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La Soledad de los LLanos (Capitulo 10)

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CAPITULO X

LLEGO EL AUSENTE

Luis se detuvo para contemplar las llanuras del hermoso Estado de Tamaulipas. Había cabalgado cerca de un mes. Sus piernas no le respondían con eficacia. Un leve llanto brotó sobre sus ojos. El vaquero entonces palmeó el lomo de su caballo y le comentó:

-Ya llegamos amigo, ya estamos en casa-

Suspiró aliviado. La relajación cubrió su pecho. Se sintió completamente bienvenido, de vuelta en su hogar. Aún faltaban un par horas de distancia. Sin embargo, la tranquilidad inundó su alma. Venía haciendo cuentas en su cabeza. No tenía un solo peso en sus bolsas. Moría de hambre. Su jornada de regresó se la pasó mal comiendo y mal durmiendo. Fueron 21 días los que cabalgó y promedió alrededor de 45 kilómetros por cada atardecer. La sonrisa le embelleció su rostro.

<<no puedo creer por todo lo que he pasado y aquí estoy todavía>>

No le importaba absolutamente nada. Si era buscado, si lo perseguían de cerca o si escuchaba voces entre la maleza. Todo pasó a segundo término. Al fin estaba en casa. El muchacho divisó rancherías conocidas y su corazón le dio un vuelco enorme de emoción. Anhelaba ver a su familia y ya faltaba muy poco para reunirse con ellos.

***

El portón de la Hacienda El Rincón del Ébano parecía caerse de viejo. Su hogar estaba demasiado cambiado. Se notaba caído y abandonado. Le dio una punzada en el pecho el solo considerar que su familia ya no viviera allí. Al fin de cuentas se animó y tocó. Dentro de la Hacienda todo era un caos. Juanito corría por la plazoleta principal y chapoteaba en la pequeña fuente por el fuerte calor veraniego. Ramón llevaba las cuentas del rancho y se ayudaba con Don Pedro Ibarra. Doña Consuelo -aún joven- preparaba la comida y Consuelito se encontraba fuera de Los Ébanos enfocada en sus estudios.

Don Pedro atendió la insistente puerta. Toda la gente estaba ocupada en sus propios menesteres por lo que decidió quitarles el pendiente. Su asombro fue enorme. No lo podía creer. El hijo prodigo había retornado a casa. Todos los miembros de la familia habían considerado la posibilidad de que Luis estuviera muerto. Sin embargo, el tema era un tabú. Afortunadamente ese no había sido el caso.

-¿cómo esta Don Pedro, puedo pasar?-

El Capataz lo abrazó efusivamente y lo invitó a ingresar. No quiso guardarse la sorpresa y comenzó a gritar la llegada del ausente.

-¡ya llego Luis……. Ya llego Luis...!-

La familia entera dio un salto y paró inmediatamente de hacer sus actividades. Enseguida recibieron al primogénito. Doña Consuelo había escuchado bien los gritos, pero aun así preguntó a Jacinta González -esposa de Don Pedro- que era lo que sucedía. Ramón corrió rápidamente para ver a su hermano mayor. Después de atravesar varias habitaciones de la Hacienda pudo divisar a Luis en la pequeña explanada. Se fundieron en un emotivo abrazo y las lágrimas aparecieron por ambas partes. Doña Consuelo observó de lejos aquellos dos jóvenes que se abrazaban. Segundos después explotaría en feliz llanto. La madre también corrió para reunirse con ellos.

***

Platicaron en el comedor. Le explicaron a Luis que Consuelito se encontraba en Monterrey estudiando. Se alojaba con su tío Abraham Treviño. La meta de la única hija era convertirse en Maestra para impartir clases en las diferentes rancherías. Juanito por su lado no se preocupaba absolutamente por nada. De hecho, el no sufrió tanto la ausencia de su hermano mayor. Las ocasiones que preguntó por Luis le mintieron al decir que se encontraba trabajando en Estados Unidos.

