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Novatada placentera

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Uno no sabe lo ansioso que puede ser esperar por una llamada de teléfono hasta que te encuentras en paro. Miras el teléfono cada cinco minutos esperando esa llamada salvadora que solucione tus angustias alimentarias, hipotecarias, y todas las arias que se te ocurran.

Lo peor es cuando suena, vas lo coges con esa voz en la cabeza que te dice ¡Por fin! y resulta que ves en el número de móvil que es tu madre y a la desesperación de no tener trabajo se une el tercer grado de una progenitora que al mismo tiempo es la que te llena la nevera.

Llevaba un año en esta situación, a punto ya de irme a vivir con esa mujer de la que temía las llamadas, cuando una mañana me estaba haciendo una paja por dos motivos, uno para relajarme y el otro que hacía tiempo que nadie me follaba, ni yo se la metía a nadie así que tenía el vibrador metido en el culo y estaba a punto de correrme cuando llamaron a la puerta, fui a abrir subiéndome los pantalones y gritando aquello de “¡ya voy, un momento!”. Era Pedro el vecino de abajo, un tipo de unos cuarenta años alto y fornido, yo lo veía los fines de semana coger la bicicleta con otros dos que después supe que eran sus compañeros de trabajo.

En principio pensé que venía a tratar algo referente a la vecindad, pero en realidad venía a salvarme el culo (Ahora que lo pienso, en todos los sentidos).

—¿Aún estás buscando trabajo? —me preguntó con media sonrisa en los labios.

—Sí, claro —dije con cierta ansiedad.

—Bueno invítame a un café y te explico lo que vengo a ofrecerte.

—Claro, claro, pasa —le dije mientras me hacía a un lado para dejarle entrar.

El trabajo resultó ser de comercial, pasabas de lunes a viernes fuera de casa visitando empresas para venderles equipos de frío, recargas de gas y ofrecer servicios de reparaciones. En principio yo era un buen candidato, mis estudios de frigorista y mi buena planta jugaban a mi favor, si aceptaba tenía que pasar una semana de prueba, al fin y al cabo, la mayor parte del sueldo era comisión y si no vendía, tampoco tenía sentido seguir trabajando.

Mientras me explicaba todo esto, yo estaba hipnotizado mirando aquellos labios carnosos que me hablaban con voz profunda y muy varonil, no podía dejar de imaginarme lo rico que sería que me mordiera la boca, además mi polla todavía soltaba gotitas de leche que me humedecían el slip y tenía el culo muy sensible por el reciente masaje del vibrador, menos mal que estábamos tomando el café sentados a la mesa del comedor, por lo que Jorge no podía ver como mi verga empujaba con fuerza contra el pantalón.

Acepté el trabajo, la verdad es que no era lo que buscaba, pero el salario y las comisiones eran buenas, no tenía nada mejor que hacer y tampoco perdía nada, puesto que los gastos de comida y alojamiento corrían a cargo de la empresa. Cuando se hubo marchado corrí a por la polla de silicona y brindé una buena corrida a la salud de aquella boca.

Comencé a trabajar aquel mismo lunes, formábamos un equipo de cuatro, los dos amigos de Pedro, él y yo mismo. Damián un tipo de unos cuarenta y cinco años moreno, fuerte y peludo era el jefe y de él dependía que se me aceptase o no, Jorge un treintañero como yo, rubio y muy guapo, a los tres se les notaba el ejercicio de la bicicleta y el gimnasio y por último yo, moreno de metro ochenta y cinco y ochenta kilos, dicen que guapo.

Trabajamos en dos equipos Pedro con Jorge y Yo con Damián y dormíamos en dos habitaciones dobles con el mismo reparto, nos juntábamos al medio día para comer, cambiar impresiones y organizar la tarde, a la noche también cenábamos juntos y si no estábamos muy cansados íbamos a algún local a tomar una cerveza y después al hotel.

La semana fue bien, el lunes estaba bastante cortado, pero a partir del martes me empecé a soltar y la cosa no se me daba nada mal. Cuando llegó el jueves nos fuimos para el hotel después de cenar, yo esperé a que Damián acabara de ducharse para después hacerlo yo. Al salir de la ducha y entrar en la habitación me encontré a los tres de pie en pelotas y mirándome fijamente, me quedé sin saber qué hacer ni decir esperando a ver qué pasaba, al cabo de un rato Pedro rompió el silencio.

