Nuevos relatos publicados: 13

Noche Blanca

  • 10
  • 9.787
  • 9,40 (5 Val.)
  • 2

Saliste de tu casa con rumbo a mi cabaña. A nadie le dijiste de mí, a nadie le confesaste que hoy seria tu primera vez. Eras apenas una niña de 18 años. Tu virginidad me la entregarías hoy, poco sabias de mí. Apenas yo sabía de ti.

De mí conocías lo que yo quise contarte. Unas palabras mías y ya te decías enamorada de mí.

«¡Que tonta! ¿Enamorada? ¡Qué niñata!»

Tú eras parte de mi juego, te seduje con la mirada, con palabras llenas de pasión, ¡Con toqueteos amorosos! Poco a poco logré desenredar tus pantanos de hielo.

—Me gustas mucho, pero no puedo acostarme contigo —Me dijiste una vez

—¿Por qué no? Te llevare al cielo. No puedo creer que en pleno siglo XXI te niegues a tener sexo por placer.

—No es eso.

—¿Entonces?

De nuevo esquivaste la mirada. Hice que levantaras la cara y te  besé apasionadamente. Ya rompería tus barreras. Los motivos no me importaban.  

Quería llevarte a la cama y a como diera lugar lo lograría.

Te conocí en una noche de antro. Estabas con Ismael, un amigo de la secundaria. De inmediato noté en tus ojos tu deseo, sonreí para mis adentros. Eras una niña jugando a ser grande; tú pelo castaño por debajo de los ojos y esos ojos de tigresa me gustaron mucho. Pero no era suficiente: Tus senos no estaban muy desarrollados, además de que se te notaba una actitud infantil y exagerada en todo lo que hacías. No eras nada del otro mundo, pero la manera en cómo me miraste subió mi ego hasta el cielo.

Sí, era un soberbio y un seductor. Era guapo, no al grado de parecer un modelo, pero más de una mujer se deleitaba mirándome cuan alto y semi marcado tenía mi cuerpo; producto de muchas horas en el gimnasio. Además de que cuidaba mi manera de vestir. Yo estaba cerca de los treinta años y con una amplia cuenta de parejas en mi cama. Tu inocencia me gustaba, sería como cazar a un cervatillo dulce y tierno.

Te sonreí. Además de esto y unas cuantas palabras bastaron para que cayeras presa de mi instinto y mis intenciones lujuriosas. ¡Bailamos! Te susurré al oído cosas apasionadas y románticas. Te toqueteé con disimulo, parecías rehuirlas pero al mismo tiempo estabas encantada con mi presencia.

Sin embargo no hiciste caso a mis insinuaciones de irnos a la cama. Enfadado, te dejé por otra chica, ella se mostraba más gustosa de mis encantos, además que no era tan niña. Terminé con ella en un motel:

La borrachera hizo que mi virilidad se descargara con la chica: Como con todas. Diez minutos sin ropas, acariciando y besando terrenos ya explorados: Tenía un cuerpo como todas las mujeres que había visto. La excitación hacía ver senos enormes, cuerpo apetecible y una flor que sería la encargada de beber mi instinto blanco. Un torrencial de lujuria se descargó en pocos segundos.

Dormí con ella a su lado pero desperté y vi una mujer común y corriente. Hasta asco me dio, todo fue un arrebato de instintos carnales. Me salí dejando a esa muchacha dormida, desnuda  y con un billete de los grandes en la cama.

Era un cínico. Desde que conocí el sexo, me deje arrastrar por cuanta oportunidad se me  diera. En ocasiones me cuide, en otras lo olvidé. Y ahora cargaba con las consecuencias.

A la semana siguiente, volví a encontrarte en el mismo lugar, de inmediato te acercaste con la misma sonrisa y tus ojos brillantes.

«La misma mojigata». Pensé.

Intenté evadirte, pero tú estabas como una mosca siguiéndome. Mire a todos lados buscando a alguien con quien escabullirme. Pero aparentemente la mala suerte estaba de mi lado.

—No te convengo —Te dije agobiado.