***

La semana santa estaba a la vuelta de la esquina. Corría el primero de abril de 1934 cuando el fugitivo apareció en El Rincón del Ébano. El muchacho empezó a sentir confianza y dejó de tomar precauciones. Su mente así se lo pedía. Caminaba por su casa con la misma despreocupación y serenidad como cuando era niño. En poco tiempo iría al pueblo para visitar amistades y parientes. La gente en Los Ébanos estaba feliz por su regreso. Hacían todo lo posible para que sus visitas fueran lo más placenteras. Parecía político en campaña. Saludaba casa por casa y les dedicaba unos cuantos minutos a la gente de su pueblo. Su delirio de persecución disminuyó drásticamente. Sentía un gran apoyo de la comunidad y sabía que no lo dejarían solo en tiempos de tribulación. Así fue por varios días. La gente se informaba mediante la publicidad de boca en boca. Siempre sabían cuando algún regimiento, pelotón u operativo de la ley llegaba a Los Ébanos.

***

El miércoles 4 de abril de 1934 regresó Consuelito para disfrutar las vacaciones de semana santa. Entró descuidadamente a la hacienda y saludó a cuanta persona se encontraba. Así se comportaba de manera cotidiana. Primero saludo con una amable sonrisa a Jacinta González quien se encontraba regando las flores del jardín. Después tomó a Juanito de sus mejillas y le propinó un dulce beso. El niño hizo caso omiso y continuó jugando con el balero. La adolecente entró a su casa y con un grito despreocupado se hizo notar.

-¡ya llegue!-

La contestación fue inmediata. La matriarca de la familia le avisó que se encontraban en el comedor. Consuelito entró a dicho lugar y saludó a todos mientras dejaba una bolsa con libros en un buró. Nunca se percató de la presencia extra en la enorme habitación de piedra. La familia decidió no comentar nada y se pusieron de acuerdo mediante miradas cómplices. La joven tomó una silla para acompañarlos en la mesa y en ese momento sus ojos brillaron de sorpresa. Inmediatamente después del reconocimiento brotaron las lágrimas sinceras. El ausente se levantó veloz de su silla y confortó a su hermana con un tierno abrazo. Entre risas se dispuso a comentar sobre el exceso de lágrimas derramadas en su hogar.

-¡Que lloradera!-

***

Habían pasado nueve meses desde que Luis se embarcó en aquella misión suicida. Para la familia fue toda una eternidad. La posibilidad de que el muchacho desapareciera o fuese asesinado era enorme. Eso los hizo sufrir una tensión crónica. Se había enfrascado en un mundo donde la violencia, la traición, el peligro y las carencias estaban a la orden del día. No era secreto la razón por la que había abandonado la Hacienda. Su familia lo sabía y el pueblo también. Siempre tuvieron conciencia de esa situación. Sin embargo, nunca se imaginaron que el muchacho regresara sano y salvo. Luis no era bebedor, pero desde aquellas búsquedas de sus enemigos creció su gusto por el alcohol. Era la única manera de socializar y poder obtener información. Cada una de sus visitas al pueblo eran acompañadas de cerveza y cada vez que llegaba la cantina El Porvenir era recibido como un héroe.

<<¡es jueves! ¿todavía vendrá el Gato?>>

***

Paso la cuaresma en paz con su familia. En las mañanas se ponía al tanto de los negocios y acompañaba a Don Pedro y a Ramón. Por las tardes jugaba con Juanito y sostenía largas conversaciones con Consuelito. En las noches se reunía con toda la familia a las afueras del porche principal de la Hacienda. Allí disfrutaban de la brisa fresca sentados en mecedoras. Había noches donde todos se iban a dormir y Luis se quedaba solo con su Madre. Ambos conversaban sobre los sucesos increíbles que pasaron en la frontera y el occidente. El joven le pidió perdón por sus arrebatos extremos. El primogénito visitaba diariamente Los Ébanos sin señales de peligro. Bebía 3 o 4 cervezas en cada lugar que visitaba y retornaba a la Hacienda al atardecer. Un día invitó a Don Pedro a la Cantina El Porvenir. Sentía la necesidad de contar todas las peripecias y peligros que había pasado en sus andanzas. El Capataz accedió con gran amabilidad y se dirigieron al lugar de Don Melquiades. Allí fueron recibidos por muchos amigos a quienes saludaron cordialmente. Luis diferenció el ambiente de amistad que vivía en esta cantina. Contrastaba con el aroma negativo que se respiraba en las tabernas de Jalisco. Se sintió como Don Agapito por unos segundos. Analizó que sus condiciones como persona habían cambiado.

Pidieron una mesa ya que el lugar estaba repleto. Don Melquiades ordenó a dos de sus meseros que trajeran una mesa con dos sillas para los recién llegados. Luis y Don Pedro esperaron unos minutos mientras se realizaba la mudanza. Una vez sentados ordenaron dos cervezas y una botella de vino. Les ofrecieron la baraja para distraerse un poco pero el muchacho la rechazó. Tenía mucho que conversar.

