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Noche de tormenta

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Adrián pasó a formar parte de su familia cuando la madre de él se casó con su padre. Aquello ocurrió cuando ella tenía doce años y él quince.

Al principio Claudia sintió celos de él, pues pensaba que su padre la querría menos al tenerle a él. Cosas de niños... Pero cuando vio que no ocurría así, empezó a cogerle cariño y aunque no compartían sangre, no tardó en quererle como al hermano mayor que siempre quiso y nunca tuvo.

Él a su vez siempre se mostró cariñoso con ella. La cuidaba y la protegía.

A veces discutían y peleaban, pero no tardaban en reconciliarse...

A medida que los años pasaban, la relación entre los hermanastros se hacía más fuerte. Se convirtieron en confidentes y el uno era el mejor amigo del otro. Se contaban alegrías y penas. Y cuando ella comenzó a fijarse en chicos y a tener sus primeros escarceos amorosos con ellos, siempre volvía a casa ansiosa de compartirlo con Adrián. Le contó incluso cuando le vino su primera regla. Y cuando el médico le recetó la píldora anticonceptiva para regular sus desarreglos con esta fue Adrián quien la acompañó. Él compensaba esta complicidad y confianza contándola sus aventuras con las chicas, sus experiencias, o contestando cualquier pregunta que ella hiciese.

Llegó un momento en que el sexo era el tema de conversación que ocupaba la mayoría de sus charlas. Claudia estaba en el pleno auge de su adolescencia. Sus hormonas estaban revolucionadas produciendo los cambios que la estaban convirtiendo de una niña mona a una mujer casi hermosa. Su rizada melena negra cada vez tenía más cuerpo, sus senos se estaban redondeando y llenando. Su cintura se estrechaba. Sus piernas se volvían largas y esbeltas y sus caderas torneadas.

Sus preguntas a Adrián se volvían cada día más atrevidas. A lo largo del día iba recogiendo en un saquito de su memoria todos los comentarios sobre chicos y sexo que oía en el instituto y por la noche, tras la cena iba al cuarto de su hermanastro a que este resolviese todas sus dudas.

A los padres nunca les preocupó que Adrián pasara horas en el cuarto de Claudia o viceversa. Aunque les vieran ir al uno al encuentro del otro en ropa interior o con ropa ligera. Les habían educado como hermanos y jamás se les pasó por la cabeza que pudiese surgir algo más.

Pero, ya a la edad que tenían, Adrián era muy consciente de los cambios que se habían operado en Claudia y ella no podía evitar fijarse en el cuerpo de su hermano y ver que cada año que pasaba se hacía más atractivo.

De vez en cuando los dos habían tenido sueños eróticos en los que ambos eran los protagonistas, e incluso Adrián, más de una vez se masturbaba pensando en que poseía a su hermanastra. Y aunque cada vez que lo hacía se sentía avergonzado, no podía evitar desearla.

Pero esta vergüenza que sentía hizo que poco a poco se fuese distanciando de Claudia. Ya nunca iba a su habitación y si ella iba al suyo, enseguida ponía como excusa que estaba cansado o algo así para que ella se marchara...

Un sábado en que Claudia salió con sus amigas a una discoteca, Adrián llegó a casa más temprano de lo habitual y al entrar en su dormitorio se la encontró a ella sentada en la cama esperándole. Su cara era triste.

― ¿Qué te pasa? ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no estás durmiendo?

―Tengo un problema Adrián...

Él notó que ella se ponía roja. Le daba vergüenza contárselo. Así que por un momento el volvió a ser e hermano fraternal de siempre. Se sentó a su lado, la rodeó por los hombros con el brazo y la atrajo contra su pecho.

― ¿Qué te pasa pequeña?

―Me da vergüenza pedírtelo, pero necesito que me hagas un favor...

― ¡Venga dime! Sin miedo...

Ella dudó un par de segundos y después dijo...

― ¿Te acuerdas de Ernesto? El chico con el que me enrollado un par de veces...

―Sí, me acuerdo.

―Hoy me ha dicho que no se besar. ¿Podrías enseñarme tú a hacerlo?

El corazón de Adrián se detuvo por un momento y durante unos segundos se olvidó de respirar...

Cuando reaccionó se separó de Claudia y le dijo...

―Pequeña, me parece que esa no es muy buena idea. Soy tú hermano y no está bien que yo hiciese eso...

Ella saltó poniéndose de rodillas sobre la cama y le agarró por la pechera de la camisa, poniendo cara de niña buena, como cuando era más pequeña y quería convencerle de que hiciese algo por ella...

―Por favor Adri, por favor. Además, no está mal, no somos hermanos de verdad. No pasa nada. Sólo tienes que besarme y explicarme como se hace. Por favor...

Sólo de imaginarlo, Adrián sintió como su miembro comenzaba a endurecerse. Deseaba hacerlo y no sólo besarla, sino acariciarla, tomar entre sus manos aquellos pechos que se marcaban bajo la camiseta de ella y que delataban que se había quitado el sujetador. Anhelaba meter la mano bajo el corto pantaloncito que Claudia llevaba y sentir su calor y humedad más íntima...