—Tú no lo sabes. Pero si me encantaría conocerte más.

Sin algo más interesante por hacer comencé a platicar contigo. Algo de ti me llamó la atención. Eras inteligente a la par que sensible. Bailamos de nuevo, un beso, una caricia. Sonreí con picardía «Una niña difícil, mejor será la caza»     .

Nos despedimos afuera de tu hogar con un cándido y muy elocuente beso. «¡Eres mía! » me lo dije mientras acariciaba tu entrepierna, y rozando con placer ese lugar “prohibido” que pronto comería ¡O dejaría de llamarme Oscar!

Nos citamos varias veces. Era lo mismo de siempre: salidas al cine, platicas con un café de por medio y mil cosas más que acostumbraban a hacer las chicas de tu edad.

—¿Por qué no me dejas amarte?  —Te pregunté un día en medio de un apasionado beso que rozaba los límites de lo permitido.

—Porque… porque…  —Titubeaste— .Yo quiero hacerlo con amor, el sexo por el sexo no me va ¡Y yo te amo!

—Eso debería de bastar.

—Pero tú de mí no lo estas. No quiero ser solo una aventura.

Decidí ya no seguir con aquella conversación. Tornaba con llevar una relación  seria. Algo que yo no quería de ninguna manera. Quise seguirte besando, mi mano para ese entonces jugaba peligrosamente con tu entrepierna.

—Espera Oscar — Te retiraste azarosamente  —.Espérame por favor.

—Si no quieres estar a mi manera, estoy perdiendo el tiempo— Te miré Molesto.

Esos ojos cristalinos surcaban lágrimas en busca de compresión. Pero duro como una roca, te deje en tu casa con un escueto adiós.

Seguía con mi vida: más mujeres, más copas de vino y ¡Mucho sexo! Era un mujeriego en todo el sentido de la palabra. Pero… últimamente ya no me sentía tan pleno. De alguna manera en mis pensamientos te estabas metiendo. Al cabo de un tiempo las visitas eran mas frecuentes.

—Elisa no quiere acostarse contigo ¿No lo entiendes? —Me dijo un día un amigo —.Olvídala. Déjate de citas, pierdes el tiempo. Búscate otra, hay miles allá afuera.

—Te equivocas. Esa niña está enamorada de mí. Y será un juego divertido.

—¿Tan enamorada que hasta ahora se ha reusado a dormir contigo? ¡Ja!... Y oye, jugar con los sentimientos siempre es peligroso.

—¿Y tú no lo has hecho? —sonreí con ironía, mientras sorbía mi taza de café.

—Mira, solo ten cuidado con lo que haces.

—Parece que estuvieras enamorado de ella. —Seguí con mi ironía.

—¡Claro que no! Si lo estuviera ni siquiera te dejaría acercarte. Recuerda que ella viene de una familia bastante conservadora.

Lo cierto es que este juego comenzaba a cansarme: Traté varias veces de invitarte a mi casa, pero tú nerviosa primero aceptabas para luego decir que no. Más de una vez me desesperé: Todo no pasaba más que de escarceos sexuales que lo único que hacían eran excitarme. Me despedía de ti y tenía que descargarme con “una amiga”, o incluso yo solo.

¡Era agobiante! Pero por algún motivo no dejaba de frecuentarte. Esta historia se repitió más de un mes.

Por fin llegó el invierno. Por fin la nieve comenzó a caer. Tus padres tuvieron que salir de viaje. Y al no poderlos acompañar te quedaste en casa, al cuidado de una tía. Se me presentaba una oportunidad única. Si planeaba todo con cuidado, estarías conmigo una noche y ahí robaría tu virginidad.

El plan estaba hecho: Rentaría una cabaña en las inmediaciones de un bosque, un arroyo cerca. Y el ambiente de lo más romántico. Te recogí a las ocho de la noche en la parada de autobuses. Sin más nos fuimos a mi destino. El cervatillo por fin sería cazado.