***

Bebieron hasta casi entrada la noche. El joven explicó con lujo de detalle cada una de las situaciones por las que atravesó en aquellos lugares. El Capataz lo observaba atónito. Las anécdotas eran impresionantes. Auténticas hazañas de honor y justicia. No lo interrumpió en ningún momento. Lo dejó proseguir con su historia. Luis subrayó el hecho que solo había contado sus peligrosas aventuras a tres personas. Don Tolo, a quien recordaba con mucha tristeza. Su madre y el.

-¡no lo puedo creer¡- exclamó incrédulo el Capataz.

-así es Don Pedro- ratificó el muchacho.

***

La conversación se tensó al tocar el tema de la muerte de su padre. Los puntos de vista sobre la venganza se contrapuntearon. El calor de las copas estaba haciendo estragos en el muchacho. Sentía la aproximación inminente de un regaño. Las pequeñas puertas de la cantina rechinaron a las 10:00 de la noche. Los dos hombres que empezaban a discutir voltearon por curiosidad. Se percataron de la entrada de 3 músicos regionales. El acordeonista, el hombre de la guitarra con doce cuerdas -bajo sexto- y el músico del contrabajo o Tololoche. La música comenzó en buen momento. Los ánimos se calmaron un poco. El joven y el adulto esperaron callados la siguiente ronda de cervezas. Tan pronto el mesero les entregó las bebidas se dispusieron a retomar el tema delicado.

-yo solo te digo que todas esas hazañas de poco van a servir-

-¿qué me quiere decir con eso Don Pedro?-

-mira muchacho, te escuché sin interrumpirte, pero…. ¿De veras crees que con eso que hiciste las cosas volverán a la normalidad?-

-¡Don Pedro, esos hombres se lo merecían¡-

-¿Agapito también?- El silencio inundó al joven quien agachó la cabeza por un instante.

-¡pos si Don Pedro, Agapito también se lo merecía….. el aceptó que mató a mi padre!-

-¿y sabes porque?- cuestionó el sabio Capataz.

El joven poco a poco le perdía la paciencia a su hombre de confianza.

-¿De qué lado esta Don Pedro?- expresó algo alterado.

-solo te pregunto si viriguaste[1] algo antes de matarlos- comentó sereno Don Pedro. La calma retornó al joven.

<<todavía recuerdo esa frase “tú qué sabes lo que me hizo tu padre”… y me quedare sin saber>> sopesó el muchacho para después contestar su negativa.

-no, no averigüé nada-

-pos solo Dios- respondió el Capataz.

-Tengo que decirle algo Don Pedro-

-dime-

-no me está gustando su actitud- expresó con claridad el joven.

-son las cervezas mijo-

-¡no me llame mijo!- le recriminó airado.

La tensión pendía de un hilo. El momento se volvió estresante para ambos. Sin embargo, la siguiente discusión tendría una repercusión enorme en el muchacho.

-parece que no sabe todo lo que sufrimos desde que mataron a mi padre-

Al escuchar este reclamo, El Capataz no se contuvo y dejó escapar sus ideas al respecto.

-mira muchacho, no me vengas con esas chingaderas. El que dio la cara en los momentos más difíciles para tu familia fui yo… ¡incluso por encima de mi propia familia!-

-¿Entonces?... ¿Por qué me hace esas preguntas? ¿Que si virigue por que mataron a mi Padre?... yo no fui a resolver el caso, yo fui a encontrar a los culpables y hacerlos pagar- subió la voz el muchacho.

-nosotros te necesitábamos aquí… en la Hacienda… nunca te pedimos que nos abandonaras a medio trabajo, en plena crisis y con la sequía a tope, para que fueras a buscar tu “justicia”… nosotros no necesitábamos a un matón, necesitábamos al hijo mayor, responsable de los negocios y de su familia-

Luis se vio acorralado ante tal argumento.

-pos ahí estaba Ramón- respondió sin bases.

Don Pedro desacreditó la respuesta y le contestó lo siguiente:

-¡y lo abandonaste… como a toda tu familia¡-

El llanto se asomaba por los ojos cafés del joven.

-es que no podía permitir que se salieran con la suya-

-es que ya no estaba en tus manos mijo… ¡perdón, Luis!… Esas son cosas de Dios, lo que debiste hacer fue seguir al frente de la Hacienda, esperar tiempos mejores, esos cabrones tarde o temprano recibirían su merecido.- contesto con prudencia el Capataz.

