Nuevos relatos publicados: 7

Él Trabajaba mucho -2-

  • 4
  • 15.552
  • 8,60 (25 Val.)
  • 2

Después de nuestra primera revolcada las cosas se pusieron un poco más interesantes. Hay algo que me excita, me arrecha, me gusta mucho y es el olor particular de los machitos. Ese olor que viene con el sudor, las hormonas, no sé qué. En el caso de mi querido chico, el cuerpecito que se jalaba me tenía loco porque el trabajo físico lo había torneado sin exagerar.

Como 6 días después de nuestro primer encuentro nos fuimos a bañar al río de tarde. Ya sabíamos que algo iba a pasar. Se me ocurrió llevar un poco de yerba y nos sentamos a fumar en una piedra, los dos solos. Es un lugar solitario, sin vecinos ni nadie más alrededor. Además, estaban los perros echados en una esquina, dormitando y seguro nos avisarían si alguien venía.

Comencé a acariciarle la espalda y a pajearlo suavemente. Le metía los dedos entre los largos vellos púbicos, largos y duros, Comencé a pasarle los dedos más fuertemente entre los huevos y el me agarró la pinga, no con muchas ganas, pero si con curiosidad. Luego yo comencé a lamerlo del cuello hacia abajo de la espalda, cada vez más fuertemente y marcándole la piel con mis dientes y mis chupadas.

La sensación de tener este chiquillo ahí, encuero, con la pinga parada y con ese olorcito a sudor me tenía demasiado arrecho. Yo me senté justo atrás de él, pegadito, con la pinga parada rozándole la espalda y no se movía. Nada, como si estuviera congelado, pero tampoco me rechazaba. Se notaba que estaba asustado, pero no tanto como para quitarse.

Poco a poco fui bajando los dedos y le comencé a acariciar los huevos y mientras tanto le lamía el interior de las orejas, la parte superior de la nuca y le torcía uno de sus pezoncitos ricos. Uff, que delicia, como cerraba los ojos y se dejaba hacer de todo.

Me pase al frente de él y me arrodillé y comencé a mamarle la pinga como si fuera un caramelo. De repente, sin previo aviso, ¡chaz! el chorro de leche en mi cara, mi boca, mi cabeza y él se quedó pasmado. No podía creerlo, una venida como si nunca se hubiera pajeado.

Nos bañamos y nos reímos un rato de su corrida, pero enseguida comenzamos de nuevo. Esta vez nos enjabonamos y mientras yo le hurgaba el ojito del culo él se pajeaba con ganas. En un momento comencé a sentir como le entraba el dedo hasta que se quejó. A su vez el comenzó a hurgarme el culo y a sobarme las nalgas y poco a poco me fui acomodando para que me ensartara con la verga dura, cabezona y, sobre todo, rectecita. La fue metiendo suavemente hasta que llegó al final y me mordió los hombros. Duro, como si fuera un animalito salvaje. No me quejé mucho porque en el fondo me gustaba. A todo esto, la pinga me la estaba metiendo solo con un poquito de jabón y saliva. Yo me meneaba suavemente y sentía como me hurgaba el interior de mi culo con ese palo. También sentía el olor a macho joven justo detrás de mi cara.

Ahí si demoró el cabrón. Ya casi estaba oscuro y yo tenía ganas que acabara, pero él seguía bombeándome el culo y sobándome las nalgas, a veces suave y a ratos duro, como con rabia.

De repente sentí el chorro caliente adentro de mi culo y apreté con todas las ganas para que no se escurriera ni una gota de su leche. Toda me la echó adentro. 

Nos aseamos y yo fui a mi casa solo. El me pidió permiso para ir a dormir a la casa de los trabajadores, cosa que usualmente hacía en la semana, pero a veces se escabullía a quedarse en la mía, más cómoda y con acondicionador de aire, TV plana y sábanas más deliciosas.

Inesperadamente un día después del día de pago salió y no contestó nunca su celular, no dejó dicho adónde iba y jamás supe de él. Pero el recuerdo de esas culeadas tan salvajes y su carita de niño grande siempre la recuerdo.

(8,60)