaba en ese momento.

Le empujé hacia atrás y le di una bofetada que se oyó en toda la casa dejándole parado de momento y a mi jadeante con lo que acababa de hacer.

—¿Te piensas que me tienes en celo igual que a esa putita? ¿Qué puedes follarme cuando quieras? —Le dije con toda la rabia de la que fui capaz.

Sin decir una palabra me cogió del pelo y echó mi cabeza hacia atrás metiendo su lengua dentro de mi boca. Ante la sorpresa de su acción y el verme sujeta sin poder hacer mucho más que dejarme hacer, forcejeé con él mientras no dejaba de meter su lengua hasta los últimos rincones de mi boca mientras su mano izquierda entraba dentro de mi pantalón del pijama y llegaba hasta mi coño que no opuso resistencia a su entrada debido a la humedad que reinaba en él desde hacía bastante rato. Metió su dedo hasta el fondo de mi vagina y entre eso y el beso tan intenso mi cuerpo empezó a dejarse hacer sujetándole la mano para que no la sacase de donde estaba.

Mi respiración comenzaba a agitarse mientras mi pecho subía y bajaba cada vez más rápido sintiendo el bamboleo de mis pechos con la excitación. En un momento de lucidez miré de nuevo hacia el jardín comprobando que todo seguía como estaba un rato antes. Mi suegra y mi hija seguían cada una a lo suyo.

De repente sacó su lengua de mi boca y sin soltarme de ninguna de las dos partes de las que me tenía cogida, muy cerca de mi cara, me dijo muy despacio:

—¡No me levantes la mano de nuevo! ¿Me oyes puta?  ¡Haré contigo lo que se me antoje cuando y como quiera! ¿Me oyes? ¡Contéstame! —Mientras su mano seguía hurgando en mi coño y yo notaba como poco a poco me deshacía de gusto.

—¿Lo ves zorra? ¡Tienes el coño empapado como una perra en celo esperando que la monten!

El lenguaje que utilizaba llegaba hasta mi cerebro y en vez de incomodarme, hacía que mi excitación aumentase, que todo lo que había deseado hasta ahora se convirtiera en realidad, que dejara de ser tan metódica y que hubiera alguien capaz de poseerme, capaz de hacer conmigo lo que quisiera sin pedirme permiso y ese momento había llegado. Este ¨macarra¨ adolescente estaba sacando de mi lo que ningún tío había conseguido.

De repente sentí como tiraba de mí hacia abajo y me dejaba arrodillada delante de su entrepierna. Bajó el calzoncillo y apareció lo que me había puesto tan loca desde el momento en que la intuí aquella mañana de mi llegada. Su polla dura, apuntaba hasta llegar casi a su ombligo dejándome ver, ahora sí, todo su esplendor esperándome.

—¡Ahora zorra demuéstrame que quieres que te perdone! —Me dijo apuntándome con su rabo congestionado y surcado por un cúmulo de venas que sobresalían de su piel y un glande redondo y mojado por el líquido seminal.

Abrí mi boca y empecé a lamerle el prepucio sin tocarle, con las manos sin despegarlas de mi cuerpo. Intentaba meterla poco a poco dentro de mi boca. Empecé a chupar su cabeza, estaba como una adolescente en su primera mamada. Le iba a demostrar a este imbécil quién la chupaba mejor si la niñata o yo, una mujer hecha y derecha. Sin querer había entrado en una competición absurda. ¡Esta polla es mía! Pensaba para mí mientras la introducía en mi garganta hasta donde podía, llegándome a dar alguna arcada que trataba de disimular como podía.

Agarré su tronco y mientras la mamaba, le pajeaba sintiendo como empezaba a jadear ante mi buen hacer, cómo iba entregándose y cómo sentía mi poder sobre él. Dejé de chuparla y seguí con la paja mientras veía cómo aparecía y desaparecía su glande dentro del prepucio con mi maniobra. Me escupí en la mano mientras no dejaba de mirarle a los ojos. Seguí apretando sus huevos con una mano mientras con la otra subía y bajaba. Cuando creía que estaba a punto de correrse y que cedería, me cogió de nuevo del pelo y tiró de mí hacia arriba. En vez de daño sentí una punzada de deseo en mi vientre al ver que mi macho me sugería otra cosa.