-pero es que usted no me entiende- insistía el joven.

-yo apreciaba mucho a tu Padre, lo conocí mucho más tiempo que tu… Y te puedo asegurar que me dolió tanto su muerte, pero así son las cosas, la vida te golpeara hasta que ya no aguantes, no importa que tan grande seas o que tan rudo te creas, la vida se encargara de tumbarte con los golpes más fuertes… depende de ti, ¿si te levantas o te quedas tirado? ¡Esos son los verdaderos hombres, los que se levantan después de ser golpeados tan fuertemente!-

Los papeles se intercambiaron. Ahora era el propio joven quien escuchaba atónito. Sin querer estaba siendo instruido por un maestro sin título. Un hombre egresado de la escuela de la vida. De pronto una bella melodía distrajo aquel sensato momento.

Que hare lejos de ti, prenda del alma,

Sin verte, sin oírte y sin hablarte,

A cada instante intentare de ti acordarme

Aunque sea un imposible nuestro amor...

Ambos observaron la maestría con que tocaban aquellos músicos. Los dos tararearon[2] un poco la letra y como por arte de magia la música bajó la intensidad de la discusión nuevamente. Don Pedro le dio el frente al joven. Miró por segundos su tarro de cerveza y dijo de forma sabia:

-solo te preguntare una cosa Luis-

-adelante Don Pedro-

-¿Hay algo que hayas hecho últimamente que te haga sentir mejor?-

El joven se sintió muy incómodo con la pregunta. Volteó nerviosamente para ambos lados. Quería evitar que lo miraran. Segundos después movió negativamente su cabeza mientras una lagrima se asomó por sus ojos.

-no...- contestó decepcionado.

***

PREPARANDO LA ULTIMA MISIÓN

Las 2:00 a.m. marcaba el reloj central de la Hacienda. Luis deambulaba por toda la casa. Lo hacía silenciosamente para no despertar a nadie. Aquella charla con Don Pedro le abrió los ojos a una nueva filosofía de vida. Sin embargo, el daño ya estaba hecho. Solo por justicia divina se empeñó en terminar su trabajo. Planeó su huida de manera escueta y tranquila. De esta forma nadie se daría cuenta.

Tenía exactamente un mes de haber regresado a casa. No había una sola señal de peligro. Parecía que la vida le sonreía. Pero en vez de olvidarse decidió terminar su obra maestra. Solo quería asistir al baile por el festejo de la batalla de puebla y después se marcharía.

El fandango sería en un rancho muy cercano de la Hacienda. 5 kilómetros los separaban de Los Cedros. La Hacienda propiedad de Don Lorenzo Pérez. Este lugar se caracterizaba por tener una explanada central perfecta para amenizar bailes y eventos. El carácter fiestero de los dueños se acoplaba a la perfección para realizar toda clase de jolgorio[3].

En este recinto se llevaban a cabo, fiestas, bautizos, bodas y hasta reuniones políticas en tiempos electorales. Se corrió la voz que Don Lorenzo organizaba un baile con motivo del 5 de mayo -batalla de Puebla-. Los residentes de los Ébanos Tamaulipas y de los ranchos aledaños se preparaban para el magno evento.

***

El momento había llegado. El baile estaba a unas cuantas horas de iniciar. Mientras tanto en El Rincón del Ébano los jóvenes se alistaban. Luis y Ramón esperaban con paciencia a Consuelito. Como toda bella dama se demoraba excesivamente tratando de perfeccionar su cutis facial. Con el pasar de los minutos Luis perdía la paciencia. Se frotaba el rostro y se rascaba la frente. En cambio, Ramón hacía buen uso de su carácter tranquilo.

-¡cómo se tarda esta muchacha¡-

-tranquilo Luis, ya saldrá pronto-

No era la primera vez que Luis y Ramón tenían su momento personal. -uno a uno-. Sin embargo, fue hasta el día del baile en que Ramón se animó a expresar su sentir. Comentaban sobre lo indicado para transportarse al rancho los Cedros. Ramón mencionó que podían tomar prestado el vehículo Ford Modelo T 1918. Un vehículo viejo que tenían guardado en el granero. Curiosamente lo habían echado a andar meses antes. Luis argumentaba que prefería irse a caballo. De alguna manera se sentía más cómodo. Pasaron 15 segundos de pausa; Entonces Ramón rompió el silencio.