—El trabajo es tuyo, pero debes aceptar una cosa —me dijo con una sonrisa en la boca.

—¿Cual? —Pregunté desconfiado.

—Entre nosotros el más novato tiene que ser la puta de los demás, hasta ahora era Jorge, y como tú eres el ultimo, te toca —hablo Damián.

Durante un rato me quedé mirándolos, los tres estaban potentes, musculados y bien cuidados, Damián tenía la polla más gorda que vi en mi vida eso que todavía estaba flácida, Jorge la tenía más delgada pero larga, aunque no estaba erecta de todo imagine que tiesa andaba cerca de los veinte centímetros, Pedro la tenía normalita dieciséis gorditos calculé, yo tengo dieciocho y un culo tragón.

Se me vino a la mente que Damián y Pedro estaban casados, dejé a un lado el calentón y dije:

—Bueno chicos, lástima que solo sea una novatada.

—¿Crees que es una broma? —Preguntó Jorge.

—No lo creo, lo sé —dije yo.  

—Bien, tendremos que demostrar que es en serio —Replicó él.

Se puso de rodillas delante de Jorge y comenzó a besar el capullo de este, al poco rato la polla estaba bien dura y comenzó a tragársela mientras con la mano le masajeaba los huevos.

Damián se sentó en una butaca ahora tenía la polla tiesa, no la tenía mucho más grande que antes, solo se le puso erecta y dura, es lo que suele pasar con las pollas grandes, pero de todas formas estaba alucinado con el grosor de aquella tranca. Dirigiéndose a mí, dijo:

—¿Quieres el trabajo o no?

—¿Tú qué crees? —Le pregunté al mismo tiempo que me quitaba la toalla dejando a la vista mi verga que ya estaba bien dura.

—¿Qué te apetece primero esto? —Le pregunté agarrando la polla.

—¿O esto? —Le dije dándome la vuelta y abriendo las nalgas.

—Ya veo que vas a ser una buena zorra, de momento empecemos viendo que tal lo haces con la boca.

—Cariño, soy el maestro de las mamadas.

Me puse delante de él, le cogí una pierna y la puse encima de un brazo de la butaca, hice lo mismo con la otra, después me arrodille y comencé la faena chupando con fuerza en la parte interna de la rodilla, besando comencé a bajar hacia los huevos, cuando estaba a medio camino volví a chupar y morder suavemente la parte interna de la pierna, seguí bajando hasta que llegue a los huevos, donde me entretuve lamiendo y chupando, subí con mi lengua por aquella tranca gorda hasta llegar al capullo, tragar aquello entero era imposible, me metía el capullo en la boca y cuando estaba dentro lo acariciaba con la lengua haciendo círculos y después clavaba la punta en la uretra al mismo tiempo que con una mano lo pajeaba y la otra le tiraba suavemente de los huevos, después puse la palma de la mano entre la pelvis y la polla  tirando de esta hasta ponerla recta, le eche un buen escupitajo en el capullo y con los dedos gordo e índice extendiendo la saliva todo por el conducto de la uretra, esa protuberancia de la polla que va desde el capullo hasta la base de los huevos, comencé despacio para ir acelerando el ritmo, cada vez que notaba algo de sequedad volvía a darle saliva, me encanta ver la cara de los tíos cuando hago le haces esto, Damián se retorcía de gusto. Mientras yo le dedicaba mi atención a aquel pollón los otros dos se turnaban para follarme el culo y chuparme la verga.

—Lubricar bien el culo de esta zorra que me la voy follar como se merece —ordenó Damián.

Estaba claro que ese era mi día, era la puta de un macho grande, fuerte, peludo, con gran polla y con mando en plaza. Me senté encima de aquel tranco gordo, me costó lo suyo que entrara y lancé más de un grito de dolor, pero una vez que estuvo dentro joder que gusto. Ahora Pedro me la chupaba a mí y Jorge le follaba el culo a él. Al cabo de un buen rato, me sentaron a mí en el sillón primero me corrí yo encima de mí mismo y luego uno por uno me fueron bañando en leche rica.   

—Acepto encantado el trabajo —dije.

—Es tuyo —me dijeron.

Con el primer salario lo primero que me compré fue una bici, era lógico ¿No?

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