Cogió mi pantalón y tiró de él hacia abajo sin soltarme del pelo dejando mi coño al aire. Sin miramientos echó mi cuerpo sobre la encimera, aplastándome con una mano, mientras con la otra terminaba de sacar el pantalón por mis pies, abriendo mis piernas y dejando mi culo en pompa hacia él. Seguía controlando que nadie entrara y me pillara en aquella posición y medio desnuda. Acercándose a mí, dijo:

—Así me gusta verte! Esperando para que te monte, ¡cómo una perra en celo! ¡Esperando a su macho! ¡Que no se te olvide a quién perteneces puta, nadie te va a follar como yo! ¿Lo entiendes zorra?

Me dijo en voz baja mientras se agachó y comenzó a lamer mi entrepierna muy despacio. Subiendo desde mis labios hasta la raja de mi culo que abría con sus manos llegando a mi agujero que lamía con su lengua sintiendo lo que nunca había sentido. Mi marido no me había comido nunca el culo. El coño de vez en cuando y este ¨macarra¨ me estaba comiendo ambas cosas como si no hubiera hecho otra cosa en su vida. Empecé a gemir mientras metía su lengua dentro de mi chocho y lamiéndolo de abajo a arriba llegaba de nuevo hasta mi culo ensalivándolo. Gemía cada vez más seguido y más fuerte. Tenía una vista del jardín con mi hija corriendo de un lado a otro y mi suegra leyendo un libro en la hamaca. Ni sospechaban que me estaban comiendo el coño echada sobre la encimera de la cocina como a una vulgar ramera mientras notaba el frío del mármol sobre mis pezones y el calor que subía desde mi coño hasta mi vientre haciendo que mi cabeza empezara a desear que no parara nunca mientras sentía como metía su lengua dentro de mí, lamiéndome, bebiéndose mis fluidos, saboreándome... ¡era una sensación increíble!

Metió un dedo dentro de mi coño, hurgando en él hasta llegar hasta casi el cuello de mi útero. Lo sacó y acarició mi clítoris que ya estaba hinchado como un garbanzo. Con cada toque sentía un espasmo de placer que amenazaba con hacerme correr. Sacó su dedo empapado en mis flujos y acarició la entrada de mi ano. Entonces comprendí lo que pretendía hacerme.

Me giré a pesar de su mano apretándome contra la encimera. No me había gustado nunca que me hicieran nada por ahí. Mi marido lo había intentado alguna vez y no le había dejado.

—¡Noo…por el culo no! —Le dije a pesar de lo excitada que estaba.

El siguió a lo suyo sin dejar incorporarme. Sentí como metía su pulgar en mi coño. ¡¡Dioss!! ¡Me estaba matando de gusto! Sintiendo como con el otro dedo empezaba a empujar en mi esfínter mojándolo y a pesar de mi esfuerzo empezando a horadarlo. Me hacía daño, pero no cejaba en su empeño hasta que pasó la primera falange dentro.

Di un grito en voz alta temblando de miedo por si lo oía mi suegra o mi hija. Pero no oyeron nada. Sentí su dedo como entraba en mi culo muy despacio sintiendo un quemazón que no cesaba hasta pasado unos segundos en que mi esfínter se relajó un poco y dejó que entrara todo el dedo. Lo mantuvo ahí quieto y poco a poco comenzó un movimiento de fuera a dentro que al rato se convirtió en placer mientras mi coño estaba cada vez más húmedo y más mojado.

Raúl se incorporó y sólo dejó su dedo dentro de mi culo mientras yo empezaba a mover mis caderas hacia atrás buscándole.

—¿Te gusta verdad? Si es que eres una puta, ¡te calé el primer día que te vi con tu vestido de pija enseñándome las bragas en la cocina! Tranquila, otro día te follaré por el culo, no te preocupes. ¡Vas a estar soñando conmigo toda tu vida!