-¿Porque te fuiste?-

-¡ya lo sabes!- <<¿otra vez?>>

-lo sé, pero no lo entiendo- insistió el segundo hermano.

-sentía que era lo que debía hacer- contestó Luis con titubeos.

-¿y ya no lo sientes?- cuestionó profundamente Ramón.

-todavía lo siento así.- expresó sereno Luis mientras se alejaba.

-¡Eres un egoísta¡- exclamó Ramón. Luis se detuvo y le devolvió una mirada asombrada.

-no sabes lo que dices- comentó el hermano mayor.

-si se lo que digo- reafirmó su punto.

-¡ya no le muevas¡- se alteró el hijo mayor mientras Ramón continuaba sacando sus sentimientos profundos.

-¿Que nos quedó?...¡mataste a todos¡ ¿y qué? ¿Qué beneficio nos hizo?-

-¡No mate a todos¡- replicó Luis al momento que Ramón calló su voz.

-me faltó uno- retomó la conversación después de un breve silencio.

-¿y que harás?- preguntó temeroso Ramón.

-terminar lo que empecé-

Ramón no podía creer lo que escuchaba. Su hermano aún seguía obstinado en aquellas tareas anticristianas. Decidió rendirse antes que seguir discutiendo y terminó por aceptar con profunda tristeza que Luis no cambiaría.

-¿te irás otra vez?- preguntó con voz entrecortada.

-si- contestó cabizbajo el hermano mayor.

-¿Cuándo?-

-Aun no lo sé-

En ese preciso instante salió de su habitación la hermana consentida. Lucía un bello vestido blanco con falda azul bordada de listones claros. La sorpresa de sus dos hermanos fue placentera. La conversación terminó y la ternura volvió a los ojos de ambos muchachos. Rápidamente olvidaron aquella discusión.

-¡vámonos, avísenle a mama¡-

-¿en qué nos vamos?-

-¡en el carro¡-

***

EL BAILE EN EL RANCHO “LOS CEDROS”

UNA NOCHE PARA OLVIDAR

El sol empezaba a ocultarse aquel sábado 5 de mayo de 1934. Los tres hermanos arribaron contentos al baile[4]. Consuelito rápidamente se reunió con su grupo de amigas. Se encontraban despampanantes en la entrada del recinto. La Hacienda los Cedros poseía 800 hectáreas de terreno. La cabecera[5] se ubicaba a 2 kilómetros de la carretera a Ciudad Camargo Tamaulipas. El lugar estaba compuesto por una Mansión construida a base de adobe y piedra laja. Este material le brindaba una atmosfera fresca durante los tiempos calurosos y una confortante calidez en los pesados inviernos. Constaba de 4 enormes habitaciones que medían 6 metros de ancho por 15 de largo cada una. En la parte trasera se encontraba edificado un techo de madera que desembocaba en una colosal chimenea. Se utilizaba frecuentemente para los guisos al aire libre. Al lado de la chimenea se ubicaba una explanada como patio que era utilizada para organizar los eventos. Esta superficie medía el mismo largo de la hacienda -60 metros- por 20 metros de ancho. El cuadro estaba cuidadosamente barrido y limpiado para amenizar la fiesta como pista de baile. Al otro lado del terreno se encontraba una pequeña casa de 2 recamaras donde habitaban Roque Ramos y su familia. Ellos eran los encargados de las labores en los Cedros. En el extremo norte de la pista se localizaba una especie de granero donde se acondicionó como escenario para el trío musical. 

Las luces nocturnas corrían a cargo de 4 candiles colocados sistemáticamente. Su perfecta ubicación hacía que la poca luz se expandiera a su máxima capacidad sobre la pista. Una cuerda larga fue amarrada de la parte más alta en la Hacienda los Cedros; Atravesaba totalmente la pista hasta dar con la parte más alta de la casa de la servidumbre. Era la encargada de sostener dos lámparas centrales para mayor comodidad de los danzantes. Otro candelabro se encontraba al fondo. Hacía exactamente la misma función en la parte norte. La cuarta lámpara se colocó en la parte sur de la pista. Se acomodaron también 10 antorchas laterales para brindar mayor visibilidad.