―No...

La apartó de si casi bruscamente y se levantó de la cama.

―Adri, por favor...

―Te he dicho que no. Y ahora vete. Quiero dormir.

Ella se levantó con rabia de la cama, con una cara que mostraba que se sentía enfadada y dolida con él. Salió dando un portazo que sin duda sus padres debieron oír. Pero nadie acudió a ver qué pasaba. Seguramente pensaron que era "otra discusión de hermanos".

Una vez en su cama, Claudia lloró amargamente por dos razones. La primera que era la primera vez que Adrián le negaba algo y la segunda por frustración. Había deseado tanto sentir la boca de él unida a la suya.

Mientras Adrián, también se había acostado. Sabía que había hecho lo correcto y su conciencia estaba tranquila, pero su cuerpo permanecía intranquilo. La piel le quemaba y su erección lejos de haber remitido, le martirizaba.

Casi sin darse cuenta, empezó a masturbarse pensando que poseía a la hermosa jovencita que estaba acostada en la habitación de al lado y que le estaba prohibida.

Cuando su frustración salió de su cuerpo en forma de un poderoso chorro caliente, consiguió quedarse dormido mientras se decía a sí mismo una y otra vez...

―He hecho lo correcto...

A partir de aquella noche, la relación de los hermanastros cambió y se hizo más fría.

Eran cordiales el uno con el otro, pero dejaron de ser confidentes, se acabaron las largas horas de conversaciones y el pudor nació en ellos. Ninguno volvió a presentarse ante el otro sin estar completamente vestido.

Dejaron de verse como niños y se convirtieron cada uno a los ojos del otro en hombre y mujer. Y aunque secretamente ambos se deseaban, ninguno demostraba más sentimiento que el fraternal...

Siete años pasaron desde que Adrián entró por la puerta de aquella casa, hasta que la voluntad de los hermanastros por fin se quebró...

Sus padres habían salido de viaje. Aquella no era la primera vez que dormían solos, no parecía ser una noche especial.

Cenaron pronto y no tardaron en acostarse porque al día siguiente ambos tenían clase.

Era una noche calurosa, así que Claudia sólo se puso un ligero y corto camisón, sin nada debajo.

Adrián a su vez, se acostó completamente desnudo.

Ya pasaba media noche cuando un tremendo estruendo los despertó a ambos. Un trueno. Era una tormenta de verano...

Adrián simplemente, se dio la media vuelta y un par de minutos después se volvió a quedar dormido.

Pero a Claudia lo que más la aterraba en el mundo era una noche de tormenta. Cuando era pequeña, según sonaba el primer trueno corría a refugiarse en la cama de su padre. Después, cuando este se casó, empezó a ir a la cama de Adrián. Pero después de la noche en que él se negó a besarla, había pasado todas las noches de tormenta en vela en su cama, temblando y cubriéndose hasta la cabeza con la sábana.

Y, sin embargo, aquella noche no pudo evitarlo. Antes de darse cuenta se encontró abriendo la puerta de la habitación de él y entrando sigilosamente para no despertare.

Él era de sueño ligero y en cuanto ella manipuló el picaporte de la puerta, despertó. Un escalofrío recorrió su cuerpo al pensar que ella tal vez quisiera dormir con él como antiguamente, pero prefirió hacerse el dormido a ver qué pasaba.

Sintió los pasos de Claudia dirigiéndose al lado de la cama que estaba libre y notó una ligera brisa cuando ella levantó la sábana.

Él fue consciente de su desnudez y al ver que ni ella se acostaba ni la sábana volvía a bajar comprendió que su hermanastra estaba mirando su cuerpo.

En efecto ella recorrió con la mirada cada centímetro de la piel de él desde la nuca hasta las nalgas, las cuales deseó tocar. Pero se reprimió y por fin se acostó ligeramente separada de él.

Antaño se pegaba mucho a él y se acurrucaba hasta que dejaba de tronar, pero en esta ocasión no se atrevió. Aunque sentía que su cuerpo ardía sobre todo su entrepierna y anhelaba abrazar aquel cuerpo desnudo que yacía a su lado. El ardor de su deseo hizo que olvidase el miedo por el temporal.

Tras un rato los dos pensaron que el otro dormía. Ninguno se movía y el ruido de la tormenta impedía que oyesen sus mutuas respiraciones.

Pero lejos de eso, los dos estaban bien despiertos. Y se sentían hambrientos el uno del otro.

Ella no podía evitar sentirse excitada al recordar su cuerpo desnudo y para él la cercana presencia de Claudia le hacía caer en un infierno de pensamientos contradictorios. El ángel y el demonio de su conciencia luchaban como titanes, pero el ángel parecía ir perdiendo fuerza. Sentir el calor de la piel de la joven estaba haciendo que un volcán ardiese en su entrepierna y que su capacidad de decisión se adormeciera dejando paso al uso de los impulsos más primarios.