Bajo su bóxer y sin sacar el dedo de donde lo tenía apuntó hacia mi coño y pasó su glande por mi raja. ¡Dios! Estaba histérica esperando que la metiera dentro de mi coño.

—¡Métemela ya cabrón! ¡Vamos! —Le decía echando hacia atrás mi culo buscando su polla.

—¡Tienes prisa Tía Laura! —Mientras, sacó su dedo y empezó a empujar muy despacio dentro de mi chocho. Abriéndose paso lentamente y llegando hasta el fondo de mi vagina saliendo muy despacio de nuevo y de un golpe de cadera la metió de golpe. Al sentirla dentro de mí y sus huevos chocar con mi culo, abrí la boca como si me faltara el aire. mientras Raúl sin detenerse empezó a follarme cogiéndome de las caderas y empujando una y otra vez cada vez más rápido y más fuerte. Oía los golpes de sus muslos en mis nalgas con cada embestida. Oía mis gemidos y mi jadeo cada vez más fuerte. ¡Dios! ¡Qué gusto me estaba dando el cabrón! ¡Qué bien me follaba! Me daba igual que me encontraran, así como una puta encima de la mesa, solo deseaba correrme y hacer que se corriera.

Metió sus manos por dentro de mi camiseta y amasó mis pechos con sus manos mientras me empalaba y me decía lo buena que estaba y lo caliente que tenía el coño. Mi excitación llegó a su punto máximo y un calor intenso empezó a subir desde mi coño que palpitando lo lanzaba hacia mi vientre y éste hacia mi pecho, haciendo que llegara hasta todos los rincones de mi cuerpo mientras mis piernas flojeaban no manteniéndome de pie, si no llega a ser porque Raúl no me dejaba caer follándome como si le fuera la vida en ello y de repente un orgasmo intenso como nunca había sentido me invadió haciendo que de mi boca solo salieran frases inconexas y gemidos cada vez más fuerte sintiendo como mi hombre empezaba a gemir también y a acelerar sus embestidas, sintiendo como su polla empezaba a palpitar y mi coño recibía su leche que chocaba con las paredes de mi vagina, una y otra descarga, muy caliente mientras me dejaba caer sobre la encimera, con mi amante sobre mi cuerpo, empapados por el sudor del esfuerzo. Todos los poros de mi piel se habían dilatados.

Estuvimos un rato así. Su polla llenando mi coño sin querer salir, como si hubiera estado ahí toda la vida. Hasta que reaccionamos y la sacó de dentro sintiendo ese vacío, ya experimentado las veces anteriores, cuando la sacaba.

Subió su bóxer y guardó su polla. Yo todavía tardé un rato en reaccionar. Mis piernas no acompañaban las órdenes de mi cabeza. Sentía el semen de mi sobrino resbalar por el interior de mis muslos haciéndome reaccionar y agacharme y subirme mi pantalón del pijama que llevaba enrollado en un tobillo.

—¡No podrás pasar de mi Tía Laura! ¡Tú coño te lo pedirá cada vez que me veas! Nadie, recuérdalo, ¡te follara como yo! Nadie te hará sentir lo que sientes conmigo, que no se te olvide.

Diciéndome esto, se dio la vuelta y subió las escaleras mientras yo me quedé un rato más en la cocina con estas palabras en mi cabeza…

Esto era lo que yo había esperado tanto tiempo. Tan potente, tan peligroso, tan morboso, tan excitante, tan…desquiciante. Era verdad, mi coño solo pensaba en su polla y mi cabeza empezaba a aceptarlo también. Mi equilibrio empezaba a desmoronarse y no me afectaba como yo pensaba. No lo tenía programado y a lo mejor eso era lo mejor, dejarme llevar. ¡El peligro es que no sabía hasta donde!

CONTINUARA….

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PD: Dedicado a Carla por su comentario y por darme ideas para seguir con el relato… Gracias.

(9,00)