***

Alrededor de las 7:00 p.m. llegó la gente de los poblados y ranchos vecinos. Se extinguían los últimos rayos solares. Una enorme multitud de personas se aglomeró en aquella Hacienda. Cada vez que alguien nuevo arribaba al lugar se saludaba afectuosamente con los presentes. De inmediato 3 músicos se encargaron de ponerle alegría y vida a la fiesta. El lugar ya contaba con 60 personas. Comenzaron tocando polkas[6]  y el ambiente se colmó de ánimo. Los insaciables bailadores dieron rienda suelta a sus habilidades. Enseguida levantaron polvo del suelo con sendos zapatazos. Ramón abandonó a Luis y se fue a saludar a varios amigos. Mientras tanto el hermano mayor hizo lo propio. Se dirigió a un pequeño tendajo improvisado y pidió una cerveza.

Con el pasar de los minutos la alegría aumentaba. Ramón conversaba amigablemente con 3 jóvenes mientras que Luis saludaba a cada vaquero que llegaba a la barra del tendajo. Dialogaban unos cuantos minutos y después se retiraban dejando al joven solo con su cerveza. Parecía contento y relajado. Media hora después fue rodeado por unos 6 hombres quienes lo bombardearon de preguntas sobre sus míticas hazañas. El joven eludía los cuestionamientos con destreza. Comentaba que todas aquellas historias eran solo mitos. Ramón observó a la distancia a su hermano. Se encontraba quieto cuando uno de sus amigos tronó los dedos en su cara. Le preguntó si estaba escuchando y Ramón se disculpó. Posteriormente los invitó a unirse con su hermano mayor para seguir la convivencia.

Consuelito se estaba pasando una tarde fenomenal. Después de sus arduos exámenes en la escuela era hora de quitarse la presión de encima. Disfrutaba de una gran charla con sus amigas Leticia, Romina y Carmen. Las miradas de aquellas traviesas jovencitas buscaban encontrarse con las de algún galán. Deseaban bailar toda la noche, Sin embargo Consuelito sabía de la intensa vigilancia a la cual era sometida. Ramón investigaba inquisitivamente cada 5 minutos. Luis por su parte quiso relajarse en ese aspecto. Para la sorpresa de Consuelito, su hermano mayor no la celó en ningún momento de la noche.

<<no voy a volver a ser el hermano celoso que no deja disfrutar a su hermana de una buena velada>>

Sonaron las primeras notas de la polka “Atotonilco”. Las parejas llenaron la pista al instante. Consuelo observó a sus dos hermanos muy tranquilos. Convivían con unos cuantos jóvenes. Se sintió sumamente contenta de ver a su familia completa de nuevo. De pronto giró su rostro y su mirada se encontró con la de un joven llamado Mariano Villanueva. El muchacho al percatarse de aquel cruce de vistazos le dirigió una amigable sonrisa. Fue correspondido agradablemente por la bella joven. Esta fue la señal para que Mariano se aproximara a la hermosa muchacha y la invitara a bailar. Notó que las cuatro amigas se hablaban en secreto mientras se aproximaba.

 <<tienen que estar hablando de mi>>. Sopesó el galán.

Ramón intuyó aquella movida intrépida del joven e hizo el intento por detener la situación. Sin embargo, una mano se posó en su hombro. Segundos después escucharía un sensato comentario.

-déjalos que bailen hermano-

-pero..- intentó defender su punto de vista.

-¡pero nada, tranquilo Ramón¡…. Si llega a pasar algo aquí estamos, ¿Qué no?- expresó con una sonrisa el hermano mayor.

-pos si-

Ramón se alegró de ver que su hermano también estaba en la jugada. Sopesó unos cuantos segundos aquella breve conversación y aceptó la propuesta de Luis.

Al llegar la estación cariñosa, donde alegres cantaban las aves,

Vamos, pues mi querida rosita, a escuchar esos dulces cantares…….

Aquel trio de músicos ejecutaba sus instrumentos de una manera excelsa. Prosiguieron su actuación con una melodía conocida como “La Pajarera”. De pronto -cerca de las 8:05 p.m.- un hombre se hizo notar entre aquella multitud de danzantes. Su mirada estudiosa estaba dirigida a la cantina improvisada donde se encontraba Luis y su hermano. La música continuaba y la alegría era notoria en la Hacienda los Cedros. Pero aquel hombre misterioso reflejaba un objetivo muy diferente.