********

Una gota de cerveza se deslizaba por tu piel, eran rios que se estrujaban por mi lujuria, haciéndome sudar y jugándome el todo por muy poco. Ver tu piel bronceada sobre esa alfombra de oso blanco y cerca de la chimenea. Era lo más erótico que pudiera ver.

Tu cuerpo aun con rasgos infantiles desfilaba ante mis ojos. Había una intensa nevada. Pero en mi interior existía una tormenta de fuego. La excitación era demasiada.

Besé tus labios delicadamente mientras hacía que perdieras la guardia, mis  labios bajaron a tu cuello haciéndote suspirar. Quite tu abrigo con mucho cuidado. Tus senos se levantaban prominentes debajo de esa blusa de tonos rosados, jugueteé con ellos. Tus ojos me miraban entre lujuriosos y llenos de miedo.

Rocé con mis yemas tu cuerpo, sintiendo como tu piel se erizaba y me dejaba tomarte en mis brazos, mordisquee el lóbulo de tu oreja, mientras tu cuerpo se fundía con el mío. Mis manos estrujaban con fuerza lo más bello de tu trasero. Mire tu cara llena de deseo, me acerque aún más de ser posible, para casi fundirme con tu piel  

Seguí besándote a través de la ropa. Fueron tus manos inexpertas las que me quitaron la chamarra, tu blusa fue la siguiente en caer al suelo, luego tu sostén.   

Se acabaron los gestos suaves y delicados, apretuje tus senos con mis manos haciéndote gemir. Los besé, los acaricié. Me deslice hasta tu vientre, dejándote claro con mis caricias que por fin serias mía esa noche.  

La desnudez completa nos acechó, acostados sobre esa piel de oso. Comprendí que mis esfuerzos de meses valieron la pena. Con un ritmo lento y acompasado estaba entrando a un lugar tan prohibido como deseado.

La nieve caía sobre esa tibia cabaña. La ropa reposaba en el suelo. Mis sueños en su boca y mis garras en cada centímetro de tu cuerpo.

—Toda mi vida espere hacer el amor contigo —Me dijiste absorta por la pasión y llenándome la cara de besos— .No podría darle mi cuerpo a nadie que no fueras tú.

Esas dos frases retumbaron en mi cerebro por varios segundos. ¡Estaba por arrebatar tu virginidad como un juego y tu querías que yo fuera el único en tu vida!

En ese momento miré tu cuerpo, mire tus ojos. Una chispa salió enmarcando el intenso significado de lo que querías compartir conmigo. En ese momento comprendí muchas cosas:

Muchas mujeres habían pasado por mi vida. Tú eras la chica tal vez más trasparente que había conocido. Seguías besándome, implorándome que siguiera ante esa inexplicable pausa. Esa pequeña ovejita era ahora una tigresa capaz de dejar el todo por el todo.

Pero no todo estaba bien. Algo en mi había cambiado. No podía arrastrarte dentro del lodo que me estaba consumiendo.

—Tengo SIDA— Fueron las únicas y crueles palabras, que se me ocurrieron en ese instante.

Si, estaba en un mar de confusión al que yo mismo me había sometido.

—¿Cómo?

—Solo eso—. Me retire de ti sin haber acabado, sin siquiera romper la flor de tu alma.

Comencé a vestirme lentamente, ahora yo bajaba la mirada. Te paraste y con lágrimas en los ojos, exigías mi atención. Te ignoré, desesperada me diste unos golpes en el pecho. Me preguntaste que hiciste mal. No querías que me separara de ti. En fin, dijiste muchas cosas que yo no recuerdo.

¡No podía seguir hablando! Salí de la habitación, deje dinero en la mesilla de noche para tus gastos. Me alejé de la cabaña…

Me comporté como un cobarde. O tal vez fui muy valiente por dejarte intacta. Pero lo que tú nunca sabrás es que dejaste un peso demasiado fuerte en mí. Realmente merecías alguien mejor. No sabía cómo manejar la situación. Y el murmullo de mi aliento, despedazaría tu naciente corazón.

Yo era un hombre de muchas mujeres, pero, no era el hombre que tu merecías en tu vida. 

(9,40)