Ella sintió que su hermanastro se daba la vuelta en la cama, pero pensó que se estaba acomodando en sueños.

De pronto notó algo duro y caliente que se aplastaba contra la hendidura de sus nalgas. A esto le siguió una mano que acarició la línea de su cadera, con lo cual no pudo evitar un pequeño gemido.

―Así que estás despierta ¿Eh? ―Preguntó el en un susurro...

Si... Contestó ella tímidamente.

El la cogió por un hombro y la hizo ponerse boca arriba. Él apoyó una pierna entre las de ella y dejó descansar su pecho sobre los senos de ella. Sentirse así fue una sensación deliciosa para ambos.

―Una vez Claudia, hace un par de años, una preciosa niña me pidió que la enseñase a besar y yo me negué... ―Dijo el mientras le daba un ligero beso en los labios...

―Lo recuerdo... ―Dijo ella...

―Pues, aunque esa niña seguramente ya sepa besar, Esta noche volveré a enseñarla...

Se acabaron las dudas y todo sentido de la razón posible desapareció cuando se fundieron en un beso que les hizo ser una sola persona. Parecían devorarse mutuamente. Sus bocas se comían y sus lenguas se juntaban haciendo aumentar en ellos el deseo de que el contacto fuese mayor.

Adrián se subió completamente sobre Claudia y se situó entre sus piernas. Comenzó a besarla el cuello mientras sus manos iban a sus pechos los cuales acarició primero rozándolos y luego con fuerza como si quisiera exprimirlos. Después pasó a lamer y mordisquear sus pezones. Su lengua siguió bajando sin despegarse de su piel. Se detuvo un momento en su ombligo en el cual jugó con la punta de su lengua. Tras esto, posó los labios sobre el vientre de ella y los deslizó hasta llegar a su pubis adecuadamente recortado, mientras con los dedos índice dibujó las ingles, Hizo coincidir la lengua y ambos dedos al tiempo sobre el clítoris de ella, la cual ante el placer de la caricia se encorvó ligeramente.

Él estaba preparado, ansiaba penetrarla, pero quería que ella también lo disfrutase al máximo. Según lo que él sabía era la primera vez de Claudia y quería que fuese una buena experiencia para ella...

Deslizó su lengua por los íntimos pliegues de ella una y otra vez, desde el clítoris hasta la entrada de la vagina, para después centrarse en el primero con su lengua mientras con un dedo penetraba suavemente la segunda. Ante esto ella se encorvó de forma salvaje...

― ¿Te ha dolido?

― ¡No! ¡Al contrario! ¡Sigue, por favor!

Él lo hizo. La fue comiendo cada vez con más pasión mientras poco a poco fue metiendo un segundo y un tercer dedo dentro de ella.

Ella estaba abierta, lubricada y excitada. Deseaba sentirle dentro, y se lo hizo saber...

Adrián volvió a encaramarse sobre Claudia, cuidando de no aplastarla con su peso. La volvió a besar, pero esta vez muy dulcemente, mientras cogía su erecto y caliente miembro con la mano y lo puso justo en la entrada del cuerpo de ella.

― ¡Hazlo! ¡Vamos, hazlo! Susurró ella en su oído... Te quiero dentro de mí...

Él no la hizo esperar. Suavemente, centímetro a centímetro comenzó a introducirse en ella. Notó una ligera resistencia que pronto se rompió. La virginidad de Claudia. Y después su verga entró por completo.

Ella no sintió dolor. Sólo se sintió llena. Era una sensación extraña. No era placer, pero no era desagradable.

Lentamente el empezó a moverse dentro de ella, sacándola casi hasta el final y volviendo a introducirse profundamente...

Pronto los movimientos de ella estaban acoplados con los de él. Entonces Adrián se dio cuenta de que ella empezaba a disfrutar.

A medida que los minutos pasaban, las embestidas eran menos profundas, pero más rápidas, hasta que se volvieron salvajes.

No dejaban de besarse, de devorarse con la boca. Las manos de él acariciaban el cuerpo de ella y las manos de ella, que al principio acariciaban y arañaban su espalda pasaron a sus nalgas, apretando, para que el hiciese más presión contra ella...

Adrián estaba al límite del orgasmo, pero quería que ella llegase con él. Aguantó como pudo hasta que notó que el vientre y la pelvis de Claudia se convulsionaban chocando contra él incontroladamente y los ligeros jadeos se convirtieron en auténticos gemidos de placer...

Entonces supo que había llegado el momento y estalló dentro de ella...

Los dos cuerpos se estrellaban el uno contra el otro como si estuviesen fuera de control...

Por fin llegó la calma...

Sólo se oía la agitada respiración de los dos hermanastros intentando recuperarse.

La tormenta había amainado. Tanto la que arreciaba fuera, como la de sus propios cuerpos y deseos...

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