Ramón y Luis se abrazaron tras varias cervezas ingeridas. El grupo de amigos aumentó hasta ser 12 personas en aquella platica amena. Las risas y los canticos sonaban por igual. Consuelito continuaba bailando con el Joven. Mientras tanto, el hombre misterioso volteó hacia atrás como si esperara a alguien. Enseguida aparecieron 3 hombres a su encuentro. Dialogaron con violentos aspavientos. Su lenguaje corporal era especifico. Aquellos hombres buscaban problemas. Sin embargo, no parecían ser los típicos borrachos “buscapleitos”. La seriedad de su semblante los hacía enigmáticos. No brindaban sonrisas a nadie. Algunos de los invitados intuyeron la presencia de hombres peligrosos. Lentamente les abrieron el paso mientras estos hombres avanzaban.

***

La música paró por un instante. Don Lorenzo Pérez exclamó unas palabras ante el público. Agradeció la presencia de todos e hizo una pequeña remembranza de los hechos heroicos ocurridos hacía 72 años en Puebla. Los aplausos retumbaron el recinto al mencionar el nombre de El General Ignacio Zaragoza. Entretanto, los hombres misteriosos rondaban la pista de un lado a otro sin dejarse notar sus rostros. Consuelito reclamó la presencia de sus hermanos con una seña. Segundos después se unieron con su grupo de amigas. Ramón y Luis dejaron por un momento a sus amistades para atender a la hermana consentida. Conversaban amistosamente con las jóvenes y durante aquella platica Luis pareció reconocer entre la multitud a un viejo “compañero”.

El hombre se le perdió entre el gentío. En ese momento Consuelito le presentó una de sus amigas a Ramón y de inmediato la invitó a bailar. Por otra parte, el hermano mayor cambió su semblante. La preocupación fue notoria. Esta situación fue detectada por su hermana y rápidamente lo cuestionó.

-¿Qué pasa Luis, parece que viste un fantasma?-

El muchacho -quien todavía forzaba su vista para cerciorase- no dio mayor importancia al hecho.

-no nada, es que parece que vi un amigo-

-bueno, ¿bailamos entonces?- sonrió Consuelito.

-pa luego es tarde-

***

Don Lorenzo Pérez presentó a un experto del Acordeón llamado Narciso Martínez. El músico se enfundó el instrumento presuroso y empezó por sacar las perfectas notas de una polka llamada “Concha”. Minutos después prosiguió con varios huapangos y redovas. Al fondo de la pista los hombres misteriosos nunca se acercaron a la luz. El nerviosismo de Luis aumentó considerablemente. Presentía que algo andaba mal pero no quiso preocupar a su bella hermana. Aquellos hombres se dispersaron; uno rodeó la pista hasta llegar al extremo contrario y se posicionó justamente abajo del candil. El segundo hombre hizo exactamente los mismo en la parte sur de la pista. Un tercer hombre caminó disimuladamente cerca de las antorchas y las fue apagando una por una. El último hombre misterioso se adentró entre los danzantes y caminó a paso lento. Se perfiló en busca de alguien. Quitaba irrespetuosamente de su camino a las parejas. Su rostro no mostraba señal de dudas. Había encontrado a su objetivo. Se situó en el centro de la pista, debajo de los dos candiles principales. Su mano derecha se escondía entre su abrigo mientras que alzaba la izquierda señalando al cielo con los dedos.

Que tienen esos ojitos, porque me miran así,

 se me hace y se me afigura que me saludan a mi

Un vals llamado “huerto de dalia” comenzaba sus letras mientras los danzantes se abrieron paso. Estos movimientos produjeron un hueco donde finalmente se encontraron las caras. Ambos se reconocieron al instante. Para Luis todo se envolvió en un silencio aterrador. Había confirmado su nefasta sospecha. La mano del “reconocido” enemigo bajó repentinamente. Esto fue una especie de señal para dar inicio a un auténtico infierno.

***

El joven vaquero se encontraba totalmente pasmado. Observó como aquel hombre bajó ferozmente su mano izquierda y al momento sacó su pistola con la diestra. El estado hipnótico de Luis no le permitió reaccionar. Su hermana lo observó confusamente mientras bailaban. De pronto, media docena de disparos aturdieron la noche y todo se volvió obscuridad. Los siguientes minutos fueron de terror. Aquellos hombres habían disparado los candiles y la luz se extinguió por completo. Los gritos ensordecedores de los invitados perturbaron el control mental de la masa. El infierno se desató en el Rancho Los Cedros. La obscuridad los envolvió totalmente. Los disparos retumbaron por todos lados mientras el caos imperaba entre la gente. Solo se podían observar las ráfagas asesinas de aquellos Winchester y Mausser. La contestación era igualmente tenebrosa. De pronto aparecieron otras ráfagas de revolver entre la obscuridad. Eran destellos diabólicos que se presentaban desde diversos puntos de la Hacienda. Tras un momento de conmoción Luis reaccionó. Sacó sus dos pistolas y siguiendo las luces de las ráfagas disparó a toda persona que estuviera armada. Hasta este punto cualquiera podría ser el enemigo. Las siluetas infernales de aquellos hombres aparecían cada vez que detonaban sus armas. Durante esas diminutas apariciones se podían apreciar rostros totalmente endemoniados que buscaban acabar con la vida del joven.

El muchacho sintió otra vez aquella rara presencia. Inexplicablemente le brindaba una seguridad inaudita. La gente corría por todos lados tratando de escapar o de esconderse de aquel combate atroz. Luis por su parte se defendía como gato boca arriba. La pelea se dio en un entorno incómodo. Había demasiada gente en la pista y los choques eran constantes. Todo mundo buscaba refugio a ciegas. El joven vaquero sentía como caían cuerpos a su alrededor durante la horrenda balacera. Su instinto de supervivencia lo substituyó por el de protección. Dejó el combate y buscó desesperadamente a sus hermanos. Las detonaciones fueron bajando de intensidad. Esto lo aprovechó el muchacho para gritar con todas sus fuerzas. Desafortunadamente su voz se confundía entre otro centenar de voces que gritaban presas del terror.

-¡Consuelooooo, Ramónnnnn! - <<¿Dónde demonios están?>> sopesaba intranquilo.

-¡Ramonnnnnn… Consuelooooooo! - Insistía desesperadamente.

Un lamento escapó de su boca. Lágrimas angustiosas brotaron del joven quien caminaba entre la obscuridad. Su visión ya se había adaptado al ambiente, pero no lograba localizar a sus hermanos. Los disparos finalmente habían terminado. Sin embargo, los gritos continuaban aturdiendo el ambiente. Un fuerte crujido de vidrios se escuchó a la distancia. Parecía ser un combate frontal a puñetazos. Las groserías de dos o tres valientes desafiaban a aquellos cuatro forasteros. Luis eludió esa confrontación. Tenía otras prioridades en mente.

El trote de muchísimos caballos reafirmaba el escape de algunos afortunados. Sin embargo, Luis continuaba sumido en su desesperación. Pidió clemencia al cielo y oró fuertemente por sus hermanos. Inexplicablemente un bulto obscuro gritó su nombre.

-¿eres Luis de la Garza?-

-si ¿quién eres tú?-

-¡no importa, pélate[7] compadre, esos pelaos vienen tras de ti y aquí andan todavía, corre por esta dirección, allí encontraras caballos para escapar¡-

-¿pero mis hermanos, los has visto?- insistió el muchacho.

-¡ellos ya se fueron¡.. un muchacho llamado Mariano se los llevó, órale, ¡huye de aquí!- exclamaba la sombra.

-¿pero quién eres tú?-

-¿no pediste ayuda?- contestó el extraño.

El bulto obscuro palmeó la espalda del muchacho y posteriormente se marchó. Luis quedo conmocionado por unos segundos y después se golpeó su cabeza. No tuvo la más mínima duda. Esto había sido intervención divina. Elevó su rostro al cielo y agradeció rápidamente por el inexplicable suceso. Sabía que no tenía tiempo para sentarse a orar. Entonces corrió entre los matorrales y alcanzó a observar varios caballos amarrados. Sin pensarlo tomó uno de ellos y se perdió entre la obscuridad.

Próximamente el Capítulo 11...


[1] Averiguaste.

[2] Seguir el ritmo de la música o de una melodía con el desconocimiento de la letra.

[3] Fiesta, alboroto, arrebato.

[4] Palabra con que se describía al evento realizado para el esparcimiento de los pueblos en el noreste de México.

[5] Término utilizado en el argot campirano para describir el lugar donde se concentra exactamente la casa, Hacienda o Rancho, dentro de un radio determinado de monte o llanura.

[6] Danza originaria de Polonia, muy popular durante el Siglo XIX, ahora parte de la música popular del norte de México. Generalmente conformada por acordeón y bajo sexto –guitarra de doce cuerdas- sin canto alguno.

[7] Escapa rápidamente.

(8,86)